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lunes, 15 de marzo de 2021

Ostracismo mediático para Petro

 

Ostracismo mediático para Petro

 

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista

 

El ostracismo o destierro político era un castigo con el que las polis griegas sancionaban a los demagogos. Contrariamente a lo que muchas personas creen, el ostracismo no se imponía al demagogo después infringir un daño a la ciudad sino para evitar que lo hiciera. Sabedores de que el demagogo, atizando los más bajos instintos de la plebe, podía adueñarse del poder y causar graves daños, los legisladores griegos lo expulsaban de las polis antes de que esto ocurriera. El ostracismo era una medida preventiva que en Atenas se aplicaba al sancionado hasta por un término de diez años.

Desde Hipérbolo – si, ese era su nombre – el último condenado al ostracismo por la democracia ateniense, todos los demagogos repiten incesantemente la misma cantinela: todos los políticos, excepto ellos, son corruptos y los ricos son los responsables de los padecimientos de los pobres. Entonces como ahora, esa prédica elemental tiene gran acogida entre las gentes humildes e ignorantes y su difusión pone en riesgo la democracia y las libertades.

Gustavo Francisco Petro Urrego es el demagogo más exitoso de nuestra historia republicana y la mayor amenaza para nuestras instituciones económicas y políticas que, con todas sus imperfecciones, nos han permitido vivir en libertar y democracia y alcanzar progresos incuestionables en el nivel y calidad de vida de los colombianos. Es una lástima que no pueda ser enviado al exilio político preventivo, pero son varias las acciones de ostracismo interno que pueden acometerse.

Lo primero es que los gremios económicos se abstengan de invitarlo a los eventos que reúnen a sus asociados, con el prurito de respetar así la libertad de expresión. Es un absurdo completo que los gremios – cuyos afiliados existen y prosperan por la propiedad privada y la libertad comercial – abran sus espacios a alguien que como Gustavo Francisco Petro Urrego promete acabar con ellas.  

Los empresarios, capitalistas y todo aquel que tenga un trabajo libre y una propiedad que preservar, no deben apoyar directamente o con pauta o suscripciones medios de comunicación de cualquier índole que promocionen con sus micrófonos, cámaras o páginas la imagen de Gustavo Francisco Petro Urrego o cualquiera de sus de sus secuaces. No más portadas, no más entrevistas, no más propaganda electoral gratuita para Petro.

¡Cuánto sufrimiento se habría evitado la humanidad si los débiles gobernantes de la República de Weimar hubiesen condenado al ostracismo a Hitler y sus secuaces después del Putsch de la Cervecería del 8 y 9 de noviembre de 1923! ¡Cuánto sufrimiento se habría evitado el pueblo venezolano si sus dirigentes y sus medios de comunicación no hubieran ensalzado, como lo hicieron irresponsablemente, la patética figura de Hugo Chávez! ¡Cuánto sufrimiento se habría evitado Colombia si en lugar de volver constituyentes a los criminales del M-19, que incendiaron el Palacio de Justicia, los hubiéramos exiliado a perpetuidad en Cuba! ¡Cuán diferente sería hoy la situación de Colombia sin el malhadado proceso de La Habana, defendido de forma casi unánime por los medios del País!  

Que nadie se llame a engaños. Para preservar nuestra democracia y nuestras libertades, hay que someter a Gustavo Francisco Petro Urrego y sus secuaces al más estricto ostracismo mediático. ¡Ojo con el 2022!

LGVA

Marzo de 2021.

martes, 9 de marzo de 2021

La concepción del empresario en el pensamiento económico III El empresario en Marx

 

La concepción del empresario en el pensamiento económico III

El empresario en Marx

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista

 

La plusvalía es la categoría central en la teoría de Marx y, con excepción del salario, todas las modalidades de ingreso – intereses, rentas, alquileres, ganancias, etc. – derivan de ella. En Marx, como en todos los clásicos, los agentes económicos se definen por el tipo de ingreso del que son titulares. Es ahí, por tanto, donde hay que buscar la figura del empresario.

El punto de partida es pues la plusvalía o la ganancia bruta, en términos de Mill, de la cual el interés es una parte:

“…el interés no es más que una parte de la ganancia”[1]

La existencia del interés resulta de la división de los capitalistas en dos grupos:  capitalistas de dinero y capitalistas industriales, como los denomina Marx:

“…es la separación de los capitalistas en capitalistas de dinero y capitalistas industriales lo que convierte una parte de la ganancia en interés y crea en general la categoría del interés, y el tipo de interés nace, pura y exclusivamente, de la competencia entre estas dos clases de capitalistas”[2]

La plusvalía o la ganancia es regulada por lo que Marx llama las “leyes internas de la producción capitalista independientemente de la competencia”, expresión esta con la que se refiere a su teoría de la explotación[3]. No ocurre así con el interés cuyo nivel está determinado por la competencia entre los capitalistas:

