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jueves, 14 de agosto de 2025

Las dos caras del santismo

 

Las dos caras del santismo

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Juan Manuel Santos construyó su poder sobre una extraña combinación de tecnocracia y clientelismo. Una mezcla tan contradictoria como efectiva. El “santismo”, esa criatura de dos cabezas, tenía por un lado a los ministros de corbata inglesa y cálculo fiscal, y por el otro, a los operadores del Congreso, expertos en el trueque burocrático. En apariencia, eran dos mundos distintos. En la práctica, eran la misma cosa.

El santismo tecnocrático lo encarnaban figuras como Mauricio Cárdenas, el economista que cuidaba las cifras como si fueran sagradas, y Juan Carlos Pinzón, el estratega serio que hablaba de seguridad con un lenguaje casi empresarial. Ellos representaban el ala “racional” del gobierno: la que sabía cómo aumentar los impuestos y cómo aumentar la deuda después de derrochar una bonanza petrolera. Pero esta tecnocracia no era independiente ni virtuosa. Existía y funcionaba gracias al combustible que le daba el otro lado del régimen.

Ahí aparece el santismo clientelista, representado en su forma más pura por Roy Barreras y Armando Benedetti. Ellos no hablaban de cifras ni de institucionalidad, sino de cuotas, puestos, pactos y gobernabilidad a cualquier precio. No eran ministros, pero eran más poderosos que muchos de ellos. Eran los que hacían que el Congreso se moviera. Su herramienta no era la política pública, sino la “unidad nacional”, eufemismo para el reparto.

Este sistema de doble cara funcionaba como el personaje de Doctor Jekyll y Mister Hyde: mientras en público se mostraba el rostro tecnocrático, en la sombra operaba el clientelismo. Pero como en la novela, con el tiempo el monstruo termina dominando al médico. El resultado fue una política sin ética y una institucionalidad sin alma.

La decadencia del santismo desembocó en una nueva criatura: el petrosantismo, o santopetrismo, como prefiera llamarlo. Los mismos operadores del Congreso que sostuvieron a Santos, hoy hacen parte del proyecto de Gustavo Petro. Roy fue su embajador en Londres; Benedetti, en Caracas, hoy el hombre más poderoso del gobierno. Cambiaron de barco sin cambiar de lógica. Y algunos tecnócratas, aunque con más discreción, también coquetearon con el nuevo régimen.

Como Doblecara, el villano de Batman, el santismo siempre lanza una moneda para decidir qué cara mostrar: la del gestor ilustrado o la del político pragmático. Pero la moneda siempre cae del lado de la trampa. Porque en Colombia, el equilibrio entre tecnocracia y clientelismo es solo una fachada: el clientelismo siempre termina ganando.

El santismo no fue una doctrina sino un método. Y ese método se ha reciclado en el actual gobierno, con nuevas promesas, pero los mismos operadores. La historia se repite, no como farsa, sino como continuidad.

Si algo enseña la política reciente, es que el verdadero rostro del poder en Colombia no es el de Jekyll. Siempre es Hyde.

LGVA

Agosto de 2025.

 

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