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martes, 31 de julio de 2012

Pensamiento Económico - Lección III El mercantilismo


Lección III *

El Mercantilismo

El pensamiento económico del capitalismo naciente y fundamento de la política económica del estado absolutista



Luis Guillermo Vélez Álvarez
Docente, Departamento de Economía, Universidad EAFIT

 I

Con el término “Mercantilismo” se alude a varias cosas. En primer lugar a una época histórica – la Época Mercantilista -   cuyos límites precisos difieren de un autor a otro,  pero durante la cual, y en esto todos están de acuerdo, ocurrieron acontecimientos definitivos para la evolución económica y social de Europa Occidental. Se alude también con dicho término a un vasto conjunto de  escritos sobre asuntos económicos – la Literatura Mercantilista -  producidos por los más diversos autores – comerciantes, clérigos, hombres de estado – de los principales países de Europa a lo largo de 3 ó 4 siglos. También se habla de Sistema Mercantilista para referirse  al conjunto de ideas económicas prevalecientes en Europa hacia mediados del siglo XVIII y de cuya crítica emerge progresivamente el Pensamiento Económico Liberal. Finalmente se puede dar el nombre de Política Mercantilista a una orientación de la política económica de los estados nacionales caracterizada por su énfasis en la protección del mercado nacional y en la activa intervención del estado en la orientación de la actividad económica. El mercantilismo es ciertamente todo eso; y aunque esas dimensiones están profundamente articuladas entre sí, las separaremos analíticamente para su mejor comprensión.

II

La Época Mercantilista, la expresión es de Heckscher[1], es la época del surgimiento de  los estados nacionales modernos; de los grandes descubrimientos geográficos y de la formación de los imperios coloniales; de la secularización de la vida política; del desarrollo de los mercados laborales libres y del renacimiento y la aparición del pensamiento científico moderno.  

El proceso de conformación de los estados nacionales o del estado-nación en los grandes países de Europa Occidental se desarrolla, por así decirlo, a diferentes velocidades. Francia, por ejemplo, ya es una entidad política claramente configurada hacia finales siglo XIII, bajo el reinado de Felipe El Hermoso (1268 -1314), aunque en algunas partes de su territorio actual subsisten entidades políticas independientes, como el Gran Ducado de Borgoña que conservará su soberanía política hasta 1482. También Inglaterra, hacia finales del siglo XIII, es una nación con un poder real sobre un territorio semejante al actual. Pero no ocurre lo mismo con España, que sólo alcanzará su unidad nacional en el siglo XV, después de la expulsión de los moros; ni con Italia y Alemania, que tendrán que esperar hasta el siglo XIX. 

El estado-nación es una entidad política definida por un pueblo que habita un territorio más o menos extenso sometido a un poder estatal centralizado – una monarquía absoluta – que ejerce soberanía fiscal, monetaria y militar[2]. Esto supuso grandes enfrentamientos militares y políticos al interior de los países – para eliminar el poder de los señores feudales – y entre ellos, para fijar sus fronteras territoriales y sus zonas de influencia. Como lo ha señalado Schmoller:

“La historia interna completa de los siglos XVI y XVII no sólo en Alemania sino en las demás partes se resumen en la oposición de la política económica estatal a la del municipio, el distrito y las diversas propiedades territoriales particulares; la historia externa completa se resume en la oposición de los intereses separados de los nuevos estados nacientes, cada uno de los cuales buscaba retener su lugar en el círculo de las naciones europeas y en el comercio exterior que ahora incluía a América e India (…) En su esencia íntima, el mercantilismo no es otra cosa que construcción del Estado (…) La esencia del sistema descansa en la total transformación de la sociedad y su organización, como también la del estado y sus instituciones, en la sustitución de la política económica local y territorial por la del Estado Nacional”[3]

Como lo ha señalado Heckscher, la “preocupación por el estado se destaca, en efecto, en el centro de las tendencias mercantilistas, tal y como éstas se desarrollan históricamente; el Estado es, a la par, el sujeto y el objeto de la política económica del mercantilismo”. En efecto, el mercantilismo  ubica en el centro de la reflexión económica la riqueza del estado, no la del individuo, como lo hará posteriormente el liberalismo económico. “Conviene que le príncipe sea rico y los súbditos pobres” – había dicho Maquiavelo, sintetizando su concepción del estado absolutista que jugará un papel central en la visión económica mercantilista. Heckscher dirá al respecto lo siguiente:

“Entre las dos concepciones, mercantilismo y liberalismo, media, en lo que se refiere al problema de los fines legítimos que deben presidir la acción económica del Estado, una diferencia importante e indiscutible, y es que mientras el mercantilismo sólo se interesa por la riqueza en cuanto fundamento del poder del Estado, el liberalismo la concibe como algo valioso para el individuo y, por tanto, digno de ser apreciado”

La época de los grandes descubrimientos geográficos y de la conformación de los imperios coloniales se extiende desde la primera mitad del siglo XV, con la exploración portuguesa de la costa occidental del África, hasta finales del siglo XVIII, época en la que los marinos ingleses se aventuraban en los territorios de los círculos polares[4]. No obstante, ya a finales del siglo XVI los principales imperios coloniales – el español, el portugués y el británico – tenían sus fronteras y zonas de influencia relativamente bien definidas y las principales rutas de comercio claramente establecidas. Las metrópolis  europeas, todas sin excepción[5], buscaron aplicar a sus colonias una relación comercial estrictamente mercantilista, es decir, monopolio comercial de las metrópolis con sus colonias; especialización de éstas  en la producción y exportación de bienes primarios y de las metrópolis en manufacturas y obtención de una balanza comercial favorable para las metrópolis.  Estos objetivos implicaban disposiciones tales como el establecimiento de puertos de importación y exportación exclusivos – Cartagena y Sevilla, en el caso de España – y flotas mercantes nacionales con privilegios de exclusividad en el comercio con las colonias[6]. El contrabando y la piratería serían los medios con los que las potencias colonialistas menores – Inglaterra, Holanda y Francia – buscarían socavar el predominio de las mayores: España y Portugal.  Un par de textos de Thomas Mun ilustran apropiadamente la visión mercantilista del comercio colonial:

“Todas las minas de oro y planta que se han descubierto hasta la actualidad en los diversos lugares del mundo no son de tan gran valor como las de las Indias Occidentales, que están en posesión del rey de España, quien por medio de ellas está en condiciones no sólo de mantener sojuzgados muchos estados y provincias hermosas en Italia, y en otras partes (que de otra manera, pronto dejarían de obedecerle), sino que también, aprovechándose de una guerra continua, engrandece aún más sus dominios, aspirando ambiciosamente a un imperio por el poder del dinero, que es el nervio mismo de su fuerza y que se encuentra dispersado en varios países muy alejados y sin embargo unidos de esta manera, y tiene abastecidas sus necesidades de mercancías de guerra y paz de todos los lugares de la cristiandad de manera abundante, que por lo tanto de esta suerte son participantes de su tesoro por los requerimientos del comercio. Por esta razón la política española ha tratado siempre de evitar a todas las naciones, lo más que ha podido, descubrir que España es demasiado pobre y estéril para abastecerse a sí misma y a las Indias Occidentales con esa variedad de artículos extranjeros que tanto necesitan, y saben muy bien que cuando sus mercancías domésticas escasean para este objeto, su dinero debe servirle para equilibrar la cuenta (…) aparte de la incapacidad de los españoles para proveerse de mercancías extranjeras para sus necesidades con sus mercancías nativas (se ven obligados a satisfacer esta carencia con dinero), tienen igualmente la enfermedad de la guerra, que gasta enormemente su tesoro y lo desparrama, en la cristiandad, aún entre sus enemigos, parte como represalia, aunque especialmente por el sostenimiento necesario de esos ejércitos que están compuestos por extranjeros y que están a tan gran distancia que no los puede alimentar ni vestir ni de ninguna manera proveer con sus productos y provisiones nacionales y debe recibir ese alivio de otras naciones (…) España por las guerras y la carencia de artículos pierde lo que fue su propia ganancia”[7].

La propia ganancia que perdía España era, naturalmente, el oro y la plata de sus colonias americanas. Conviene contrastar la visión de Mun sobre el “tesoro americano” con la de Adam Smith:

“Los mismo motivos que animaron las primeras empresas de los españoles en el Nuevo Mundo excitaron las que siguieron a los descubrimientos de Colón. Fue la sed insaciable de oro la que llevó a Ojeda, a Nicuesa y  a Vasco Núñez de Balboa al istmo de Darién; a Cortés a México; a Almagro y Pizarro a Chile y Perú. Cuando estos aventureros llegaban a alguna costa desconocida, lo primero que preguntaban es si en aquellos países había oro, y, por los informes que les daban sobre el particular, resolvían dejar el país o establecerse en él. Entre todos los proyectos costosos e inciertos, que conllevan la ruina de la mayor parte de quienes en ellos se aventuran, quizá no se encuentre ninguno en que la amenaza sea tan grande como la busca de nuevas minas de oro y plata. No habrá probablemente en el mundo una lotería tan arriesgada como ésta (…) El juicio, fruto de la razón y de la experiencia, dictaminó siempre de una manera poco favorable semejantes proyectos, pero la codicia de los hombres ha procedido de distinto modo. La misma pasión que sugirió a tantas gentes la idea absurda de la piedra filosofal, sugirió también la de buscar ricas minas de oro y de plata. No se detuvieron a considerar que el valor de estos metales, en todos los siglos y en todas las naciones, ha nacido principalmente de su escasez, y que ésta no puede provenir de otras causas sino de las pocas cantidades que la naturaleza misma ha depositado en algunos lugares, de las duras e intratables sustancias que regularmente van unidas a ellos, y de los trabajos y gastos necesarios para poderlos conseguir y beneficiar”[8]