 “… en cuanto al división de la ganancia en interés y ganancia en sentido estricto se halla regulada por la oferta y la demanda, es decir, por la competencia, exactamente lo mismo que los precios comerciales de las mercancías. (…) no existe ley alguna que regule la división fuera de la impuesta por la competencia (…) Cuando se habla de cuota natural del tipo de interés, se alude más bien a la cuota establecida por la libre competencia. No existen límites “naturales” para la cuota del tipo de interés.”[4]

 Y concluye:

“El reparto que se establezca entre dos personas con títulos para compartir esta ganancia es de por sí una cuestión tan puramente empírica, perteneciente al reino de lo fortuito, como el reparto de los porcentajes de las ganancias comunes de una compañía entre los diversos copartícipes”[5]

Así pues, para Marx, “el interés es la plusvalía nacida de la simple propiedad del capital, la plusvalía que el capital por sí arroja, aunque su propietario se mantenga al margen del proceso de reproducción”[6].

Desde la perspectiva de Marx, sería una necedad creer que, por el hecho de que la propiedad de capital dinero confiera un derecho a reclamar parte de la plusvalía bajo la forma de interés, este pueda obtenerse sin que dicho capital funcione como capital productivo. Y aquí es donde interviene el capitalista industrial o el empresario que es el que pone en movimiento el capital y dirige el proceso productivo.

 La explotación del trabajo – dice Marx – cuesta un esfuerzo, lo mismo si corre directamente a cargo del capitalista que si se efectúa por otro a su nombre”[7].

Y este esfuerzo debe ser remunerado. Lo es con la porción de la ganancia o plusvalía que resta después del interés debido al capitalista de dinero.

Pero lo es también con una porción de los salarios, con el salario que remunera “el trabajo de alta vigilancia y dirección”:

“La idea de la ganancia del empresario como un salario de vigilancia percibido por el trabajo, idea que nace de su contraposición con el interés, encuentra otro apoyo en el hecho de que, en la realidad, una parte de la ganancia puede desglosarse y se desglosa realmente como salario o, mejor dicho, de que una parte del salario aparece, dentro del régimen de producción capitalista, como parte integrante de la ganancia”[8]

En Marx la figura del empresario se confunde con la del capitalista industrial que toma capital prestado del capitalista de dinero y por tanto asume riesgo.

Cuando el capitalista industrial y el capitalista de dinero son la misma persona, que emplea sus propios recursos y está a cargo de su propia empresa, fenoménicamente, como diría Marx, la plusvalía aparece descompuesta en tres partes: interés del capital, ganancia de empresario y salario de vigilancia y dirección.

Cuando el capitalista industrial emplea capital ajeno, por el que paga interés, obtiene para si la ganancia de empresario y el salario de vigilancia y dirección, que son componentes de la plusvalía.

Hay un tercer caso, cuando la dirección de la empresa está a cargo de asalariados de alto rango, sin participación alguna en la propiedad y sin asumir riesgo por el manejo del capital de otro. Aquí, la remuneración de los directivos es un salario que solo se diferencia del de cualquier obrero por su magnitud. 

LGVA

Marzo de 2021.



[1] Marx, C. (1894, 1971). El capital. Tomo III. Fondo de Cultura Económica, México, 1971, Cuarta reimpresión.

Página: 344.

 

[2] Marx, C. (1894, 1971). Página 355.

 

[3] En artículo publicado en este blog expongo la teoría de la plusvalía o de la explotación de Marx. https://luisguillermovelezalvarez.blogspot.com/2020/06/la-plusvalia-no-existe.html

 

[4] Marx, C. (1894, 1971). Página 342.

 

[5] Marx, C. (1894, 1971). Páginas 349.

 

[6] Marx, C. (1894, 1971). Páginas 361.

 

[7] Marx, C. (1894, 1971). Páginas 364.

 

[8] Marx, C. (1894, 1971). Páginas 366.

 

viernes, 5 de marzo de 2021

La concepción del empresario en el pensamiento económico II El empresario en la economía clásica

 

La concepción del empresario en el pensamiento económico II

El empresario en la economía clásica

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista

 

Richard Cantillon es uno de los pocos autores a los que Smith hace referencia expresa en La riqueza de las Naciones. Lo menciona en el capítulo VIII, donde discute sobre los determinantes del nivel natural de los salarios. Pero la influencia de Cantillon en Smith es mucho más significativa. La distinción que hace Smith, y con él toda la economía clásica, entre precio natural - el valor intrínseco de Cantillon - y precio de mercado, así como la idea de que el segundo tiende ajustarse al primero por efecto de la competencia, provienen de Cantillon. Sin embargo, de la figura del empresario, tan sustantiva en Cantillon, es poco o nada lo que aparece en Smith.

