Carta abierta a Carolina Ramirez y a Juan Felipe Vélez a
propósito del video divulgado por Vicky Dávila
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista, Docente Universidad EAFIT
Querida Carolina y querido
hijo:
Les
escribo conjuntamente porque ambos han expresado cierto desconcierto con mi
posición sobre el asunto del video divulgado por Vicky Dávila. Agradezco tu interés, Carolina, por mi
punto de vista y voy a tratar de satisfacer tu curiosidad sobre los argumentos
que sustentan mi solidaridad con ella, que quise expresar con un modesto
trino. A ti, hijo, te agradezco por tus
observaciones que me han obligado a reflexionar más profundamente sobre el
tema. A ambos les deseo que conserven y afinen aún más el sentido crítico que
los caracteriza pues esa es la base de todo pensamiento libre y racional.
En
primer lugar, pienso que la publicación del video si era relevante teniendo en
cuenta el contexto en el que se produce. La divulgación no es un hecho aislado.
Se hace en el marco de una investigación periodística de varios meses que está
tratando de demostrar la existencia de situaciones de corrupción y de conductas
inadecuadas al interior de la policía. El video permite establecer a propósito de
ese asunto una relación entre la policía y el congreso, como quiera que en el
momento de la grabación el señor involucrado y su interlocutor eran un
congresista en ejercicio y un miembro activo de la policía. No soy un experto en
asuntos penales o periodísticos, pero creo que en el contexto de la
investigación el video en cuestión es un indicio que debía llevar a
indagaciones más profundas, a la búsqueda de nuevos elementos probatorios. Esto
es lo que han debido hacer los colegas periodistas de Vicky, en lugar de
lanzarse a condenarla, de manera casi unánime, con argumentos falaces sobre el
respeto a la intimidad personal.
La
condena a Vicky Dávila por parte de la mayor parte de sus colegas pone de
manifiesto una tremenda hipocresía y, lo que es más grave aún, una profunda
incomprensión sobre el significado y fundamento de la libertad de prensa. Voy a
tratar inicialmente el primer aspecto, más adelante me ocuparé del segundo que,
como verán, es el realmente importante.
El
señor en cuestión es un homosexual que al parecer ha ocultado su condición a su
familia y a sus allegados. De no ser así no habría razón para el escándalo que
se armó. Por supuesto que la decisión de reconocerse públicamente como
homosexual es algo que concierne exclusivamente al señor congresista. Al no
hacerlo ha decido comportarse como un hipócrita y eso es asunto suyo. Vicky
Dávila no tenía por qué saber ni le tenía que importar si el señor era un
homosexual vergonzante o no. En el contexto de la situación este es el asunto
de menor importancia. Al convertirlo en el más relevante no se está haciendo
otra cosa que llevar la hipocresía, que no la intimidad, al rango de derecho
humano. De paso han enterrado una investigación que debía llevar a poner de
manifiesto la grave crisis interna de la policía y la seguridad ciudadana.
Pasemos
ahora a lo que realmente es importante. Creo que en este asunto lo que está en
juego es el significado de la libertad de prensa y, en general, de la libertad
de expresión. En una entrevista concedida a la periodista Patricia Janiot, el
Presidente de la República manifestó, a manera de pregunta, que la divulgación
del video no era una forma adecuada de hacer periodismo. La señora Janiot confesó
no haber visto el video. Posteriormente, toda una serie de encumbrados
periodistas salieron a suscribir el juicio presidencial sobre la forma de hacer
periodismo.
A
mi juicio, el Presidente no tiene por qué emitir ningún juicio sobre la forma
de hacer periodismo de Vicky Dávila o de cualquier otro periodista. Aunque
parece insignificante, esta es una intromisión en la libertad de prensa de la
misma naturaleza que las de un Correa o un Maduro, que no se disculpa por el
hecho de que haya querido matizarla diciendo que esa opinión la expresaba “como
periodista”. Pues no, no hay disculpa alguna. El Presidente de la República no
deja nunca de ser el presidente y todo lo que diga o haga lo hace desde esa
condición y tiene las implicaciones que de ella se derivan. Muy seguramente el
doctor Carlos Julio Ardila tuvo en cuenta esta opinión al momento de pedirle la
renuncia a Vicky Dávila.
A
mí en general no me gusta el periodismo de Vicky Dávila, casi nunca la escucho.
