El legado de Margaret Thatcher
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista
En mayo de 1979, hace ya 40 años, Margaret Thatcher
asumía como primera ministra del Reino Unido. A los periodistas, que con
frecuencia le preguntaban cómo se sentía ser la primera mujer en llegar a ese
cargo, invariablemente les respondía: “No lo sé, nunca he probado la otra
posibilidad”. Para ella, completamente ajena a todas las formas del feminismo, lo
que realmente significaba ese acontecimiento era el retorno al poder del
verdadero liberalismo inglés.
Como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, que
llevó al aumento de la intervención de los gobiernos contendientes en la
economía, el principio liberal del gobierno limitado sufrió un notable
retroceso. La crisis de los años 30, la eliminación del patrón oro y la Segunda
Guerra Mundial dieron un nuevo impulso al activismo económico de los gobiernos.
Las obras de Keynes, “Teoría, general de
la ocupación, el interés y el dinero”, y Pigou, “Economía del bienestar”, suministraron el fundamento racional a todas
las formas del intervencionismo estatal que tuvieron un crecimiento ininterrumpido hasta los años 70 del
siglo XX.
Durante la segunda post-guerra, el intervencionismo
estatal, bajo la forma de socialismo democrático del partido
laborista, progresó en Gran Bretaña mucho más que en cualquier país de Europa
Occidental. El proyecto fabiano de construcción gradual y pacífica de la sociedad
socialista gozaba de gran prestigio entre los intelectuales ingleses a
principios del Siglo XX. En los años 30,
el Partido Laborista reemplazó al Partido Liberal – Whig - en el esquema
bipartidista de la democracia británica y estuvo a cargo del gobierno de forma casi
ininterrumpida en los 15 años anteriores a la llegada de Thatcher al poder.
En ese lapso se aplicaron a fondo todos los componentes
de la receta intervencionista – inyecciones de demanda monetaria, déficit
fiscal, empresas estatales subvencionadas, servicios públicos estatizados y
asistencialismo de toda índole- que le pasaron la factura a la economía y fueron
llevando al Reino Unido a una situación de estancamiento crónico que, en las
décadas 1960 y 1970, le mereció el mote de “el enfermo de Europa”.
Cuando Margaret Thatcher asume como primera ministra,
las políticas monetarias y fiscales expansivas ya tienen poco o ningún efecto
sobre el empleo y se traducen en inflación; las empresas estatales
acumulan un déficit tras otro al tiempo que su productividad declina y se
deteriora la calidad de sus productos; en fin, el asistencialismo rampante está
destruyendo los incentivos al trabajo y a la autosuficiencia y fomentando la
holgazanería y la ilegalidad. La debilidad de la economía y postración moral de
la sociedad se traducen en la pérdida de prestigio, respetabilidad e influencia
que por entonces arrostraba la otrora potencia mundial.
En sus once años al frente de “Downing Street”,
Margaret Thatcher - que bien habría suscrito aquello de que el mejor gobierno
es el que menos gobierna- desarrolló una febril actividad para desmontar, al
menos en parte, el gigantesco aparato intervencionista erigido por el laborismo. La acción de los gobiernos de Thatcher se centró en tres frentes: recuperación de los equilibrios
macroeconómicos; reducción del tamaño del sector público y reorientación de las
ayudas sociales. En todos esos campos dejó una huella duradera en las políticas
públicas de muchos países del mundo.
En los años setenta, la presencia simultánea de
elevadas tasas de inflación y desempleo era fenómeno macroeconómico
característico de las economías capitalistas avanzadas. La relación de Phillips,
es decir, la idea según la cual siempre era posible reducir el desempleo incurriendo
en una inflación mayor, ya no parecía ser válida, dejando sin justificación las
políticas monetarias y fiscales expansivas que solo se traducían en mayor
inflación.
Los teóricos de las “expectativas racionales” –
Sargent, Wallace, Barro, etc.- explicaron ampliamente la razón de ese cambio y
esa fue la macroeconomía que se enseñó en los 80. Margaret Thatcher y su equipo
económico extrajeron las implicaciones prácticas y obraron en consecuencia: para bajar la inflación había que controlar el crecimiento de la oferta monetaria
y para ello era necesario disminuir las necesidades de financiación del sector
público, es decir, reducir el déficit fiscal, pero sin aumentar los impuestos.
Esto es fácil de decir, incluso, es fácil de entender,
pero el recorte del gasto es una operación en extremo dolorosa que encuentra
resistencia entre aquellos que lo deben ejecutar. Los responsables de todos los
ministerios y agencias del gobierno siempre están de acuerdo en que el gasto se
debe recortar, pero cada uno de ellos es capaz de exhibir poderosas razones para
demonstrar que agencia a su cargo debe ser excluida. En todos y cada uno de los
presupuestos de los años que estuvo en el poder, mantuvo la férrea
determinación de controlar el gasto público, logrando que, entre 1979 y 1990,
este creciera 12.5% frente a un crecimiento de 23.5% del PIB real. Semejante
esfuerzo llevó el gasto público de 44% del PIB, en 1979, a 40% del PIB, en
1990.