Por supuesto que Smith utiliza incidentalmente el término de “empresario” para referirse al capitalista que emplea trabajo asalariado. Sin embargo, en Smith la figura del empresario carece de toda significación analítica y se confunde totalmente con la del capitalista o propietario de los medios de producción. Escribe:

“Habrá acaso quien se imagine que estos beneficios del capital son tan sólo un nombre distinto por los salarios de una particular especie de trabajo, como es el de inspección y dirección. Pero son cosa completamente distinta, regulándose por principios de una naturaleza especial, que no guardan proporción con la cantidad, el esfuerzo o la destreza de esa supuesta labor de inspección y de dirección. Los beneficios se regulan enteramente por el valor del capital empleado y son mayores o menores en proporción a su cuantía”[1]

En Smith y toda la economía clásica, el beneficio es uno de los tres componentes del precio de toda mercancía, los otros dos son el salario y la renta de la tierra. Para determinar el precio real de cualquier bien es preciso conocer el precio de los componentes. La teoría de los precios depende de la teoría de la distribución. Es necesario examinar las reglas que regulan el salario, el beneficio y la renta. Ese es el gran tema de la economía clásica.

En el capítulo IV del libro 2 de La Riqueza de las Naciones, titulado: “Del capital prestado a interés”, Smith sugiere la existencia de un ingreso del empresario que sería una parte del beneficio que aparece cuando el propietario del capital, en lugar de emplearlo por su propia cuenta en una actividad productiva, lo presta a un tercero, que le pagará por su uso una cierta renta anual o interés.

“El prestamista – escribe Smith – por medio del préstamo, transfiere al prestatario el derecho de disponer de una cierta porción del producto anual de la tierra y el trabajo del país, para ser empleado a su arbitrio”[2]

De los tres discípulos inmediatos de Smith - Ricardo, Malthus y Say- solo el francés desarrolla el concepto de empresario.

 Ricardo se esfuerza por demostrar que el aumento del salario nominal, resultante del encarecimiento de los bienes agrícolas en los que los trabajadores gastan su ingreso, a medida que dichos bienes deben ser producidos en tierras menos productivas, se traduce en una disminución de la tasa de beneficios que desincentiva la acumulación de capital. Malthus, por su lado, dedica la mayor parte de su esfuerzo analítico a demostrar que la acumulación de capital puede también verse limitada por una demanda insuficiente, anticipando el principio de la demanda efectiva desarrollado por Keynes, quien reconoce a Malthus como su precursor. En todo caso, en sus obras principales, ni Ricardo ni Malthus prestan atención a la figura del empresario.

Es Jean-Baptiste Say el único discípulo inmediato de Smith que desarrolla la noción de empresario dándole importancia analítica. En su obra principal, Tratado de economía política, puede leerse lo siguiente:  

“…los beneficios del empresario incluyen ordinariamente los beneficios de su industria y los del capital. Una porción de ese capital le pertenece casi siempre; otra porción a menudo es prestada; pero en todos los casos, que el capital sea prestado o no, el beneficio que resulta de su servicio, es ganado por el empresario, porque él ha tomado a su propia cuenta todos albures, buenos o malos, de la producción. Pero de lo que se trata aquí es de la porción de sus beneficios que él debe a sus facultades industriales, es decir, a su juicio, a sus talentos naturales o adquiridos, a su actividad, a su espíritu de orden y de conducta”[3].

De esta extraordinaria cita debe destacarse lo siguiente:

La ganancia total – o ganancia bruta como después la llamará Mill – es la diferencia entre los costos ciertos que asume el empresario y el precio, inicialmente incierto, que obtiene por su producto. Esa suma retribuye al empresario y al dueño del capital puesto en movimiento por la acción del primero. Ambas retribuciones dependen del mayor o menor éxito de la acción empresarial. Sin esta acción exitosa no hay ni ganancia empresarial ni beneficio para el capital. El capital no produce ganancia por sí mismo.    

Mill desarrolla este tema de forma explícita en sus Principios, en particular en el capítulo XV del libro II titulado “De las ganancias”, donde se ocupa de la parte del producto “que corresponde al capitalista: las ganancias del capital, las ganancias de la persona que anticipa los gastos de los gastos de la producción…”.  Las ganancias son el excedente que queda después de cubrir los desembolsos, el ingreso neto de capital. Para justificar la ganancia, Mill adopta la teoría de la abstinencia de Senior. La ganancia del capital es la recompensa de la abstinencia.

Mill introduce el concepto de ganancia bruta del capital indicando que ésta se divide en tres partes, a saber: i) el beneficio propiamente dicho del capital avanzado, es decir, el ingreso neto del capital que equivale al interés; ii) la compensación por el riesgo y iii) la remuneración por la dirección de la empresa o el negocio.

