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martes, 26 de mayo de 2020

De la economía de mercado a la economía de los derechos: la siniestra promesa de un senador de la república


De la economía de mercado a la economía de los derechos: la siniestra promesa de un senador de la república

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista


El ocho de mayo pasado fui invitado con otros colegas economistas a una sesión de la Comisión Primera del Senado a compartir nuestras impresiones sobre el impacto de la cuarentena sobre la actividad económica. Las ideas que expuse están en un texto divulgado en este blog. Al final de la sesión se nos permitió una intervención adicional de cinco minutos, en la que, entre otras cosas, dije que la economía es una vasta red de intercambios en la que vivimos todos prestándonos servicios los unos a los otros y cuando se paraliza la economía lo que se paraliza es esa red de intercambios y no hay ingresos para nadie.

Un senador excesivamente famoso, en el tono mayestático que lo caracteriza, respondió específicamente a ese planteamiento con esta afirmación: los empresarios deben acostumbrarse a una economía sin mercado, deben entender que vamos hacia una economía de derechos. Como lo cito de memoria, es probable que esas no hayan sido exactamente sus palabras, pero corresponden, como puede constarse con la grabación de esa sesión, a lo que es su pensamiento, como él lo ha expresado en múltiples oportunidades y como lo reflejan sus relaciones y posturas políticas. Ese senador promete acabar con la economía de mercado y suplantarla por lo que él llama economía de derechos. Esto, dicho en medio de la parálisis de la economía provocada por la cuarentena, me pareció especialmente siniestro.

La riqueza de las naciones libres que es la riqueza de los individuos que la conforman es el resultado de la división del trabajo y esta no tiene otro límite que la extensión del mercado, que la amplitud de los intercambios del producto de su trabajo que libre y voluntariamente realizan esos individuos con los de su propia nación y con los de las más remotas. Las personas más ricas son aquellas que directa o indirectamente cambian sus propios productos, sus propias creaciones, sus propios servicios con más y más personas. No hay persona más pobre que aquella que no intercambia nada con nadie y que por lo tanto está condenada a suplir con su esfuerzo aislado sus necesidades básicas. Esta ha sido desde siempre la verdadera promesa del socialismo y el comunismo: acabar son la libertad de intercambiar, aniquilar y suprimir la propensión humana a cambiar para hacer que las personas se conformen con lo básico, con lo mínimo. Eso es lo que el famoso senador llama economía de los derechos.

Es falso que el socialismo haya fracasado en Cuba o Venezuela, países cuyo sistema económico y político admira el famoso senador y desea implantar en nuestro país. El éxito del socialismo en Cuba ha sido total. Son ya tres generaciones las nacidas sin libertad de decidir lo que quieren hacer con su propia persona, con su propio trabajo, sin la posibilidad de intercambiar libremente sus productos y servicios con los demás. Tres generaciones acostumbradas a lo básico, a lo que la dictadura que las oprime decide son sus derechos. Ya ni se rebelan, ni protestan, pues han caído, la mayoría de ellas, en la ominosa situación de servidumbre voluntaria y agradecida a la que los tiranos socialistas quieren llevar a los habitantes de los países donde logran imponerse. Venezuela, la atribulada Venezuela, avanza decididamente por ese camino. Los jóvenes venezolanos de veinte años, de la misma edad de los muchos que en Colombia votan por el famoso senador, no han disfrutado ni de un segundo de libertad.

El socialismo no suprime la búsqueda del interés propio, reprime su ejercicio en libertad para la mayoría de la población, al tiempo que la reserva, en diversos grados según la jerarquía dentro de la nomenclatura, para los miembros del partido único de gobierno. Es el interés propio doloso, como lo han ejercido desde siempre los criminales, mediante al fraude, el robo, la extorsión, el secuestro y el asesinato. La diferencia radica en que bajo el socialismo los criminales ejercen su interés propio desde el poder, desde el gobierno. Todos los gobernantes socialistas buscando su interés propio se hacen inmensamente ricos. Todos los gobernantes socialistas son criminales que han expropiado, que es lo mismo que robado, los bienes de los demás y que cada día expropian a los sometidos el más preciado de los bienes del ser humano: su propio trabajo. El gobierno socialista es el gobierno del lumpen organizado que se ha tomado el poder.   

Increíblemente ocho millones de colombianos votaron por una persona, el famoso senador, con antecedentes criminales, con simpatías declaradas por los regímenes totalitarios y que abiertamente anuncia su propósito de expropiar al sector privado y de apoderarse de los mecanismos del estado para suprimir la economía de mercado, que es la economía de la libertad y la abundancia, e imponer por la fuerza la economía de los derechos, que es la economía de la servidumbre y las carencias. Increíblemente esa persona es temida por los empresarios, que no osan atacarlo, quienes incluso lo invitan a sus asambleas gremiales, y cortejada por los medios de comunicación y por politicastros de todos los partidos que no quisieran estar por fuera de la repartija el día en que el famoso senador se convierta, si persiste la ceguera de nuestros dirigentes, en Presidente de la República.

No debe olvidarse nunca que Castro fue aclamado por la burguesía, los estudiantes y la clase media cubana y que Chávez llegó al poder a hombros de la dirigencia política y empresarial de Venezuela y fue votado varias veces por la mayoría de la población que esperaba de él la continuación del asistencialismo a los que gobiernos adecos y copeyanos la tenían acostumbrada.  De te fabula narratur, Colombia, esta historia habla de ti, Colombia.

