Golpe
de Estado por cuotas
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista
“Es
una ley eterna que todo hombre que tiene poder tiende a abusar de él; va hasta
que encuentra límites”
(Montesquieu, El
espíritu de las leyes)
Los golpes de estado ya no
llegan en tanques, sino en cuotas. No se declaran, se ejecutan por etapas
partiendo de una elección democrática. Su lógica no es la irrupción repentina,
sino la captura progresiva del poder absoluto mediante imposición de reformas constitucionales
y legales, la corrupción y clientelismo rampantes para lograr apoyo político, la cooptación institucional, la intimidación a la prensa y la movilización popular
violenta. Rusia con Putin, Turquía con Erdoğan, Venezuela con Chávez y Maduro,
Ecuador con Correa, El Salvador con Bukele y Nicaragua con Ortega son algunos
ejemplos.
Colombia no es inmune a esta
modalidad de captura institucional. Desde 2022, Petro ha emprendido un proceso
sostenido de erosión de los frenos y contrapesos del Estado de Derecho: ha
enfrentado sistemáticamente al Congreso, ha deslegitimado a las Altas Cortes,
ha atacado los poderes regionales, ha iniciado la cooptación de los organismos
de control, ha socavado la autonomía del Banco de la República y ha hostigado
la prensa. Durante meses promovió la idea de una Asamblea Constituyente por
fuera del procedimiento del artículo 374 de la Constitución. Ahora, cuando esa
vía se revela políticamente inviable, propone una consulta popular para sacar
adelante su reforma laboral, como si el voto manipulado pudiera sustituir la
deliberación parlamentaria.
La consulta popular no es una
rectificación. Es una táctica distinta para un objetivo idéntico: legitimar el
poder del Ejecutivo por encima de los cauces institucionales. Presentada como
un instrumento democrático, la consulta se convierte en un mecanismo
plebiscitario que reduce la política a un acto de fe. De aprobarse una reforma estructural
cualquiera mediante ese mecanismo, se establecería un precedente que permitiría
gobernar por consulta y no por ley. El Congreso quedaría relegado a una función
decorativa.
Pero el riesgo no es solo
jurídico. Lo que hoy tenemos es un Ejecutivo que avanza en la concentración de
poder mientras debilita la capacidad del Estado para contenerlo. La remoción
masiva de mandos militares, la desmoralización de la tropa, y la inactividad
operativa de las Fuerzas Armadas en vastas regiones del País han dejado al
Estado sin columna vertebral de autoridad legítima. Al mismo tiempo, los mal
llamados “procesos de paz” han servido para fortalecer a grupos armados
ilegales que hoy ejercen control territorial, social y político en
departamentos como Cauca, Chocó, Nariño, Arauca y en grandes regiones como el
Bajo Cauca antioqueño y el Catatumbo.
El panorama de cara a las
elecciones de 2026 es alarmante. La combinación de un Ejecutivo con pulsiones
autoritarias, unas Fuerzas Armadas neutralizadas y unas organizaciones
criminales empoderadas plantea un escenario de ruptura constitucional
encubierta. Si se impone una reforma plebiscitaria que margine al Congreso, si
se sabotea el proceso electoral en zonas rurales a través del miedo o la
abstención forzada, lo que tendremos no será una elección sino una ratificación
disfrazada.
La defensa de la democracia no
puede esperar a que el golpe esté consumado. Debe anticiparse. La Corte
Constitucional debe actuar con firmeza frente a cualquier intento de suplantar
el procedimiento legislativo. Los partidos democráticos, por su parte, tienen
el deber de unirse —sin ambigüedades ni cálculos mezquinos— para preservar el
orden jurídico. Los gremios de la producción deben jugarse a fondo en defensa
ya no del interés particular de sus asociados sino de la libertad económica y el
estado de derecho. La sociedad civil debe movilizarse, no para obedecer al
caudillo de turno, sino para defender la República.
El golpe por cuotas no
necesita fusiles; basta con la indiferencia ciudadana.
LGVA
Mayo de 2025
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