¿Qué hacer con las Cajas?
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista
Las Cajas de Compensación Familiar se crearon en los
años 50, con el apoyo decisivo de los empresarios de entonces. Se llamaron
“cajas” porque su propósito era recaudar un recargo sobre la nómina para
distribuirlo entre los trabajadores de menor ingreso y así “compensar”, en
alguna medida, la diferencia de remuneración entre los asalariados.
Durante años ese recargo no pareció ser un problema
para las finanzas de las empresas ni se identificó como un obstáculo para la
generación de empleo. El crecimiento de la economía colombiana y el progresivo
aumento de la presión fiscal sobre las empresas llevaron, el primero, a la
transformación de las cajas en empresas de servicios y, el segundo, al
surgimiento de la tesis según la cual ese recargo obstaculiza
la generación de empleo formal.
En efecto, el aumento de la productividad de la
economía fue llevando, a lo largo de los años, a la elevación de los salarios y
a la reducción relativa de la fuerza laboral que podía beneficiarse del
subsidio monetario. Fue así como las cajas, en particular las de las grandes
ciudades, empezaron a tener excedentes cada vez más grandes que sus
administradores invirtieron en las más variadas actividades y servicios para
sus afiliados y el público en general.
Las Cajas se fueron llenando de supermercados,
droguerías, hoteles, bibliotecas, piscinas, aulas, camas, cafeterías, ópticas,
quirófanos, laboratorios clínicos, ferreterías, etc. y ofreciendo servicios de
salud, recreación, alimentación, construcción, turismo, etc. Los administradores
Colsubsidio, la Caja más solvente, tuvieron la ocurrencia de construir un
teatro y de importar reproducciones de pinturas célebres y libros de arte. El
crecimiento de los ingresos de las Cajas y su creciente capitalización
atrajeron la atención de sucesivos gobiernos que produjeron legislación para regular al uso
de los aportes, dando prioridad a la vivienda y la educación.
Las Cajas hacen mucho más que recaudar aportes y
distribuir subsidios. Hoy el Sistema de
Compensación Familiar (SCF) está compuesto por 68 Cajas, que, en 2018, tenían
activos por más de 21 billones de pesos, vendieron servicios por 19,4 billones y
recaudaron 7 billones de aportes de 679 mil empresas con 9,7 millones empleados cotizantes y 11.4 millones de personas dependientes. Estas cifras
ilustran el tamaño del SCF y, al compararlas con las de 1998, evidencian su
notable crecimiento en 20 años. Pero hay otros hechos que deben destacarse.
El SCF en su conjunto está más endeudado, 50% frente a
38%, y se ha elevado la importancia de los aportes en su financiación, pues
pasaron de 28% a 36% de los ingresos por servicios. Las empresas afiliadas se
multiplicaron por 3.8, los cotizantes por 2.8 y los dependientes por 1.8. Esto
significa que entraron al sistema empresas de menor tamaño – el número de
empleados por empresa pasa de 19 a 14 – y que el tamaño de las familias es más reducido, lo cual se traduce en menos subsidios monetarios, pues estos
se entregan por cada hijo menor de doce años.
Desde hace tiempo se insiste, para incentivar el
empleo formal, en que se deben eliminar los aportes del 4% y financiar el SCF
con impuestos generales. Esto no parece ser una buena idea.
Lo que importa a las empresas es la utilidad que queda
después de cubrir los costos y pagar los impuestos. Que esta aumente por menos
impuestos o por la eliminación de los aportes de nómina es algo completamente
irrelevante para la generación de empleo. La eliminación de los aportes y su
sustitución por recursos del presupuesto nacional nos lleva a un escenario algo
problemático.
Los consejos directivos de las Cajas están integrados
por representantes de los empleadores y de los trabajadores. Por eso, como
ocurre en cualquier empresa en cuya junta directiva tomen asiento personas que
no tienen comprometido su propio dinero, las Cajas, en lo fundamental, son controladas
por la administración.
Por disponer de unos ingresos que llegan sin mayor
esfuerzo y amparados en los “objetivos sociales”, los administradores de las
Cajas manejan los recursos con excesiva soltura, acometiendo inversiones poco o
nada rentables o desarrollando actividades cuyos ingresos escasamente cubren
los costos operativos. Como consecuencia de ello, todas las Cajas tienen sus
elefantes blancos más o menos grandes. Sin embargo, aunque en algunas Cajas,
especialmente las pequeñas, se han presentado casos, el conjunto del SCF ha estado
libre de los grandes escándalos de corrupción y del desgreño administrativo
característicos de las empresas del estado.
Si las Cajas empiezan a ser financiadas por el
presupuesto nacional, pronto terminarán convertidas en empresas industriales y
comerciales del estado y a sus juntas directivas llegarán inexorablemente los
representantes de la clase política; quizás de lo peor de la clase política,
pues con un presupuesto de 25 billones de pesos, el riesgo de que el SCF se
convierta en un nuevo coto de caza de los corruptos es muy elevado.
La reforma verdadera y radical del SCF pasa por sacar
a las Cajas de limbo en el que se encuentran, transformarlas en sociedades por
acciones y entregarlas a los trabajadores, que son sus verdaderos propietarios,
pero esto solo puede hacerlo un gobierno verdaderamente liberal. Entre tanto,
en lugar de entregarlas a los políticos, es mejor dejarlas como están, con algunos
cambios que introduzcan algo de competencia en el Sistema y lo preparen para su
privatización.
Lo primero es permitir que sean los trabajadores, en
lugar de las empresas, quienes decidan a cuál Caja se quieren afiliar, como
ocurre en el sistema de salud. Se les deben imponer, en segundo lugar, metas de
equilibrio financiero, acompañadas de una reducción gradual de los aportes de
nómina, de suerte que, en un período de tiempo, cuya duración debe determinarse
con algún rigor, sean auto-suficientes en todas sus actividades.
La eliminación gradual de los aportes de nómina debe
traducirse en un aumento equivalente de los salarios de los empleados, porque finalmente
dichos aportes son un ingreso salarial al que se le dio una destinación
específica al igual que el destinado a la financiación de la seguridad social
en salud y pensiones.
Las Cajas tienen un inmenso capital físico y un
personal especializado en las diversas actividades que adelantan. Con la
competencia por la afiliación, algunas Cajas desaparecerían y otras serían absorbidas
por las que se tornen más eficientes y competitivas. Esto no hay que lamentarlo
pues el conjunto del sistema terminará conformado por empresas con mejores servicios, altamente productivas,
rentables y generadoras de valor.
LGVA
Enero de 2020.