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viernes, 24 de marzo de 2017

Anita la peluquera y la productividad marginal


Anita la peluquera y la productividad marginal



Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista, Universidad EAFIT



Anita ha sido mi peluquera por más de 30 años. Con sus tijeras y peinillas se ha ganado la vida como trabajadora independiente, sosteniendo a su mamá y a dos hijos a quienes dio educación superior en universidades privadas, sin reclamar ni recibir subsidio alguno. También le alcanzó para comprar un apartamento. Como buena peluquera es conversadora y es un verdadero placer dialogar con ella sobre los más diversos tópicos. Hace pocos días, cuando sometía mi canosa cabeza a sus diligentes cuidados, tuvimos el siguiente diálogo:

-          Oiga doctor, por aquí estuvo Piedad, ¿se acuerda de ella? La que trabajó hace años aquí y que se fue para Miami a trabajar allá.

-          Claro que la recuerdo. ¿Cómo está ella?

-          Bien, parece que le ha ido muy bien. Dizque tiene apartamento propio y dos carros último modelo. Y que ya tiene su propia peluquería en la que emplea cuatro muchachas permanentes y dos ocasionales los fines de semana.

-          Me alegro por ella. ¿Vino a saludar?

-          No solo eso. Estuvo como tres semanas trabajando aquí con nosotras, dizque porque se aburría de no hacer nada.

-          Esto está bien, Anita. A lo mejor es verdad que se aburría y a nadie le caen mal unos pesitos más aunque gane en dólares.

-          Estuve observando detenidamente cómo trabajaba.

-          ¡Ajá!

-          Pues no noté nada.

-          No notaste nada de qué.

-          Nada diferente a la forma en que yo lo hago. Motila y peina igual de rápido y casi tan bien como yo. 

-          Eso no tiene nada de raro.

-          Pues eso es justamente lo raro. Si las dos hacemos lo mismo, ¿por qué ella allá en Miami gana más que yo aquí en Medellín? No dizque la remuneración de las personas depende de eso que ustedes los economistas llaman la productividad marginal.

-          Así es Anita, pero estás hablando de productividad física, lo que importa para determinar la remuneración es la productividad en valor.

-          ¿Cómo así doctor? Barájemela más despacio.

-          La productividad física, el número de cabezas motiladas en la unidad de tiempo,  depende de las habilidades de las personas y de los instrumentos que emplean en su trabajo. En el caso de ustedes dos es básicamente igual. También es igual la de un par de tipos que lavan platos uno aquí en Medellín y otro allá en Miami. La productividad en valor depende de la valoración que de los servicios que ustedes suministran hacen los clientes potenciales de una y otra ciudad.

-          Una motilada es una motilada y plato sucio es un plato sucio, doctor.

-          Así es Anita, pero el precio de la motilada o de la lavada de un plato depende de la valoración que hagan los clientes potenciales y esta valoración depende del costo de oportunidad.  

-          Ahora si me acabó de enredar, doctor.

-          No Anita, no es tan difícil. Para mí el costo de oportunidad de motilarme contigo es lo que me costaría motilarme a mí mismo en similares condiciones

-          Pues doctor, ese costo tiene que ser muy elevado pues usted no sabe nada de peluquería y mientras aprende se le va la vida. Debería cobrarle más caro.

-          Eso sería cierto si tú fueras la única peluquera de Medellín. Pero no es así, hay muchas otras.

-          Ojo, doctor, cuidado con jugarme infidelidades.

-          Ni riesgos Anita, te lo juro. Pero sigamos. El principal componente de ese costo de oportunidad es el ingreso que dejaría de ganar en mi profesión de economista por dedicarme a aprender peluquería para motilarme a mí mismo. Esto es fundamental a la hora de valorar los servicios de peluquería y todos aquellos que adquirimos de otras personas.  También intervienen otras consideraciones subjetivas que dependen de cada uno.  

-          A ver doctor. El precio que yo le cobro por una motilada depende entonces de sus ingresos como economista y de otras consideraciones subjetivas.

-          No sólo de lo mío. El precio de una motilada y los precios de todas las cosas dependen de las valoraciones subjetivas de grandes cantidades de personas. Lo que tú cobras por una motilada depende de las valoraciones de los habitantes de este barrio que conforman tu clientela potencial. Y estas valoraciones están condicionadas por los ingresos de estas personas.

-          Pues, no sé, doctor. No me parece tan claro.

-          Bueno Anita, hagamos un experimento mental para demostrarlo. Contéstame una pregunta.

-          Hágale.

-          ¿Por qué no cobras el doble por una motilada?

-          Doctor, eso no sería justo.

-          No Anita, nada de cuentos. ¡Qué justo, ni qué ocho cuartos! La verdad.

-          Bueno, porque probablemente se reduciría la clientela.

-          ¿Y por qué no cobras la mitad? En muchos barrios de Medellín una motilada, una cepillada y un arreglo de uñas cuestan menos de la mitad de lo que ustedes cobran aquí. En otros, como El Poblado, cuestan más del doble.

-          Pues porque la gente de por allá gana menos plata y los del Poblado ganan más.

-          ¿Y por qué la gente de este barrio no se va a hacer motilar a los barrios donde cuesta menos? ¿Y por qué los del Poblado no vienen a motilarse aquí?

-          Pues porque perderían mucho tiempo y gastarían en transporte. Usted viene porque le gusta como yo motilo.

-          Ese es el costo de oportunidad de la gente, Anita.

-          Pero yo nunca calculo ese costo de oportunidad cuando decido el precio de la motilada o la cepillada.

-          Ni tienes que hacerlo, Anita. La experiencia te ha enseñado a fijar el precio que puedes cobrar. En negocios grandes y complejos se hace eso en los llamados estudios de mercado. Pero tú, como gran cantidad de empresarios, van tanteando el precio que pueden cobrar y lo descubren  y saben que es el acertado de acuerdo con la clientela que llega. Todos hacemos lo mismo.

-          Ya entiendo mucho más. Ya entiendo que si cobro menos por una motilada que Piedad es porque usted como economista gana menos que los economistas de Miami.

-          Pues sí Anita, en cierta forma sí.

-          Y usted gana menos que los economistas de Estados Unidos porque los que compran los servicios de éstos allá ganan más que los que compran sus servicios acá.

-          Así es Anita, así es.

-          Y los que compran sus servicios acá ganan menos que los que compran los servicios de los economistas allá porque sus clientes respectivos ganan menos los unos y más los otros y así sucesivamente.

-          Así es Anita, así es.

-          ¿Cuándo se detiene eso?

-          Buena pregunta Anita. Eso se detiene en el mercado mundial. Los que ganan más ingresos en un país son los que generan más valor para los millones y millones de personas que conforman el mercado mundial. Esos son los más productivos y son también los más ricos. Son ricos porque esos millones de personas aprecian y compran los productos de sus empresas.

-          Oiga doctor, entonces me está diciendo que ¿los pobres de Colombia somos pobres porque los ricos de aquí no son suficientemente ricos?

-          En parte por eso y en parte también porque no hay bastantes ricos.

-          ¡Qué vaina, doctor! Eso no fue lo que me explicó el doctor Jorge Enrique Robledo la última vez que vino a motilarse aquí.

-          ¿Robledo viene a motilarse contigo?

-          Mentiras, doctor, lo que pasa es que al verle a usted las canas me acuerdo de él.  

-          ¿Nos parecemos?

-          En las canas doctor, en las canas nada más.



LGVA

Marzo de 2017.


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