Aníbal
Galindo, el economista colombiano del Siglo XIX.
(A
la memoria de Jesús Antonio “Chucho” Bejarano Ávila)
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista,
Docente Universidad EAFIT
Presidente,
Fundación ECSIM
I
La escena, real o
ficticia, pudo haber ocurrido en Bogotá en junio de 1862. El gobierno del
general Tomás Cipriano de Mosquera acaba de decretar el curso forzoso de los billetes
emitidos por la Nación y está decidido a imponerlo a punta de espada. Un
zapatero, ex – combatiente del alzamiento militar que llevó a Mosquera al poder
– está siendo detenido por negarse a recibir los papeles del gobierno a cambio
del producto de su trabajo. ¡Economista, economista! - grita el artesano, para
llamar la atención de un sujeto que acierta a pasar en ese momento por las
cercanías de su taller – venga acá, lo pongo a usted por testigo, dígame si es
verdad que estos papeles son dinero corriente, si es justo que a cambio de
ellos quieran despojarme del valor de mi trabajo.
El economista en
cuestión es Aníbal Galindo y la escena descrita marca el comienzo de su
artículo burlesco “El papel moneda”, publicado en el periódico La Paz, en
febrero de 1863, para ridiculizar, a la manera de Bastiat, los despropósitos de
un gobierno autoritario que pretendía fabricar oro con las prensas
litográficas, según diría el mismo Galindo años después. El artesano evita ser
llevado a prisión aceptando los papeles del gobierno en pago de los botines y
pagando a su turno, esa sí en dinero contante, una multa por su
insubordinación. Se inicia luego un delicioso diálogo en el que Galindo le
explica los principios de la economía política y la libertad comercial que el
inteligente artesano encontrará increíblemente sencillos.
II
Este pequeño episodio
define lo que fue la actitud de Galindo frente a la vida y la sociedad de su
época. Se vio siempre a sí mismo como un economista liberal, es decir, como un
intelectual preocupado por entender racionalmente los problemas de la economía,
proponer soluciones e ilustrar a sus contemporáneos en los principios de la
libertad comercial.
Descendiente de una
acaudalada familia[1],
nació en Coello, pequeña población del Tolima Grande, en 1834, y murió en
Bogotá en 1901. Le cupo pues vivir el período turbulento de conformación de la
nación colombiana – marcado por las guerras civiles y la inestabilidad constitucional
- y el de la integración poco exitosa de su economía a los flujos del comercio internacional
y de inversión de extranjera[2]. Entre
1830 y1901, Colombia padeció 9 guerras civiles de carácter general, 14 guerras
civiles locales, dos guerras internacionales – ambas con Ecuador – y se
promulgaron 7 constituciones[3]. Esa
es también la época en la cual se producen las grandes transformaciones
políticas y económicas del País que permiten la liquidación del régimen
colonial y la aparición paulatina, conflictiva e imperfecta de las
instituciones características de la economía capitalista.
De ambos procesos, que
naturalmente está profundamente articulados, Aníbal Galindo será protagonista
activo: combatiente de dos guerras civiles, congresista en varias
oportunidades, gobernador de los estados de Cundinamarca y Tolima, funcionario
público de varias administraciones nacionales, comerciante y empresario exitoso,
abogado litigante, secretario la embajada de Colombia ante gobiernos de
Inglaterra y Francia, representante en las negociaciones de límites con
Venezuela y Perú, catedrático universitario, periodista y estudioso permanente
de los problemas económicos del País. El debate sobre proteccionismo y libre
cambio, la liquidación de los impuestos coloniales y su sustitución por una
tributación moderna, la naturaleza de la intervención del estado en la
economía, el desarrollo del sistema monetario y financiero, la importancia de
los ferrocarriles, la cuestión de las tierras baldías y los bienes amortizados,
en fin, la significación las ideas socialistas frente al liberalismo; son
algunas de las cuestiones de las que se ocupará en sus escritos económicos
caracterizados todos ellos por el empleo pertinente de la teoría económica, el
conocimiento de la historia, las referencias permanentes a la experiencia de
otros países y el uso, hasta donde los permitían las circunstancias, de las estadísticas y los datos duros.
Naturalmente, Galindo
no tuvo una educación económica formal. Estudia en Bogotá en el seminario de
los jesuitas y en los colegios del Rosario y San Bartolomé. En este último se
gradúa de abogado en 1852, a la edad de 18 años. En San Bartolomé seguramente asiste
a la cátedra de economía política impartida por Ezequiel Rojas Ramirez; pero su
verdadero aprendizaje de la economía y la hacienda pública se iniciará durante
su trabajo como sub-director de rentas nacionales, entre 1855 y 1857, en la
administración del presidente Manuel María Mallarino. A propósito de esta
experiencia señala en sus Recuerdo
Históricos:
“Teniendo
que preparar en aquel delicado puesto trabajos serios sobre aduanas, salinas,
ferrocarril de Panamá, timbre nacional, tierras baldías, bienes nacionales,
etc., etc., para los cuales no bastaba saber hacer discursos o escribir
artículos de política, tuve necesidad de aplicarme á estudios económicos
serios, sobre estas materias, en los cuales perseveré y llegué á adquirir
bastante suficiencia”.
