Otra
vez sobre los derechos de los niños y el manual de convivencia escolar
(Respuesta
al señor Luis Fernando Echeverri)
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista,
Docente Universidad EAFIT
El señor Luis Fernando
Echeverri, a quien no tengo el gusto de conocer, ha hecho a mi anterior escrito
sobre el asunto una objeción seria que me ha puesto a pensar y que merece una
respuesta amplia por su pertinencia y porque probablemente es compartida muchos
de mis amables lectores, entre ellos mi hija Sara Helena. Transcribo en su
totalidad el comentario del señor Echeverri.
“La
interpretación de la sentencia está errada. En ningún momento se les impone a
los padres nada. Lo que se impone a los colegios es que no debe haber
discriminación ni por apariencia física, ni por identidad sexual. Eso es todo.
Dentro de su casa, el padre puede inculcarle al niño que los negros son inferiores,
que los indígenas son inferiores, que los LGBT son inmorales, que las mujeres
no deben estudiar y quedarse en casa. Lo que quiera. Pero no por eso deben
existir colegios que impidan a los negros, indígenas, LGBT y mujeres estudiar.
Y si no quiere que su niño se encuentre con ellos en el colegio, pues que se
vaya para otro país o consiga una máquina del tiempo y regrese unos siglos...”
La sentencia
ciertamente no les impone a los padres nada directamente, por fortuna, añadiría
yo. Pero si limita su elección sobre el modo de educar a sus hijos al pretender
la uniformización de los manuales de convivencia. Al optar por un colegio determinado
los padres presumiblemente lo están eligiendo porque consideran que la
orientación de éste es más o menos acorde con los valores que les inculcan a
sus hijos dentro del hogar. Esa capacidad de elección se limita con la
uniformización y en ese sentido si se les impone, indirectamente, a los padres
una restricción en su libertad de educar a sus hijos.
Debo decir antes de
entrar en la sustancia del asunto que me considero tan tolerante y respetuoso
de los grupos mencionados como el señor Echeverri. También acepto que todas las
formas de discriminación que él enumera son detestables y deben ser abolidas y
que probablemente la mayoría de la gente comparte este punto de vista. Pero el
problema no es ese, como lo sugerí, quizás
de manera poco clara, en el escrito anterior.
Ofrezco disculpas por
el tono de anécdota familiar que tiene lo que sigue, pero creo que puede
contribuir a ilustrar el punto que deseo expresar mucho mejor que una
formulación abstracta. Soy agnóstico y en mi hogar no les di a mis hijos
ninguna educación religiosa. No obstante los matriculé en un colegio con una
clara orientación católica. Había otras cosas que no me agradaban, pero las que
me gustaban primaron e hice mi elección. En ese colegio, que es mixto, existe
una norma según la cual con excepción de los días en que se tiene clase de
educación física, las niñas deben portar el uniforme de falda. Esta obligación
no se les impone a los varones. A mi hija no le gustaba esa falda, prefería
vestirse siempre de pantalones, y rechazó de plano los argumentos de las
autoridades escolares: la feminidad y otras tonterías. Cuando mi hija tomó la
decisión de vestirse de pantalones cuando a bien lo tuviera, le llamé la
atención sobre el hecho de que esa norma estaba en el manual de convivencia
escolar que aceptamos en el momento de la matrícula. Pues el manual de
convivencia está mal y hay que hacer algo para cambiarlo y llevar pantalones
siempre puede ser un medio para propiciar el cambio. Me pareció aplastante el
argumento de mi hija y decidí apoyarla. Fueron muchas las sanciones que le
impusieron y muchas las quejas y
advertencias que recibí de los maestros y autoridades escolares. Las
autoridades no se decidieron a expulsarla y tampoco al puñado de chicas que
siguió a Sara Helena en su resistencia y rechazo a esa norma. Probablemente si el número de
chicas y padres que se oponen a esa discriminación crece, el colegio terminará
por eliminarla. Fin de la anécdota.
Existen muchas cosas
que nos desagradan de la actividad social o económica de los otros. Son muchas
las que con razón o sin ella consideramos perjudiciales para la salud de
nuestro cuerpo y mente o para la salud de todo el cuerpo social. Es algo
delirante pedir en cada caso la intervención de la autoridad para prohibir las
actividades o las cosas que nos desagradan o creemos prejudiciales. Pero lo
sorprendente es que estamos llegando a ese delirio: se prohíbe la producción y
comercialización de unas gomillas, con el argumento de que los niños se pueden
ahogar al consumirlas; se quiere limitar el tamaño de los envases de bebidas
azucaradas, porque las personas se vuelven obesas; se prohíbe que la gente haga cierta clase de
chistes, porque algunas personas pueden sentirse ofendidas. Y los políticos
apoyados por la mayoría de la gente están convencidos de que esto debe ser así.