Desde el final de la segunda guerra mundial, se
presentó en el Reino Unido - y en toda Europa- un fuerte incremento del número
de empresas de propiedad pública, especialmente, bajo los gobiernos laboristas,
pero también bajo los conservadores. En 1979, las empresas públicas de Reino
Unido generaban el 11% del PIB y el 8% del empleo total. Allí había de todo:
electricidad, agua, gas, telecomunicaciones, siderurgia, astilleros, minas de carbón,
ferrocarril, cine, buses, puertos, etc. Incluso, la emblemática Rolls-Royce
hacia parte del portafolio empresarial del gobierno.
Al inicio de su segundo mandato, Margaret Thatcher
lanzó un vasto programa de privatización de las empresas estatales que
rápidamente sería seguido en otros países de Europa y del mundo entero. Para
ella la privatización, además de ser fundamental para mejorar el desempeño de
la economía, era el elemento central de cualquier programa que buscara ampliar
el espacio de la libertad frente a las tendencias colectivistas que habían
llevado a la nacionalización de amplios sectores de la actividad económica.
Especialmente notable fue la privatización de los
servicios públicos domiciliarios que prácticamente en todos los países europeos
se habían nacionalizado después de la segunda guerra mundial. Sobre los
servicios públicos predominaba la visión de que por ser monopolios naturales
debían estar a cargo de empresas estatales, para evitar el abuso de posición
dominante. Las privatizaciones de Thatcher echaron por la borda ese paradigma y
mostraron que era posible desarrollar diversas modalidades de competencia o, en
su defecto, aplicar una regulación que obligara a las empresas monopolísticas a
comportarse como si estuvieran sometidas a la competencia. La fórmula “IPC
menos X”, adoptada para regular los monopolios privatizados, se convirtió en
referente de todos los procesos de privatización y reforma del sector de los
servicios públicos, que, inspirados en el caso británico, se adelantaron en
gran cantidad de países del mundo. Colombia no fue la excepción: la exitosa
reforma del sector de los servicios públicos domiciliarios de los años 90 se
benefició ampliamente de esa influencia.
Como ministra de educación del gobierno de Edward
Heath, Margaret Thatcher provocó una ola de protestas cuando ordenó suspender la distribución gratuita de alimentos en las escuelas. Argumentaba
Thatcher, siguiendo las conclusiones de numerosos estudios adelantados en
Inglaterra y Estados Unidos, que dichos subsidios terminaban beneficiando, más
que a los niños, a los padres, que además de poder gastar su ingreso en otras
cosas, terminaban por sentirse liberados de sus responsabilidades frente a sus
hijos y su familia.
Para Thatcher la principal falla del estado de
bienestar al otorgar sus beneficios sociales es la incapacidad de distinguir
entre los individuos que están verdaderamente en dificultades, y necesitan de
una ayuda para salir de ellas, y aquellos que han perdido la voluntad y el
hábito de trabajo, y se han transformado en dependientes crónicos. Por ello,
durante todo su mandato, Thatcher buscó la adopción de toda suerte de
mecanismos que condujeran a una mejor focalización de los subsidios y
beneficios sociales tratando también que fueran temporales.
Después de Thatcher la búsqueda de los equilibrios
macroeconómicos, la reducción del tamaño del gobierno, la privatización de las
empresas estatales, la reducción de los impuestos y el rechazo al
asistencialismo rampante se incorporaron a las plataformas políticas de los
partidos de orientación liberal y a las políticas públicas que adoptaron desde
el gobierno. Aunque esta es sin duda una gran contribución al resurgimiento del
liberalismo, tal vez el logro más importante que le reconocerá la historia es
su decisiva participación en el proceso político que llevó al derrumbe del
bloque comunista y al restablecimiento de la libertad y la democracia en los
países que lo integraban.
El principal mérito de esos logros históricos
corresponde a los Estados Unidos y, en particular, al presidente Ronald Reagan,
quien - con la modernización del arsenal nuclear, la Iniciativa de Defensa Estratégica y el despliegue de los Pershing
II - impuso a la Unión Soviética una dura competencia militar que puso en
evidencia la debilidad su economía y la forzó a emprender el camino de la
reforma.
Mijaíl Gorbachov llegó al poder en 1985, a la edad de
54 años, poniendo fin a la gerontocracia que había gobernado a la Unión
Soviética desde la destitución de Kruschev. Gorbachov era un comunista
convencido y el propósito de sus reformas era detener el declive económico de
su país, para legitimar a su partido y garantizar su permanencia en el poder.
Por supuesto que Margaret Thatcher no podía saber a dónde conducirían la
Perestroika y el Glasnost, pero desde un principio entendió que debía apoyar a
Gorbachov, a quien conocía desde antes de que éste se convirtiera en el máximo
dirigente de la Unión Soviética.
Su relación con Gorbachov le permitió jugar un papel
fundamental en la liberación de los países de Europa Oriental y de varios
países de la agonizante Unión Soviética, en cuyas capitales, Margaret Thatcher,
incansable viajera, estuvo presente en momentos decisivos, apoyando sin ambages
los reclamos de libertad de sus pueblos.
Margaret Thatcher dimitió de su cargo el 28 de
noviembre de 1990, después de tres mandatos sucesivos. Mantuvo su participación
en política durante un par de años más y hasta 2000 desarrolló actividades
académicas, dictó conferencias y escribió varios libros. En 2002 sufrió algunos
accidentes cerebro-vasculares que limitaron su actividad. Falleció el 8 de
abril de 2013 a la edad de 87 años.
LGVA
Junio de 2019.