La conquista
de América contada para escépticos*
(Para Juan
Felipe, quien con la suya mantiene viva en mí la pasión por la historia)
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista
El 16 de
septiembre de 2020 unos indígenas guambianos o misak, como prefieren llamarse,
tumbaron la estatua de Sebastián de Belalcázar en el Morro de Tulcán en
Popayán. El 28 de abril de 2021, iniciando el violento paro nacional, repitieron
la “hazaña” con la estatua del mismo Belalcázar en Cali y, una semana después,
harían lo mismo con la de Gonzalo Jiménez de Quesada en Bogotá. Estos actos vandálicos se realizaron en total
impunidad, casi nadie los condenó, muchos los aplaudieron y la mayoría de la
gente, bajo la influencia de la leyenda negra de la conquista que le
transmitieron en la escuela, pensó que, probablemente, aunque el gesto era
exagerado, no les faltaba algo de razón a los misak al derribar los bronces de
esos genocidas.
Los lectores
del extraordinario libro de Juan Eslava Galván, La
conquista de América contada para escépticos, tenemos una valoración
menos indulgente de las acciones de los misak y una visión más matizada de los
acontecimientos históricos que supuestamente justificarían su destructora ira
ancestral. No creo que los misak que tumban estatuas tengan una gran cultura histórica,
pero es claro que están profundamente imbuidos de la visión indigenista de
conquista según la cual, antes de la llegada de los codiciosos españoles,
América Latina era una especie de paraíso terrenal en el que millones de buenos
salvajes convivían en paz los unos con los otros y en completa armonía con la
Pacha Mama. El "maître à penser"
de la izquierda latinoamericana, el demasiado famoso Eduardo Galeano, expresó,
con sus vibrantes palabras que durante décadas han enardecido a sus
correligionarios, el efecto de la llegada de los conquistadores a ese paraíso:
“A partir del descubrimiento, las venas abiertas de América
Latina empezaron a chorrear sangre y plata, sangre y esmeraldas, sangre y
azúcar, para alimentar el capitalismo europeo. Ellos se enriquecieron
empobreciéndonos. No cambiamos oro por espejitos, como dice la historia escrita
por ellos. Resistimos. Pero la superioridad militar y el contagio de la viruela
inclinó la balanza a su favor”
Además del desproporcionado plural mayestático, que cubre más
de quinientos años, en ese párrafo hay unas cuantas tonterías y una verdad,
quizás involuntaria: la viruela fue la principal “genocida” de los pueblos
amerindios.
En efecto, la viruela, de la cual, por supuesto, no se sabían
portadores, fue la silenciosa arma secreta de los conquistadores que más
contribuyó a la derrota y al rápido sometimiento de los indígenas. Solo 25 años
después del descubrimiento, hacia 1518 una epidemia de viruela asoló las islas
del Caribe y al año siguiente devastó a México y toda Centroamérica. Al parecer,
la viruela antecedió la llegada de Hernán Cortés a México y la de Francisco
Pizarro al Perú al punto en que el emperador azteca Cuitláhuac y el inca Huayna
Cápac perecieron del misterioso mal. La verdad es que “las enfermedades allanaron
el camino del hombre blanco en su conquista de América, Asia, África y Oceanía”;
lo que no es muy heroico, pero es la verdad.
¿No tenían los amerindios sus propios agentes patógenos que
podían trasmitirle a los invasores?, es la pregunta obvia. He aquí la respuesta
de Eslava Galán:
“Pues no. En América no se habían desarrollado enfermedades
tan mortíferas como las europeas: estas plagas son, en realidad, la adaptación
de parásitos animales al hombre. En América los animales domésticos eran
escasos y no convivían con las personas como en Europa”.
En realidad, los amerindios no estuvieron completamente
indefensos en la guerra biológica: transmitieron la sífilis a los conquistadores,
que se extendió por toda Europa con diversos nombres - morbo italiano, morbus
gallicus, mal francés, mal español o enfermedad polaca- que se le daban en
cada país a efectos de endilgar su origen a sus adversarios. Los turcos la
llamaron enfermedad cristiana y los japoneses morbo chino.
Probablemente por exigir la sífilis para su transmisión un
contacto más estrecho que la viruela o el sarampión, el balance del intercambio
de patógenos resultó favorable a los españoles.
