Las
dos caras del santismo
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Juan Manuel Santos construyó
su poder sobre una extraña combinación de tecnocracia y clientelismo. Una
mezcla tan contradictoria como efectiva. El “santismo”, esa criatura de dos
cabezas, tenía por un lado a los ministros de corbata inglesa y cálculo fiscal,
y por el otro, a los operadores del Congreso, expertos en el trueque
burocrático. En apariencia, eran dos mundos distintos. En la práctica, eran la
misma cosa.
El santismo tecnocrático lo
encarnaban figuras como Mauricio Cárdenas, el economista que cuidaba las
cifras como si fueran sagradas, y Juan Carlos Pinzón, el estratega serio
que hablaba de seguridad con un lenguaje casi empresarial. Ellos representaban
el ala “racional” del gobierno: la que sabía cómo aumentar los impuestos y cómo
aumentar la deuda después de derrochar una bonanza petrolera. Pero esta
tecnocracia no era independiente ni virtuosa. Existía y funcionaba gracias al
combustible que le daba el otro lado del régimen.
Ahí aparece el santismo
clientelista, representado en su forma más pura por Roy Barreras y Armando
Benedetti. Ellos no hablaban de cifras ni de institucionalidad, sino de
cuotas, puestos, pactos y gobernabilidad a cualquier precio. No eran ministros,
pero eran más poderosos que muchos de ellos. Eran los que hacían que el
Congreso se moviera. Su herramienta no era la política pública, sino la “unidad
nacional”, eufemismo para el reparto.
Este sistema de doble cara
funcionaba como el personaje de Doctor Jekyll y Mister Hyde: mientras en
público se mostraba el rostro tecnocrático, en la sombra operaba el
clientelismo. Pero como en la novela, con el tiempo el monstruo termina
dominando al médico. El resultado fue una política sin ética y una
institucionalidad sin alma.
La decadencia del santismo
desembocó en una nueva criatura: el petrosantismo, o santopetrismo,
como prefiera llamarlo. Los mismos operadores del Congreso que sostuvieron a
Santos, hoy hacen parte del proyecto de Gustavo Petro. Roy fue su embajador en
Londres; Benedetti, en Caracas, hoy el hombre más poderoso del gobierno.
Cambiaron de barco sin cambiar de lógica. Y algunos tecnócratas, aunque con más
discreción, también coquetearon con el nuevo régimen.
Como Doblecara, el
villano de Batman, el santismo siempre lanza una moneda para decidir qué cara
mostrar: la del gestor ilustrado o la del político pragmático. Pero la moneda
siempre cae del lado de la trampa. Porque en Colombia, el equilibrio entre
tecnocracia y clientelismo es solo una fachada: el clientelismo siempre
termina ganando.
El santismo no fue una
doctrina sino un método. Y ese método se ha reciclado en el actual gobierno,
con nuevas promesas, pero los mismos operadores. La historia se repite, no como
farsa, sino como continuidad.
Si algo enseña la política
reciente, es que el verdadero rostro del poder en Colombia no es el de Jekyll. Siempre
es Hyde.
LGVA
Agosto de 2025.
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