Iván
Duque y la renovación de la política colombiana
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista,
Universidad EAFIT
Iván Duque Márquez está
sorprendiendo a todo mundo, gratamente a unos ingratamente a otros. Escribe
bien – de forma clara y concisa – y habla mejor. En un tono calmado pero firme
responde de manera informada y aguda las impertinencias, que no preguntas, de
los periodistas que tratan de hacerlo ver como un títere de Uribe, y los
improperios de sus rivales que buscan otro tanto. De la Calle y Petro mordieron
el polvo cuando se insolentaron con él en el foro de la Universidad de
Columbia.
Como todos los candidatos, porque a fin de cuentas el
mercado político es un intercambio de votos por promesas, Duque anda hablando las cosas que gustan a todo mundo y que la gente ingenuamente cree
que su obtención depende de la acción del gobierno: comida abundante y barata,
salud y educación para todos, trabajo digno y bien remunerado, sostenibilidad
ambiental, etc., etc. A mí también me gusta todo eso, pero como liberal
decimonónico me conformo con tener un
gobierno barato y poco entrometido. Duque ha sido el único que ha propuesto la
reducción de impuestos y del gasto público, menor regulación de la economía y
focalización de subsidios. En las actuales circunstancias eso me basta para
votar por él.
Pero lo que más me gusta de Duque
es que su llegada a la presidencia puede permitir una renovación generacional e
ideológica de la política colombiana. De llegar a ser elegidos, casi todos los
rivales de Duque y sus respectivas fórmulas vice-presidenciales, terminarían su
mandato en edad de jubilación o muy cerca de ella. De hecho, algunos ya
deberían estar en uso de buen retiro. Y es que la edad importa, por aquello de
que se es hijo más de su época que de los propios padres, como gusta decir mi
esposa Gloria Cecilia.
Entre todos los candidatos,
Duque es el que tiene el recuerdo vivencial más remoto del Frente Nacional y de los tres gobierno en los que se prolongó y de
la ideología económica predominante en la época: el reformismo agrario y el
proteccionismo industrial. El intervencionismo de estado fuerte nace en los
años 30, especialmente a partir de la reforma constitucional de 1936 y de la
famosa ley 200 del mismo año, con su lema de “la tierra al que la trabaja”. Dos
discípulos de Lopez Pumarejo - Lleras Camargo y Lleras Restrepo - resucitaron en los años 60 como política
fundamental del estado el reformismo agrario, adobado esta vez con el
pensamiento de la CEPAL y su política de protección industrial que Colombia acogió
con especial fervor.
Lleras Restrepo llevó a su
máxima expresión el proteccionismo y el intervencionismo estatal con su
estatuto cambiario, decreto 444 de 1967, y su portentosa reforma administrativa
de 1968, que nos legó un instituto descentralizado para cada asunto de la vida
económica y social. Todo ese aparato se mantuvo prácticamente incólume hasta
los gobiernos de Virgilio Barco, que desmontó el estatuto cambiario, y el de
Cesar Gaviria, que hizo la apertura económica y acabó con buena parte de la
vieja institucionalidad intervencionista. Probablemente los historiadores del
futuro los verán como los dirigentes que iniciaron la recuperación de la
tradición liberal clásica en Colombia, ahogada en la batalla de La Humareda y
en la embriaguez de Rafael Uribe Uribe con las fuentes del socialismo.
Aunque en cierto sentido
todos fueron pupilos de Gaviria, ninguno de los presidentes que lo sucedieron –
Samper, Pastrana, Uribe y Santos – fue capaz de profundizar en las reformas liberales
pero tampoco osaron echarlas completamente atrás. Probablemente este
inmovilismo se explique por un compromiso emocional con el asistencialismo
desaforado consagrado en la Constitución de 1991 que ha llevado a un
desequilibrio estructural de las finanzas públicas que no ha podido ser
remediado por las 20 reformas tributarias que se han hecho desde 1990, y a la
institucionalización del parasitismo social, caldo de cultivo de las propuestas
de “todo gratis o fiado” que invade a todas las campañas electorales.
Sergio Fajardo puede tener alguna razón cuando afirma que hoy la disyuntiva en Colombia no es entre izquierda y derecha;
pero se equivoca al creer que eso supone que no existan divergencias ideológicas
profundas sobre el tipo de sociedad a la que se aspira y sobre la naturaleza de
la acción del estado. Hoy, en Colombia, hay una lucha que aún no es
completamente explícita pero que se viene dando en el mundo desde hace varias
décadas. Es la lucha entre los partidarios del estado asistencialista y que se
entromete en todo y los defensores de mayor libertad de mercado, menos intervención
y menos impuestos. Los primeros están presentes en todos los partidos y dominan
todavía la política colombiana. Los otros, que por simplicidad llamaré los “más
liberales”, también están en todos ellos pero por lo pronto son minoría.
En 10 o 15 años, los
miembros de la generación mayor – la de Uribe, Santos, Gaviria, Petro, de la
Calle, Fajardo, Robledo, Ramirez, etc. – que están quemando sus últimos
cartuchos en política, estarán muertos o
retirados pergeñando sus memorias. Iván Duque puede ayudar a jubilarlos
liderando la llegada a los cargos directivos del gobierno de una generación completamente
desligada del frente-nacionalismo, el proteccionismo y el agrarismo y menos
respetuosa de la Constitución del 91 y su asistencialismo rampante que ha
mal acostumbrado a amplios sectores de la población que no parecen creer que deba
existir algún vínculo entre el esfuerzo personal y los resultados. Pienso en
personas como Rafael Nieto y Paloma Valencia, de su propio
partido, pero también en gentes de otros partidos: Miguel Gómez y Juan Carlos
Pinzón y, tal vez, los hermanos Galán, Simón Gaviria, Rodrigo Lara y, quienes para mí son las promesas del resurgimiento del liberalismo colombiano de
verdad, Daniel Raisbeck y Vanesa Vallejo.
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Marzo de 2018.