El terraplanismo económico
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista
Los terraplanistas son un grupo de la franja lunática,
integrado por los que están convencidos de que la tierra es plana. Hacen parte
también de esa franja los creacionistas y los partidarios de la teoría del
universo estacionario. En su momento, todas esas teorías fueron refutadas, desechadas
por los científicos y abandonadas por la inmensa mayoría de las personas del
común. Subsisten por obra y gracia de pseudocientíficos, predicadores y otros
encantadores de incautos, pero completamente al margen de la ciencia.
Lo que llamaremos “terraplanismo económico”, aunque ha
sido casi completamente desechado por la economía académica, no solo subsiste
entre muchos practicantes de disciplinas como la sociología, la historia y la
ciencia política, sino que hace parte del discurso de los populistas de todos
los pelambres, discurso acogido sin beneficio de inventario por buena parte de
la población, especialmente en esas épocas crisis o dificultades económicas que
periódicamente afectan todos los países.
El elemento central de “terraplanismo económico” es la
creencia en que la desigual “distribución del ingreso” es la fuente de todos
los males de la sociedad. En su forma más extrema – y más ampliamente difundida
– es la creencia según la cual la prosperidad de algunos se hace a expensas de
la miseria de la mayoría. Esto procede de Marx, es la llamada “ley de la miseria
creciente del proletariado”, ostensiblemente desvirtuada por la historia.
La fuente de todas las confusiones del “terraplanismo
económico” procede de la teoría de la explotación formulada a mediados del
siglo XIX y cuyo principal exponente es Karl Marx. Entonces, como ahora, la explicación de la
distribución de la producción en términos de explotación resulta muy atractiva
por su aparente simplicidad.
No hay producción sin trabajo. Todos los bienes
económicos son producto del trabajo. En las sociedades de clases los
productores directos – esclavos, siervos o proletarios – no recibe la totalidad
del producto creado por ellos pues los arreglos institucionales permiten que
las clases no trabajadoras – amos, señores o capitalistas – se apropien de una
parte del producto. En la sociedad capitalista, la institución de la propiedad
privada da a los capitalistas el poder de disponer de los medios de producción
y de forzar por tanto a los obreros, mediante el contrato de trabajo, a
vender su fuerza de trabajo solo por una parte de lo que pueden producir. El
capitalista se apropia del resto como una ganancia que obtiene sin esfuerzo
alguno.
El anterior es el enunciado de la teoría de la
explotación. En una economía esclavista o en una economía feudal la realidad de
la explotación parece evidente y se deriva enteramente de las relaciones de
poder. El amo es dueño del esclavo y por tanto del producto de su trabajo; el
señor feudal es dueño de la tierra y puede imponerle al siervo de la gleba la
obligación de pagarle en trabajo o en especie por permitirle cultivar una
porción de tierra para su propio sustento. No es así en la economía
capitalista. El obrero no es propiedad del capitalista, quien tampoco puede
imponerle por la fuerza la obligación de trabajar en su fábrica.
En la economía capitalista la explotación, si es que
existe, se da por medio de relaciones de intercambio. Eso lo entendió
cabalmente Marx. También entendió que la explotación no puede ser el resultado
de relaciones de intercambio contingentes y arbitrarias en la que una parte
impone a la otra su voluntad y que pueden dar lugar a que “el salario sea
inferior al valor de la fuerza de trabajo”. La realidad de la explotación debe
surgir de una teoría del valor general y abstracta que explique las relaciones
de intercambio o, lo que es lo mismo, los precios relativos en lo que se
denomina condiciones de competencia perfecta o de lo que Marx llama el “análisis
general de capital”.
El valor de cambio de cualquier mercancía, es decir,
la cantidad de cualquier otra por la cual puede cambiarse, depende de la
cantidad relativa de trabajo requerida para su producción. Naturalmente, no se
trata de los trabajos concretos sino de lo que queda de después de prescindir
del carácter concreto de la actividad productiva, de la utilidad del trabajo,
es decir, del gasto de fuerza humana de trabajo. Por tanto, para Marx, el valor
de la mercancía sólo representa trabajo humano, gasto de trabajo humano puro y
simple. En este punto, Marx llega al problema de la transformación de los
trabajos concretos en ese trabajo homogéneo sin el cual es imposible determinar
los valores de cambio y determinar la plusvalía. Marx cree resolver el problema
con el siguiente razonamiento:
“… el valor de la mercancía sólo representa trabajo
humano, gasto de trabajo humano pura y simple (…) El trabajo humano es el
empleo de esa simple fuerza de trabajo que todo hombre común y corriente, por
término medio, posee en su organismo corpóreo sin necesidad de una especial
educación. El trabajo simple medio cambia, indudablemente, de carácter según
los países y la cultura de cada época, pero existe siempre, dentro de una
sociedad dada. El trabajo complejo no es más que el trabajo simple potenciado
o, mejor dicho, multiplicado: por donde una pequeña cantidad de trabajo
complejo puede equivaler a una cantidad grande de trabajo simple. Y la experiencia demuestra que esta
reducción de trabajo complejo a trabajo simple es un fenómeno que se da todos
los días y a todas horas. Por muy complejo que sea el trabajo a que debe su
existencia una mercancía, el valor la equipara en seguida al producto del
trabajo simple, y como tal valor sólo representa una cantidad de trabajo
simple”
Este razonamiento que parece muy convincente no es más
que un ardid teórico. El valor del producto de un día de trabajo de un
economista puede ciertamente equipararse al valor del producto de cinco días de
trabajo de un obrero no calificado. Y se puede decir por tanto que un día de
trabajo del economista equivale a cinco días de trabajo del obrero. Pero para
hacer esto es necesario conocer justamente el valor de sus productos o las
remuneraciones de uno y otros. Ciertamente, como dice Marx, esa reducción de
trabajo complejo a trabajo simple se da todos los días. ¿Dónde y cómo se da esa
reducción? No puede ser en otro lugar que en el mercado y en el
intercambio a precios de mercado de los productos del trabajo del economista y
del obrero no calificado. Es decir, tenemos que suponer conocida la relación de
intercambio para determinar las cantidades de trabajo homogéneo que determinan
la relación de intercambio. Racionamiento circular.