“…la persona que practica la abstinencia es el prestamista, y se le remunera por ella con los intereses que se le pagan, en tanto que la diferencia entre las ganancias brutas y el interés remunera los esfuerzos y los riesgos de los empresarios”[4]

La parte del beneficio que remunera propiamente el capital invertido tiende a igualarse cualquiera sea el empleo del capital. Esto es consecuencia de la competencia en el mercado de crédito. No ocurre lo mismo con aquella parte que remunera los esfuerzos y riesgos del empresario la cual “varía mucho entre individuo e individuo”, dice Mill. Y añade:

“Depende de los conocimientos, el talento, la frugalidad y la energía del capitalista mismo, o de los agentes que emplea; de las relaciones personales, e, incluso, de la suerte”[5] 

Los ricardianos modernos, es decir, Piero Sraffa y sus discípulos, retoman estrictamente la visión tripartita de los agentes titulares de ingreso: trabajador, capitalista y terrateniente, sin que en su esquema analítico haya lugar para el empresario. Lo único que debe destacarse aquí es que en su “Producción de mercancías por medio de mercancías”, Sraffa se aparta de la idea que tiene Ricardo sobre la relación entre la tasa de interés y la tasa de beneficios. 

Para Ricardo, la tasa de interés está determinada por la tasa de beneficios:

“El tipo de interés, aunque gobernado permanentemente y en último término por la tasa de utilidad, está, sin embargo, sujeto a variaciones temporales por otras causas”[6]

Y niega explícitamente que, dejando de lado las variaciones temporales, sea un fenómeno monetario:

“No está regulado (el interés del dinero) por la tasa a que el Banco lo presta, sino por la tasa de ganancias que puede obtenerse con el empleo del capital, lo que es totalmente independiente de la cantidad o del valor del dinero”[7]

En el sistema de Sraffa, para determinar los precios de producción hay que darse una de las variables de distribución: el salario o la tasa de beneficios. Dada la tasa de beneficios se obtienen el salario y los precios. Sraffa justifica la adopción de la tasa de beneficios como variable exógena con el siguiente argumento:

“El tipo de beneficios, en cuanto que es una razón, tiene un significado que es independiente de cualquier precio, y puede ser, por tanto, dado antes de que los precios sean fijados. Es así susceptible de ser determinado desde fuera del sistema de producción, en especial por el nivel de los tipos monetarios de interés. En las secciones siguientes el tipo de beneficios será, por tanto, tratado como variable independiente”[8] 

Aunque tanto en la obra de Say como la de Mill se perfila la figura del empresario ejerciendo una función que le es propia y recibiendo por ello un ingreso, en la visión transmitida de forma predominante de la economía clásica, la distribución del producto, problema central de la teoría, se realiza entre tres clases de agentes: trabajadores, capitalistas y terratenientes, sin que haya lugar analítico para la figura del empresario y la función empresarial.   

Bibliografía:

Cantillon, Richard (1755,1950). Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general. Fondo de Cultura Económica, México, 1950.

Mill, J.S. (1848, 1978). Principios de economía política. Fondo de Cultura Económica, México, 1978.

Ricardo, D. (1817, 1997). Principios de economía política y tributación. Fondo de Cultura Económica, México, 1997. Segunda reimpresión, Bogotá, 1997.

Say, J.B. (1803, 1972). Traite d´Economíe Politique. Calmann-Levy, Paris, 1972.

Smith, Adam (1776, 1979). Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. Fondo de Cultura Económica, México, 1979.

Sraffa, P. (1960, 1975). Producción de mercancías por medio de mercancías. Oikos-Tau, s.a. ediciones, Barcelona, 1975.



[1] Smith, A. (1776,1979). Página 48.

 

[2] Smith, A. (1776,1979). Página 318.

 

[3] Say, J.B. (1803, 1972). Página 374.

 

[4] Mill, J.S. (1848, 1978). Página 361.

 

[5] Mill, J.S. (1848, 1978). Página 365.

 

[6] Ricardo, D. (1817, 1997). Página 222.

 

[7] Ricardo, D. (1817, 1997). Página 271.

 

[8] Sraffa, P. (1960,1975). Páginas 55-56.

 

lunes, 1 de marzo de 2021

¿Dónde está la Junta Directiva de EPM?

 

¿Dónde está la Junta Directiva de EPM?

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista

 

Quien por no ejercer sus atribuciones se ve despojado de ellas es más culpable del despojo que el mismo asaltante. Este parece ser el caso de la Junta Directiva de EPM nombrada por el alcalde Quintero Calle hace ya más de seis meses.