El trabajo asalariado, es decir, el provisto en mercados laborales libres, existe desde la antigüedad y seguramente no desapareció en ningún momento durante la Edad Media. Sin embargo, es hacia finales de la Edad Media cuando la servidumbre feudal desaparece progresivamente en Europa[9] y bajo el impulso de la manufactura, la mayor productividad agrícola[10] y el comercio exterior se va formado una clase trabajadora libre y al mismo tiempo despojada de toda propiedad. Como lo señala Marx:

“Obreros libres, en el doble sentido de que no figuran directamente entre los medios de producción, como los esclavos, los siervos, etc., ni cuentan tampoco con medios de producción propios, como el labrador que trabaja su propia tierra; libres y dueños de sí mismos”[11]

Los autores mercantilistas mirarán con atención este proceso, insistiendo en la necesidad de mantener bajos los salarios de una población manufacturera abundante para hacer competitiva la producción nacional. Algunos, como Bernard Mandeville, lo expresarán con singular crudeza: 

“En una nación libre en donde no están permitidos los esclavos, la riqueza más segura consiste en una multitud de pobres laboriosos (…) así como es necesario evitar que mueran de inanición, tampoco deben recibir nada que valga la pena ahorrar (…) Se debe mantener a los pobres estrictamente trabajando y es prudente satisfacer sus necesidades, pero sería una locura remediarlas. Para hacer que la sociedad sea feliz y las personas manejables bajo las circunstancias más miserables, es un requisito que el mayor número de ellas sean ignorantes, así como pobres”

Está por fuera del alcance de nuestra materia explorar así se someramente los otros dos procesos sociales característicos de la Época Mercantilista: la secularización de la vida política y el nacimiento del pensamiento científico moderno. Baste con decir que uno y otro teológicas y morales y orientándola en su método por el camino empírico trazado por las ciencias naturales.

III

La literatura mercantilista abarca un período extremadamente largo y comprende una gran diversidad de autores y escritos que van desde toscos folletos hasta tratados bastante sistemáticos como la Inquiry into the Principles of Political Economy  de James Steuart (1712-1780), publicada en 1769, cuatro años antes de La Riqueza de las Naciones.  No obstante, existe en toda esa literatura una unidad temática y analítica que el profesor Jacob Viner (1892-1970)[12] resume en los siguientes términos:

“Creo que prácticamente todos los mercantilistas, de cualquier período, país o posición social (…) estarían de acuerdo con todas las proposiciones siguientes: 1. La riqueza es un medio absolutamente esencial para el poder, ya sea por seguridad o para agredir; 2. El poder es esencial o valioso como un medio para adquirir o retener la riqueza; 3. La riqueza y el poder son cada uno fines últimos adecuados de la política nacional; 4. Existe una armonía a largo plazo entre estos fines, aunque en circunstancias particulares puede ser necesario durante un tiempo hacer sacrificios económicos en interés de la seguridad militar y por tanto también de la prosperidad en el largo plazo”[13]

Diversos autores han destacado entre las ideas distintivas del pensamiento mercantilista las siguientes:

La idea de que el oro y la plata son la forma más deseable de riqueza, tanto para el individuo como para el estado, y que todo estado requiere una cantidad mínima para su comercio interior.  Esto no significa confundir la riqueza con el dinero. Todo mundo sabe que la viabilidad de cualquier actividad económica supone la generación de un flujo de caja positivo. También es sabido que un gobierno o un país no pueden mantener indefinidamente un saldo negativo entre sus ingresos y sus egresos corrientes. Realmente, lo específico del pensamiento mercantilista era su convicción de que existe una cantidad de dinero necesaria para garantizar la viabilidad del comercio al interior de cada país[14]. Esta idea se encuentra claramente desarrollada en Locke:

“La necesidad de una cierta proporción de dinero con relación al comercio, radica en lo siguiente: el dinero en su circulación mueve las distintas ruedas del comercio, mientras permanece en ese canal – pues es inevitable que alguna parte sea almacenado -  es distribuido entre los terratenientes, cuya tierra aporta los materiales; el trabajador, que los trabaja; el comerciante y el tendero, que los distribuye entre quienes los quieren; y el consumidor, que lo gasta”[15].

Y después de laboriosos cálculos que  abarcan más de 10 páginas, concluye que:

“…por lo menos una centésima parte del total de los salarios anuales pagados a los trabajadores, una octava parte de la renta anual de los terratenientes y una cuarentava parte de las utilidades anuales de los comerciantes, en dinero contante, puede ser suficiente para mover las diversas ruedas del comercio”[16].

No hay nada de tonto en este planteamiento que puede ser analizado en términos de la ecuación cuantitativa:

MV = PT

Es claro que si la velocidad de circulación de dinero (V) está dada al igual que el nivel de precios (P) y el volumen de transacciones (T); se requiere para la circulación una cantidad de dinero (M) igual a PT/V.  Y en términos dinámicos, si la velocidad de circulación se mantiene y quiera mantenerse el nivel de precios, la tasa de crecimiento de la cantidad de dinero deberá ser igual a la tasa de crecimiento de la actividad económica real[17].

William Petty (1623-1687) también trató la cuestión de la cantidad de dinero necesaria para la circulación con mucha claridad:

“…existe una cierta proporción de dinero necesaria para realizar el comercio de una nación, por encima o por debajo de la cual habrá un perjuicio para ese comercio”

Tenía  concepto preciso de la velocidad de circulación:

“…la proporción de dinero necesario para el comercio debe calcularse a partir de la frecuencia de los cambios y la importancia de los pagos que se hacen ordinariamente según la ley y las costumbres”

Y realizó una estimación de la cantidad requerida:

“…el dinero que pagara el alquiler semestral de todas las tierras de Inglaterra, el alquiler trimestral de las habitaciones, los gastos semanales de todo el pueblo y alrededor de un cuarto del valor de todos los productos exportados, sería suficiente”.

Ahora bien, el oro y la plata son la moneda universal. Un país sin relaciones con otros países puede usar como moneda cualquier materia. Pero un país comercial deberá usar oro y plata como dinero y si carece de minas, las variaciones en la cantidad de éste dependerán de la balanza comercial. Esto nos lleva al segundo rasgo característico del pensamiento mercantilista: la doctrina de la balanza comercial.

La búsqueda de una balanza comercial siempre favorable con exportaciones que invariablemente excedan el valor de las importaciones. Este es sin duda un rasgo típico de la literatura mercantilista. Las divergencias entre los diversos autores se refieren a los medios más adecuados para alcanzar ese objetivo. Thomas Mun lo expresa con notoria claridad:

“Los medios ordinarios para aumentar nuestra riqueza y tesoro son por el comercio exterior, por lo que debemos siempre observar esta regla: vender más anualmente a los extranjeros en valor que lo que consumimos de ellos. Supongamos que cuando este reino está abundantemente abastecido con telas, plomo, quincalla, hierro, pescado y otros productos nativos, exportemos anualmente el excedente a países extranjeros hasta el valor de dos millones doscientas mil libras  esterlinas; por este medio estamos en posibilidad de comprar de ultramar y traer mercancías extranjeras para nuestro uso y consumo hasta el valor de dos millones de libras esterlinas. Conservando  este orden rígidamente en nuestro comercio, podemos estar seguros de que el reino se enriquecerá anualmente con doscientas mil libras esterlinas, que se nos deben traer en otro tanto de tesoro, porque la parte de nuestro patrimonio que no nos sea devuelta en mercaderías debe necesariamente regresar en dinero”[18]

El punto central está en la idea de una balanza comercial[19] excedentaria permanentemente. ¿Pude un país mantener de forma permanente una balanza comercial excedentaria? Los mercantilistas pensaban que sí. La dificultad teórica estribaba en hacer compatible esa proposición con una teoría razonable del valor de la moneda.  En efecto, desde finales de la edad media distintos autores había señalado la existencia de una relación directa entre la cantidad de dinero y los precios monetarios de los bienes y servicios. La afluencia de oro y plata de las minas de América había provocado una gran inflación. Para la mayoría de los autores mercantilistas del siglo XVII era ya evidente la existencia de una relación la existencia de una relación directa entre los cambios en la cantidad de dinero y el incremento de los precios. De hecho la imposibilidad de conciliar la doctrina de la balanza comercial con la teoría cuantitativa del dinero se constituye en la principal debilidad teórica del mercantilismo. Es David Hume quien desarrollará de forma sistemática esta crítica y por eso se le atribuye la teoría del ajuste automático de la balanza comercial. Más adelante se tratará este punto.

Otros aspectos que se suelen mencionar como característicos del pensamiento mercantilista son simples corolarios de la doctrina de la balanza comercial favorable. Examinemos brevemente algunos de ellos:

  Impuestos elevados a la importación de bienes manufacturados que compiten con la producción nacional e importación de materias primas libres de impuestos.

  Monopolio en el comercio con las colonias.

  Oposición a los impuestos y peajes en el comercio interno.

  Fortalecimiento del gobierno central e intervención de éste en el fomento de la producción nacional.

  Búsqueda de una población abundante que permita mantener bajos salarios.

IV

La crítica más sistemática de la doctrina mercantilista de la balanza comercial será desarrollada por David Hume (1711-1776)[20].  Tiene tres componentes, a saber:

  Refutación de la idea de que existe una cantidad de dinero necesaria a la circulación y formulación de la teoría cuantitativa del dinero.

  Formulación del mecanismo de ajuste de los precios a los cambios en la cantidad de dinero.

  Formulación de la teoría del ajuste automático de la balanza comercial en función de los precios y del movimiento del oro.