En su formación como
economista tendrán importancia los tres viajes que a lo largo de su vida
realizará a Europa: el primero en 1856; entre 1857 y 1859, el segundo, y entre
1866 y 1868, como encargado de negocios y secretario de la legación de Colombia
ante Francia e Inglaterra, el tercero. Durante la segunda estadía reside en
Londres y escribe artículos sobre asuntos económicos y políticos para el
periódico El Vapor, publicado en Honda[4]. Más
importante aún para su formación será su tercera estadía durante la cual
redacta[5] el
que puede considerarse como el más académico de sus escritos: Teoría de los Bancos. Estudio sobre la
organización del Banco de Inglaterra.
El texto se publicará en 1869 y, según Galindo, será “el escrito que más
influyó para determinar el establecimiento del primer banco en Bogotá”. Durante
muchos años servirá de texto para la enseñanza de la materia en la Universidad
Nacional y el Colegio del Rosario. De estos viajes obtendrá también Galindo un
gran conocimiento del inglés[6] y
del francés lo que le permitirá el contacto de primera mano con la obra de los
principales economistas clásicos.
Galindo participó
activamente en la vida política de su época. Fue militante del partido liberal,
en el ala radical llamada “Gólgota”[7],
de la que hicieron parte también Manuel Murillo Toro, Aquileo Parra, Salvador
Camacho Roldán, Januario Salgar, los hermanos Samper – José María y Miguel – y
Carlos Martín, entre otros. Fue congresista en varias oportunidades y además de
la ya mencionada sub-dirección de rentas nacionales, se desempeñó (1874 – 1875)
como secretario de estadística de la administración de Manuel Murillo Toro y
como ministro de hacienda del gobierno de José Eusebio Otálora en 1883.
Como jefe de la oficina
de estadística publica el primer anuario estadístico de Colombia con
información sobre territorio, población, gobierno, división
político-administrativa, educación, criminalidad, producción, comercio
exterior, moneda, comunicaciones, rentas e impuestos, deuda pública, etc. Con
base en las memorias al congreso de sucesivos secretarios de hacienda construye
para ciertas variables series estadísticas desde 1831[8]. Su
paso por el ministerio de hacienda fue extremadamente breve, sólo 15 meses,
pero le cupo enfrentar una grave crisis fiscal que sorteó obteniendo de la
Compañía Universal del Canal Interoceánico un empréstito de 2.5 millones de
francos. En 1886 es nombrado, también por breve período presidente provisorio
del estado de Tolima y en 1894, en ejercicio de su último empleo como
funcionario público, viaja a Perú a negociar los límites amazónicos.
En 1880 Galindo publica
su obra fundamental, Estudios económicos y fiscales, en la que reúne sus
principales escritos económicos, “fruto de 25 años de aplicación al estudio de
esta ciencia de la economía política”, dirá su dedicatoria a la Sociedad de
Economía Política de Paris[9]. Los
últimos años de su vida los consagrará a la redacción de sus obras
históricas: Las batallas decisivas de la
libertad de 1888 y Recuerdos
históricos de 1900[10].
III
Aníbal Galindo era
todavía un mozalbete cuando Florentino Gonzalez[11],
secretario de hacienda del primer gobierno del General Tomás Cipriano de
Mosquera, obtuvo del congreso la aprobación de la reforma aduanera (ley del 14 de
julio de 1847) y la eliminación del estanco del tabaco (ley del 24 de mayo de
1848) que marcaban el inicio del desmonte del régimen fiscal y del sistema
proteccionista heredados de la colonia. Años más tarde, en sus Apuntamientos, indicará que en 1847 se
da inicio a las grandes reformas liberales que podrán fin al sistema
proteccionista establecido desde la independencia y que había fracasado en su
objetivo de estimular el desarrollo de la industria nacional:
“Los
26 años que duró en ejercicio el sistema proteccionista que restringía con
altísimos derechos la importación de los tejidos de algodón, destinados al
consumo general de la población, y el calzado, los muebles, la ropa hecha, las
sillas de montar, la cerveza, el hierro y el cobre en bruto, la harina, la
pólvora, el sebo manufacturado, la loza y otros artículos de producción
nacional, no dejaron la menor huella de progreso o adelanto en la industrial
del país. Por el contrario, esta manufacturas adormecidas con la protección de
la ley, mantenidas por un impuesto odioso e injusto, que gravaba en favor de
unos pocos la generalidad de los contribuyentes, lejos de adelantar, fueron
retrogradando; y cosa ¡singular! el país no ha tenido artesanos de primera
clase (...) que rivalicen con los productos extranjeros, sino cuando en medio
de la libertad el estímulo de la competencia los ha obligado a formarse”[12].
Sin embargo,
apartándose del radicalismo de Florentino Gonzalez[13], Galindo
acepta cierto grado de protección a ciertas industrias nacientes:
“Es
cierto que nuestro país está llamado principalmente a suministrar a la
industria manufacturera del viejo mundo los materiales que sus máquinas
transforman en esa infinidad de objetos que satisfacen nuestros más raros
caprichos; pero también es cierto que sólo las tribus semisalvajes pueden tener
una industria única, igual, común, vaciada, estereotipada en el mismo molde.