Integrada por personas completamente ajenas al sector de los servicios públicos y habiéndose perdido la memoria institucional que daba la forma alternada de designación practicada durante muchos años - se garantizaba la combinación de miembros experimentados con los recién llegados - era comprensible que la Junta Directiva, nombrada en agosto de 2020, pasara por un período de adaptación y aprendizaje antes de verla ejerciendo con conocimiento y autonomía la plenitud de sus funciones.

Lamentablemente no ha ocurrido así y la Junta continúa brillando por su ausencia y, sobre todo, por un desconcertante silencio frente a las actuaciones del alcalde y de sus agentes directos enquistados en EPM, que la han engañado con descarado desparpajo.

La Junta fue asaltada en su buena fe, por lo menos algunos de sus miembros, cuando se le mintió sobre la oportunidad de presentar la demanda contra el consorcio constructor. Se le ocultaron las consecuencias de dicha demanda sobre las demandas que a su turno enfrenta EPM de los pobladores aguas abajo de la presa de Hidroituango, por los supuestos perjuicios causados por la contingencia de abril de 2018.  Aparentemente no se les explicó que como contratista de la Sociedad Hidroituango, en los términos del contrato BOOMT, EPM es responsable de sus propios contratistas. No se les informó que esa demanda debilitaba la posición de EPM frente a la aseguradora que ya había reconocido que los daños de la contingencia estaban cubiertos por la póliza. Tampoco se le informó que había pactado un tribunal de arbitramento con el consorcio constructor CCC para resolver las controversias relacionadas con la contingencia del 28 de abril de 2018.

Como si todo eso fuera poco, en la reunión del 26 de enero, el alcalde le mintió descaradamente a la Junta en pleno al informarle de la supuesta renuncia del gerente Rendón López.  Y volvió a mentirle cuando le dijo que la causa de su abrupta salida era un comportamiento supuestamente malintencionado al firmar la renovación del contrato de construcción con una filial de papel de Camargo Correa, con el objeto de liberar a la matriz de responsabilidades. Ya la Junta debe estar enterada de que la sustitución de la matriz Camargo Correa por Camargo Correa Construcciones dentro del Consorcio se hizo desde 2017, obedeciendo a la reestructuración del grupo brasilero, y que en decenas de documentos de EPM se reconoce dicha sustitución. Además, la matriz ha dado todas las garantías requeridas en esta situación.

La carta del 1 de marzo, dirigida a la gerente Mónica Ruiz por más de 90 funcionarios del área legal de EPM, pone en evidencia que el señor Alexander Sánchez Pérez, vicepresidente de asuntos legales, ayudado por un grupo de abogados externos contratados exprofeso, es el artífice de todo ese montaje de engaños, falsedades, ocultamientos y burdas mentiras que han puesto a EPM en la delicada situación jurídica y reputacional en la que se encuentra en la actualidad. Si alguna vergüenza y dignidad tuviera en señor Sánchez Pérez, renunciaría de inmediato ante el repudio de todos sus subalternos.

Una característica fundamental de los abogados de EPM – además de su rigor y disciplina de estudio – es su prudencia extrema, que los lleva a medir el alcance de las manifestaciones públicas. Los abogados de EPM no litigan en los micrófonos ni en los periódicos ni acostumbran dar declaraciones. El mero hecho de hacer pública esa carta – escrita en tono prudente y sobrio – es prueba de que la situación interna de EPM es extremadamente grave. La doctora Mónica Ruiz, salida de la entraña de EPM, debe entender bien que se trata de un llamado angustioso.

Si el señor Sánchez Pérez no renuncia, la gerente Ruiz debe declararlo insubsistente sin dilación alguna y la Junta en pleno debe darle su apoyo. En esa Junta hay varios abogados muy destacados que tienen un prestigio que defender y saben bien lo que está en juego. Hay otras personas menos conocedoras de las cuestiones jurídicas y técnicas que someten a su discusión, pero que deberían empezar por entender que el hecho de haber sido nombrados por el alcalde no los convierte en sus subalternos y que, en tanto que miembros de junta, tienen responsabilidades personales cuyo incumplimiento tiene consecuencias incluso patrimoniales.

LGVA

Marzo de 2021. 

 

 

domingo, 28 de febrero de 2021

La concepción del empresario en el pensamiento económico I El origen: Richard Cantillon

 La concepción del empresario en el pensamiento económico I

El origen: Richard Cantillon

 

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista

 

La forma como se concibe al empresario incide decisivamente en la percepción que las personas tienen de la economía de libre mercado y propiedad privada. Esa concepción determina la mayor o menor simpatía – o antipatía- que se experimenta frente a ese tipo de organización económica y la forma de propiedad a ella asociada.

