El paro agrario: los precios, los
quejosos y los buscadores de renta
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista,
Consultor, Docente Universidad EAFIT
Juan
Felipe Vélez Tamayo
Estudiante
de Economía, Universidad EAFIT
"Uno de los tristes signos de nuestros
tiempos
es que hemos demonizado a los que producen,
subsidiando a los que se rehúsan a producir
y canonizando a los que se quejan."
es que hemos demonizado a los que producen,
subsidiando a los que se rehúsan a producir
y canonizando a los que se quejan."
Thomas Sowell
I
Los precios son el
lenguaje de la economía. Siempre están dando señales, diciendo cosas. En
ocasiones el decir de los precios es grato a nuestros oídos, a nuestros
bolsillos: maravillosos precios de mercado que recompensan nuestro esfuerzo,
nuestro ingenio, nuestra creatividad, nuestra eficiencia. Con frecuencia el
decir de los precios resulta desagradable y odioso: tus costos son excesivos,
tu producto es mediocre, tu producto no tiene demanda, etc. Entonces nos
revelamos contra el mercado injusto que no reconoce nuestro empeño, contra el
mercado cruel que indiferente a nuestro esfuerzo nos juzga por el resultado, contra
un mercado manipulado por intereses monopolistas que nos explotan, que extraen
nuestro sudor, nuestra sangre, nuestra plusvalía. Si ganamos, loas a la mano
invisible; si perdemos, insultos a la mano negra. Usualmente todo eso ocurre en
la esfera de nuestra economía privada: si somos exitosos, confirmamos el rumbo;
si el mercado nos castiga, terminamos por tragarnos nuestra rabia y tratamos de
rectificarlo.
Pero hay épocas en las
que la frustración con el mercado sale de la esfera privada y salta a la esfera
pública. Si se tiene la fortuna de pertenecer a un gremio o grupo de presión
más o menos poderoso, la rabia silenciosa contra el mercado se transforma en
indignación pública y salimos a las calles a protestar contra la injusticia
social, nos declaramos en paro. Nuestra época tiene – como decía Sowell – una
propensión a enaltecer a los quejosos. Las gentes suelen dar por sentada la
justeza de sus reclamos y peticiones que siempre están dirigidas al gobierno, a
ese Leviatán todopoderoso que si lo quisiera podría poner remedio a todos los
males. Sin embargo en la mayoría de los
casos las quejas de los quejosos no son otra cosa que la expresión de su
fracaso en el mercado y los remedios del gobierno meros paliativos que en el
mejor de los casos sólo contribuyen a hacer más traumático y costoso un ajuste
inevitable.
II
Según los promotores del
paro agrario una de las principales causas de la situación del sector
agropecuario es la competencia de importaciones resultantes de los tratados de
libre comercio firmados por Colombia en los últimos años. Al parecer el
gobierno ha aceptado este argumento y anuncia la modificación de esos tratados.
Ignoramos cómo podría hacerlo de forma unilateral, pero ese no es el
punto. Es posible que en algunos
productos hayan aumentado las importaciones, pero en conjunto la participación
de éstas en el PIB agrícola al igual que la de las exportaciones se ha reducido
en los últimos años. La gráfica 1 muestra que el grado de apertura del sector
agropecuario – la suma de importaciones y exportaciones como porcentaje del PIB
- pasó de 25% en 2002, cuando no había ningún TLC, a 17% en 2012. No queremos decir que esto sea bueno, todo lo contrario; pero esos son los hechos: el sector agropecuario es más cerrado después de los TLC.
Gráfica
1
Gráfica
2
III
No hay nada meritorio
en la ineficiencia. Sin embargo, con una desconcertante falta de pudor, los
productores en paro proclaman a los cuatros vientos la suya. Los
cafeteros alegan que sus costos de producción exceden en 25% el precio
internacional y pretenden, sin vergüenza alguna, que los colombianos que
pagamos impuestos cubramos la diferencia. Hay que subsidiarles $ 1.400 por
kilo. ¿No parece mucho? Pues para la cosecha de este año el subsidio
sería de $ 1.000.000.000.000. ¿Y después qué? La respuesta la da sin reato
alguno el representante del Huila en el CNC: “El objetivo es que, al menos, se
garanticen, mientras el precio esté por debajo, los costos de producción”. No
se le ocurre pensar en ajustar el costo de producción al precio internacional
como lo hacen los cafeteros de Vietnam, Brasil, Guatemala y los países africanos
que enfrentan el mismo mercado.