Después de todo, todo pueblo, por pobre y atrasado que sea, necesita
diversificar sus ocupaciones, so pena de dejar muchas facultades sin empleo,
muchos brazos sin trabajo. Todos no podemos ocuparnos en la ganadería, en la
minería o en los rudos trabajos de la agricultura (...) todo pueblo necesita
aclimatar en su propio suelo ciertas industrias (...) aunque al principio tenga
que hacer grandes sacrificios para fundarlas, para que a la larga compre sus
productos a más bajo precio produciéndolos en el país que comprándolos en el
extranjero (...) es más económico hacer grandes anticipaciones para aclimatar
esas artes en el país, que quedarse perpetuamente importando sus productos del
extranjero...”[14].
Corresponde al gobierno
estimular el desarrollo de este tipo de industrias, principalmente mediante
la capacitación de los trabajadores:
“...entre
el sistema protector que produce el resultado de imprimir a la actividad
nacional una dirección distinta de la que hubiera tomado en medio de la
libertad; entre esto y la iniciativa que un Gobierno previsor e ilustrado debe
tomar para educar el trabajo nacional a fin de hacerlo más inteligente, más
fecundo, más productivo, hay toda la distancia que separa el error de la verdad
y el torpe abandono (...) de la actividad inteligente y previsora del verdadero
hombre de estado”[15]
IV
Aníbal Galindo llegó a
ser un intervencionista moderado; aunque en los primeros años de su actividad
pública, al igual que la mayor parte de sus colegas de generación
liberal radical, cifró unas esperanzas ingenuas y exageradas en los efectos que
sobre la actividad económica tendría la aplicación irrestricta del “dejar
hacer”. En su Memoria sobre el servicios postal francés, escrita en 1868, recuerda
no sin ironía la forma en que Rafael Núñez y él aplicaron el principio del
“dejar hacer” cuando eran funcionarios de la administración de Mallarino. Vale
la pena citar en extenso ese delicioso texto:
“En
1856, siendo yo director general de rentas, y cuando estaba de moda, como el
non plus ultra del liberalismo, la doctrina económica del dejar hacer, falsa como principio absoluto, verdadera solo en su
acepción paradójica, de que los gobierno deben dejar hacer todo aquello que no
deban hacer; en 1856, digo, nos propusimos el señor Núñez secretario de hacienda
y yo, dejar hacer los correos, es
decir, dejar sin comunicación a los pueblos que estábamos encargado de servir.
Entonces suprimimos, como medida liberal, la mayor parte de los correos
internos, dejándolos reducidos a unos pocos que ponían en comunicación la
capital de la república con las capitales de provincia y con las
administraciones de renta. Creo que mi ilustrado amigo el señor Núñez, que
después se ha puesto en contacto con el mundo civilizado, recordará este acto,
no diré con vergüenza, pero si con tristeza. La comunicación acelerada de los
diversos pueblos que conforman una nación, es una necesidad tan urgente como la
de que se administre justicia y que haya una fuerza pública que reprima a los
malos y de seguridad a los inocentes”[16].
En diversos escritos
Galindo abordó el tema de la intervención del gobierno en la economía. En su
estudio sobre los ferrocarriles de 1874, frente a los argumentos de Camacho
Roldán, señala que, más que un debate sobre las posibilidades fiscales de la
nación para acometer obras públicas de interés general, lo que está en juego es
la definición sobre los alcances de la intervención del gobierno en la
economía:
“Bajo
estas modestas y engañadoras apariencias de una simple cuestión fiscal, se
oculta en este asunto de la construcción de los ferrocarriles una cuestión
política de la más alta importancia, cual es la de determinar con toda
exactitud hasta donde debe llevarse la intervención del gobierno general en el
fomento de las mejoras materiales”[17]
Pero es en su Historia de la deuda externa, de 1871,
donde se encuentra expuesta con más claridad la posición de Galindo sobre el
papel del gobierno que en nada se aleja de la de Adam Smith[18]. Estos son dos ejemplos:
“...en un país atrasado y pobre, la tarea del
gobierno no puede limitarse a la acción pasiva del dejar hacer, contentándose
con abolir sobre el papel los obstáculos legales que se oponen al libre
desarrollo de las facultades del individuo, sino que es preciso emplear los
recursos de la colectividad en romper los obstáculos materiales que se oponen a
ese desarrollo, y que son de hecho superiores a los estímulos y a la previsión
del interés individual”[19]
“Nuestros
gobiernos no pueden limitarse, pues, a la tarea pasiva de administrar justicia,
aunque esa deba ser la más sagrada de sus funciones y es el fin primordial para
el cual se instituye todo gobierno; sino que será preciso armarlos de un gran
poder económico, para que con los recursos de la nación remuevan los obstáculos
materiales y morales que la naturaleza y la ignorancia oponen al desarrollo de
la riqueza pública. En la portada de nuestra ciencia administrativa deberá
escribirse por más de medio siglo el siguiente aforismo: el gobierno se
instituye para dar seguridad, para difundir la instrucción primaria y para
hacer caminos”[20]
Y una más tomada del
estudio de los ferrocarriles:
“En
casi todos los países civilizados la instrucción pública, elemental y
secundaria, no se produciría en el grado que se necesita, si la sociedad no se
cotizara para pagar como servicio general lo que no pueden pagar los
consumidores directos de ella.”[21]
Estas ideas sobre el
papel de gobierno harán que Galindo se aparte de sus compañeros del llamado
Olimpo Radical[22]
que plasmaron sus ideales liberales en la Constitución de Rionegro de 1863[23].