Las ideas que la gente tiene del empresario y de su rol en el proceso económico están determinadas por el tratamiento analítico dado a esa figura en las dos grandes tradiciones del pensamiento económico: la clásica y la neoclásica. Esto no significa que la gente conozca estas tradiciones, incluso puede ignorar por completo su existencia. La cuestión es que las visiones o representaciones que se desprenden de ellas han sido trasmitidas, de forma cada vez más degenerada, por literatos, historiadores, periodistas y economistas, también.

Para ilustrar mejor este punto piénsese, por ejemplo, en el interés. La mayoría de las personas creen que surge del dinero, de la posesión del dinero, y buena parte de ellas tiene el sentimiento de que hay algo de injustificado en su existencia, aunque no atinen a entender muy bien por qué es así. La idea de que el interés es dinero engendrado por dinero y de que esto no tiene justificación porque el propósito del dinero es servir como medio de cambio, y nada más, procede de Aristóteles, de quien la mayoría de las personas conoce a lo sumo su nombre. Para estas personas, el prestamista se asocia, casi siempre a la siniestra figura de Ebenezer Scrooge, el personaje de Dickens, cuyas obras son responsables en gran medida de las sórdidas representaciones de la Revolución Industrial transmitidas por un sin número de historiadores. Con el empresario ocurre algo similar a lo que ocurre con el interés.     

En la primera de las tradiciones mencionadas, la clásica, la figura del empresario es difusa, al punto en que puede decirse que es inexistente y que se identifica analíticamente con el propietario de los medios de producción, con el capitalista. Debemos a Smith esa visión. En la segunda, la neoclásica, prevalece una visión tan enteramente mecánica que el empresario se deshumaniza hasta diluirse en el concepto impersonal de empresa, que se maneja en los manuales estándar de microeconomía y macroeconomía. El origen de esta visión se encuentra en Walras. 

Hay en el pensamiento económico una tercera tradición que comienza en Cantillon y llega a los modernos exponentes de la escuela austríaca, que aporta una visión de empresario mucho más rica y compleja, la cual, además de tener importantes implicaciones analíticas, lleva a una valoración moral de la economía capitalista más acertada y mucho más favorable que la derivada de las dos tradiciones mencionadas.



Probablemente es Richard Cantillon (1680 – 1734)[1] el primero de los grandes economistas del pasado en desarrollar y emplear sistemáticamente en su teoría el concepto de empresario. En su única obra, Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general, publicada en 1755, se encuentra el siguiente enunciado de sorprendente modernidad:  

“La circulación y el trueque de bienes y mercaderías, lo mismo que su producción, se realiza en Europa por empresarios a riesgo suyo”[2].  

¿Quiénes son esos empresarios?

En primer lugar, está el colono que promete pagar al propietario de la tierra “una suma fija de dinero (…) sin tener la certeza del beneficio que obtendrá de esta empresa”. Y no tiene certeza porque el precio de mercado de los artículos producidos depende de toda una serie de circunstancias que escapan a su control. Esto significa “que conduce la empresa de su granja con incertidumbre”. El colono vende sus productos al mayorista, que los lleva a los burgos o a las ciudades, y quien a su turno paga al colono un precio fijo “para obtener en la ciudad un precio incierto”. El mayorista o el colono mismo venden sus productos a los minoristas o artesanos quienes también pagan un precio cierto esperando un precio incierto.

“Por esta razón muchas gentes en la ciudad se convierten en comerciantes o empresarios, comprando los productos del campo a quienes los traen a ella, o bien trayéndolos por su cuenta: pagan así por ellos un precio cierto, según el lugar donde los compran, revendiéndolos al por mayor, o al menudeo, a un precio incierto”[3]

Es empresario el artesano, que compra la lana del comerciante o del productor, sin saber “qué beneficio obtendrá al vender sus paños y telas al sastre”. Es empresario el sastre, el lencero, el sombrerero, el vinatero, etc. Todos esos empresarios son consumidores y clientes los unos de los otros.

“Todos los otros empresarios, como los que benefician las minas, o los de espectáculos, edificaciones, etc. – lo mismo que los empresarios de su propio trabajo, que no necesitan fondos para establecerse, como lo buhoneros, caldereros, zurcidoras, deshollinadores, aguadores, etc. – subsisten con incertidumbre, y su número se proporciona al de su clientela. Los maestros artesanos, zapateros, sastres, ebanistas, peluqueros, etc., que emplean oficiales en proporción a los encargos que reciben, viven en la misma incertidumbre, porque sus clientes pueden abandonarlos de un día a otro: los empresarios de su propio trabajo en las artes y en las ciencias, pintores, médicos, abogados, etc., subsisten con la misma incertidumbre”[4].

