Apague y vámonos
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista
El
marzo de 1992, Colombia entró en racionamiento eléctrico que se prolongó hasta
febrero de 1993. El tercero en los 20 años del modelo estatal de
planeación centralizada implantado desde la interconexión nacional en los años
70.
Con las leyes 142 y 143 de
1994, se adoptó un modelo competitivo descentralizado con fuerte presencia del
sector privado, el cual, en treinta años, no ha presentado ningún
racionamiento, a pesar de que en dicho período han ocurrido siete episodios de
hidrología crítica, con precipitaciones por debajo del 90% de la media
histórica.
Antes de la reforma, las empresas eléctricas no
pagaban impuestos y requerían de recursos públicos para servir su endeudamiento
y, muchas de ellas, su gasto corriente. Según el Banco Mundial, a finales de
los 70, la Nación gastaba anualmente US$ 150 millones supliendo la insuficiente
generación de fondos del sector eléctrico. En los ochenta y principios de los
noventa, la cifra se elevó a US$ 300 millones.
De una extrema dependencia de los recursos públicos y
de ser el principal causante del déficit fiscal y el endeudamiento público, el
sector eléctrico se convirtió en una gran fuente de ingresos para la Nación,
las entidades territoriales y las corporaciones ambientales. Las empresas de
electricidad responden por 6% del impuesto de renta, 8 billones en 2024, pagan
más de un billón en impuestos locales y otro tanto en transferencias
ambientales y parafiscales propios del sector.
Las inversiones y gastos en salud y educación que han
podido realizarse en las últimas décadas habrían sido imposibles sin un sector
eléctrico autosostenible financieramente y generador de ingentes recursos
fiscales que en los 10 últimos años superaron 50 billones solo en renta.
Fiel a su obsesión de destruir todo lo que tenga
participación privada y competencia de mercado, es decir, el “neoliberalismo”,
el gobierno de Petro, con la complicidad del bloque de congresistas de la
Costa, impulsa en el Congreso un proyecto de ley que arrasaría un sector
eléctrico que durante 30 años ha garantizado continuidad del suministro con
autosuficiencia financiera y eficiencia económica.
Se trata del proyecto de ley 220 que ya pasó los dos
debates del Senado y hace tránsito a Cámara, donde seguramente avanzará sin dificultad
pues allí la mayoría gubernamental es más holgada. Todo es malo en ese
proyecto, pero lo más aterrador son un par de propuestas, introducidas por la
ilustrísima senadora Isabel Cristina Zuleta, que a la letra dicen:
“Todas las empresas del sector energético tendrán un tope de
ganancias establecido por un comité…”
“Los Planes de generación de energía serán de obligatorio
cumplimiento para el sector”
Las ganancias ya tienen un “tope” fijado por el impuesto de
renta. Las que restan después de pagarlo son las que permiten financiar la
expansión de la generación sin recurrir a los recursos públicos. La planeación
obligatoria y centralizada fue la que tuvimos durante 20 años y causó tres
racionamientos.
Si el proyecto 220 se convierte en ley con las propuestas de
la senadora Zuleta, ahí sí, apague y vámonos.
LGVA
Abril de 2025
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