LGVA

Mayo de 2020.

miércoles, 20 de mayo de 2020

El "modelo" económico de Medellín


El "modelo" económico de Medellín

(Intervención en el Concejo de Medellín, mayo 20 de 2020)

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista


La expresión “modelo económico” me inspira cierta desconfianza intelectual. Quienes la usan suelen dar por entendido su significado, no voy a caer en ese desliz. Por modelo económico entiendo el conjunto de procedimientos que determinar la orientación y el volumen de producción de una sociedad y la distribución de sus resultados entre quienes participan en esa producción. Desde ese punto de vista, no hay sino dos modelos.

El primero es el de la economía descentralizada donde las decisiones se toman por agentes independientes que interactúan entre ellos voluntariamente en el proceso de mercado, cuyo resultado es, justamente, el volumen, composición y distribución de la producción entre esos agentes. Esto es lo que lo que llamamos economía capitalista.  

El segundo modelo es aquel en donde las decisiones de producción se toman de forma centralizadas prescindiendo de los precios y el beneficio monetarios y empleando en su lugar modelos matemáticos de cantidades, como el de programación lineal de Kantoróvich o el de insumo-producto de Leontief. Esto es lo que llamamos economía socialista o comunista.

El fracaso del modelo de planeación centralizada fue tan contundente que hasta los comunistas chinos lo abandonaron, adoptando en su lugar una especie de capitalismo despótico en el que se combinan, como querían los fisiócratas franceses del siglo XVIII, la libertad económica irrestricta con la más cruda supresión de las libertades personales y políticas. Eso fue lo que hizo China, bajo el liderazgo de Deng Xiaoping, con sus zonas económicas especiales, que después se extendieron a todo el País.

Imagino que al hablar del Modelo de Medellín se está pensando en algo más parecido al capitalismo de propiedad privada y de intercambio voluntario, con libertades personales y políticas. Esto es lo que entiendo por capitalismo liberal.

Los resultados concretos del capitalismo liberal en una época y lugar determinado dependen de un conjunto tan complejo de circunstancias que aún no ha sido posible, y quizás nunca lo sea, incorporarlas dentro de lo que sería una teoría formalizada del desarrollo económico. Lo que sabemos sobre el tema es fundamentalmente un conjunto de hechos y circunstancias históricas mediante los cuales nos aproximamos a la comprensión de proceso de desarrollo específicos.

Los historiadores económicos aún no se han puesto totalmente de acuerdo sobre los procesos históricos que llevaron a que la industrialización de Colombia, nuestra Revolución Industrial, se desencadenara, en las tres primeras décadas del Siglo XX, justamente en Medellín, y no en otro lugar del País. Hay acuerdo en que la minería del oro, al permitir la acumulación de capital líquido en las manos de algunas personas, desempeñó un papel fundamental. También fue muy importante la caficultura que con la actividad semi-industrial de la trilla permitiría que los primeros capitalistas aprendieran los rudimentos de la industrialización.

Todo lo demás son conjeturas sobre lo que fue la actividad de unos audaces pioneros, que, arriesgando sus propios recursos, empezaron a experimentar, a tratar de hacer cosas por su cuenta y riesgo, sin estar sometidos a plan alguno y sin pretender cumplir los designios de ningún “modelo de desarrollo” ideado por el gobierno o una autoridad central. Buscaban hacerse ricos o más ricos de lo que ya eran e hicieron sus apuestas que no estaban ganadas de antemano.

Increíblemente montaron una fábrica de galletas en un lugar en donde no había ni podía cultivarse el trigo y donde todo mundo parecía estar contento comiéndose sus arepas. Montaron también fábricas de telas, gaseosas, cigarrillos, fósforos, chocolate, cerveza, etc. sin saber de antemano sí podrían competir exitosamente con los productos importados. La industrialización de Medellín no estuvo regida por plan alguno ni dependió del apoyo de los gobiernos local o nacional cuyos raquíticos recursos escasamente alcanzaban para pagar las nóminas.

La transformación en curso de la economía de Medellín, de la que muchos ni siquiera se han percatado, tampoco obedeció a plan alguno acorde con lo que pomposamente llaman el “modelo de ciudad”. Hoy, Medellín aloja los Cuartes Generales de cuatro o cinco grupos empresariales que tienen inversiones en decenas de países y atienden un mercado de más de trescientos millones de personas.

Debe mencionarse, en primer lugar, el Grupo Nutresa, cuyos antecedentes más remotos, Industrias Noel y Nacional de Chocolates, están en los orígenes de la industrialización de Medellín. Nutresa tiene plantas en catorce países y vende sus productos en más de setenta. El Grupo Bancolombia, cuya acción fue la primera de una empresa colombiana en cotizarse en la Bolsa de Nueva York, tiene presencia en10 países, con más de 10 millones de clientes y 40.000 mil empleados. La mayor parte de las plantas de Argos están en Estados Unidos y allí vende el grueso de su producción. También está internacionalizado el grupo de energía, integrado por EPM, ISA, ISAGEN, XM y CELSIA.

La internacionalización de estas y otras muchas empresas la hicieron los propios empresarios, sin plan ni propósito colectivo alguno, atendiendo al fuerte incentivo de la apertura económica de los años 90 del siglo pasado. Esos empresarios entendieron que, si empresas de otros países podían instalarse exitosamente en Colombia, las suyas podían también instalarse exitosamente en esos países.

Nadie puede saber dónde ni cómo se están produciendo las trasformaciones que llevarán a la configuración económica de Medellín dentro de 30 ó 40 años. Lo que sí es seguro es que se están produciendo y que esas transformaciones serán más significativas para esa configuración que los esfuerzos deliberados de la Administración Municipal.