Los azucareros, que no
son precisamente pequeños campesinos empobrecidos, se duelen de las
importaciones procedentes del Brasil. Alegan que la revaluación los está
arruinando. Sin embargo, en 2012 produjeron 2.140.000 toneladas de azúcar de
las cuales se vendieron en el mercado interno 1.406.000. En ese año las
importaciones ascendieron a 188.000 toneladas y las exportaciones a 546.000. El
azúcar tiene un arancel de 16%, pero están clamando por medidas de salvaguardia[1].
Los arroceros, quienes
tampoco son pequeños productores parcelarios, están protegidos por
un arancel del 80% que no parece suficiente para protegerlos, léase bien, de las
importaciones procedentes de Ecuador y Perú. En el TLC con Estados Unidos
obtuvieron un horizonte de desgravación de 19 años. No están contentos. Tampoco
está contento el sector avícola cuya supuesta incapacidad para competir resulta
más que sorprendente teniendo en cuenta que los aranceles que lo protegen
varían entre el 5% y el 164%, con horizontes de desgravación que se extienden
por 18 años. Al parecer tampoco lo están los productores de maíz, frijol, etc.;
ni los empresarios de la agricultura de exportación como bananeros y
floricultores que, aunque hoy no están en paro, presionan periódicamente por los subsidios del gobierno y la devaluación
de la tasa de cambio. La Tabla 1 muestra los aranceles de referencia y los horizontes de desgravación para algunos productos.
Tabla
1
IV
Se puede sentir
simpatía por los cultivadores de la Unión, el municipio papero de Antioquia, o
por los lecheros de San Pedro de los Milagros, también en Antioquia, y, en general, por todos los
productores agrícolas. Pero también se siente simpatía por los asalariados
urbanos que son quienes terminan asumiendo los sobre costos de una oferta
agrícola ineficiente.
Gráfica
3
Sólo seis alimentos de
la canasta familiar – leche, arroz, frijol, papa, huevos y azúcar – representan
poco más del 10 % del valor de la canasta de las familias de bajos
ingresos que son más del 80% de la población. Los
aranceles proteccionistas a ese grupo de alimentos y a los productos agropecuarios en general son tremendamente regresivos.
Tabla
2
V
En río revuelto,
ganancia de pescadores y buscadores de renta. Las almas generosas se conmueven
ante la vista de los campesinos enruandados que entrevistan los periodistas y
creen candorosamente que ellos representan los beneficiarios de la protección
arancelaria y los subsidios del gobierno. Mas no siempre es así. En junio
pasado la revista Dinero publicó los resultados financieros de 2012 de las
5.000 empresas más grandes del país, incluidas 181 del sector agropecuario. Sin
duda alguna falta información de miles de unidades de explotación, pero la
reportada no deja de tener cierto interés. En conjunto las empresas
agropecuarias vendieron más de US$ 6.200 millones; la mayor de ellas poco más de US$
300 millones y la menor no menos de US$ 8 millones. Quince empresas vendieron más de US$ 100
millones; 18 entre 50 y 100; 120 entre 20 y 50 y 28 menos de 10.
Tabla
3
Las cinco mayores
empresas tienen el 16% del mercado y el índice de concentración HH de las
ventas es de sólo 139 puntos. Sin embargo, cuando se analizan cada uno de los
sub-sectores los indicadores de concentración se elevan considerablemente. La
Tabla 5 reporta las cuotas de mercado de las cinco mayores empresas de cada
sub-sector y los respectivos índices HH de concentración. Puede haber alguna
sobre-estimación, pero las cifras sugieren que cuando se habla del sector
agropecuario no siempre se trata de pequeños campesinos desamparados. Tras
éstos están los buscadores de renta tratando de apropiarse a nombre de
los pobres del presupuesto público.
Tabla
4
VI
Es necesario decir
algunas palabras sobre la tasa de cambio. El peso se ha revaluado
nominalmente y ello puede haber afectado levemente la competitividad de la
economía. En todo caso no tanto como señalan ciertos analistas que le atribuyen
el supuesto descalabro del comercio exterior. La gráfica 4 muestra la evolución
del Índice de la Tasa de Cambio Real desde 2002. Entre 2010 y 2012 se presenta
una revaluación real del peso más no tan significativa como podría haberse registrado dada la prodigiosa
expansión de la base monetaria de los Estados Unidos que muestra en la gráfica
5.