Refutación de la idea según la cual existe una cierta cantidad de dinero necesaria a la circulación:

“El dinero no es propiamente hablando uno de los objetos del comercios sino el instrumento que los hombres han acordado para facilitar el intercambio de las mercancías. No es una de las ruedas del comercio sino el aceite que hace que el movimiento de las ruedas sea suave y fácil. Si consideramos un reino aislado, es evidente que la mayor o menor cantidad de dinero no tiene importancia dado que los precios de las mercancías serán siempre proporcionados a la cantidad de dinero….”

Explicación del mecanismo de transmisión de los cambios en la cantidad de dinero:

“…aunque la elevación del precio de las mercancías es una consecuencia necesaria del incremento en la cantidad de oro y plata, esto no se produce inmediatamente sino que se requiere cierto tiempo antes de que la moneda circule a través del conjunto del estado y haga sentir sus efectos en todas las clases del pueblo. Al principio no se percibe ningún cambio; gradualmente los precios aumentan, primero una mercancía, luego otra; hasta que el conjunto alcanza la proporción justa con la nueva cantidad de moneda que circula en el reino. En mi opinión, es sólo en ese intervalo o situación intermedia, entre la adquisición de dinero y el alza de precios, que un incremento en la cantidad de oro y plata es favorable a la industria…”[21]

Explicación del mecanismo de ajuste de la balanza comercial:

“Supongamos que una cuarta parte de todo el dinero de Gran Bretaña sea aniquilada en una noche y que la nación quede reducida, con relación de la moneda, a la misma situación que en los reinados de los Enriques y los Eduardos. ¿Cuál sería la consecuencia?. ¿No deberían los precios del trabajo y las mercancías caer proporcionalmente y toda cosa ser vendida tan barata como lo era en esas épocas?. ¿Qué nación podría entonces competir con nosotros en cualquier mercado extranjero, o pretender navegar o vender manufacturas a mismo precio que a nosotros nos aportaría un beneficio suficiente?. ¿En cuánto tiempo, sin embargo, debe regresar el dinero que habíamos perdido y elevarnos al nivel de todas las naciones vecinas?. Una vez allí habremos perdido la ventaja de la baratura del trabajo y las mercancías y el flujo de dinero es detenido porque estamos repletos. Una vez más, supongamos que toda la cantidad de dinero de Gran Bretaña se multiplicara por cinco en una noche, ¿no se seguiría el efecto contrario? ¿No se elevaría el precio del trabajo y de todas las mercancías de forma tan exorbitante que ninguna nación vecina podría comprarnos; mientras que sus mercancías, por otra parte, se hacen tan comparativamente baratas que, a pesar de todas las leyes que puedan expedirse, ellas vendrían a nosotros y nuestro dinero fluiría afuera hasta que cayéramos al nivel de los extranjeros…? ”[22]

La teoría del mecanismo de ajuste de la balanza comercial en función de los precios y el movimiento del oro reposa sobre un supuesto fundamental: tipos de cambio fijos. Tipos de cambios fijos que dependen del contenido de oro o plata de las monedas nacionales. En los países que intercambian la unidad monetaria es una moneda de oro o plata de cierto peso y ley. El tipo de cambio depende de las cantidades relativas de oro contenidas en las monedas nacionales. Así, si la libra de Gran Bretaña pesa 7 gramos de oro y el franco de Francia 0,3, el tipo de cambio de la libra por franco será 23,33.

Otros tópicos que se deben tratar:

  Los pagos internacionales: las letras de cambio y los puntos del oro.

  Funcionamiento del mecanismo de ajuste con papel moneda y reservas fraccionadas.

  El problema del comercio internacional actual. ¿Por qué China puede mantener de forma persistente un superávit en su balanza comercial?.



V

Las ideas mercantilistas siempre han hecho parte de lo que podemos denominar el pensamiento económico popular. La mayoría de los políticos y de los hombres de negocios, en todas las épocas y en todos los países, tienen, por así decirlo, una cierta inclinación mercantilista. Esto es aún más cierto desde que Keynes, en su Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero, restableció su respetabilidad intelectual.

Keynes argumentaba de la siguiente forma:

Si los salarios nominales son inflexibles y la demanda de dinero relativamente estable y son igualmente estables las prácticas bancarias, la tasa de interés en el corto plazo depende de la cantidad de dinero, es decir, en un mundo de circulación metálica, de la cantidad de metales preciosos disponibles para satisfacer las necesidades de dinero. En este contexto, los cambios en la cantidad de dinero que dependen del saldo de la balanza comercial  más que sobre los precios incidirían sobre la tasa de interés y de esta forma sobre la demanda de inversión. De ahí que la búsqueda de una balanza comercial favorable podía ser en esas circunstancias un objetivo razonable de la política económica[23].

Otra variante moderna del mercantilismo es la representada por la teoría del deterioro secular de los términos de intercambio, formulada en los años 50 por Raul Prebish y Paul Singer[24]. De acuerdo con esta teoría los términos de intercambio de los bienes primarios frente a los bienes manufacturados evolucionan secularmente en detrimento de los primeros de tal suerte que tendencialmente los países especializados en los primeros tendrán perdidas en el comercio internacional frente a los segundos dado que intercambian una cantidad creciente de productos primarios por una cantidad dada de productos manufacturados. De ahí se sigue entonces la política según la cual los países subdesarrollados deben proteger y fomentar la producción de industrial mediante toda suerte de instrumentos y políticas estatales. Esta concepción tuvo una gran influencia en la política económica impulsada por la CEPAL hasta los años 80.

Está, finalmente, la teoría de la política comercial estratégica de acuerdo con la cual, dadas las imperfecciones del comercio internacional y la existencia de externalidades asociadas a sectores tecnológicamente avanzados, los gobiernos debe estimular y proteger con diversos instrumentos – aranceles, subsidios, compras estatales, etc. – determinados sectores de actividad económica, especialmente los de tecnología de punta.

No es del caso profundizar aquí sobre las formas modernas del mercantilismo. Es claro que una nación podría tener ventajas con la aplicación de políticas mercantilistas, pero la adopción de estas prácticas por todas o la mayoría de ellas no puede conducir a nada diferente que a la declinación del comercio internacional y a la caída consiguiente de la actividad económica, como ocurrió entre la crisis de 1929 y la segunda guerra mundial y como parece estar ocurriendo ahora después de la crisis de 2008. Es un hecho que los períodos históricos de mayor liberalización comercial son también los de mayor crecimiento del comercio y la producción mundiales.













 *Publico las lecciones de pensamiento económico impartidas en la Universidad EAFIT.

[1] Eli Filip Heckscher (1879-1952).  Economista sueco. Con su colega Bertil Ohlin, también sueco, desarrolló un modelo de comercio internacional que generaliza la teoría ricardiana de las ventajas comparativas. En 1931 publicó su obra: La Época Mercantilista: Historia de las organización y las ideas económicas desde el final de la edad media hasta la sociedad liberal considerada hasta hoy como el estudio más completo sobre el tema. Hay traducción al español: La Época Mercantilista. Fondo de Cultura Económica, México, 1983.
[2] Esas características hacen del estado nación una entidad política diferente de otras que han existido en la historia de la humanidad como la ciudad estado, el imperio y el feudo señorial.

[3] G. Schmoller. Citado por H. Cuevas.
[4] Boorstin, D.J. Los descubrimientos. Volumen I: el tiempo y la geografía. Grijalbo-Mondadori. Barcelona, 1986. Capítulo VI. 

[5] Escribió Adam Smith: “No hay nación en Europa que no haya procurado monopolizar, en mayor o menor extensión, el comercio de las colonias, y, sobre esta base ha prohibido el comercio con sus posesiones a los barcos de otros países, como así mismo que éstos importen otros productos que no sean los de la metrópoli…” La Riqueza de la Naciones. Fondo de Cultura Económica. (1958, 1978). Página 512.

[6] Las más célebres compañías privilegiadas fueron la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, creada en 1602, y la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, creada en 1600.  Eran sociedades anónimas de comerciantes fuertemente vinculadas con el poder político. Dos notables autores mercantilistas ingleses, Jossiah Child y Thomas Mun, fueron directores de ésta última.
[7]  Mun, Thomas. (1664). La Riqueza Inglesa por el Comercio Exterior. Primera edición en español 1954, primera reimpresión 1978. Fondo de Cultura Económica, México. Capítulo VI. Páginas 78-81.

[8] Adam Smith. La Riqueza de la Naciones. Fondo de Cultura Económica. (1958, 1978). Página 500-501.

[9] La servidumbre desparece en Inglaterra, a finales del siglo XIV. En Rusia, por ejemplo, se mantiene hasta la segunda parte del siglo XIX.  En su novela Almas Muertas Nicolás Gogol describe la servidumbre rusa.

[10] “La tierra, antes sembrada de pequeños labradores, estaba poblada en proporción a lo que producía; bajo el nuevo sistema de cultivos mejorados y mayores rentas, se procura obtener una mayor cantidad posible de fruto con el menor costo, para lo cual se eliminan brazos inútiles…Los expulsados del campo natal buscan sustento en las ciudades fabriles”. Esto escribe David Buchanan. Citado por Marx, K. (1867). El Capital. Volumen I. Capítulo XXIV. Fondo de Cultura Económica. México, 1971. Página: 621, nota 31.

[11] Marx, K. (1867). El Capital. Volumen I. Capítulo XXIV. Fondo de Cultura Económica. México, 1971. Página: 608.
[12] Economista canadiense que ejerció en la Universidad de Chicago. Se destaca en historia del pensamiento y economía internacional.

[13] Citado por Homero Cuevas.

[14] Una teoría económica debe analizarse en su forma más elaborada. Si nos quedamos, como hacen algunos autores, con la idea de que los mercantilistas confundían la riqueza con el oro y la plata, nos formamos de ellos inevitablemente la imagen de que eran unos locos redomados. Y no es así.
[15] Locke, J. “Some considerations of the consequences of the lowering of interest, and raising the value of Money”. En Several papers relating to money, interest and trade. 1696. Reprinted by A.M. Kelly Publishers, New York, 1968. Página 30.

