Apoyar a Uribe con orgullo,
serenidad y determinación
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista
El presidente de la Corte Suprema de Justicia hace un
llamado a la cordura y a confiar en la justicia que en abstracto no se puede
dejar de compartir. Por supuesto que esa invocación no puede estar dirigida al
Presidente Uribe, quien, en las difíciles circunstancias que enfrenta, ha
mostrado una cordura sin límites y una confianza también desmesurada en unas
instituciones judiciales que desde hace mucho tiempo han dejado de merecerla a
los ojos de los colombianos. Está fresca en la memoria la injusta condena de
Andrés Felipe Arias, el anómalo proceso de Luis Alfredo Ramos, el episodio indigno
de los magistrados que trafican sentencias, la liberación afrentosa del
delincuente Santrich y, en la actual investigación contra el Presidente Uribe,
las faltas al debido proceso, no se le quiso escuchar en versión libre, y la violación
de la reserva sumarial, por las constantes filtraciones a los medios. Así
resulta difícil confiar.
Y, sin embargo, en su discurso de anoche, fiel a su
estilo de educar con el ejemplo, el Presidente Uribe trasmite a los colombianos
un mensaje de cordura y confianza que debemos acatar. Pero también es un
mensaje de orgullo y determinación. Orgullo por una obra de gobierno que salvó
al País de la pérdida de sus libertades, del colapso de su democracia y la
ruina de su economía. Determinación de continuar defendiendo esa democracia,
esas libertades y esas instituciones económicas que, sin ser perfectas, les han
dado a los colombianos la oportunidad de prosperar con su trabajo honrado.
Porque esto es lo que está en juego tras el entramado siniestro con el que se
pretende acabar con el prestigio del Presidente Uribe y golpearlo donde saben
muy bien que a él le duele: su honorabilidad.
Lo que está en juego hoy en Colombia es un profundo
dilema moral. Lo que hizo el Presidente Uribe cuando lideró a la sociedad
colombiana en su enfrentamiento con las guerrillas, los paramilitares y los
narcotraficantes fue recuperar la estatura moral de la sociedad, la de todos
los ciudadanos de bien a quienes guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes
pretendían tratar como sus iguales. Porque los criminales se justifican a sí
mismos cuando convierten en criminales a todos los demás. La auto-justificación
moral de la guerrilla y sus partidarios pasa por la criminalización del Presidente
Uribe y, con él, la de todos los colombianos que apoyamos su obra de gobierno.
Desde el fallido proceso de paz de Belisario Betancur,
la guerrilla y sus defensores de oficio lograron imponer en los medios y los “intelectuales”
de izquierda la narrativa de “las causas objetivas de conflicto”. Esto le hizo
daño al País pues limitó la autoridad moral del gobierno para combatir bandas de criminales
que aparecían como defensores de “la justicia social”. Uribe puso fin a todo
esto mostrándole a la sociedad que los pretendidos “justicieros” no eran más
que delincuentes que no buscaban otra cosa que enriquecerse con el secuestro,
el abigeato, la extorsión, el robo y el narcotráfico. Ese cambio fue el que
permitió que el Presidente Uribe liderara, con el apoyo de toda la sociedad, el
combate contra las Farc que condujo a su derrota política y moral y a la
anulación estratégica de su capacidad militar. Incluso la revista Semana,
convertida hoy en la gran promotora del descrédito de Uribe, reconocía en su
momento lo que significaba ese combate.
Lo peor del proceso de La Habana es el haber puesto
al Estado colombiano en pie de igualdad con una banda delincuencial, volviendo
a darle, a los ojos del mundo y de la sociedad, el estatus de fuerza política
que había perdido por su actuar criminal, incluida la comisión de delitos de
lesa humanidad. Y después viene la JEP, que en un principio se pretendía fuera
obligatoria para todos los mal llamados “actores del conflicto”, y ante la cual,
las Farc y toda la izquierda, quieren ver sometido al Presidente Uribe. Este es
en última instancia el propósito del entramado judicial que se le ha montado.
Todo empieza con las visitas del senador de Cepeda,
hijo de un señor que da su nombre a uno de los más sanguinarios frentes de las Farc,
a reconocidos narcotraficantes y paramilitares presos en Estados Unidos, la
mayoría de ellos extraditados por Uribe, con el propósito de recabar testimonios
en contra de este y de su hermano. Se tiene conocimiento de 25 de esas visitas.
Conocedor de esas actividades, Uribe obtiene pruebas y las pone en conocimiento
de la Corte, la cual, en lugar de proceder a investigar la veracidad de las
mismas, interpreta que esto es un intento de desviar la justicia y decide
investigarlo al tiempo que declara que Cepeda, ¡alma bendita!, visitaba
criminales por razones humanitarias.
El proceso está basado en miles de horas de
grabaciones de conversaciones del Presidente Uribe cuyo teléfono fue
interceptado por “error”, como reconoce la misma Corte. Como lo han señalado
diversos penalistas las pruebas obtenidas de esa forma son ilegales y no pueden
fundamentar ningún proceso ni en una inspección de policía y mucho menos en un
alto tribunal. No obstante, ahí van las cosas, con el agravante de que esas grabaciones
han sido sistemáticamente filtradas a los medios, más específicamente al
periodista Daniel Coronel, para que, debidamente editadas, las divulgue
poniendo a Uribe en la picota pública.
La Corte tiene todavía la posibilidad de obrar con la
cordura que a los ciudadanos nos reclama su presidente, el magistrado García
Restrepo, y recuperar así la confianza que dejó en ruinas su antecesor, el
magistrado Barceló Camacho. Entre tanto, debemos seguir apoyando efectivamente al
Presidente Uribe votando masivamente el 27 de octubre por los candidatos del
Centro Democrático.
LGVA
Octubre de 2019.
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