Al respecto de esta constitución, Galindo escribió:
“...era un crimen de lesa civilización. No
tenía lado que no resultara absurdo. Formaba nueve repúblicas con sus
respectivas soberanías (...) no podía ser más defectuosa en la distribución de
la soberanía. El ciudadano era todo, en cuanto a concesión de garantías
absolutas para el ejercicio de su libertad individual. La sociedad era nada. La
autoridad carecía de facultades, de medios, de la fuerza para conservar el
orden y hacer reinar la justicia. El gobierno de los Estados Unidos de Colombia
quedó reducido al oficio de forma un presupuesto y comérselo”[24].
No obstante su
antipatía por el régimen político de la Constitución de Rionegro, Galindo fue
funcionario de varios gobiernos radicales y los representó ante otros países.
En los últimos años de su vida se alejó aún más del radicalismo y se acercó al
sector encabezado por Rafael Núñez. Sobre la constitución centralista y presidencialista
de Núñez y Caro dejó escrito en sus Recuerdos
que: “...no habría habido, pues, en mi humilde concepto, inconveniente para que el
partido liberal hubiera aceptado la Constitución de 86 como base de modus vivendi
republicano...”.
V
Colombia terminó en
siglo XIX con menos de 300 kilómetros de ferrocarril, incluidos los 60 del ferrocarril
de Panamá[25].
A principios del siglo XX, Argentina tenía más de 30.000; México, unos 26.000;
Brasil, poco más de 25.000 y Chile cerca de 8.000[26].
En su estudio sobre los ferrocarriles colombianos, Galindo se refiere a las
experiencias de Argentina y Chile y también a las de Estados Unidos, India y
Rusia poniendo de presente el impacto que la construcción de líneas férreas
tiene sobre la actividad económica general. Este es su principal argumento en
contra de Camacho Roldán quien sostenía que todo lo que era transportable en
Colombia podía transportarse por camino de herradura de forma menos costosa que
por ferrocarril. Los cálculos de Camacho Roldán asumen que el volumen de carga
transportado será el mismo antes y después de la introducción del ferrocarril.
Picarescamente lo señala Galindo:
“...el
señor Camacho (...) no le concede al ferrocarril la virtud de dislocar en el
cambio de los productos del comercio interior y exterior, un kilogramo más de
los que transportan las mulas y los indios”[27]
Ya sabemos quién tenía
la razón en esta disputa. De hecho el congreso había aprobado la ley del 5 de
junio de 1871 que contemplaba la construcción de varios ferrocarriles. Lo que
realmente derrotó a Galindo no fueron los argumentos de Camacho, quien años
después reconocería su error y llegó presidir la empresa del Ferrocarril de
Girardot, sino la pobreza fiscal del País – un país tan pobre como el nuestro
que no tiene con qué construir un ferrocarril, dirá Galindo[28] –
la topografía y la incapacidad para atraer los
capitales extranjeros que financiero las construcción de los ferrocarriles en
Argentina, Chile y México. Por esas razones a Colombia, en el siglo XIX, la
dejó el tren[29].
VI
Hasta bien avanzada la segunda mitad del
siglo XIX Colombia careció de un sistema financiero moderno. El sistema de
censos procedente de la colonia predominó hasta mediados del siglo. A
principios de los años 40 se registra la aparición de un audaz financiero que capta dinero del público pagando intereses exorbitantes,
Judas Tadeo Landinez, que será responsable de la primera bancarrota fraudulenta de la
historia colombiana. La primera regulación financiera es la ley 35 de mayo de
1865 en la que se fundamenta el sistema de banca libre que prevalecerá en el
país hasta 1885 cuando bajo el gobierno de Núñez se establece el curso forzoso.
La ley 35 era extremadamente liberal: "El establecimiento de los bancos de
emisión, depósito, giro y descuento y de bancos hipotecarlos es libre en el
Estado, y su ejercicio no está sujeto a otros deberes que los que las leyes
imponen a las compañías de comercio y a los comerciantes", proclama su
primer artículo. Por ello no es
sorprendente que en 1881 hubiera en el país 42 bancos privados que emitían sus
propios billetes respaldados en oro. Incluso, una empresa, la mina El Zancudo
emitía su propio dinero.
Galindo reclama para su
Estudio sobre la organización del Banco de Inglaterra el mérito de haber
revelado al país los beneficios del negocio bancario y de haber sido
determinante en el establecimiento del primer banco en Bogotá. Se trata sin
duda de una obra bien escrita donde se presenta de forma sistemática el
funcionamiento y la organización del Banco de Inglaterra y del sistema de pagos
internacionales. Durante muchos años fue texto de enseñanza de la materia en la
Universidad Nacional y el Colegio del Rosarios y seguramente influyó en el
desarrollo de la actividad bancaria. Galindo era partidario del patrón oro y
enemigo declarado del curso forzoso. En su diálogo con el zapatero, evocado al
principio de este escrito, le explica la diferencia entre los billetes emitidos
por el Banco de Inglaterra y los puestos en circulación por la tesorería del
gobierno:
“...el
Banco de Inglaterra (...) es al propio tiempo acreedor y deudor de los billetes
que pone en circulación; los ha dado en préstamo
y no en pago, como la Tesorería
General. (...) Y aun suponiendo que la tesorería organizara un sistema
permanente de cambio, que emitiera billetes al portador, admisibles como dinero
en la totalidad de las rentas y contribuciones nacionales, y redimibles en
todas las oficinas de Hacienda, todavía no podría crear el gobierno, en estas
circunstancias, un signo representativo, un medio circulante, sino un efecto de
comercio, una buena mercancía de bolsa.