[16] Idem. Página 42.

[17] Planteadas así las cosas los mercantilistas no estaban lejos de lo que hoy se considera una política monetaria óptima: hacer crecer la cantidad de dinero de forma que sea compatible con la tasa de crecimiento real de la economía más una tasa moderada de inflación.
[18] Thomas Mun (1664). La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior.  Fondo de Cultura Económica, México, 1978. Página 58.

[19] Si no hay pagos de renta por el uso de factores  (remesas de trabajadores o intereses) ni transferencias (donaciones, etc.) la balanza comercial de los mercantilistas equivale a la cuenta corriente de la balanza de pagos.
[20] Hume se conoce fundamentalmente como filósofo. Hizo importantes contribuciones a la teoría política y a la teoría económica.
[21] Hume. On Money.

[22] Hume.  On Trade.
[23] Véase Keynes. Teoría General. Capitulo XXII.

[24] Prebisch, R. (1986): “El desarrollo económico en América Latina y alguno de sus principales problemas” en Desarrollo Económico vol. 26 Nº 103 (trabajo editado originariamente en inglés en mayo de 1950). Ocampo, J. A. y M. A. Parra (2003): “Los términos de intercambio de los productos básicos en el siglo XX” Revista de la CEPAL Nº 79 pp. 7-35.


sábado, 28 de julio de 2012

Pensamiento Económico - Lección II Pensamiento económico antiguo y medieval


Lección II**
Pensamiento económico antiguo y medieval

Luis Guillermo Vélez Alvarez
Departamento de Economía, Universidad EAFIT

I
En economía como en muchas otras cosas todo empieza con los filósofos griegos.  Naturalmente, éstos no hicieron economía en la forma en que hoy la entendemos ni hubo entre ellos economistas en el sentido moderno. Sin embargo, las reflexiones de algunos de ellos, especialmente, Platón y Aristóteles, van a tener gran incidencia en el desarrollo de la economía y, en general, del pensamiento social. Dentro de la “herencia” que nos legaron los filósofos griegos se destacan los siguientes aspectos:

·         El nombre de la disciplina a partir de una obra de Jenofonte, discípulo de Sócrates.

·         La concepción de lo económico como parte de la ciencia o la filosofía política.

·         La concepción del dinero como una convención social y como un objeto político.

·         El planteamiento del problema de los precios como un problema de justicia.

·         La concepción del interés como “producto del dinero” y la condena del interés.

·         Una visión negativa de la actividad mercantil.

II
Un discípulo de Sócrates, llamado Jenofonte, escribió lo que en occidente se considera como el primer tratado de economía; del cual,  por lo demás, se deriva el nombre de nuestra disciplina[1]Se trata de una obra escrita en forma de diálogo, género éste muy usado por los discípulos de Sócrates, probablemente para ser fieles a la técnica de enseñanza de su maestro denominada Mayéutica[2]. El diálogo empieza de la siguiente manera:

Un día escuché hablar a Sócrates en los siguientes términos sobre la economía: Dime Critóbulo, ¿se le da a la economía el nombre de ciencia como a la medicina, a la metalurgia y a la arquitectura?. – Yo lo creo, Sócrates. Se puede determinar el objeto de esas ciencias, ¿puede determinarse igualmente el objeto de la economía?.  – El objetivo de un buen ecónomo es gobernar bien su casa. ¿ Y la casa de otro, si se lo encargaran, podría gobernarla tan bien como la suya?. Un arquitecto puede trabajar tanto para otro como para sí mismo. Debe ocurrir lo mismo con el ecónomo. – Ese es mi parecer, Sócrates.  Entonces un hombre versado en la ciencia económica, que se encontrara sin bienes propios, podría entonces  administrar la casa de otro y recibir un salario como lo recibe el arquitecto que uno emplea?.  – Seguramente, e  incluso un salario considerable…”

 El Económico es el nombre de ese tratado en donde su autor se ocupa de cómo debe administrarse la casa del aristócrata, propiamente dicha, y la explotación agrícola de la que deriva lo fundamental de sus sustento. En efecto, el Oikós griego se refiere tanto a la casa o el hogar como a la explotación agrícola. La base de la economía griega era la agricultura desarrollada con trabajo esclavo. Un aristócrata griego, como Jenofonte, era antes que nada un terrateniente y propietario de esclavos. En su tratado distingue entre la administración propiamente dicha del hogar –  el manejo los esclavos domésticos, el almacenamiento y conservación de los bienes, la preparación de los banquetes, etc. – y las de supervisión del trabajo del campo y de las relaciones con el mercado. Las primeras debían estar a cargo de la mujer, ayudada por el intendente, y las segundas a cargo del hombre, asistido por un capataz[3].  Buena parte del tratado está dedicada a discutir sobre las virtudes de la esposa de uno de sus protagonistas, Isómaco, la cual aparece como la esposa ideal de un aristócrata griego. El Económico es pues una especie de manual para terratenientes esclavistas griegos sobre las buenas prácticas agrícolas, el manejo de los esclavos y la selección de una buena esposa[4].
Se suele también mencionar que Jenofonte anticipó las ideas de Smith sobre la división del trabajo en apoyo de lo cual se cita un texto extraído de su obra Ciropedia[5]. Dice así el texto en cuestión:

“Y que esto sea así no es de maravillar, porque bien así como todas las artes y oficios se obran y se labran mejor en las grandes ciudades, así también las viandas y manjares del rey son hechos y aparejados con más trabajo y artificio. En las ciudades pequeñas los mismos oficiales hacen la cama, la puerta, el arado, la mesa; y muchas veces labra la casa, y se alegra si hay algunos que le den obras de muchas maneras, que sean bastantes para mantenerse; pero no hay duda, sino que es imposible que los hombres que tienen muchos oficios puedan hacerlos todos bien. Y así en las grandes ciudades, porque muchos han menester de uno, basta un oficio a cada cual para mantenerse; y muchas veces no uno entero, sino que uno hace el calzado de hombres, y otro de mujeres; y aún en este mismo oficio hay uno que corta el calzado, y otro que lo cose, y cada cual dellos se mantiene. Y también hay uno que corta de vestir, y otro que no hace otra cosa que hacer sino aparejarlo. Que de necesidad el que entiende en una obra pequeña, es forzado que la haga muy bien.” (Jenofonte, Ciropedia, 8.2.4.)[6]
Ciertamente se encuentra ahí una idea sobre la división del trabajo, su impacto sobre la productividad laboral y su relación con el tamaño del mercado. No obstante esto no convierte a Jenofonte en el descubridor de la cuestión y mucho menos a Adam Smith en un vulgar plagiario. La Ciropedia es cualquier cosa menos un texto de economía, ni en el sentido de los griegos ni en el moderno. Es una biografía de Ciro el Grande, rey de los persas, bajo cuyo reinado el imperio de éstos alcanzó su mayor extensión. Para Jenofonte, Ciro es el prototipo del buen soberano. La cita en cuestión es del libro octavo, donde Jenofonte narra los últimos años de la vida de Ciro. En el capítulo 2 está dedicado a explicar la forma en que Ciro se hizo amar de sus subordinadnos compartiendo con ellos los manjares del banquete real: “…honraba a sus criados dándoles algo de lo de su mesa” – dice Jenofonte. Y es en medio de la descripción de esos manjares y de la pericia de los cocineros reales donde a Jenofonte se le ocurre hablar de la división de los oficios. Jenofonte tiene esa ocurrencia y al hacerlo se “tropieza”, por así decirlo, con una idea que será importante mucho tiempo después pero de la que él mismo no deriva ninguna consecuencia analítica. En efecto, después de ese extravío, Jenofonte regresa a la mesa: “Lo mismo acaece en las cosas de comer….”

 En la historia del pensamiento económico se mencionan los aportes de otros pensadores griegos. Murray Rothbard, por ejemplo, designa al poeta Hesíodo como el primer “economista” por haber planteado en Los trabajos y los días  un contraste entre el mito de la “Edad Dorada”, en donde los hombres vivían en la plenitud de la abundancia, y la realidad de penuria y escasez que rodea al hombre: “…los hombres nunca descansan, a causa del trabajo y las penas durante el día y del miedo a perecer durante la noche”- canta el poeta. Se refiere también a Demócrito quien habría hecho un contraste entre los valores morales, que son absolutos, y los valores económicos que son subjetivos: “La misma cosa puede ser buena y verdadera para todos los hombres, pero la placentero difiere de unos a otros”.  Y seguramente pueden encontrarse muchas otras ideas “económicas” esparcidas en la obras de los pensadores griegos. Pero es en las obras de Plantón y, especialmente, en las de su gran discípulo Aristóteles donde encontramos una reflexión relativamente sistemática y, sobre todo, con influencia duradera en el pensamiento occidental sobre cuestiones económicas fundamentales  como la propiedad, el intercambio, la moneda y el interés.

 II

Platón (428-347 a.c.) fue antes que nada un teórico social. A diferencia de su discípulo Aristóteles, quien se ocuparía de estudiar empíricamente los fenómenos del mundo físico como estudia también empíricamente los fenómenos del mundo social, Platón tiene por objeto exclusivo de su reflexión el mundo social y lo encara con un enfoque que los historiadores de la filosofía calificarán de idealista. El estudio más completo sobre el pensamiento social y político de Platón fue realizado por Karl Popper en su obra La sociedad abierta y sus enemigos[7].