 “Estos empresarios no pueden saber jamás cuál será el volumen de consumo de su ciudad, ni cuánto tiempo seguirán comprándole sus clientes, ya que los competidores tratarán, por todos los medios, de arrebatarles la clientela: todo esto es causa de tanta incertidumbre entre los empresarios, que cada día algunos de ellos caen en bancarrota”[5]

Y se llega a esta conclusión:

“…cabe afirmar que, si se exceptúan el príncipe y los terratenientes, todos los habitantes de un estado son dependientes; que pueden, éstos, dividirse en dos clases: empresarios y gente asalariada; que los empresarios viven, por decirlo así, de ingresos inciertos, y todos los demás cuentan de ingresos ciertos durante el tiempo que de ellos gozan, aunque sus funciones y rango sean muy desiguales”[6]

Con razón Murray Rothbard, quien como Jevons lo considera el fundador de la economía, ha dicho que el análisis del empresario de Cantillon es una de sus más notables contribuciones al pensamiento económico[7]. La incertidumbre es el rasgo característico de los mercados reales, algo que debía entender muy bien el comerciante, banquero y especulador que fue Cantillon. Su empresario alquila tierra y servicios productivos y adquiere insumos a precios conocidos esperando obtener de su actividad un beneficio incierto porque inciertos con los precios a los que venderá sus productos. Este es también el caso de aquellos que comprometen en su actividad sólo su propio trabajo y algunos escasos medios de su propiedad: todos los trabajadores y profesionales independientes.

La concepción de empresario de Cantillon, que, como lo indica Rothbard, anticipa la de Mises y la de la moderna escuela austríaca, desparecerá del pensamiento económico bajo la influencia aplastante de Adam Smith y, posteriormente, de León Walras.

 

Bibliografía

Cantillon, Richard (1755,1950). Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general. Fondo de Cultura Económica, México, 1950.

Rothbard, M. (1995, 2006). Economic Thought Before Adam Smith. An Austrian Perspective on the History of Economic Thought. Volume I. Ludwig von Mises Institute, AUBURN, ALABAMA, 2006.

LGVA

Febrero de 2021.

 

 



[1] La gran significación de la obra de Cantillon para el desarrollo del pensamiento económico fue puesta en evidencia, por primera vez, por William Stanley Jevons en un ensayo titulado “Richard Cantillon y la nacionalidad de la economía política”, publicado en 1881. Este ensayo se reproduce en la edición española del libro de Cantillon publicada por el Fondo de Cultura Económica en 1950.

Posteriormente, en su libro Precios y producción, Hayek recupera el análisis de Cantillon sobre la forma en que un aumento de la oferta monetaria, ocasionado por la explotación de nuevas minas de oro o plata, se transmite al conjunto de la economía alterando los precios relativos de las mercancías. Esta modificación de los precios relativos, a la que Hayek dio en nombre de Efecto Cantillon, es crucial en su explicación del ciclo y las crisis económicas.   

 

[2] Cantillon, R (1755,1950). Página 39.

 

[3] Cantillon, R (1755,1950). Página 41.

 

[4] Cantillon, R (1755,1950). Página 42-43.

 

[5] Cantillon, R (1755,1950). Página 41.

 

[6] Cantillon, R (1755,1950). Página 43.

 

[7] Rothbard, M. (1995,2006).  Páginas 351.


lunes, 22 de febrero de 2021

Candidatos, candidotes y estococracia

 

Candidatos, candidotes y estococracia

 

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista

 

Unos ocho políticos profesionales, es decir, unas ocho personas que han vivido durante décadas del presupuesto público, han conformado una variopinta alianza para disputarse en votación primaria la candidatura a la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2022. Todos quieren ser presidente de la República, al igual que otros 15 ó 20 que se mueven en las diferentes bandas de confuso y amplio espectro de la política colombiana. No es improbable que a finales de este año haya una treintena de ellos disputándose el favor de los electores colombianos.

Esta increíble profusión de candidatos y candidotes, que alcanza una escala desmesurada en las elecciones de cuerpos colegiados y autoridades locales, es la simple consecuencia de un sistema electoral que acabó con el régimen político basado en partidos estables, duraderos y diferenciados y lo sustituyó por uno de personajes que forman alianzas contingentes, casuales y azarosas al vaivén de las coyunturas políticas.

Este es un fenómeno que hace metástasis en el mundo entero y, en particular, en los regímenes presidenciales de América Latina, donde los sistemas electorales parecen diseñados exclusivamente para tramitar las ambiciones personales de poder de los profesionales de la política.

La atomización de la política es consecuencia directa de los sistemas electorales, lo que en el caso de las elecciones de cuerpos colegiados tiene que ver con el tamaño de la circunscripción y el grado de proporcionalidad entre votos emitidos y escaños obtenidos. Circunscripciones más grandes en cuanto al número de escaños y de mayor proporcionalidad, conducen a la mayor proliferación de candidatos.