¿Qué
quiere usted decir con esa palabrería, explíquese en castellano?
Digo
que todavía con esos billetes no compraría su mujer, los huevos, la carne, el
pan, las velas, el jabón, el chocolate, ni la manteca, ni yo el calzado que con
tanto gusto me vende usted por mi dinero.
¿Por
qué no?
Porque
faltaría la confianza que es todo el
secreto de la circulación de las notas de banco”[30]
Después de la
publicación de su obra sobre los bancos de 1869, Galindo no se vuelva a ocupar
del tema bancario. Inútilmente se busca en sus escritos un juicio sobre el
Banco Nacional, al que en 1880 se otorga el monopolio de la emisión, y el
subsiguiente régimen de curso forzoso establecido en 1886.
VII
El problema de la
adjudicación de baldíos es el aspecto más notable de la cuestión de la tierra
en el siglo XIX. También son importantes el tema de los resguardos y el de la
desamortización. La forma en que se enfrentó el conflicto sobre baldíos entre
los ocupantes productivos y los terratenientes y detentores de los bonos de
tierra incidirá de forma determinante en los conflictos agrarios aún en el
siglo XX.
En el siglo XIX las
tierras en Colombia se distribuyen en las haciendas coloniales, los resguardos
indígenas, las tierras de la iglesia y las de dominio público o tierras baldías[31].
No sabe mucho de su distribución cuantitativa en esas modalidades de tenencia.
El geógrafo Agustín Codazzi, quien recorrió el país a mediados del siglo,
estimó que los baldíos representaban el 75% del territorio. Otros estudiosos
hablan de un porcentaje mayor. Estas
formas de tenencia determinaron tanto la orientación de la política de tierras
de los gobiernos republicanos en todo el período, y aún de las tres primeras
décadas del siglo XX, como la naturaleza de los conflictos de tierras.
Ya desde la colonia, el
estado entregaba grandes extensiones de tierras baldías a particulares en pago
de servicios o con el propósito de fomentar la ocupación del territorio,
especialmente en el período de las reformas borbónicas. Después de la
independencia, y hasta mediados del siglo XIX, esta práctica se mantuvo,
inicialmente, para recompensar a los militares de que participaron en las
guerras de independencia y, más adelante, para fomentar la inmigración y con
propósitos fiscales. También se otorgaban baldíos para la construcción de vías
de transporte – caminos, ferrocarriles y canales. Una ley de 1835 concedió
25.000 hectáreas al contratista encargado de la construcción del camino del
Quindío.
El uso de baldíos como
recurso fiscal se remonta al momento mismo de finalización de las guerras de
independencia. Carentes de fondos, las nuevas republicas optaron por
recompensar a los antiguos combatientes con bonos territoriales sobre
extensiones que variaban según el grado del militar o los méritos en los
combates. En 1821, el Congreso de Cúcuta expidió leyes sobre recompensas y
enajenación de baldíos y dispuso la creación de una oficina de agrimensura. Una
ley de 1825 asigna 50.000 fanegadas. Otra más de 1844 asigna baldíos a varios
militares. Al parecer la mayor parte de los beneficiarios de los bonos, por
falta de recursos o por no estar interesados en la agricultura, no reclamaban
las tierras concedidas y vendían sus títulos a comerciantes y terratenientes. Nació así un incipiente mercado de bonos de
tierra que se vio progresivamente ampliado con los títulos de quienes
suscribían los empréstitos de la nación redimibles en tierra. Así, quienes
deseaban adquirir tierra para dedicarse a las labores agrícolas o ampliar sus posesiones
acudían a este mercado secundario, adquirían los títulos y, posteriormente,
reclamaban las tierras. Todavía a comienzos del siglo XX se podían comprar
baldíos con los antiguos bonos de tierra.