 La obra de Platón es muy extensa. Se conservan 28 textos en forma de Diálogo y 13 en forma de Carta. También está la Apología de Sócrates que es la única de sus obras que tiene la forma de narración abierta. Aunque sus ideas políticas y sociales están presentes en casi todas sus obras; la presentación sistemática de las mismas se encuentra en tres de ellas, a saber: La República, Las Leyes y El Político. Como lo señala Popper[8], la problemática de la investigación platónica está regida por la siguiente pregunta formulada en Las Leyes:

¿Cuál es el arquetipo u origen de un estado?.
La palabra clave aquí es “arquetipo”. El diccionario de la RAE suministra la siguiente definición:

“Tipo soberano y eterno que sirve de ejemplar y modelo al entendimiento y a la voluntad de los hombres. Modelo original y primario de un arte u otras cosa”

Platón se interroga pues por la forma ideal del estado, el estado arquetípico, el estado perfecto. El estado perfecto es el estado que realiza el ideal de la justicia[9]. Hay que recordar que el título completo de la obra política fundamental de Platón es La República o de lo Justo.  Leamos un texto que es importante para reafirmar esta idea y que ilustra al mismo tiempo lo que será la orientación del proyecto filosófico de Platón[10] 
“Nuestro estado ya no era gobernado de acuerdo con la eticidad y la usanza de nuestros antepasados (…) lo que mandaban las leyes no era obedecido, y los usos y costumbres se corrompían. Y todo esto crecía de tal modo que yo, a pesar de que al principio ardía en celo por intervenir en los asuntos de la comunidad, al contemplar tal estado de cosas y viendo cómo todo andaba trastornado, terminé por ser presa del vértigo. Yo no dejé por ello de meditar desde lejos sobre un posible alivio de semejante situación y, sobre todo, sobre un posible mejoramiento de lo referente al Estado. Con todo, decidí esperar en adelante un momento propicio para actuar en política. Finalmente me di cuenta de que todos los estados existentes entonces estaban mal gobernados y que los males de la legislación de cada uno de ellos eran incurables sin unos preparativos extraordinarios, acompañados además de circunstancias felices. Entonces tuve que reconocer, en alabanza de la verdadera filosofía, que sólo mediante ella se podría averiguar dónde estaba la justicia en el Estado y en los individuos”[11].

El enfoque que adoptará Platón puede resumirse en los siguientes puntos:

1.    Existe un ideal objetivo de la justicia.

2.    Existe una forma de estado o de gobierno que permite la realización de la justicia.

3.    Esa forma ideal del estado no se encuentra situada en el tiempo y en el espacio; porque todo lo que está situado en el tiempo y en el espacio está sujeto al cambio.

4.    Todo los que está sujeto al cambio es imperfecto. Sólo la forma ideal perfecta no está sujeta al cambio.

5.    La forma ideal de estado es susceptible de ser descubierta por la razón.
Para comprender bien lo expuesto es importante acercarse a la teoría platónica de las formas o ideas. Leamos la presentación que de ella hace Popper:
“Las cosas sujetas a transformación, los objetos degenerados y decadentes constituyen – al igual que el estado – la descendencia, la progenie, por así decirlo, de los objetos perfectos. Y al igual que en el caso de los hijos, son verdaderas copias de sus progenitores originales. El padre o raíz original de un objeto cambiante es lo que Platón denomina su “Forma”, “Patrón” o “Idea”. (…) la Forma o Idea (…) no constituye una idea de nuestro pensamiento, ni un fantasma, ni un sueño, sino un objeto real. Es (…) más real que todas las cosas u objetos ordinarios sujetos a cambios, que pese a su aparente solidez, están condenados a perecer, pues la Forma o Idea es un objeto perfecto y, por tanto, imperecedero. No debe creerse que las Formas o Ideas se encuentran situadas, al igual que los objetos perecederos, en el espacio y el tiempo; por el contrario, se hallan fuera del espacio y también de tiempo porque son eternas. No obstante guardan contacto con el espacio y el tiempo, pues dado que son los progenitores o modelos de los objetos corrientes que se desarrollan y declinan en el espacio y en el tiempo, tienen que haber mantenido algún contacto con el espacio en el principio de los tiempos. Puesto que no se las encuentra en nuestro espacio y nuestro tiempo, no pueden ser percibidas por nuestros sentidos, a diferencia de los objetos ordinarios y mudables que actúan sobre nuestros sentidos y son denominados (…) objetos sensibles. Estos objetos sensibles, que son copias o vástagos de un mismo modelo original, no sólo se parecen al patrón común, es decir, la Forma o Idea, sino que también se asemejan entre sí, al igual que los hijos de una misma familia…”[12]  
Si las Formas o Ideas no están en el tiempo y en el espacio y no pueden ser por tanto percibidas por los sentidos, ¿cómo podemos entonces llegar a conocerlas?. En el Timeo, Platón nos da la respuesta:
“…la Forma inalterable que no ha sido creada y es indestructible, invisible e imperceptible para los sentidos (…) sólo puede ser contemplada mediante el pensamiento puro”[13].

Surge de ahí con toda claridad la tarea del filósofo político: descubrir mediante el ejercicio de la razón la Forma o la Idea del estado, el Estado Ideal, del cual los estados existentes sólo son copias decadentes e imperfectas. Por eso entonces, en La República, Sócrates le propondrá a Adimanto, su interlocutor:
“Comencemos, pues, a construir desde sus bases un Estado con palabras y con la razón”[14]

Y así, Platón va haciendo surgir a medida que avanza el diálogo el Estado Ideal[15].  Puntualicemos, antes de seguir, lo que ya debe resultar evidente. Como el filósofo es el único que puede conocer la naturaleza y el funcionamiento del Estado Perfecto,  es natural que el gobierno del estado esté a su cargo. No tiene sentido plantear siguiera la idea de un gobierno democrático. ¿Sobre qué base habrían de elegir los no-filósofos?[16].
Las consideraciones sobre lo económico van apareciendo a medida que  Sócrates en su diálogo con sus interlocutores va imaginando el estado perfecto, las clases que lo conforman y  sus relaciones, la estructura de poder, la relación con otros estados, etc.

Veamos, por ejemplo, la forma en que aparece el comercio:
“Ahora bien, establecer ese Estado en un lugar que no sean necesarias importaciones es casi imposible. - Imposible, en efecto. - Necesitarán, pues, todavía personas que traigan desde otros estados cuanto sea preciso.  - (…) Necesitamos pues comerciantes.
En el interior del estado ¿cómo cambiarán entre sí los géneros que cada cual produzca?. Pues este ha sido, precisamente, el fin con el que hemos establecido una comunidad y un estado.- Está claro  que comprado y vendiendo. - Luego esto nos traerá consigo un mercado y una moneda como signo que facilite el cambio. - Naturalmente.- Y si el campesino que lleva al mercado alguno de sus productos, o cualquier otro de los artesanos, no llega al mismo tiempo que los que necesitan comerciar con él, ¿habrá de permanecer inactivo en el mercado desatendiendo su labor? - En modo alguno  pues hay quienes dándose cuenta de esto, se dedican a prestar ese servicio. En los estados bien organizados suelen ser, por lo regular, las personas de constitución menos vigora e imposibilitadas, por tanto, para desempeñar cualquier otro oficio. Estos tienen que permanecer allí en la plaza y entregar dinero por mercancías a quienes desean vender algo y mercancías, en cambio, por dinero a cuantos quieren comprar.- He aquí pues la necesidad que da origen a la aparición de mercaderes en nuestro estado” 
A medida que el estado se hace más grande y sobrepasa los límites de la comunidad tribal y su crecimiento hace que sea posible que entre en conflicto con estados vecinos;  se hace necesaria la aparición de una clase que garantice el orden interno y la defensa del estado contra la agresión de los vecinos.  Aparecen los guardianes. De quienes Sócrates dirá:

“…tendrá que ser filósofo, fogoso, veloz y fuerte por naturaleza quien haya de desempeñar a la perfección su cargo de guardián de nuestro estado…”
Esta es la clase más importante del estado, la aristocracia. Tendrán que ser filósofos, es decir, sabios; tendrán que estar libres de pasiones y discordias para poder ser justos. Por ello entre los guardianes

“la propiedad de las mujeres, los niños y toda clase de efectos será común (…) Vivirán en común, asistiendo a comidas colectivas como si estuviesen en campaña. Por lo que toca al oro y a la plata, se les dirá que ya han puesto los dioses en sus almas, y para siempre, divinas porciones de esos metales y, por tanto, para nada necesitan los terrestres, ni es lícito que contaminen el don recibido aliando con la posesión del oro de la tierra, que tantos crímenes ha provocado en forma de moneda corriente, el oro puro que en ellos hay. Serán pues ellos los únicos ciudadanos a quienes no esté permitido manejar el oro ni la plata, ni entrar bajo el techo que cubra estos metales ni llevarlos sobre sí ni beber en recipiente fabricado con ellos. Si así proceden se salvarán ellos y salvarán al estado, pero si adquieren tierras propias, casas y dinero, se convertirán de guardianes en administradores y labriegos y de amigos de sus conciudadanos en odiosos déspotas”[17].
“….no se permitirá a ningún ciudadano poseer la más pequeña cantidad de oro o plata, a no ser tan sólo la moneda necesaria para los intercambios cotidianos, aquellos que uno se ve casi obligado a hacer con los artesanos y con todos aquellos de quien tiene necesidad, como es el pagar los salarios de servicios análogos a estos a los mercenarios, esclavos o extranjeros.  Con este fin, decimos nosotros, los ciudadanos han de tener una moneda que sea válida para ellos, pero que carezca de valor en los demás estados.”[18] 
La importancia de Platón en el pensamiento social occidental es haber dado origen a las visiones constructivistas de la sociedad de acuerdo con las cuales es posible identificar racionalmente el “bien común”  y organizar también racionalmente la sociedad para alcanzarlo. Karl Popper he denominado esta corriente  “Ingeniería Social Utópica” en oposición a la “Ingeniería Social Gradual”[19].