En lugar de embarcarse en ejercicios de vana clarividencia y de pretender decidir los ganadores del juego empresarial, la Administración Municipal debería ocuparse de entender las necesidades de las empresas existentes y, si no puede hacer nada para incentivar su actividad, lo que es lo más seguro, debería abstenerse se hacer lo que pueda estorbarla. Tontas ideas como el tal pico y placa industrial, del que se habla cada vez que se presenta la inversión térmica característica de nuestro valle, son esa clase de estorbos.

Una empresa que se vuelve internacional se desarraiga un poco a medida que crece la escala de sus operaciones externas. En las decisiones de localización de sus plataformas producción y, bien importante, de sus centros de investigación y desarrollo e, incluso, de su sede central, su lugar de origen entra a competir con otros lugares. Por eso la Ciudad, que busca atraer empresas de otros países, debe también buscar ser atractiva para las nacieron en ella.

Hay que entender que Medellín necesita más de esas empresas que esas empresas de Medellín. Si desaparecen esas grandes empresas desparecen también miles de pequeñas y medianas empresas que dependen de la demanda de aquellas. Esos grupos empresariales internacionalizados, que están generando miles de empleos profesionales para los chichos de nuestras universidades, pueden tener sus sedes centrales en cualquier lugar del mundo. Por supuesto que es problemático un traslado de esa naturaleza, pero no está fuera del alcance de esos grupos o empresas realizarlo. La movilidad es el atributo más característico del capital y el capital no es un edificio en la Avenida las Vegas.

LGVA

Mayo de 2020.

domingo, 17 de mayo de 2020

La reactivación de la economía no debe detenerse


La reactivación de la economía no debe detenerse


Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista


La reactivación de la economía no debe detenerse, debe incluso acelerarse para evitar más afectaciones a las empresas y sus trabajadores. La cuarentena cumplió el objetivo de reducir la tasa de contagios, para permitir el fortalecimiento del sistema de salud, y educar a la población en las medidas de higiene y protección.

A pesar de la caída de la tasa de contagios, del aumento de las recuperaciones, de que la mayoría de los casos son leves y de la poca letalidad de la enfermedad, todo lo cual se traduce en la baja utilización de la capacidad hospitalaria reservada para atender a los enfermos graves; hay quienes insisten en desacelerar la reactivación de la actividad económica o, incluso, en restablecer la cuarentena en su forma más estricta.

El problema no puede ser abordado mirando exclusivamente la tasa diaria de contagios sino considerando en su conjunto las cinco variables mencionadas, como trataré de explicar con la ayuda de la ilustración que se muestra a continuación.

El asunto no es evitar que la gente enferme, pretendiendo reducir a cero la tasa de contagios. Como en el caso de cualquier enfermedad, se trata de que quienes enferman gravemente puedan ser convenientemente atendidos sin que se desborde la capacidad hospitalaria.

La capacidad hospitalaria – el número de camas ordinarias, de atención intermedia y de cuidados intensivos – puede ser representada como una especie de piscina que tiene un flujo de entrada, el de los contagiados y tres flujos de salida: el de los casos leves, el de los recuperados y el de las personas fallecidas. Evidentemente, cuando los contagios diarios son mayores que la suma de las recuperaciones, los casos leves y los fallecimientos, el nivel de la piscina tendrá a subir; se reduce en caso contrario y se mantiene cuando son iguales. El problema es desacelerar el aumento en el nivel de la piscina, utilización de la capacidad hospitalaria, al tiempo que tratamos de aumentar su tamaño con más camas, más UCI y más ventiladores.



Veamos ahora lo que podemos llamar la aritmética de la pandemia. Entre mayo 14 y mayo 16 se presentaron 1329 casos nuevos. De estos, 953 quedaron en casa por ser leves, quedan 376. Entre ambas fechas se recuperaron 229, lo que deja un saldo de 147. Como fallecieron 37, quedan 110, que aumentan el nivel de la piscina, 100 con atención hospitalaria corriente y 10 en UCI.

Miremos ahora el nivel de la piscina para ver qué tan preocupante es la situación. La capacidad instalada para atención del Covid está conformada por 20887 camas corrientes, 1653 de cuidados intermedios y 3289 UCI. A 16 de mayo había 845 personas en hospitalización ordinaria y 148 en UCI. Esto da una utilización de 3,7% del total de camas ordinarias y de atención intermedia y de 4,5% de las UCI. No parece pues que la piscina se esté desbordando ni que esto vaya a ocurrir prontamente.

Por las camas ordinarias no hay que preocuparse demasiado. Los hoteles están desocupados y aceptarían gustosos la habilitación de sus camas para atender enfermos Covid 19. En cuanto a las UCI, está en marcha la importación de 2817[1], mientras que empresas de Medellín están próximas a iniciar la fabricación de 2000 ventiladores, pendiente solo de la autorización del INVIMA[2].  Así las cosas, en uno o dos meses a lo sumo, la capacidad instalada de UCI se elevaría a 8160 unidades. Incluso con los 200000 casos que probablemente se tengan hacia mediados de julio, la capacidad hospitalaria actual, sin importaciones ni habilitar camas de hotel, tendría una utilización de 60% en UCI y 50% en camas ordinarias e intermedias.

El aumento de los casos acumulados, casi lo único en que se insiste en los medios de comunicación, seguramente llevará a que se intensifiquen las presiones políticas y mediáticas sobre el Gobierno Nacional para que desista de reactivar la actividad económica e, incluso, restablezca la cuarentena más estricta.  El Gobierno debe resistir a ello y como sociedad debemos apoyarlo.