En la segunda mitad del
siglo XIX, a medida que avanzaba la economía exportadora de productos agrícolas
– tabaco, quina, algodón, añil y, finalmente, café – los conflictos entre los
propietarios ausentistas – los tenedores de bonos de tierra – y los ocupantes
de hecho se hicieron más frecuentes e intensos. Caterine LeGrand (1988)
diferencia dos fases en la política de baldíos en el siglo XIX. La primera,
entre 1820 y 1870, dicha política estaría marcada por los problemas fiscales de
la nación; aunque también buscó fomentar la inmigración y la ocupar el territorio
otorgando concesiones para la fundación de poblados. En la década de los 1870
se produce en cambio en la política que, dejando atrás las consideraciones
fiscales que hasta entonces habían orientado la legislación de tierras, se pone
como objetivo promover la explotación económica de las áreas de frontera por
medio de concesiones gratuitas. Las leyes 61 de 1874 y 48 de 1882, recogen esta
orientación. LeGrand sintetiza la orientación de la nueva política en los
siguientes términos:
“Las
leyes especificaban que aunque no hubieran solicitado título legal, por el
hecho de su ocupación, los colonos adquirían derechos de tierra. Se prohibía
expresamente a los tenedores de bonos la adquisición de territorios ya abiertos
por los colonos, y en los pleitos sobre derechos a la tierra la ley favorecía
sobre los demás aspirantes a quienes la hubieran labrado durante cinco o más
años. Así, en los años posteriores a 1870 el congreso colombiano reconoció
explícitamente un conflicto potencial entre colonos y grandes empresarios, y al
hacerlo tomó partido por los colonos. Los cultivadores de baldíos fueron el
único grupo campesino de Colombia cuyos derechos obtuvieron una definición
legal explícita a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Al mismo tiempo, el
gobierno incitaba a los colonos independientes a solicitar por vías legales la
adjudicación de la tierra que cultivaban, pues sin títulos de propiedad no
podían vender ni hipotecar sus parcelas. Al fortalecer así los derechos legales
de los cultivadores y al facilitar la obtención de su títulos de propiedad, el
gobierno colombiano buscaba estimular la colonización y utilización económica
de los baldíos por ambos, grandes y pequeños productores”[32]
Las intenciones de
estado nacional de formalizar los derechos de propiedad de los ocupantes
productivos en las tierras de frontera se estrellarían con su débil capacidad
de intervención para resolver a favor de éstos los conflictos de tierras que se
incrementarían exponencialmente entre 1870 y 1930. Reflejo de esta situación lo es también el
hecho de que los tenedores de bonos territoriales obtuvieron la mayor cantidad
de tierra adjudicada aún después del cambio de la política.
En su escrito Limitaciones
de dominio y adjudicación de tierras baldías, Galindo, con lucidez, analiza
el origen del conflicto y, de forma que recuerda a Locke, desarrolla los
principios que deben regir la apropiación de la tierra. Es conveniente ilustrar
con cierta amplitud su posición.
“De
la inmensa cantidad de baldíos, adjudicados, no hay sino unas 100 mil hectáreas
que hayan sido concedidas a los ocupantes y cultivadores del suelo, que son las
únicas personas que en puridad de principios tienen derecho a adquirir el
dominio sobre las tierras incultas; las demás representan concesiones hechas
sin discriminación, en contratos onerosos que han llevado siempre implícita la
condición de colonizar y cultivar las tierras concedidas, pero que no han sido
cumplidos. Y del millón y 100 mil hectáreas que han pasado al dominio privado
por adjudicaciones materiales hechas en el terreno, puede asegurarse, sin temor
a equivocación, que no llega a la centésima parte la porción de esa superficie
que ha sido realmente ocupada y modificada por el cultivo”.
Y más adelante:
“Si
la propiedad territorial no se hubiera fundado en el monopolio, por el derecho
de conquista, sino por la ocupación natural del suelo, por el principio
científico de que el único fundamento legítimo del valor de la tierra es el
servicio humano incorporado en ella, su distribución habría seguido una marcha
muy distinta de la que ha tenido en nuestro país. En vez de cien adquirientes
originarios, habría habido mil, diez mil, probablemente cien mil; el plus valor
que el progreso social le agrega constantemente, y que es el mayor de los
factores que entran en su valor, se habría distribuido entre muchos, la
fijación de su precio sería el natural que legítimamente le hubiera determinado
una concurrencia efectiva y no el artificial que le ha dado el monopolio...”
Finalmente:
“La
tierra, tal como Dios la hizo, pertenece originariamente a la comunidad. La ley
reconoce la apropiación particular con el objeto de que la tierra sea mejorada.
Las más profundas investigaciones de la ciencia no pueden descubrir otro
fundamento ético al derecho de propiedad sobre la tierra”[33]
Estas ideas se
plasmarían en la ley 48 de 1882, conocida como Ley Galindo. Impecablemente se
señala en esta ley: “La propiedad de baldíos se adquiere por cultivo,
cualquiera sea su extensión”. También establece que: “los cultivadores de las
tierras baldías establecidos en ellas con casa y labranza, serán considerados
como poseedores de buena fe y no podrá ser privados de la posesión sino por
sentencia dictada en juicio civil ordinario”.[34]
La aplicación de la ley
48 se vio limitada por la debilidad del gobierno central frente a los poderes
locales controlados por los terratenientes. De todas formas queda para la
historia la contribución sustantiva de Galindo a la comprensión y la solución
del problema de la propiedad de la tierra en una ley que en muchos aspectos era
más progresista que la inmerecidamente famosa ley 200 de 1936.
VIII
Aníbal Galindo fue un
hombre de estudio y de acción. Sus contemporáneos le reconocieron méritos en el
campo del derecho y de la economía. Núñez lo calificó como “uno de los más
brillantes talentos de la constelación liberal de la época”[35]
Conoció la obra de Smith, Malthus, Mill, Turgot, Say, de Bastiat, de Carey,
Garnier, etc. Fue un economista aplicado que con singular talento utilizó la
teoría para analizar los problemas de su época. Su rigor en la fundamentación
empírica de sus trabajos y el empleo atinado de la teoría no tiene parangón
entre sus contemporáneos – Camacho Roldán, Miguel Samper, Florentino González,
etc. – que la posteridad ha consagrado como los grandes pensadores económicos
del siglo XIX. El insufrible Abel Cruz Santos no lo menciona en su “Economía y
Hacienda pública”; tampoco lo hace Oreste Popescu en su historia del
pensamiento colombiano. Incluso, un historiador tan escrupuloso como Jaime
Jaramillo Uribe incurre en el desliz de tratarlo como un benthamista menor.