III
Al igual que su maestro Platón, Aristóteles (384 – 322) se ocupará de las cuestiones económicas en el marco de su reflexión sobre la sociedad política. Sin embargo, su enfoque difiere del de su maestro puesto que,  en lugar de establecer como aquel un modelo ideal de comunidad política, tratará de examinar de manera empírica[20] y pragmática los atributos de las comunidades políticas existentes así como los de las ideadas por los teóricos. En Libro II de la Política este enfoque se enuncia expresamente:
“Ya que nos proponemos considerar, acerca de la comunidad política, cuál es la más firme de todas para quienes se encuentran capacitados  para vivir según su deseo en la mayor medida posible, hay que examinar primero las formas de gobierno ajenas, tanto las que usan algunas ciudades que tiene reputación de buen gobierno, como aquellas otras descritas por algunos teóricos y que parecen estar bien; a fin de descubrir lo que haya en ellas de correcto y útil…”[21]

Ahora bien, para Aristóteles  la ciudad-estado es la forma ideal de comunidad política[22]
“La ciudad es la comunidad, procedente de varias aldeas, perfecta, ya que posee, para decirlo de una vez, la conclusión de la autosuficiencia total, y que tiene su origen en la urgencia del vivir, pero subsiste para el vivir bien. Así que toda ciudad existe por naturaleza”[23].

Sin embargo, a diferencia de su maestro, Aristóteles piensa que la ciudad puede ser bien gobernada bajo distintos regímenes políticos. La clasificación que él hace de los regímenes políticos se convertirá, por así decirlo, en la “clasificación canónica” que adoptará toda la filosofía política posterior. Conviene recordarla:
“Puesto que régimen político y órgano de gobierno significan lo mismo, y órgano de gobierno es la parte soberana de las ciudades, necesariamente será soberano o un solo individuo o unos pocos o la mayoría; y cuando es uno o la minoría o la mayoría gobiernan atendiendo al bien común, esos regímenes serán por necesidad rectos; y todos los que atienden al interés particular del individuo o de la minoría o de la mayoría, desviaciones. (…) De los gobiernos unipersonales solemos llamar monarquía al que vela por el bien común; al gobierno de pocos (…) aristocracia (bien porque gobiernan los mejores – áristoi- o bien porque lo hacen atendiendo a lo mejor – áriston- para la ciudad (…) y cuando la mayoría gobierna mirando el bien común, recibe el nombre común a todos los regímenes políticos: república o politeía (…) Desviaciones de los citados son: la tiranía, de la monarquía; la oligarquía, de la aristocracia y democracia de la república…”[24] 

Dejemos de lado la discusión sobre la noción de bien común. Baste con decir que tanto para Platón como para Aristóteles ese es el objetivo de la comunidad política y que ambos pensaban que era algo que podía se dilucidado racionalmente. Ahora bien, como ha quedado dicho, la ciudad-estado es la forma ideal de la comunidad política que puede adoptar diversas formas de gobierno o regímenes políticos. Por ello su análisis de las instituciones económicas y sociales y de la conducta humana se hará considerando su conveniencia para la preservación de la ciudad-estado y de las formas de gobierno rectas, es decir, las orientadas hacia el bien común. Es buena toda institución o conducta humana que contribuya a la preservación de la ciudad estado y del régimen de gobierno recto; es malo todo aquello que atente contra esa preservación. Una de las principales fuentes de conflicto en la ciudad-estado es la riqueza y también la pobreza excesivas[25].  
Aunque muchos hombre tienen “una actividad productiva por sí misma y no se procuraran el sustento mediante el cambio y el comercio”[26], la mayoría de ellos, cuando viven en la ciudad, deben practicar el intercambio que es “una especie de arte adquisitivo que por naturaleza es parte de la administración doméstica” y que permite que la adquisición de “aquellas cosas cuya provisión es indispensable para la vida y útil a la comunidad de la ciudad y de la casa”. Esas cosas constituyen la riqueza que entonces  “la suma de instrumentos al servicio de la casa o de la ciudad” [27]. Y en tanto que instrumentos no carecen de un término ni en número ni en tamaño. Es decir, que su provisión debe hacerse en una cantidad suficiente más no ilimitada.    

 Habiendo establecido esa definición de riqueza, Aristóteles encara el problema que plantea la existencia de “otro tipo de arte adquisitivo, al que se le suele llamar generalmente, y es apropiado llamarlo así, crematística, por el cual parece que no existe límite alguno a la riqueza ni a la propiedad”[28]. ¿De dónde surge esa crematística?

Resumamos, en sus propias palabras el razonamiento de Aristóteles, que se convertirá, hasta hoy, en modelo clásico para describir el surgimiento del dinero: 
“El cambio puede aplicarse a todo, partiendo, en un comienzo, de un hecho natural: el de que los hombres poseen, unos más y otros menos de las cosas necesarias (…) Entonces los objetos útiles se truecan por otros útiles, pero nada más (…) Sin embargo, a partir de éste se desarrolló el otro cambio por un proceso lógico. Al aumentar la ayuda del exterior en la importación de lo que se carecía y al exportar lo que les sobraba, se introdujo por necesidad el uso de la moneda (…) Así que para los cambios los hombres acordaron entre sí dar y tomar algo que siendo por sí mismo uno de los productos útiles, fuera de uso fácilmente manejable en la vida corriente (…) Una vez que se hubo inventado la moneda a causa de los intercambios indispensables surgió la otra forma de crematística: el comercio de compra venta”[29]

En La Gran Moral se encuentra otra forma de explicar la aparición de la moneda que conviene citar pues en ella es más explícita la idea aristotélica de la moneda como creación legal:

“Pero el arquitecto daba a su obra un mayor valor que el zapatero, y era difícil que el zapatero pudiera cambiar su obra con la del arquitecto, puesto que no podía hacerse a una casa en lugar del calzado. Entonces se imaginó un medio de hacer todas estas cosas vendibles, y se resolvió, en nombre de la ley, que sirviera de intermediario en todas las ventas y compras posibles cierta cantidad de dinero, que se llamó moneda, en griego numisma, del carácter legal que tiene, y para que, entregándose en todos los tratos los unos a los otros una cantidad en relación con el precio de cada objeto, se pudiese hacer toda clase de cambio y mantener por este medio el vínculo de la asociación política”[30].
Esquematicemos un poco el planteamiento de Aristóteles:

En primer lugar está el truque. El producto a se cambia por el producto b.

Los inconvenientes del trueque llevan a la aparición de la moneda. Surge el intercambio monetario o crematística necesaria: el producto a se cambia por dinero y éste se cambia luego por el producto b

Finalmente, aparece la crematística propiamente dicha o comercio de compraventa. Con dinero se compran productos, éstos se venden por una cantidad de dinero mayor, que se utiliza en comprar mercancías que se venderán por una cantidad mayor de dinero, que…..


Esa es pues la crematística: “…ese otro arte del comercio consistente en producir dinero (…) mediante el cambio (…) esta riqueza sí que carece de límites…”. .
Pero si la crematística aparece como antinatural su forma más desarrollada, el préstamo a interés, resulta detestable:

“Y con la mejor razón es aborrecida la usura, ya que la ganancia, en ella, procede del mismo dinero, y no de aquello por lo que se inventó el dinero; que se hizo para el cambio; en cambio, en la usura, el interés, por sí sólo, produce más. Por eso ha recibido ese nombre (gr. Tókos) porque lo engendrado (tiktómena) es de la misma naturaleza que sus engendradores, y el interés resulta como hijo del dinero. De forma que de todos los negocios éste es el más anti-natural”[31]
La condena de la usura y el rechazo al comercio, en el contexto de una idea de ciudad-estado estática no carece de sentido. Sin embargo, por fuera de ese contexto se trata de errores analíticos que tendrán notable incidencia en el desarrollo del pensamiento económico posterior.
Con frecuencia los grandes pensadores se destacan más que por sus contribuciones positivas, por los obstáculos que sus ideas y sus errores ponen el desarrollo de la ciencia. Aristóteles legó a la posteridad tres ideas erróneas, ya superadas por el análisis económico, pero que aún subsisten entre los prejuicios económicos más arraigados:
  1. La idea de que es posible distinguir entre los bienes necesarios y los bienes superfluos y que es conveniente que la sociedad se oriente a la producción de los primeros y deseche la producción de los segundos. Los partidarios de esta idea se encuentran en todas las épocas y países: hippies, ambientalistas, ascetas, comunistas, etc. Basta con imaginar una regresión en el tiempo para comprender que lo necesario de hoy fue lo superfluo  en algún momento del pasado y que se siguiéramos esa lógica la humanidad no estaría integrada por más de unos miles de cavernícolas cazando y recolectando frutos.  Las necesidades del cuerpo son limitadas, no así las de la imaginación y la fantasía – dejó escrito Adam Smith. Imaginar, crear, inventar y transformar su entorno es el rasgo distintivo de la especia humana.
  2. Una visión antipática  del comercio que aún hoy se expresa en los lugares comunes sobre los “intermediarios” que elevan los precios; los “acaparadores” que hacen escasear artificialmente los productos; los “especuladores” que se lucran de la escasez y otra serie de prejuicios del mismo jaez. Naturalmente, Aristóteles no entendió el problema de la formación los precios al consumidor, y creyó, como cree la mayoría de la gente, que estos resultan de la agregación de costos y márgenes en las diferentes etapas de su producción y comercialización. Los economistas entienden que esa “agregación” de márgenes y costos es posible hasta el nivel donde un precio determinado por otras circunstancias lo permite.
  3. Finalmente, en regulaciones como la tasa máxima de usura, la antipatía de los periodistas frente a los intermediaros financieros y los reclamos frecuentes al control gubernamental de su actividad resuena el eco de la condena aristotélica a la usura. El Estagirita no entendió que quien presta una suma de dinero traslada al prestatario un poder de compra sobre un consumo presente a cambio de un poder de compra sobre consumo futuro. No entendió que la naturaleza humana pareciera estar hecha de tal forma que la mayoría de los hombres prefieren un bien presente a la promesa de un bien futuro y que es de esta disposición sicológica fundamental de donde se deriva el cobro de intereses aún en préstamos totalmente libres de riesgos, con una moneda completamente estable en su valor y sin costo de oportunidad para el prestamista
IV
Seguramente bajo los imperios romano y bizantino se desarrolló mucha “economía práctica” fundamentalmente en el campo de los impuestos y la administración pública. Sin embargo, es poco o nada lo que en esa época se aportó al desarrollo de la economía teórica. Al contrario, en la Edad Media se producirán interesantes avances en los campos de las teorías del interés, del valor del dinero y de los precios. Examinaremos al respecto las contribuciones de Santo Tomás de Aquino (1225- 1274), Nicolás Oresme (1323-1383) y Luis de Molina (1535 – 1601).