La determinación de la plusvalía depende también de
otro ardid teórico. La plusvalía es la parte del valor total producido después
de descontarle el valor del salario, todas las cantidades medidas en tiempo de
trabajo homogéneo:
Plusvalía
= Valor del producto – valor del salario.
Podemos dar por conocido el valor del producto que no
es otra cosa la duración de la jornada de trabajo. Queda por determinar el
valor de salario en tiempo de trabajo para que la operación de la cual surge la
plusvalía tenga sentido. El salario o valor de la fuerza de trabajo
“como el de toda otra mercancía, lo determina el tiempo de trabajo necesario
para su producción”, dice Marx. Y añade:
“La fuerza de trabajo sólo existe como actitud del ser
viviente. Su producción presupone, por tanto, la existencia de éste. Y
partiendo del supuesto de la existencia del individuo, la producción de la
fuerza de trabajo consiste en la reproducción o conservación de aquel. Ahora
bien, para su conservación, el ser viviente necesita una cierta suma de medios
de vida. Por tanto, el tiempo de trabajo necesario para producir la fuerza de
trabajo viene a reducirse al tiempo de trabajo necesario para la producción de
esos medios de vida; o lo que es lo mismo, el valor de la fuerza de
trabajo es el valor de los medios de vida necesarios para asegurar la
subsistencia de su poseedor”
Los medios de vida son un conjunto de cosas
heterogéneas: pan, huevos, leche, etc. En breve, una canasta de bienes y
servicios que suplen las necesidades de los obreros y sus familias. Para
conocer su valor es preciso conocer los precios de las cosas que la conforman.
Y conocido el valor de la canasta, es preciso conocer el salario nominal por
unidad de tiempo de trabajo y poder así determinar el valor del salario en
tiempo de trabajo homogéneo. Una vez más estamos ante un razonamiento circular.
Pero aun suponiendo resueltos los problemas planteados
y “creyendo” que los precios relativos dependen de las cantidades relativas de
trabajo queda el problema mayor, inicialmente señalado por Böhm-Bawerk, de la
contradicción entre la teoría de los precios del Tomo I de El Capital y la
desarrollada en el Tomo III. Este asunto puede ilustrarse fácilmente con la
tabla siguiente, similar a la que presenta Marx en el capítulo IX del tomo III
de El capital, donde aborda el problema de la transformación de los
valores en precios de producción.
Hay cinco ramas de producción con composición orgánica
diferente. La tasa de plusvalía y la tasa de ganancia son las mismas en todas
las ramas. Las diferencias en la composición orgánica hacen que los precios de
producción difieran de los valores en todas las ramas, salvo en aquella cuya
composición orgánica es similar a la composición orgánica del capital agregado.
A Marx parece no preocuparle que los precios de
producción y los valores difieran sustancialmente, de tal suerte que las
relaciones de intercambio no estén regidas en lo absoluto por las cantidades
relativas de trabajo. Señala que, cualquiera sea el modo en que se
regulen los precios, la “ley del valor preside el movimiento de los precios, ya
que al aumentar o disminuir el tiempo de trabajo necesario para la producción
los precios de producción aumentan o disminuyen (…) la ganancia media, que
determina los precios de producción, tiene que ser siempre, necesariamente, igual
a la cantidad de plusvalía que corresponde a un capital dado como parte
alícuota del capital de toda la sociedad”
El
hecho de que la ley del valor no regule las relaciones de intercambio no parece
ser un problema para Marx quien lo escamotea con el argumento peregrino de que
tomadas en conjunto las mercancías cambiadas la suma de los valores es igual a
la suma de los precios de producción. Al respecto, la crítica de Böhm-Bawerk es
contundente:
“¿Cuál
es, en realidad, la función de la ley del valor? No creemos que pueda ser otra
que la de explicar las relaciones de cambio observadas en la realidad. Trátase
de saber por qué en el cambio, por ejemplo, una chaqueta vale 20 varas de
lienzo, por qué 10 libras de té valen media tonelada de hierro, etc. Así es
como Marx concibe la función esclarecedora de la ley del valor. Y es evidente
que sólo puede hablarse de una relación de intercambio cuando se cambian entre
sí distintas mercancías”
Y más adelante:
“Ante el problema del valor, los marxistas empiezan
contestando con su ley del valor, consistente en que las mercancías se cambian
en proporción al tiempo de trabajo materializado en ellas. Pero más tarde
revocan esta respuesta – abierta o solapadamente – en lo que se refiere al
cambio de mercancías sueltas, es decir, con respecto al único campo en que el
problema del valor tiene sentido, y sólo la mantienen en pie en toda su pureza
con respecto al producto nacional tomado en su conjunto, es decir, con respecto
a un terreno en el que aquel problema no tiene sentido”.