Gráfica
4
Gráfica
5
No obstante la
evolución del ITCR entre 2002 y 2013, el saldo de la balanza comercial, como se observa en la tabla 5, es
favorable en todo el período, incluso entre 2010 y 2012, años en los que se registró la
mayor apreciación real del peso. La balanza comercial del sector agropecuario
arroja un superávit de US$ 159 millones en 2010; un déficit de US$ 267 millones en 2011 y un nuevo déficit de
US$ 69 millones en 2012. A junio de 2013
se presenta un superávit de US$ 221 millones.
Tabla
5
VII
Los malos diagnósticos
dan lugar a malas políticas, éstas llevan a la frustración y al desencanto y,
eventualmente, a nuevos paros. Es ingenuo pensar, como parece creer el
gobierno, que pueda adelantarse una política de protección arancelaria sin que
ello dé lugar a respuestas semejantes de parte de los socios comerciales del
país y al incremento del contrabando. Como se ha mostrado antes, aún con un
grado de apertura bajo y declinante, la balanza comercial agropecuaria ha sido
favorable al país en la última década. Una política proteccionista, además de
tener efectos negativos sobre la inflación y el empleo, podría dar al traste
con el incipiente desarrollo de una agricultura de exportación. Atribuirle los
problemas del sector agropecuario a los TLC y obrar en consecuencia sería un
grave error de política pública.
Los resultados de la
última Encuesta de Opinión Empresarial Agropecuaria (EOEA) del mes de julio sugieren la existencia de un
problema con el costo de los insumos que representan un 80% de los costos
totales de la producción agropecuaria. Solamente el rubro de los fertilizantes
tiene un peso que varía entre el 15% y el 30% de los costos totales. Faltaría
revisar la existencia de un oligopolio en el sector de agro-insumos,
principalmente de pesticidas y fertilizantes. Por lo pronto es adecuada la
anunciada decisión del gobierno de reducir o eliminar los aranceles a su importación.
Es necesario que el
gobierno distinga entre los buscadores de renta y los pequeños agricultores.
Frente a estos últimos pueden ser convenientes medidas de emergencia en materia
de crédito. A mediano y largo plazo habría que establecer programas de
micro-créditos, tanto públicos como privados; así como la promoción de su tecnificación
y programas de asistencia auspiciados el Ministerio de Agricultura y el ICA,
que se centren en la diversificación de la canasta productiva, el manejo de
recursos y la transferencia a otros sectores más competitivos. Programas de esa
naturaleza han tenido buenos resultados en países como Chile y Perú para no
irnos muy lejos. En menos de una década Chile se tornó en el principal
exportador de uvas y en el quinto de manzanas y duplicó las exportaciones de su
sector agrícola, sin necesidad de apelar a una política proteccionista. El caso
de Perú, país de características similares en muchos aspectos a Colombia, es
incluso más impresionante. También en el
marco de una apertura comercial, se enfocó exitosamente en el mercado de
espárragos y mango fresco y sus exportaciones agrícolas se han septuplicado.
Debe buscarse también, en el corto plazo, la reapertura del mercado de
Venezuela, país que no tiene un sector agrícola fuerte y que está muy
necesitado de nuestros productos.
Existen pues opciones
diferentes al retorno al modelo proteccionista que algunos defienden con el
argumento peregrino según el cual “nuestros campesinos no son capaces de
abarcar y entender todas esas normas y nuevas tecnificaciones”. Una política agropecuaria que parta del
supuesto de que nuestros campesinos son tontos y no responden a incentivos bien
diseñados sólo puede conducir al asistencialismo y a la perpetuación del atraso.
También es peregrino el argumento según el cual el sector agropecuario no puede
exportar por las falencias de la infraestructura, como si esa misma infraestructura
deficiente, cuyos costos se trasladan a los precios, no fuera la que se utiliza
en las importaciones.
Preocupa que la
debilidad del gobierno lo lleve a enfrentar la coyuntura con una piñata de
subsidios, de la que a la postre los mayores beneficiarios serán los tradicionales
buscadores de rentas, y con medidas proteccionistas cuyo efecto será anulado
por reacciones similares de nuestros socios comerciales y que finalmente solo
conseguirán aumentar el precio de los productos agrícolas y generar presiones
alcistas sobre el salario atizando al mismo tiempo la inflación y el desempleo.
LGVA y JFVT.
Agosto de 2013.