César Gaviria o la decadencia de la política
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista
Un político colombiano típico inicia su periplo como un
vulgar manzanillo municipal, pasa luego por una alcaldía o una gobernación, le
siguen un par de períodos en el congreso y, si tiene suerte, alcanza una
cartera ministerial. La mayoría terminan allí o en alguno de los escalones
intermedios, con más pena que gloria. Unos pocos llegan a la presidencia,
maduran y, si abandonar por completo las viejas mañas, terminan convertidos en
“hombres de estado”, que se han ganado un lugar en la historia del País. César
Gaviria Trujillo, parece, ha decidido hacer el camino inverso, después de haber
hecho un gobierno de tanta significación y alcance transformador.
Hace algunos meses, ante empresarios que lo visitaron
para conocer su parecer sobre el desastre de la alcaldía de Quintero Calle en
Medellín, manifestó, con una mezcla de cinismo y fanfarronería, que ese
muchacho era suyo. Después se le ha visto con “su muchacho” en eventos
deportivos, ataviados con camisetas de la selección Colombia. En los medios se
ha hablado también de otros encuentros, digamos, más íntimos, menos públicos,
quiero decir.
El apoyo de Gaviria a “su muchacho” ha sido decisivo
para sabotear, con éxito hasta ahora, el avance del proceso de revocatoria.
Otro de sus amigos – o será mejor decir “otro de sus muchachos” – un tal César
Augusto Abreo lo tiene empantanado con vulgares subterfugios en ese escampadero
de lagartos de quinta llamado Consejo Nacional Electoral.
La verdad es que el retorno de Gaviria al estercolero
del manzanillismo empezó estando todavía en la presidencia, cuando mandó a la
entonces Canciller Nohemí Sanín de Rubio a recorrer todos los pequeños estados
insulares del Caribe para conseguirle, a punta de sonrisas y pequeñas dádivas,
los votos necesarios para hacerse elegir como Secretario General de la OEA,
donde estuvo diez años. Aparte de una intensa vida social en los restaurantes y
bares de Washington, su única actuación memorable mientras estuvo en el alto
cargo fue su complicidad con el fraude electoral en la Venezuela de Hugo
Chávez.
Vuelto a Colombia se hace elegir director del Partido
Liberal y corre al Palacio de Nariño para hablar con “Alvarito” y ofrecerle el
apoyo del liberalismo, el mismo que lo había dejado solo en las elecciones de
2002 en las que obstinadamente sostuvo la candidatura de Horacio Serpa. El
problema es que ya habían pasado casi quince años desde que “Alvarito” era el
disciplinado senador que tramitaba en el congreso los proyectos de ley más
complejos de su gobierno. “Alvarito” había crecido y se había hecho elegir
presidente por su propio movimiento político, en ese momento el más fuerte
electoralmente. El partido liberal no existe, César – le dijo “Alvarito”.
Y así nació uno de los más enconados odios de la política
colombiana, odio por el que Gaviria ha casi liquidado al partido liberal,
despojándolo de toda vocación de poder, y por el cual parece dispuesto a poner
en riesgo la democracia y la libertad en Colombia dando su apoyo a Gustavo
Petro.
Me parece increíble que, dados los antecedentes de
Petro y las propuestas políticas contenidas en su autobiografía, César Gaviria
Trujillo no entienda que un gobierno de aquel sería desastroso para el País. Como
todavía pienso que Gaviria es un demócrata, creo que el odio contra Uribe y la
más ruin codicia personal lo tienen enceguecido al punto de creer que puede
controlar a Petro y al mismo tiempo satisfacer su ambición política y
económica.
Afortunadamente, hoy, el “glorioso partido liberal”,
es un partidito que difícilmente llega al 10% de los votos en una elección
presidencial; votos estos que, por lo demás, se reparten entre dos o tres
decenas de pequeños caciques que más bien poco obedecen al flamante director
del liberalismo. Muy probablemente, el apoyo de Gaviria a Petro no le bastará a
éste para alcanzar la presidencia, pero si será suficiente para acabar con el
poco prestigio que le queda a aquel y para enviarlo de pleno derecho a la
galería de la infamia política colombiana.
LGVA
Febrero 2022.