Los
marxistas han puesto mucho trabajo y empeño en la solución de lo que se ha
denominado el problema de la transformación. Ninguna de las “soluciones” hasta
ahora aportadas ha dado respuesta a la crítica de Böhm-Bawerk. Es curiosa la
insistencia de los marxistas en la teoría del valor, cuando el propio Marx
reconoce que su ley del valor carece de vigencia en la economía capitalista. El
texto en cuestión es especialmente significativo y merece ser citado en toda su
extensión:
“El
cambio de las mercancías por sus valores o aproximadamente por sus valores
presupone, pues, una fase mucho más baja que el cambio a base de los precios de
producción, lo cual requiere un nivel bastante elevado en el desarrollo
capitalista. (…) Prescindiendo de la denominación de los precios y del
movimiento de éstos por la ley del valor, no sólo es teóricamente sino
históricamente, como el prius de los precios de producción. Esto se
refiere a los regímenes en que los medios de producción pertenecen al obrero,
situación que se da tanto en el mundo antiguo como en el mundo moderno respecto
al labrador que cultive su propia tierra y respecto al artesano”
Es decir, la ley del valor, fundamento de la teoría de
la plusvalía y por tanto de la teoría de la explotación en el régimen de
producción capitalista deja de regir justamente con el advenimiento de ese
régimen de producción. Engels
lo admite de una forma casi candorosa:
“En otros términos: la ley del valor de Marx rige con
carácter general, en la medida en que rigen siempre las leyes económicas, para
todo el período de producción simple de mercancías; es decir, hasta el momento
en que ésta es modificada por la forma de producción capitalista. Hasta
entonces los precios gravitan con arreglo a los valores determinados por la ley
de Marx y oscilan en torno a ellos (…) la ley del valor (…) tiene, pues, una
vigencia económico-general, la cual abarca todo el período que va desde
comienzos del cambio (…) hasta el siglo XV de nuestra era. Y el cambio de
mercancías data de una época anterior a toda la historia escrita (…) la ley del
valor rigió, pues, durante un período de cinco a siete mil años…”
El intercambio de mercancías con arreglo a las
cantidades relativas de trabajo sólo se da en lo que Smith llamara “el estado
primitivo y rudo de la sociedad que precede a la acumulación del capital y la
apropiación de la tierra”. En la economía capitalista, la teoría del valor
trabajo no explica los precios relativos cuando la relación capital
trabajo o la composición orgánica del capital, como la denomina Marx, es
diferente en las distintas ramas de la producción. Si las relaciones de
intercambio no están determinadas por las cantidades relativas de trabajo, la
teoría de la explotación carece de todo fundamento. Los marxistas, sin embargo,
no quieren darse por enterados.
La moderna teoría del valor y de los precios explica
cómo los ingresos monetarios de los productores, trabajadores, rentistas y de
todo el que participa en la vasta red de intercambios de la economía dependen
de la configuración de los precios que gobiernan esos intercambios. Los
ingresos no se distribuyen, sino que se ganan participando en esos intercambios
cuando tenemos un bien o un servicio que tenga valor para los demás. Los “terraplanistas
económicos” no entienden o no quieren entender esa teoría y continúan aferrados
a la insostenible teoría de la explotación.
El terraplanismo del mundo natural, aunque fastidioso,
no muy nocivo pues solo afecta las mentes de algunos incaustos. El “terraplanismo
económico” si lo es en grado sumo porque puede afectar la conducta y las
actitudes de millones de personas frente a las instituciones económicas del
capitalismo sobre las cuales reposa nuestro bienestar y toda la civilización
moderna.
Bibliografía.
Böhm-Bawerk. (1884,1986). Capital e interés.
Fondo de Cultura Económica, México, 1986.
Cuevas, Homero. (2003). Valor y sistema de
precios. Universidad Nacional, Bogotá, 2003.
Marx, Karl. (1867,1971). El capital.
Contribución a la crítica de la Economía Política. Tomo I. Fondo de Cultura
Económica, México, 1971.
Marx, Karl. (1894,1971). El capital.
Contribución a la crítica de la Economía Política. Tomo
III.
Fondo de Cultura Económica, México, 1971.
LGVA
Diciembre de 2019.