El dilema que enfrentamos como sociedad no es entre economía y pandemia sino entre el sufrimiento humano causado por el Covid 19 y el sufrimiento humano causado por la parálisis de la economía.  Porque en sufrimiento humano es en lo que se traduce la parálisis de la economía: en sufrimiento por el desempleo, en sufrimiento por la pobreza, en sufrimiento por el hambre, en sufrimiento por la desnutrición de los niños, en sufrimiento por el deterioro psíquico y emocional de las personas y en sufrimiento, también, por las muertes que causará y está ya causando todo lo anterior.

La gráfica presenta el dilema al que nos enfrentamos. En el eje vertical se mide el sufrimiento y en el horizontal la duración en días de una cuarentena obligatoria draconiana. No está fuera del alcance de cualquier economista medianamente entrenado construir un índice del sufrimiento humano asociado a la pandemia y a la parálisis de la economía. Aquí basta con saber que puede construirse.



La línea AA´ representa el sufrimiento de la pandemia en función de la duración de la cuarentena draconiana. Se supone, sin que ello sea del todo seguro, que este sufrimiento se reduce a medida que se aumenta el tiempo de confinamiento, tendiendo a cero si el confinamiento se mantiene hasta que aparezca la vacuna, como se ha sugerido.

La línea BB´ representa el sufrimiento humano por la parálisis de la economía, el cual aumenta a medida que aumenta la duración del confinamiento y que tiende a infinito si logramos destruir la economía extendiéndolo hasta que se tenga la anhelada vacuna.

En el punto de intersección de esas dos curvas se minimiza el sufrimiento humano total y es ese punto el que, a tientas, como en todas partes, está buscando, el Gobierno Nacional.

LGVA

Mayo de 2020.

viernes, 15 de mayo de 2020

El día del Maestro en confinamiento y seis propuestas para recuperar la educación pública


El día del Maestro en confinamiento y seis propuestas para recuperar la educación pública 


Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista


Celebramos el Día del Maestro en confinamiento. Si no fuera así, probablemente, la FECODE tendría a sus afiliados en huelga desde hace dos meses y estaría en las calles, con sus aliados de la extrema izquierda, perturbando la tranquilidad de las personas, destruyendo bienes privados y públicos y atacando sin piedad a la policía.

La FECODE ha sido lo peor que la ha sucedido a la educación pública colombiana. Su accionar condujo a la liquidación de la calidad de la enseñanza y a convertirla en un medio descarado de adoctrinamiento ideológico. Enseñar mal es criminal y abusar de la posición de maestro para inculcarle a los niños los errores del socialismo es doblemente criminal. El País está urgido de recuperar la educación básica y eso pasa por arrebatarle a los dirigentes de la FECODE el control que ejercen sobre los maestros y el monopolio educativo. Las propuestas son las siguientes:   

1.    Lo primero que debe hacerse es aprovechar la próxima huelga de la FECODE para despojar ese sindicato de su personería jurídica y proceder a su liquidación. Es afrentoso que ningún gobierno se haya atrevido a hacerlo, a pesar de que la FECODE, cuando le place, pasa por encima de la prohibición constitucional a huelga en los servicios públicos esenciales. 


2.    Lo segundo es formular desde una perspectiva liberal los principios que deben regir la educación pública en Colombia. Hay que buscar implantar una escuela nacional, única y laica. Nacional, para que en ella se promuevan los valores de la libertad, el orden y la democracia alrededor de los cuales estamos tratado de construir nuestra nación desde la independencia. Única, porque todos los centros de enseñanza tendrán el objetivo misional de alcanzar el más elevado estándar de calidad y porque sus puertas estarán abiertas a los niños y jóvenes sin distingo de raza, religión o condición social. El principio de laicidad no será incompatible con la enseñanza religiosa que se impartirá a solicitud de los padres  según su fe.

3.    Lo tercero es entender que el carácter público de la educación significa que está abierta y debe garantizarse a todos y no que deba ser impartida desde escuelas y colegios de gubernamentales. El subsidio a la oferta será remplazado por un subsidio a la demanda generalizado para que los padres puedan escoger la escuela de sus hijos y liberarlos así del monopolio ominoso de la FECODE.


4.    Hay que romper, en cuarto lugar, con el mito de que la enseñanza primaria y secundaria debe ser impartida por pedagogos especializados, no en las cosas que enseñan sino en la tal pedagogía. No existe ninguna ciencia de la pedagogía, allí todo son opiniones y pareceres o, a lo sumo, prácticas de enseñanza circunstancialmente exitosas. Hay que abrir escuelas y colegios a profesionales de todas las disciplinas para que enseñen lo que saben con las prácticas pedagógicas que cada centro educativo se dé libremente. 

5.    En quinto lugar, se deben liberar pensiones y matrículas de suerte que los colegios puedan pagar buenos salarios y atraer profesores altamente formados, incluso con estudios de posgrado. Se debe permitir una contratación flexible, incluso por días y por horas, para que profesionales activos, con gusto por la docencia, puedan dedicar parte de su tiempo a la enseñanza. El problema del costo de las pensiones y matrículas se debe encarar desde el subsidio a la demanda, no con el control de precios como se hace ahora.

6.    Se deben implantar exámenes de estado estandarizados internacionalmente para que dos veces en la primaria y otras tantas en la secundaria sean evaluados los niños y jóvenes de todas las escuelas y colegios. Los resultados de esos exámenes se divulgarán masivamente para que alumnos, padres y profesores pueden evaluar la calidad de los establecimientos y escojan en consecuencia. Los establecimientos estarán obligados a divulgar en su información institucional los resultados de esos exámenes.

Garantizar una educación pública de calidad - afincada en los valores republicanos de la libertad, la democracia y el orden que definen nuestra nacionalidad- es fundamental para el progreso material de los colombianos y su emancipación intelectual. Las cosas que propongo no son fáciles de hacer. Nada que valga la pena lo es en la vida. Sueño con celebrar el próximo día del Maestro así sea con un pequeño avance en ellas y libre de confinamiento.