Esa tendencia de recurrir a la autoridad en todos los casos de conflictos de la
vida social y económica conduce a la casuística creciente de la norma, a que
cada grupo y, en el límite, cada persona tenga su pedazo de constitución o su ley personal. La gran tragedia de nuestra
época, en Colombia y en casi todos los países, es la convicción generalizada de
que cada conflicto social o cada desavenencia entre ciudadanos o grupos de
éstos se resuelven con la intervención de los poderes públicos en favor de la
eventual mayoría.
¿Qué hacemos entonces
con los colegios que promueven la discriminación, las empresas que producen gomitas asesinas,
las que embotellan bebidas engordadoras o los humoristas que echan chistes de
mal gusto? Hay que reconocer que mientras hagan esas cosas desagradables
haciendo uso de recursos de su propiedad están en derecho de hacerlo. Aquellos
que detestan todas esas cosas están en libertad de no asistir a esos colegios,
de no comprar las gomitas ni tomar las bebidas y de no escuchar ni ver a los
humoristas de mal gusto. Pero además, haciendo uso de sus propios recursos y
sin recurrir a la violencia, tienen el derecho de boicotear su actividad y de
incitar a otros al boicot.
El boicot, lo define Rothbard,
como “la tentativa de persuadir a otros ciudadanos a que rompan sus contratos
con una determinada persona o empresa, ya sea suspendiendo las relaciones
sociales o acordando no comprar los
productos de una determinada firma”[1] Sin
que importen los objetivos desde el punto de vista moral, pueden ser loables o
reprensibles, el boicot es siempre lícito mientras no se atente contra la vida
o las propiedades de los boicoteados. Pero también quienes encuentran
reprensible un boicot concreto, están en su derecho de boicotear a los
boicoteadores. Todo esto hace parte del derecho que asiste a toda persona de
divulgar información y difundir sus opiniones. ¿Qué debe hacer el gobierno?
Nada distinto a limitarse a que boicoteados, boicoteadores y contra-boicoteadores
se respeten unos a otros en sus personas
y propiedades. La cuestión es comprender que la intervención coactiva del
gobierno no es la única opción que existe para combatir a las personas o
actividades que algún ciudadano o la mayoría encuentren inmorales o reprensibles.
LGVA
Agosto de 2016.
Excelente articulo, gracias.
ResponderEliminarCreo que avanzan bien los razonamientos y los mios estan mas cerca de los del señor Echeverri, a quien tampoco conozco.
ResponderEliminarLa discusion se esta desbordando por donde no tiene sentido. La Corte ordeno , en defensa de niños como Sergio Urrego, que los manuales de convivencia deben contemplar previsiones que impidan cualquier tipo de discriminacion. Mas clara el agua.En la redaccion de los manuales tenemos participacion los padres ( cuantos los conocen y han aportado )?. Ya vamos hasta en marchas en defensa de la familia promovidas por la iglesia.
Otra anecdota , en el Colegio de mi hijo no hay uniforme, solo una sudadera para deportes. Practicamente todos los estudiantes, hombres y mujeres la usan cada dia por quince años que pasan alli.
Se te colo una H que con lo cuidadoso que sos al escribir te va a doler
<un abrazo, Memo
Memo: Sabes que por supuesto estoy lejos de los defensores de los valores de la familia y demás. Es probable que por problemas de asimetría de información y asimetría en los recursos, la opción del boicot, que es mi preferida, no sea suficiente para eliminar las formas más detestables de discriminación y que sea necesario algún grado de intervención coactiva. Me dolió lo de la H: todo un alfilerazo en la pupila. Saludos, LG.
ResponderEliminarHola Luis Guillermo: el finado filósofo colombiano Guillermo Hoyos me enseño algo que es originalmente Kantiano, la ética de máximos y mínimos. Los máximos ideales éticos son para las sectas, las religiones o los individuos, pero no se pueden imponer a la sociedad. Debe haber libertad de practicar esos ideales de ética con la restricción de los mínimos, los ideales que todos debemos aceptar, acatar y respetar. Muchos problemas y malentendidos vienen de confundir los escenarios. Los pantalones de las niñas en el colegio no se deben imponer, como tampoco el código musulmán, pero debe haber libertad de que quien quiera lo siga.
ResponderEliminarGuillermo me enseñó tres palabras claves de convivencia: respeto, confianza y responsabilidad. Creo que hemos tenido buenos pensadores a los que no les hemos reconocido como se merecen.
Un respetuoso saludo.
Oscar: Estoy plenamente de acuerdo contigo. Estamos, para emplear términos de Kant, ante un grave problema de la razón práctica, no de razón pura. Creo que la ética de los máximos y los mínimos es el enfoque adecuado para llegar a un acuerdo como sociedad, no como gobierno. Las palabras claves de Guillermo nos pueden ayudar en esta coyuntura.
EliminarMuy buen e interesante debate. Yo me apego a la línea de Luis Guillermo: no sería admisible que, por respeto a la diversidad, los colegios para varones tuviesen que acoger niñas ni que estos últimos tuvieran que acoger varones; ni que colegios militares tuvieran que acoger chicos y chicas que no estén de acuerdo con el régimen militar de los colegios...y eso lo digo aún cuando prefiero para mis hijos colegios mixtos y no me gustan los colegios militares.
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