Santo Tomás de Aquino es la figura intelectual más importante de la Edad Media. Su gran obra es la Suma Teológica donde al tratar de cuestiones como la justicia se ve obligado a abordar asuntos económicos. Su obra es una síntesis de la tradición cristiana y la filosofía aristotélica. Frente al tema de interés el Aquinate mantendrá  la posición de Aristóteles añadiendo nuevos argumentos a la condena de la usura. Señaló que el cobro de intereses alteraba el valor de la moneda – su poder de compra – lo cual era contrario a la naturaleza pues el valor de la moneda es el fijado por la ley.  Indicó también que como el dinero es “consumido” en el intercambio su uso equivale a su propiedad, de ahí que cobrar al cobrar intereses se esté haciendo un doble cobro. Pero además de estos argumentos más bien disparatados, Santo Tomás aportó uno que no obstante llevar a la condena del interés revela una acertada intuición de la naturaleza de este fenómeno:

“…dado que los usureros aumentan o disminuyen el interés que demandan según que el préstamo sea acordado por un período más o menos largo, el interés que ellos reciben es pagado por el tiempo. Ahora bien, dado que el tiempo es un bien que Dios dio en común a todos los hombres; los usureros no tienen derecho a poner un precio a algo que pertenece a todos los hombres…”[32]
A pesar de la condena general al interés, Tomas de Aquino adoptó los argumentos que lo hacen admisible en ciertos casos: el “lucrum cessans”, el lucro cesante o costo de oportunidad para el prestamista; y el “damnum emergens”, el daño emergente o el asociado al riesgo de incumplimiento. Como usualmente en todos los préstamos concurren estas dos circunstancias, la Iglesia y los teólogos podían convivir con el interés a pesar de la condena canónica.

 Otro aporte que merece destacarse es el de Nicolás Oresme, obispo de Lisieux, considerado como el intelectual y científico más notables de siglo XIV. Su obra económica fundamental se titula Tratado sobre el Origen, naturaleza, derecho y cambios de las monedas, escrita en 1356. Oresme escribe en una época en la cual predomina la circulación de monedas de oro y planta acuñadas por los múltiples principados en que se divide Europa. Por ese entonces sólo Francia e Inglaterra son estados nacionales relativamente bien consolidados. Siempre necesitados de dinero, los principados han descubierto un medio de aumentar sus ingresos: reducir subrepticia o abiertamente el contenido de oro y plata de las monedas con la esperanza, a la larga fallida, de que el poder adquisitivo se mantenga inalterado.  El mercado reacciona y el valor interno y externo de las monedas se reduce: los precios aumentan dentro del principado y el tipo de cambio se devalúa. Pero en el lapso que media entre el ajuste de los precios a el aumento en la cantidad de dinero – pues con una misma cantidad de oro o plata se acuñan muchas más – los príncipes han aumentado su riqueza por medio del impuesto inflacionario que afecta especialmente a los más pobres cuyos ingresos se elevan más lentamente. Esta es la problemática que Oresme tiene en mente cuando escribe su tratado.

 Después de explicar el origen de la moneda (para superar los inconvenientes de trueque), la materia de que está hecha (oro y plata por sus propiedades naturales) y el desarrollo de la acuñación; Oresme se pregunta sobre quién debe fabricar la moneda:

“…como el príncipe es la persona pública por excelencia, y de mayor autoridad, es conveniente que él mismo, por la comunidad, haga fabricar la moneda y sellarla con una impresión adecuada”[33]

Pero aunque el príncipe tenga el poder de fabricar la moneda, esta no le pertenece:

 “Aunque el príncipe tenga el poder de sellar la moneda por  la utilidad común, sin embargo él mismo no es dueño o propietario de la moneda de su principado. La moneda es instrumento equivalente para permutar riquezas naturales (…) Así pues, en sí misma es posesión de aquellos a quienes pertenecen las riquezas de ese tipo. (…) Así pues, la moneda no es sólo de príncipe”[34]

 Y como la moneda no es del príncipe, la práctica de alterar el valor de la moneda reduciendo su contenido de oro o plata en una forma de adquirir dinero ajeno:

 “…podría el príncipe adquirir para sí dinero ajeno (…) recibiría monedas de buen peso y entregaría monedas de peso mutilado por el tiempo”[35]

 “Todo cambio de moneda (…) implica falsedad y decepción, y no puede corresponder al príncipe (…) en tanto que el príncipe obtiene lucro de ello, es forzoso que la comunidad misma sufra daño. Y todo lo que el príncipe hace en daño de la comunidad es injusticia y acción tiránica (…) Y si tal príncipe dijera, tal como suelen mentir los tiranos, que él convierte tal lucro en utilidad públicas, no se le puede conceder crédito, ya que por esa misma razón él podría privarme de mis ropas y decir que tiene necesidad de ellas por el bien público” [36]

 La alteración de contenido de metal noble de las monedas o el cambio de moneda, como la llama Oresme, es para éste más condenable que la misma usura. Veamos un párrafo que revela al mismo tiempo que Oresme tenía una comprensión bastante clara del problema del interés:

 “Sobre la usura lo que es cierto es que es mala, detestable e inicua (…) pero ahora queda por demostrar que obtener ganancia del cambio de moneda es aún peor que la usura. Pues el usurero entrega su dinero a quien lo recibe voluntariamente y después puede ayudarse con ella y socorrer a su necesidad, y lo que da al otro más allá de lo que le ha tocado en suerte es por contrato voluntario entre partes, pero el príncipe en su cambio indebido de moneda recibe simplemente el dinero de sus súbditos de manera involuntaria, porque prohíbe el curso de la moneda anterior, mejor, y que todos preferirían tener a la mala; luego, más allá de necesidad y utilidad que de ello pueda derivarse a los súbditos, les entrega a estos un dinero menos bueno”[37]

 Queda por examinar la llamada doctrina del justo precio característica del pensamiento económico de la escolástica medieval. Prácticamente todos los doctores escolásticos entendieron que la compra-venta, es decir, la actividad del comerciante, que tanto perturbara a Aristóteles, era un aspecto inevitable de la economía. Su esfuerzo se va a centrar en establecer las condiciones bajos las cuales el intercambio monetario está ajustado a la justicia. El problema del precio está en el centro de la discusión de la llamada justicia conmutativa. Es en la obra de Luis de Molina, escolástico español que escribe bajo el reinado de Felipe II, donde se encuentra una de las presentaciones más acabadas de la teoría escolástica del justo precio.

 “Debe observarse, en primer lugar, que el precio se considera justo o injusto no en base a la naturaleza de las cosas consideradas en sí mismas – lo que llevaría a valorarlas por su nobleza o perfección – sino en cuanto sirven a la utilidad humana; pues en esta medida las estiman los hombres y tienen un precio en el comercio y en los intercambios (…) Debemos observar, en segundo lugar, que el precio justo de las cosas tampoco se fija atendiendo sólo a las mismas cosas en cuanto son de utilidad al hombre, como sí, caeteris paribus, fuera la naturaleza y necesidad del empleo que se les da lo que de forma absoluta determinase la cuantía del precio; sino que esa cuantía depende, principalmente, de la mayor o menor estima es que los hombres desea tenerlas en uso. Así se explica que el precio justo de la perla, que sólo sirve para adornar, sea mayor que el precio justo de una gran cantidad de grano, vino, carne, pan o caballos, a pesar de que el uso de estas cosas, por su misma naturaleza, sea más conveniente y superior al de la perla. Por eso podemos afirmar que el precio justo de la perla depende de que los hombres quisieron estimarla en ese valor como objeto de adorno. Por eso, también, el precio justo del azor es para el cazador mayor que el precio de otros bienes que le superan en utilidad. (…) Estos hechos y otros semejantes se deben exclusivamente a la estimación por la que los hombres, en sitios y lugares diferentes, quisieron apreciar en más una cosa que otra; y no parece que deban condenarse los intercambios que los hombres realizan de acuerdo con la estimación común de las cosas en sus respectivas regiones (…) En resumen, el precio justo de las cosas depende, principalmente, de la estimación común de los hombres en cada región; y cuando en alguna región o lugar se suele vender un bien, de forma general, por un determinado precio, sin que en ello exista fraude, monopolio no otras astucias o trampas, ese precio debe tenerse por medida y regla para juzgar el precios justo de dicho bien en esa región o lugar, siempre y cuando no cambien las circunstancias con las que el precio justificadamente fluctúa al alza o a la baja (…) Debe observarse, en tercer lugar, que son muchas las circunstancias que hacen fluctuar el precio de las cosas al alza o a la baja. Así, por ejemplo, la escasez de los bienes, debido a la mala cosecha o causas semejantes, hace subir el precio justo. La abundancia, sin embargo, lo hace descender. El número de compradores que concurren al mercado, en unas épocas mayor que en otras, y su mayor deseo de comprar, lo hacen también subir. (…) De igual forma, la falta de dinero en un lugar determinado hace que el precio de los demás bienes descienda, y la abundancia de dinero hace que el precio suba”[38]