LGVA

Mayo de 2020.

domingo, 10 de mayo de 2020

Y después de la pandemia…el capitalismo, pero ¿cuál? (Para mis amigos de la Mesa del Patio)


Y después de la pandemia…el capitalismo, pero ¿cuál?

(Para mis amigos de la Mesa del Patio)


Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista

Lo que llamamos capitalismo es algo relativamente nuevo y al mismo tiempo extremadamente antiguo. Debemos a Marx esa denominación. En su visión estilizada de la historia -el llamado materialismo- habló del modo de producción capitalista, que habría sucedido al modo de producción feudal que a su turno habría sustituido al modo de producción esclavista que suplantó al comunismo primitivo, en el cual no existía la propiedad ni la sociedad estaba dividida en clases antagónicas y al que, al parecer, quieren retornarnos sus seguidores.

Ninguno de los grandes economistas anteriores a Marx, que él denominó clásicos, utilizó el término “capitalismo” para referirse a la realidad económica que teorizaron. No lo hizo Smith, ni tampoco Ricardo ni ninguno de los demás. Smith utilizó para referirse a ella la maravillosa expresión de Gran Sociedad.

Para Smith esa Gran Sociedad era el resultado del lento desarrollo a lo largo de los siglos de un conjunto de instituciones que nadie inventó deliberadamente pero que se fueron adoptando y generalizando progresivamente, porque los hombres iban descubriendo que ellas les permitían resolver, cada vez más exitosamente, el problema siempre existente de la escasez. El intercambio voluntario, la división del trabajo, la propiedad, el dinero y el cálculo económico son esos arreglos institucionales espontáneos que caracterizan esa Gran Sociedad que Smith veía desplegarse ante sus ojos, a pesar de los esfuerzos de los antiguos poderes mercantilistas para contenerla y de las resistencias mentales de las personas. Socavar esos poderes y superar esas resistencias era y sigue siendo el propósito de la enseñanza de Smith.

Para resaltar el carácter no deliberado del surgimiento y desarrollo de los elementos constitutivos de la Gran Sociedad, Hayek, ya en el siglo XX, introdujo, para referirse a ella, el concepto de “Orden Espontáneo”. También usó expresiones más descriptivas como “orden que se autogenera” o “estructuras que se auto-organizan”, propias de la cibernética y de las disciplinas asociadas, como la teoría de la información y la teoría de los sistemas. Lo importante es entender que esas instituciones persisten y resurgen a pesar de los esfuerzos deliberados de los partidarios de la ingeniería social totalitaria por eliminarlas o controlarlas en su pretensión de convertir la sociedad en una organización manipulable a su antojo.

En su obra La sociedad abierta y sus enemigos, Karl Popper hizo la crítica demoledora de las manifestaciones más aterradoras de la ingeniería social totalitaria de la época moderna: el nazismo, fascismo y el comunismo, cuyos orígenes se remontan a la obra de Platón. No vivió lo suficiente Popper para ver el surgimiento de las nuevas expresiones de la ingeniería social totalitaria: el ambientalismo, el igualitarismo y, la más reciente, el pandemialismo.

El nazismo, el fascismo y el comunismo buscaron, desde el poder del estado, organizar la sociedad sobre la base de tres nociones vinculantes: la raza, la patria y la clase social. En todos los casos el propósito era el control por el estado de los medios y las decisiones de producción. El individuo que - con sus propiedades, sus derechos, sus libertades, sus deseos y sus responsabilidades – está en el centro de la Gran Sociedad, debía renunciar a todo ello y someterse al imperio de un supuesto interés colectivo encarnado por el estado omnipotente, omnisciente y benevolente. La fórmula de Mussolini “Todo en el estado, nada contra el estado, nada fuera del estado” aplica a las tres modalidades del totalitarismo analizadas por Popper.

Mucho le costó a la humanidad – una guerra terrible y una angustiosa guerra fría- deshacerse de los totalitarismos de raza, patria y clase. El desprestigio moral enterró el totalitarismo de raza; el de la patria se ha moderado sin dejar de manifestarse; mientras que el totalitarismo de clase, el históricamente el más criminal y pernicioso, se ha transformado tanto en sus manifestaciones ideológicas como en su fundamentación teórica y su objetivo final.

Los levantamientos sociales de la segunda mitad del siglo XIX y las grandes revoluciones del XX – la bolchevique y la maoísta, principalmente - tuvieron como inspiración la teoría de la explotación, desarrollada por Marx y sus discípulos. La falta de fundamento de esta teoría fue puesta en evidencia por la increíble capacidad productiva del capitalismo que, haciendo retroceder la pobreza donde quiera que logra implantarse, volvió trizas la predicción fundamental de esa teoría según la cual su desarrollo conduciría de forma inexorable a la miseria creciente del proletariado, en el que se habría transformado la mayoría de la población. Por eso la teoría de la explotación ha sido sustituida por la teoría de la desigualdad como fundamento de la prédica política de comunistas y socialistas.  

Por otra parte, el éxito económico del capitalismo liberal y el fracaso estruendoso de la planificación socialista, han llevado a comunistas y socialistas a reformular su objetivo final que, ya no es el control de los medios de producción, sino el control de sus resultados para implantar la igualdad. Los comunistas soviéticos y maoístas asimilaron el fracaso de la organización de la producción por cantidades mediante modelos matemáticos – la programación lineal de Kantoróvich y el insumo-producto de Leontief – y decidieron que había que dejar a los precios y al beneficio monetario jugar su papel en la orientación y volumen de la producción. Ya Lenin había dicho que comunismo es capitalismo de estado más dictadura del proletariado, los chinos están aplicando a cabalidad esa regla y los comunistas del resto del mundo se esfuerzan por hacerlo.

