Guerra de aranceles mejor que guerra nuclear
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economistas
Cuando
yo era joven, lo único que llegaba de China era los libros de Mao Tse Tung: sus
obras escogidas en 4 tomos, sus escritos militares y los libritos rojos con sus
cinco tesis filosóficas y la colección de citas recogidas por Lin Biao.
Esos
libros, traducidos a todos los idiomas, se repartían gratuitamente por el mundo
entero y llegaban a muchos jóvenes e intelectuales que estaban fascinados con
la Gran Revolución Cultural Proletaria. No solo el inefable Jean Paul Sartre, incluso
economistas de prestigio como Joan Robinson, discípula Keynes, y el
planificador francés Charles Bettelheim cayeron bajo el embrujo de Mao y la utopía de las comunas
populares de economía de subsistencia sin lujos ni acumulación de capital.
Después
se supo que el Gran Salto Adelante, la Revolución Cultural, la política de las
cien flores abiertas y las demás grandes movilizaciones en un país que vivía en
estado de revolución permanente fueron desastrosas para la población china
causando la muerte de millones de personas por asesinato, tortura o física
hambre. La literatura china ha dado cuenta, en textos conmovedores, de esos
desastres.
Mao
Tse Tung es probable el líder de la época moderna con la mayor mentalidad criminal. En reunión en Moscú con los líderes del comunismo mundial propuso a
Stalin desencadenar una guerra nuclear contra Occidente para acabar el
capitalismo. Morirían mil millones de personas, dijo, pero con los dos mil
millones restantes construiríamos el comunismo. La negativa de Stalin a
compartir con China tecnología nuclear fue el origen de la división del
comunismo internacional en los años 60.
A
principios de los 70, Kissinger y Nixon, buscaron apaciguar a Mao quien con
fuego nuclear propio era una amenaza permanente para la humanidad.
Establecieron relaciones diplomáticas y comerciales y China empezó a mostrarse
menos agresiva pues los pueblos que comercian son más propensos a la paz. Todo
estuvo a punto de venirse al suelo en 1976 con la muerte de Mao. La sucesión se
la disputaron, de un lado, la llamada banda de los cuatro, encabezada por la
propia viuda de Mao, y los partidarios de Deng Xiaoping.
La
banda de los cuatro, para decirlo brevemente, compartía la visión de Kim Il
Sung y sus descendientes y con ellos hoy China sería una Corea multiplicada por
50 en población, por 80 en extensión territorial y quién sabe por cuántas veces
en poder nuclear.
La
historia de China después del triunfo de Deng es la que conocemos, con sus
luces y sus sombras, la que ha llevado a China a convertirse en la segunda
economía mundial, a multiplicar prodigiosamente su PIB per cápita y a sacar a
miles de chinos de la pobreza. Me impresiona y asombra el tipo de arreglo
institucional de China. Se me antoja muy parecido a lo que defendiera Quesnay y
sus fisiócratas: una combinación de liberalismo económico con fuerte despotismo político.
Hace
años estuve en China y percibí una población alegre, animada y deseosa de lujo,
el verdadero motor de la actividad económica. No me pareció que les importara
mucho la participación en la vida política. Les importaba más la libertad de
los modernos, que la libertad de los antiguos, diría Benjamín Constant.
A
la vista de lo que es Corea del Norte, no es difícil imaginar a grandes rasgos
la historia contrafactual de China de haber triunfado la banda de los cuatro.
Muy probablemente hoy en lugar de una guerra de aranceles tendríamos una guerra
nuclear. Las cosas no están tan malas como parecen.
LGVA
Abril
de 2025.
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