Cabe al inolvidable Chucho Bejarano el mérito de haber reconocido él su
verdadera condición al titular su prólogo a la edición de 1978 de los Estudios
económicos y fiscales de esta forma escueta: Aníbal Galindo – Economista.
Bibliografía:
Bejarano,
J.A. (1978). “Aníbal Galindo, economista”. Prólogo a la edición de Estudios Económicos y fiscales. Biblioteca
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[1] “Desciendo de una familia de
acaudalados propietarios territoriales de Ibagué...”. Con esta frase empieza
Galindo su autobiografía titulada “Recuerdos Históricos”.
[2] En el preámbulo a Recuerdos Históricos se lee: “Aunque sin
pretensiones de actor de primer orden en el escenario político, heme
encontrado, sin embargo, mezclado en segundo término, durante cerca de medio
siglo, desde 1851, en paz y en guerra, á muchas de las principales
transacciones de la política...”
[3] Véase sobre las guerras civiles
en Colombia: Tirado Mejía, Alvaro (1976) y Pardo Rueda, Rafael (2004).
[4]
“...llenaba con mi
correspondencia las columnas del Vapor, periódico que redactaba en Honda
Próspero Pereira Gamba”, escribe en Recuerdos
Históricos.
[5]
Se lee en los Recuerdos: “Publiqué por el mismo tiempo
mi estudio sobre la Organización del Banco de Inglaterra, hecho por mí, con
especial permiso del Gobernador del Banco, en todas las oficinas de aquel
Establecimiento, en 1866 y 1868 y, el cual corre reproducido en mi libro
Estudios Económicos y Fiscales”
[6] Llegó a tener tal dominio del
inglés que realizó una traducción de la obra de Milton Paraíso Perdido, de la que estaba especialmente orgulloso. Esa
traducción fue publicada sin su autorización en una edición ilustrada por
Gustav Doré. En sus Recuerdos se lee:
“Pocos años después apareció en Barcelona la magnífica edición de lujo de El
Paraíso Perdido, ilustrada con los soberbios grabados de Gustavo Doré, sin
decir de quién es la traducción que copia la obra”.
[7] A mediados del siglo XIX, el
partido liberal se encontraba dividido en dos vertientes los gólgotas y los
draconianos; los primeros abiertamente librecambistas y los segundos
proteccionistas.
[8] En la introducción al Anuario se
lee: “A pesar del ímprobo, del esmerado trabajo que la Oficina ha empleado en
la formación de los cuadros anexos sobre el movimiento de las rentas
nacionales, ellos son muy deficientes y era imposible obtenerlos completos”
[9] En la edición de Bejarano de
1978 se recogen los: Teoría de los bancos: estudio sobre la organización del
Banco de Inglaterra de 1869; El papel moneda de 1863, Los ferrocarriles
colombianos de 1874, Apuntamientos para la historia económica y fiscal del país
de 1974, Limitaciones de dominio y adjudicación de tierras baldías de 1880, La
propiedad raíz y el derecho de guerra de 1879 y El socialismo y la clase
trabajadora de 1850. También se incluyen los principales cuadros estadísticos
del Anuario Estadístico preparado cuando se desempeñó como Jefe de la Oficina
de Estadística. Bejarano excluye tres trabajos que están en la edición de
Andrade de 1880, a saber. Canal Interoceánico, La renta de las salinas y El
servicio postal francés.
[10]
En su biografía de Galindo,
Alberto Mendoza Morales reporta las siguientes obras: Alegato presentado por parte de Colombia en el arbitramento de límites
con Venezuela, Bogotá, Imprenta La Luz, 1882; Las batallas decisivas de la libertad, Paris, Ganier Hermanos,
1888; Recuerdos Históricos, Bogotá,
Imprenta La Luz, 1900; Estudios
económicos y fiscales, Bogotá, Editorial Andrade, 1880; Para verdades el tiempo, para justicias Dios,
Bogotá, Imprenta Gaitán, 1881; Historia
económica y estadística de la hacienda nacional desde la colonia hasta nuestros
días, Bogotá, Imprenta Nacional, 1874; Arbitramento
de Cerruti. Primera exposición del gobierno nacional sobre cuestiones previas y
de principios presentada a la comisión internacional encargada de fallar esta
causa, Bogotá, Imprenta La Luz, 1889 y El
ferrocarril del norte: réplica a las opiniones del señor Salvador Camacho
Roldán, Bogotá, Imprenta Gaitán, 1974.
[11]
Florentino Gonzalez (1805 –
1875) es tal vez el más representativo de los liberales librecambistas del
siglo XIX. Una presentación de sus ideas se encuentra en Ramirez (2003) donde
el autor analiza igualmente la obra de Salvador Camacho Roldán y Miguel Samper.
[12] Galindo (1978). Páginas 147 –
148.