Gorbachov pretendía con sus reformas hacer algo similar en la Unión Soviética, pero la cosa de se le salió de las manos. Los chinos, que venían después en el reformismo, entendieron la lección de que un poco de libertad política puede ser demasiado y liquidaron el asunto con la masacre de Tiananmen. Optaron por su capitalismo totalitario que, como querían los fisiócratas franceses del siglo XVIII, combina el laissez-faire económico con el despotismo político.

A lo largo del siglo XX, las revoluciones violentas entraron en desuso, primero, en Europa y, más tarde, en el mundo entero. Los socialistas y comunistas empezaron a seguir la estrategia inaugurada por Eduard Bernstein, dirigente de la socialdemocracia alemana a principios del siglo XX, de emplear los procedimientos de la democracia liberal para llegar al poder y, una vez instalados allí, proceder a buscar la igualación de rentas mediante la tributación progresiva, las transferencias monetarias y el sumistro de bienes y servicios por el gobierno. Ese fue el nacimiento del estado benefactor que después se extendió a Inglaterra, Francia y demás países del mundo, llegando incluso a Estados Unidos por cuenta del Partido Demócrata.

Aunque los grandes partidos comunistas europeos pro-soviéticos – los de Francia, Italia y España-  prácticamente desaparecieron, existen en todos los países de Europa partidos socialistas o social-demócratas con bastante arraigo y otro conjunto de organizaciones colectivistas que tienen oferta política de temas especiales – ambiente, igualdad de género, igualdad salarial, etc.- dirigida a grupos específicos de la población: jóvenes, mujeres, gays, etc. Pero lo más grave aún es que las ideas asistencialistas de que el estado existe para distribuir ingresos, entregar bienes y dispensar favores han penetrado el ideario de todos los partidos del espectro ideológico al punto de que la competencia política se ha transformado en un concurso por administrar lo menos dolosamente el sistema de corrupción y fraude generalizados que es la esencia del asistencialismo. A eso se refería Hayek cuando hablaba de los socialistas de todos los partidos.

La bancarrota de las políticas keynesianas, en medio de la crisis de inflación y desempleo de los años 70, permitió el resurgimiento intelectual del liberalismo con las ideas de Friedman y Hayek y su regreso al poder con las figuras señeras de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. La influencia intelectual de los primeros y la influencia práctica de los segundos se extendió a lo largo y ancho de todos los países capitalistas, llevando al desmantelamiento del ineficiente aparato productivo gubernamental, a la pérdida de respetabilidad intelectual del déficit fiscal y su financiación monetaria y al cuestionamiento moral del asistencialismo por sus secuelas de fraude y corrupción. En los años 90 estas ideas llegaron a América Latina y desataron una gran oleada de privatizaciones y de reformas liberalizadoras en unas economías atenazadas por el proteccionismo y el intervencionismo de la CEPAL, por entonces religión oficial e incontestada de la política económica en la región.

La crisis de fin de siglo y la de 2008 dieron un nuevo aire al intervencionismo estatal, especialmente en el orden monetario. No obstante, aunque se hizo más lento, el avance de la libertad no se detuvo. En el Índice de libertad económica de la Fundación Heritage, en 2008, los países libres o bastante libres eran 30, el 19 % del total. En el índice de 2020 son 37, el 21 %. Los moderadamente libres pasaron de 51 (32 %) a 62 (34 %) y aquellos con poca o ninguna libertad de 76 (48%) a 81 (45%). En 2008, seis de los países de América Latina – Chile, El Salvador, Uruguay, México, Costa Rica y Panamá - estaban entre los 50 más libres; en 2020 son tres: Chile, Colombia y Uruguay. Entre esos años Colombia pasó del puesto 67 al 45, mientras que la Madre Patria retrocedía del 31 al 58.

En distinto grado, dependiendo en alguna parte de su tradición liberal y de la capacidad de sus sistemas de salud y/o de la experiencia en el manejo de epidemias, todos los países del mundo impusieron restricciones a las libertades y a la actividad económica. Este gigantesco derrocamiento de la propiedad individual y de las libertades que en ella se fundamentan, en nombre de la salud pública, le ha venido como anillo al dedo a los totalitaristas del mundo entero que han podido añadir al ambientalismo y al igualitarismo otra justificación moral de sus pretensiones de organizar desde el estado la vida económica y social de las personas: el pandemialismo.

No se trata de acabar con el capitalismo sino de montar sobre sus espaldas un gigantesco aparato burocrático y asistencialista que, sin destruirlo plenamente, lo fagocita – como lo hacen los organismos microscópicos que se alimentan de nuestras células- de suerte que la clase política que lo controla pueda vivir a sus anchas y las masas asistidas puedan malvivir en servidumbre de las migajas que reciben agradecidas del estado providente que controla sus vidas. No importa que ese capitalismo funcione a media máquina siempre que provea lo necesario para mantener la maquinaria represiva del estado y el lujo de sus controladores y garantizarles a las masas la atención de sus necesidades básicas, cuya naturaleza y amplitud define ese mismo estado.

Por eso no es extraño que los predicadores morales – filósofos, escritores, economistas, periodistas y, en general, los llamados intelectuales – hayan responsabilizado al “capitalismo salvaje” del surgimiento de la pandemia, así como lo acusan de destruir el ambiente y de producir desigualdad. Predican también que la pandemia nos ha enseñado a prescindir del lujo superfluo – cuya búsqueda desaforada destruye el ambiente, genera desigualdad y, lo nuevo, produce pandemias – y conformarnos con lo básico que nos puede dar un “capitalismo domesticado” por el poder del estado. La alternativa que se abre no es entre capitalismo y socialismo, sino entre “capitalismo salvaje” o, más precisamente capitalismo liberal, y “capitalismo domesticado” o, mucho mejor, capitalismo totalitario.