Los sistemas de elección presidencial de doble vuelta, prevalecientes en la mayoría de países de América Latina, convierten la elección de presidente en un proceso largo, costoso y agobiante que empieza prácticamente al otro día de la última votación. Para elegir su presidente, los ciudadanos deben participar hasta en tres votaciones: las primarias entre precandidatos y las dos vueltas presidenciales.

El sistema de corrupción legalizada, en el que el asistencialismo y el intervencionismo han convertido a casi todos los gobiernos modernos, lleva a que el contenido de las propuestas políticas no difiera en sustancia de un candidato a otro. Todos aspiran a conseguir la mayoría prometiendo a cada minúsculo grupo de interés la adopción de medidas especiales para satisfacer sus quejas particulares. Estamos llegando pues a un mundo de la política en el que cada individuo quiere del gobierno su beneficio particular y en el que cada uno se siente capacitado para obtenerlo para si mismo y dárselo a los demás. Estamos llegando a un mundo en el que todos se sienten capaces de gobernar y con derecho de hacerlo.   Estamos llegando al mundo de la estococracia o el gobierno estocástico. 

La estococracia – también demarquía, insaculación, lotocracia o gobierno aleatorio – es un sistema político sin partidos ni elecciones en el cual los gobernantes son elegidos por sorteo entre todos los ciudadanos o grupos de ciudadanos habilitados.

Modernamente la demarquía se asocia con las ideas del filósofo australiano John Burnheim, expuestas en varios trabajos, el más reciente de los cuales, El Manifiesto de la Demarquía: para una mejor política pública, fue publicado en 2016. Sin embargo, la elección por sorteo tiene sus orígenes en la Grecia Antigua.

Para Platón, el rasgo característico de la democracia es justamente la elección del gobierno por sorteo:

“El gobierno se hace democrático cuando los pobres, consiguiendo la victoria sobre los ricos, degüellan a unos, destierran a los otros y se reparten con los que quedan los cargos y la administración de los negocios, reparto que en estos gobiernos se arregla de ordinario por la suerte”. (La República, libro VIII, 557).

En su Política, Aristóteles indica también que el sorteo es el modo de nombramiento propio de la democracia:  

 “…parece ser democrático que los cargos se den por sorteo y oligárquico que se den por elección” (Política, IV, 1294b).

En su obra La Constitución de Atenas, informa Aristóteles que los atenienses elegían por sorteo la mas alta magistratura de la Polis: el Consejo de los Areopagitas o simplemente Areópago:  

“Formaban el consejo cuatrocientos uno de los ciudadanos de pleno derecho, elegidos por sorteo. Se sorteaban para esta y para las demás magistraturas los que han cumplido 30 años. El consejo del Areópago era el guardián de las leyes y vigilaba a los magistrados para que mandasen conforme a las leyes” (Constitución de los atenienses. 3, 4)

Para garantizar el completo anonimato de la elección, los atenienses se inventaron un instrumento llamado Cleroterion en el cual se depositaban las placas con los nombres de los ciudadanos para ser extraídas al azar y elegir así a los magistrados.


 Cleroterion, Museo de Atenas

El gran Montesquieu se refiere al sorteo electoral en términos especialmente elogiosos:

“La elección por sorteo es propia de la democracia; la designación por elección corresponde a la aristocracia. El sorteo es una forma de elección que no ofende a nadie y deja cada ciudadano una esperanza razonable de servir a su patria” (Del espíritu de las leyes, Primera parte, libro II, capítulo II).

Otros filósofos de la Ilustración como Rousseau y Condorcet aprobaban el sorteo como la forma de elección de gobernantes propia de la democracia. De hecho, si nos atenemos a Montesquieu y, antes de él, a Aristóteles, los sistemas electorales del mundo entero, que escinden los ciudadanos entre elegibles y electores, son oligárquicos o, en el mejor de los casos, aristocráticos.

La principal objeción que se hace a la elección aleatoria de gobernantes es que los así nombrados podrían no tener los méritos intelectuales y morales para ejercer los cargos. Una mirada a la lista de alcaldes y gobernadores y a la composición de nuestros cuerpos colegiados sugiere que el resultado de una elección aleatoria difícilmente podría ser peor que el de las votaciones usuales.

La paradoja de nuestro sistema electoral es que, obligados a escoger entre un gran número de candidatos, los ciudadanos colombianos votan tan a ciegas como lo hacían los electores del célebre dictador hondureño Tiburcio Carías Andino. Colocados en fila en el puesto de votación, a los votantes se les entregaba un sobre cerrado con el nombre del candidato. A quien quería mirar dentro del sobre, el jurado electoral lo reprendía diciendo: ¡no mire, el voto es secreto!

LGVA

Febrero de 2021.