 De esta cita se desprenden varias conclusiones:
  •  El origen del valor económico está en la utilidad, no en una utilidad absoluta, sino en la utilidad subjetiva. Con esto se supera la paradoja de la utilidad que planteará Adam Smith.
  •  Los bienes útiles tienen un valor económico si son escasos: la abundancia o escasez de los bienes y su utilidad determinan su valor económico.
  •  Los precios de mercado se forman como resultado de la interacción de los diferentes agentes que da como resultado el surgimiento de una estimación común en una región. Ese es el precio de mercado o precio justo.
LGVA.
Julio de 2012





**Este es el primero de los textos de mis lecciones de Pensamiento Económico en la Universidad EAFIT.

[1] Oikonomikós: Oikós: casa, propiedad, conjunto de bienes de los que se dispone. Nómos: regla, norma. De donde resulta: el arte de administrar los bienes de la casa, la administración doméstica. Es decir que el término griego no significa economía en el sentido que le damos en la actualidad, ni en los albores de la disciplina. Por ello, cuando la economía empieza a surgir, los primeros autores se vieron obligados a añadirle el calificativo de “política” indicando de esta manera se trataba de una reflexión sobre la “Polis” o la sociedad política.
[2] Sócrates no escribió nada. Impartía su enseñanza dialogando con sus discípulos. Interrogándolos, criticando sus respuestas, develando las contradicciones, haciendo avanzar el discurso hasta encontrar respuestas coherentes. Esa técnica es conocida como la Mayéutica. Sus discípulos – Jenofonte, Euclides, Antístenes y, sobre todo, Platón – escribieron diálogos en los que reproducen y desarrollan las enseñanzas de su maestro. Aristóteles, el gran discípulo de Platón, abandonó el diálogo como forma de expresión científico-literaria.
[3] El capataz y el intendente eran también esclavos.  Los esclavos podían desempeñar y desempeñaban toda clase de oficios, excepto la política que estaba reservada a los ciudadanos libres. Era esclavo Eumeo, el hombre de confianza de Ulises, que le administró sus bienes durante su larga ausencia. La historia menciona a Pasiono,  esclavo que dirigiera el mayor banco de Atenas en el siglo IV a.c. También fue esclavo el filósofo Epícteto. En la herencia de Demóstenes había 32 esclavos forjadores de espadas, que producían 300 dracmas al año, y otros 20  fabricantes de muebles,  que producían 1200 dracmas.
[4] Este diálogo ha llamado también la atención  de quienes se  interesan en la historia de la condición social de la mujer, después de que el filósofo francés Michael Foucault le consagra un capítulo, titulado “La casa de Isómaco”, en su Historia de la Sexualidad. Las opiniones sobre Jenofonte están divididas entre las feministas: unas piensan que era un misógino repulsivo y otras que era un feminista avanzado.  
[5] También se le ha dado el título de “La educación de Ciro” y de “Historia del Ciro el Grande”. Prefiero este último porque en realidad se trata de una biografía de Ciro II llamado el Grande, hijo de Cambises, quien fue rey del imperio persa entre 559 y 530 a.c. época en la cual este imperio alcanzó su mayor extensión.
[6] Jenofonte. Ciropedia. Traducción de Diego Gracián. Biblioteca de Historia. Editorial Orbis, Barcelona, 1986. Página 249.
[7] Karl Popper (1902-1994). Filósofo austríaco reconocido por sus contribuciones a la filosofía de las ciencias y también a la filosofía política, con la obra mencionada. En el campo de la filosofía de las ciencias su obra fundamental es La lógica de la Investigación Científica. Volveremos a hablar de él cuando tratemos de la obra de Marx y el problema del historicismo.
[8] Popper, K. (1945). La sociedad abierta y sus enemigos. Editorial Paidós, Barcelona, España, 1958. Tomo I, pagina 51.  
[9] El ideal de la justicia como objetivo de la sociedad política se mantiene hasta el presente en la filosofía política contemporánea. Veamos lo que dice John Rawls: “La justicia es la primera virtud de las instituciones sociales, como la verdad lo es de los sistemas de pensamiento. Una teoría, por muy atractiva, elocuente y concisa que sea, tiene que ser rechazada o revisada sin no es verdadera; de igual modo, no importa que las leyes e instituciones estén ordenadas y sean eficientes: si son injustas deben ser reformadas o abolidas”. Rawls, J. (1971). Teoría de la justicia. Fondo de Cultura Económica, México, 1997. Página 17.
[10] Platón era un aristócrata. En su juventud le tocará presenciar la destrucción de la democracia ateniense como consecuencia de la derrota de Atenas frente a Esparta en la Guerra del Peloponeso. El gobierno democrático es sustituido por un gobierno de aristócratas, la clase a la que pertenece Platón, a cuya cabeza están sus tíos Critias, protagonista de uno de sus diálogos, y Carrnides. Platón mismo tendrá una participación.  Este gobierno, que la historia reconocerá como el de Los Treinta Tiranos impondrá un régimen de terror, violencia y corrupción. Platón se separa horrorizado. Cae, Critias, la democracia se restaura y Platón abriga nuevas esperanzas: “Me sentí de nuevo presa del deseo de mezclarme en los asuntos del estado”. Pero el nuevo gobierno ordena la ejecución de Sócrates, su maestro. Platón se aparta de la política activa, abandona Atenas, pues su propia vida corría peligro, y se consagra a la reflexión filosófica sobre la política. No obstante, volverá a participar en la política activa, como asesor de Dionisio el Viejo, tirano de Siracusa. Sus andanzas en la corte de Dionisio están narradas novelísticamente en la obra El Tirano  Valerio Massimo Manfredi. 
[11] Platón. Carta VII. Citado por Cruz Vélez, Danilo. El mito del rey filósofo. Planeta. Bogotá, 1989. Página 27-28. 
[12] Popper, Op. Cit. Página 39 – 40.  
[13] Platón. Timeo.  
[14] Platón. La República. Libro II.
[15] Platón inaugura así toda una tendencia del pensamiento occidental la de los que creen en la existencia de una sociedad ideal justa a cuya construcción deben orientarse todos esfuerzos de la humanidad. El socialismo, el comunismo, el fascismo, el nazismo y todas las formas de totalitarismo  tienen su origen en la idea platónica del estado perfecto.
[16] Se abre aquí también un tema de discusión en la ciencia política como es el de la posibilidad de definir racionalmente objetivos a la acción del estado.
[17] Platón. La República.
[18] Plantón. Las Leyes.  
[19] Popper. Op. Cit. Capítulo 3, IV y Capítulo 9.  
[20] Se dice que Aristóteles y sus alumnos reunieron las constituciones de más de 50 ciudades estados y las sometieron a escrutinio crítico. De estos trabajos sólo se conserva la Constitución de los Atenienses.
[21] Aristóteles. La política. Libro II. Alianza Editorial, Madrid, 1991. Página 67.
[22] Los griegos conocieron otras formas de organización política como el imperio de los persas, al que se enfrentaron  y  cuya organización estudiaron algunos de ellos, como Jenofonte.  Aristóteles conoció también el imperio de Alejandro Magno, quien fuera su discípulo, y vio cómo éste ponía término al régimen de ciudades estado prevaleciente entre los griegos.
[23] Aristóteles. La política. Libro II. Alianza Editorial, Madrid, 1991. Página 43.  
[24] Aristóteles. La política. Libro III, capítulo VII. Alianza Editorial, Madrid, 1991. Página120.
[25] “Cuando estos bienes son demasiado abundantes, corrompen a los hombres por su exceso, y, así, la riqueza excesiva hace a los hombres desdeñosos y duros, y los demás bienes de este orden – poder, honores, belleza y fuerza – no corrompen menos que la riqueza Aristóteles. La Gran Moral. Capítulo 5. Cuestiones diversas. 
[26] Aristóteles. La Política. Libro I, capítulo VIII.  Alianza Editorial, Madrid, 1991. Página 54.  
[27] Aristóteles. La Política. Libro I, capítulo VIII.  Alianza Editorial, Madrid, 1991. Página 55.  
[28] Aristóteles. La Política. Libro I, capítulo VIII.  Alianza Editorial, Madrid, 1991. Página 55.
[29] Aristóteles. La Política. Libro I, capítulo VIII.  Alianza Editorial, Madrid, 1991. Páginas 56 – 57.
[30] Aristóteles. La Gran Moral. Capítulo 31. De la Justicia.
[31] Aristóteles. La Política. Libro I, capítulo VIII.  Alianza Editorial, Madrid, 1991. Páginas 60.
[32] Santo Tomás de Aquino. Citado por Bohm-Bawerk. 
[33] Oresme. Tratado de la primera invención de las monedas. Ediciones Orbis, Barcelona, 1985. Página 59.  
[34] Oresme. Tratado de la primera invención de las monedas. Ediciones Orbis, Barcelona, 1985. Página 59.
[35] Oresme. Tratado de la primera invención de las monedas. Ediciones Orbis, Barcelona, 1985. Página 80. 
[36] Oresme. Tratado de la primera invención de las monedas. Ediciones Orbis, Barcelona, 1985. Páginas 90-91.
[37] Oresme. Tratado de la primera invención de las monedas. Ediciones Orbis, Barcelona, 1985. Páginas 90-91.
[38] Luis de Molina. La teoría del justo precio. Edición de Francisco G Camacho. Editora Nacional. Madrid, 1981. Páginas 167 – 169.