La idea de que debemos conformarnos con lo básico y prescindir del lujo superfluo, ha sido parte de la predica de muchos filósofos y moralistas desde tiempos inmemorables. Aristóteles - quien creía en su época que ya todo o casi todo estaba inventado, según dejó dicho en su Política - condenó el comercio, que él llamaba la crematística, porque conducía a la búsqueda inmoderada de la riqueza más allá de lo necesario. Marx creyó que el capitalismo que le cupo conocer había alcanzado ya el máximo desarrollo de las fuerzas productivas y que estaba maduro para transitar al reino de la abundancia de la sociedad comunista, que había imaginado en su opúsculo Crítica del programa de Gotha. ¡Cómo me gustaría que Aristóteles y Marx resucitaran y ver, aunque fuera solo un segundo, la perplejidad de sus rostros ante el celular, la internet, los computadores y todas las maravillas de la época moderna!

La resignación con la pobreza, incluso su elevación a la categoría de virtud, ha estado siempre en el arsenal ideológico de los que Antonio Escohotado llama enemigos del comercio. Adam Smith, quien fue antes que nada un profundo conocedor de la naturaleza humana, proclamó, sin ambages, que las necesidades del cuerpo pueden ser limitadas mas no así las de la imaginación y la fantasía y, entendió, mejor que cualquiera, que la extensión de la Gran Sociedad Mercantil Libre, que acababa monopolios y difuminaba las fronteras de esos monopolios territoriales que llamamos estados, era la única forma de permitir, sin violencia ni guerra, el despliegue de esa imaginación y esa fantasía, que en definitiva es lo que nos hace humanos y nos diferencia de los animales, los cuales, ellos sí, desprovistos de esos atributos, pueden conformarse con lo básico.




El dilema post-pandemia es pues mucho más profundo y así lo deben entender los liberales. Debemos escoger, como venimos haciéndolo desde hace mucho tiempo, entre la sociedad cerrada, limitada a lo básico, del capitalismo totalitario y la sociedad abierta del capitalismo liberal, propicia al despliegue de los deseos ilimitados que surgen de nuestra imaginación y nuestra fantasía, en decir, de nuestra propia condición humana. Yo por mi parte ya hice mi elección. Cuando salga del confinamiento lo haré gritando, como Gargantúa al nacer:  “¡A beber! ¡A beber!”. Y no precisamente agua fresca.



LGVA

Mayo de 2020.

viernes, 8 de mayo de 2020

Intervención en la Comisión Primera del Senado de la República sobre la crisis económica del COVID-19


Intervención en la Comisión Primera del Senado de la República sobre la crisis económica del COVID-19


Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista

Lo primero es manifestar mi respeto y consideración por el Presidente Iván Duque y todo el equipo que lo está acompañando en la toma de decisiones extremadamente difíciles por la incertidumbre prevaleciente y por los costos que entrañan, incluso cuando acertadas. No hay decisión sin costo y toda decisión es una apuesta. Por eso, los que opinamos y proponemos desde la tranquilidad de nuestras casas, debemos ser prudentes, modestos y respetuosos con los que llevan sobre sus hombros la carga profesional, política, emocional y moral de las consecuencias de sus decisiones.

Creo que la prioridad es controlar la expansión de la pandemia tratando de minimizar los efectos sobre el aparato productivo. Un contagio descontrolado tendría consecuencias desastrosas sobre la economía. Pero tampoco es admisible la pretensión de minimizar el contagio a cualquier costo económico. Toda decisión supone ese arbitraje que la incertidumbre hace extraordinariamente difícil. Al Gobierno le toca proceder con el método de “prueba y error”, con el agravante de que cada prueba y cada error puede un costo en vidas humanas hoy o mañana.

La cuarentena y las otras medidas de contención han funcionado. La tasa diaria de contagios cayó drásticamente, la tasa diaria de recuperaciones se ha elevado y cerca de un 90% de los afectados son leves; de tal suerte que hasta ahora la presión sobre el sistema de salud ha sido mínima. A la fecha, pasados 63 desde el primer contagio el 6 de marzo, solo se está utilizando el 2,5% de la capacidad hospitalaria disponible para el Convid 19 y el 4,3% de las UCI. De no haber intervenido y manteniéndose la tasa de crecimiento diaria de 15% de mediados de marzo, hoy tendríamos más de 200.000 casos, 8000 requiriendo UCI y otros tantos fallecidos.  Ese es el verdadero aplanamiento de la curva del que tanto se habla.

Ahora bien, el costo económico de la contención ha sido pavoroso y se incrementará mientras más se prolonguen la cuarentena y las restricciones a la actividad económica. Se han perdido millones de empleos y han quebrado miles de empresas. Millones de personas caerán a la pobreza y millones pasarán de la pobreza a la indigencia. Las medidas de mitigación que ha desplegado el gobierno, son bienvenidas, por supuesto, pero son insuficientes para poner remedio al daño que les estamos haciendo al aparato productivo.

Hay quienes creen que todo se resuelve inyectándole liquidez a la economía. Las inyecciones de liquidez, por el lado de las empresas o de los consumidores, que pueden ser un remedio adecuado cuando las crisis resultan de situaciones de insolvencia que castigan la demanda, son insuficientes y a la postre nocivas cuando la crisis es consecuencia de la parálisis del aparato productivo ordenada por los gobiernos. Si de inyectar liquidez se tratara, la economía de Venezuela sería la más boyante del mundo.