[13]
“….el fuerte derecho
impuesto sobre las telas de algodón destinadas al consumo general de la
población, aleja la importación de estos productos, induce a los granadinos a
emprender ser fabricantes y mantiene una
parte de la población en la ocupación improductiva de manufacturas
montadas sin inteligencia y cuyos artefactos no pueden tener salida ventajosa.
Se descuida, en consecuencia, a agricultura y la minería; se dejan de
aprovechar las ganancias que ellas podrían proporcionar (….) esta riqueza no se
obtiene sino produciendo cosas que se puedan vender con utilidad como nuestros
tabacos, nuestros azúcares, nuestros añiles, el café, el cacao, el algodón, las
maderas preciosas, el oro, la plata y e cobre de nuestras minas, que se llevan a vender al mercado inmenso y rico de
Europa, y no fabricando aisladamente y sin máquinas, lienzos y bayetas que se
han de vender a la miserable población
indígena del país (….) Cuando la agricultura y la minería, que son las fuentes
de nuestra riqueza y el alimento de nuestro comercio, se hayan gravadas, la una
con el diezmo, y la otra con el derecho de quintos, proteger los artefactos que
la Europa y la América del Norte pueden enviar a precios baratísimos a todos
los mercados del mundo, sería un contrasentido económico imperdonable. Libertad
para producir y cambiar, he aquí lo que el legislador debe conceder a todos...”.
Florentino Gonzalez, Memoria de Hacienda de 1847, citado por Galindo (1978)
página 155.
[14] Galindo (1978). Página 186.
[15] Galindo (1978) página 186.
[16] Galindo (1880), páginas 91 y 92.
[17] Galindo (1978), página 94.
[18]
Galindo menciona a Smith
tres veces en sus estudios fiscales. En una de ellas cita de la bella frase de
Smith según la cual “la más sagrada de todas las propiedades es ésta que cada
uno posee en su propio trabajo”.
[19] Galindo (1880), página 250.
[20] Galindo (1978), página 251.
[21] Galindo (1978), página 64.
[22]
En la historia de Colombia
se da el nombre de Olimpo Radical a un grupo de intelectuales y políticos
liberales, algunos de los cuales llegaron a la presidencia de la república,
cuyas ideas fueron determinantes en la política del país en la segunda mitad
del siglo XIX. Entre los más destacados se mencionan a Florentino González,
Francisco Javier Zaldúa, Manuel Murillo Toro, Aquileo Parra, Eustorgio Salgar,
Santiago Pérez, Felipe Zapata, Felipe Pérez, Nicolás Esguerra, Salvador Camacho
Roldán y Miguel Samper. Véase: Rodriguez Piñeres (1950)
[23]
La Constitución de Rionegro
estuvo vigente durante 23 años, entre 1863 y 1886. Era una constitución federal
bajo la cual el país adoptó el nombre de Estados Unidos de Colombia. Uno de sus
rasgos más notables era la extrema debilidad del ejecutivo nacional: el período
presidencial era de 2 años y el presidente de la república era nombrado por los
presidentes de los 9 estados, éstos si elegidos por votación popular.
[24] Citado por Mendoza Morales
(2012), página 67.
[25]
El primer ferrocarril
construido en Colombia fue el de Panamás, entre 1850 y 1855. En 1869 – 1870 se
construyó el ferrocarril de Bolívar y el de La Dorada entre 1881 y 1885.
[26] Bulmer-Thomas (1998), página 131.
[27] Galindo (1978), página 79.
[28] Galindo (1880), página 80.
[29] Frank Safford señala al respecto
lo siguiente: “...es una cuestión de topografía. En Cuba, México, Argentina y
Chile, en los lugares donde construyeron la mayor parte de su kilometraje el
terreno era relativamente llano comparado con los obstáculos de las cordilleras
colombiana. (...) Otro factor era que en Colombia no existía un aliciente muy
poderoso para atraer capital extranjero a invertir en la construcción de
ferrocarriles (...). Si Colombia hubiera tenido una historia mejor en cuanto a
pagar a sus acreedores, es posible que el país hubiera tenido la posibilidad
del conseguir empréstitos mayores para financiar la construcción de
ferrocarriles”. Safford (2010), páginas 565, 566 y 567.
[30] Galindo (1978), páginas 54 y 55.
[31] La pequeña propiedad familiar ha
debido ocupar alguna extensión, pero su importancia cuantitativa y su
significación económica han sido poco estudiadas en la historia económica de
Colombia. Refiriéndose a la tenencia de la tierra entre 1740 y 1810, la época
del Virreinato de la Nueva Granda, Jaramillo Uribe señala: “…aunque predominó
la gran hacienda, no faltaron regiones de pequeña y mediana propiedad. Este
parece haber sido el caso del Socorro, de Pasto y de la provincia de
Antioquia”. En Antioquia, es bueno recordarlo, el visitador Juan Antonio Mon y
Velarde realizó en 1785 una redistribución de tierras, que había encontrado muy
acaparadas. Esta reforma agraria, que no encontró oposición entre la élite
económica de la región, orientada al comercio y la ganadería, probablemente fue
lo que permitió que en los albores de la independencia la gama de propietarios
pequeños y medianos fuese en Antioquia bastante amplia, según Jaramillo Uribe.
[32] LeGrand (1988), página 38.
[33] Galindo (1978), páginas 191 –
192.
[34] LeGrand (1988), páginas 37 y 38.
[35] Mendoza (2012), página 105.
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