Tampoco me gustan Julito, ni Arizmendi, ni los de la blu. En periodismo radial
lo que me resulta más potable es Yolanda Ruiz, en RCN, aunque con frecuencia
apago el radio cuando ella o sus colaboradores se desbocan de decir tonterías
sobre lo humano y lo divino. Cuando era joven leía con avidez El Espectador, El
Tiempo y El Colombiano y era fanático de las columnas de opinión. Ahora lo hago
menos quizás por el hecho de que, de tanto conocerlos, se por anticipado lo que
va a decir sobre cualquier cosa la mayoría de los columnistas colombianos. De
hecho, buena parte de ellos, como el muy célebre Antonio Caballero, dicen
siempre la misma cosa a propósito de cualquier cosa. Lo importante es que al
escuchar o dejar de escuchar un medio, al leer o dejar de leer un periódico
estoy ejerciendo mi libertad de elección. Esto lo saben ustedes muy bien, pero
lo digo porque me lleva a la cuestión de fondo que quiero abordar.
Cuando
uno tiene cabeza de martillo, todo lo ve como un clavo; yo, como economista,
por donde paso veo un mercado. La actividad de los periodistas y en general de
los intelectuales se ubica en lo que podemos llamar, siguiendo a Coase, “el mercado
de las ideas”. Los economistas y en
general la sociedad aceptan que debe existir cierta regulación en los mercados
de algunos bienes y servicios para que éstos se suministren en las “condiciones
correctas” de cantidad, calidad y precio. He utilizado la expresión “condiciones
correctas”, que no es muy propia de la jerga de los economistas, porque me
permite acercarme con más claridad a lo que quiero expresar con relación al
“mercado de las ideas”. Al aceptar la
regulación de los mercados de bienes y servicios estamos suponiendo que tenemos
forma decir con algún fundamento técnico y científico qué es lo “correcto”. Si
no fuera así toda profesión se vendría al piso.
Ahora
bien, es un hecho ostensible que mucho de lo que se dice, escribe o muestra en
los medios de comunicación está lejos de ser “correcto” en cualquier sentido
técnico o profesional. Estoy seguro de que muchas veces han experimentado
desconcierto, estupor o rabia frente a las tonterías que en materia económica
se divulgan en la prensa. Eso mismo debe ocurrirles a los profesionales de
otras disciplinas. Tomemos el caso de las terapias milagrosas para combatir la
obesidad o elevar el vigor sexual que inundan los medios. Los médicos saben que
buena parte de ellas son engañosas e incluso atentatorias contra la salud de
las personas. Es decir, son “incorrectas”. ¿No debería entonces regularse la
difusión de las ideas sobre ese tipo de terapias? O para volver a nuestro
campo, ¿no debería regularse la difusión de las ideas económicas? Porque es
evidente que tanto en la medicina, la economía, la ingeniería, el derecho, etc.
hay profesionales que están en condiciones de decir qué es lo “correcto”. Si
aplicáramos al “mercado de las ideas” las mismas reglas que al mercado de
bienes y servicios, los economistas tendríamos que proponer la regulación de
mismo pues en casi todos los casos los mercados libres de las ideas no
garantizan la cantidad y calidad “correctas”. Sin embargo, uno de los valores
fundamentales de occidente es el de la libertad de prensa y expresión, es decir,
libertad total en el mercado de las ideas. ¿Cómo es explica esta paradoja?
Personalmente he resuelto esta
paradoja con la ayuda de Tocqueville, quien escribió:
“Confieso que no tengo por la libertad de prensa es
amor completo e instantáneo que sentimos por las cosas soberanamente buenas por
naturaleza. La amo por la consideración de los males que ella evita más que por
los beneficios que produce”.
Tocqueville
no era ningún tonto y sabía muy bien que los periodistas no eran ningunos
santos y que su poder era considerable:
“En América, la prensa tiene los mismos gustos
destructores que en Francia, y la misma violencia sin las mismas causas de su
cólera. En América como en Francia ella es esa potencia extraordinaria, extraña
mezcla de bienes y de males, que no puede vivir sin la libertad y con la cual
el orden establecido apenas puede mantenerse.”
No
creía Tocqueville en eso de “prensa libre, pero responsable”, “el respeto a la
intimidad”, “las buenas maneras” y todas las tonterías de buen gusto que se estilan
para amordazar la prensa:
“En materia de prensa no hay realmente término medio
entre la servidumbre y la licencia. Para recoger los bienes inestimables que
asegura la libertad de prensa, hay que saber someterse a los males inevitables
que hace nacer”
Sigo
a Tocqueville al pie de la letra. La prensa debe ser totalmente libre, aunque
caiga en la licencia. Por eso, cuando el Presidente de la República juzga a Vicky
Dávila está atentando contra la libertad de prensa. Sus colegas periodista,
empezando por la encumbrada señora Janiot, en lugar de unirse al Presidente y
propagar el cuento de la intimidad y todo lo demás, han debido denunciar esa
intromisión contra la libertad de prensa y ponerse al lado de Vicky
Dávila. Yo lo hice, por las razones
expuestas.
Un abrazo,
LG.
De acuerdo con el profe Luis.
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