Nadie sabe a ciencia cierta el impacto de la cuarentena sobre la actividad económica agregada. El Comité de la Regla Fiscal habla de una caída del 5,5 %, los macroeconomistas de EAFIT pronostican entre – 2,7% y -5,8%, en fín, el pronóstico de Fedesarrollo, recogido por el Banco de la República en su Informe al Congreso del 22 de abril, está entre -2,7% y – 7,9%. Esos rangos tan amplios significan que realmente no sabemos con precisión lo que va a pasar. Lo único que sabemos es que la contracción de la economía será grande, mucho más grande que la de la crisis de los años treinta y que de la crisis de finales de siglo XX. 

El asunto ahora es cómo evitar no la contracción de la economía, que ya la estamos viviendo, sino que esta afecte de forma prolongada la tasa de crecimiento potencial del PIB con sus graves secuelas sobre el empleo, la pobreza y la informalidad. La crisis de fin de siglo elevó el desempleo a más de 20% y tardamos más de doce años en llevar la economía a tasas desempleo de un dígito. También se dispararon de forma amplia y persistente la pobreza y la informalidad. Esa situación es el trasfondo económico de la grave crisis social y política que llevó a las Farc a las puertas de poder, poniendo en riesgo nuestra democracia y nuestras libertades.

No veo otra forma de evitar que la crisis afecte de forma duradera el crecimiento potencial de la economía que impidiendo la mortandad empresarial que ya se está presentando. La actividad económica es obra de las empresas – grandes, medianas, pequeñas, individuales – que con el producto de sus ventas en el mercado pagan los sueldos y salarios, las utilidades, los intereses, los arriendos y los impuestos. Es decir, los ingresos de todos.

Está bien todo lo que se haga para darle liquidez a las empresas – créditos, transferencias directas, reducción de impuestos, etc. – pero nada de eso evitará, si la cuarentena se prolonga demasiado, y probablemente ya es demasiado, la quiebra de miles de ellas, especialmente las medianas y las pequeñas.

El subsidio a la nómina, que veo más como una indemnización por el daño causado, es un esfuerzo por evitar que el ajuste en el mercado laboral se haga por el lado da las cantidades, la destrucción de empleos, pero me parece que será insuficiente. El Gobierno debería aprovechar la nueva emergencia económica para flexibilizar el mercado laboral y permitir que el ajuste se haga por el lado de los precios, la reducción de los salarios. El salario mínimo legal debería suprimirse, al menos temporalmente, y declararse suspendidas todos las convenciones y pactos colectivos de suerte que empresas y trabajadores puedan negociar las remuneraciones de acuerdo con las condiciones de sus mercados.

Es una ilusión creer que ese subsidio a la nómina es un almuerzo gratis. Para financiarlo habrá que endeudarse y esa deuda habrá que servirla con los impuestos que pagan las empresas y los trabajadores. No me extrañaría que en la próxima reforma tributaria se esté hablando de un IVA de 25%.

Una reforma tributaria aplastaría una economía sumida en la recesión. Por eso hay que hacerse a la idea de que es necesario vender activos de la Nación, incluida una porción sustancial de las acciones de Ecopetrol. Vendiendo un 40% de esas acciones se tendrían recursos por cerca de 30 billones de pesos suficiente para solventar la crisis sin endeudamiento ni reforma tributaria. Después de esa venta, la Nación conservaría el 53% de la Empresa. Eso sería lo responsable por parte del Gobierno.

En todo caso, lo más importante es que, de forma gradual y con protocolos, por supuesto, se permita la reactivación de todos los sectores de actividad hasta ahora excluidos, en especial, el comercio minorista, los bares y restaurantes, las actividades recreativas, los trabajadores y profesionales independientes y los millones de trabajadores informales que viven de las ventas callejeras. 

Todas esas personas son también empresarios, pues empresario es todo aquel que asume costos ciertos esperando un ingreso incierto que depende de sus ventas en el mercado. La indolencia de los que reclaman una cuarentena indefinida frente a la suerte de toda esa gente procede, quizás, de la certeza que tienen de recibir como funcionarios públicos un ingreso garantizado que no guarda relación alguna con su desempeño en el mercado. Eso nubla la visión haciéndoles creer que el ingreso es algo que se distribuye por la acción del estado y no algo que se gana por entregar a los demás bienes y servicios valiosos. La economía es una vasta red de intercambios en la que estamos inmersos todos prestándonos servicios los unos a los otros y eso es lo que está destruyendo la cuarentena.

La gente se está alimentando y está atendiendo sus necesidades básicas por obra de la actividad de las empresas, a pesar de las múltiples restricciones que están enfrentando. Los productos que llegan a sus casas los producen las empresas y los ingresos con los que los pagan provienen también de esas empresas. Pero a la gente se le quiere hacer creer que si come y malvive es gracias a la acción benevolente del gobierno. La dependencia de las ayudas públicas tiene efectos deletéreos sobre la autoestima, el sentido de libertad y la responsabilidad personal y moldea las actitudes políticas de las personas haciéndolas proclives a las promesas del asistencialismo.       

El restablecimiento de la actividad productiva es importante más allá del aspecto puramente económico. La intervención de los gobiernos para enfrentar la pandemia es también la más contundente y amplia supresión del derecho de propiedad y de las libertades económicas y las libertades individuales más elementales. Hay que restablecer la propiedad derrocada y todas las libertades y responsabilidades que en ella se fundamentan antes de que la gente se acostumbre a la servidumbre y que los gobernantes, o quienes aspiran a serlo, se convenzan de que pueden manejarla como dócil rebaño.

LGVA

Mayo 8 de 2020.