Así pues, más que ser el resultado de un genocidio deliberado,
la llamada catástrofe demográfica de América Latina después de la conquista fue
ocasionada por los virus de la viruela y el sarampión. Pero, además, en el libro
de Eslava Galván se documenta ampliamente la forma en que la Corona Española,
con un interés de largo plazo, trató de crear instituciones – encomienda,
resguardos, etc. - para proteger a los indígenas de la voracidad de unos rudos conquistadores
interesados en tener ganancias inmediatas.
El libro de Eslava Galván también siembra escepticismo sobre
la dimensión cuantitativa de la catástrofe demográfica, la cual, por su puesto
depende del tamaño de la población anterior a la conquista comparado con las
estimaciones posteriores a ellas. Ni los aztecas ni los incas, que se sepa,
hicieron censos y todo lo que se tiene de las poblaciones de sus imperios son
estimaciones realizadas por diferentes métodos. Para el Imperio Azteca las
estimaciones van de 4 a 30 millones y mientras que las del Inca están entre 3 y
20. Para el actual territorio de Colombia se habla de cifras que van de novecientos
mil a tres millones de habitantes.
Un rasgo característico del indigenismo es la severidad
con la que se juzga, con los patrones morales de los siglos XX y XXI, la
conducta de los conquistadores, unos hombres que estaban apenas saliendo del
medioevo, la cual contrasta con la indulgencia con la que se trata a los héroes
de la Independencia, hombres que supuestamente abrevaron de las ideas de la Ilustración.
Eslava Galván destruye el mito de unos héroes sin tacha que al liberarse ellos
del yugo español, liberaron a sus compatriotas indígenas porque, a fin de
cuentas, todos los hombres somos iguales. ¿O no?
El caso es que, poco después de la Independencia, en todas
las nuevas repúblicas – aunque especialmente en los países del Cono Sur - se
desató una feroz persecución contra la población indígena sino amparada por lo
menos tolerada por los nuevos gobernantes.
Sin embargo, cualquiera sea el origen y la magnitud de la
catástrofe demográfica, todo parece indicar que a los ancestros indígenas de
los países andinos no les fue tan mal pues sus descendientes son abundantes y su
sangre corre en las venas de una población mayoritariamente mestiza de la que
han salido esas figuras cimeras de indigenismo que son Hugo Chávez, Evo Morales,
López Obrador y Pedro Castillo, quienes reclaman a los españoles por los
desafueros cometidos por sus antecesores hace más de quinientos.
Lo curioso de ese reclamo es que los españoles de hoy son
descendientes de los españoles que se quedaron en España en los tiempos de la
Conquista y la Colonia, como un tal Miguel de Cervantes a quien, para fortuna
de la humanidad, la Casa de Contratación de Sevilla negó el permiso para viajar
a América solicitado antes de que emprendiera la escritura de El Quijote. Los
descendientes verdaderos de los conquistadores somos los nacidos aquí, en
Latinoamérica, los americanos y ya va siendo hora de dejar de lamentarnos y de
hacernos responsables de nuestro propio destino y nuestra propia historia,
incluido el maltrato a la población indígena al inicio de nuestra vida republicana.
Por eso, no con el propósito de incitar al derrumbe de sus
abundantes estatuas sino para mostrar que un ilustrado como Bolívar también
tenía momentos de impaciencia, termino con las palabras dirigidas a Santander en
carta fechada en Pativilca el 7 de enero de 1824:
“Los indios son todos truchimanes, todos ladrones, todos
embusteros, todos falsos, sin ningún principio moral que los guie”
Sin duda alguna, en Colombia y en toda América Latina, la
población indígena tiene unas condiciones de vida extremadamente bajas
comparadas con cualquier estándar y las del resto de la población. Pero ese es
un problema nuestro y no de los españoles de hoy y menos de los de hace
quinientos años. Vargas Llosa lo expresó de manera inigualable:
“Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la
emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y
la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América
Latina. No hay una sola excepción a ese oprobio y vergüenza”
LGVA
Enero de 2022.
* Eslava Galván, Juan (2019). La conquista de
América contada para escépticos. Editorial Planeta, Barcelona, 2019.
Páginas 656.
Luis Guillermo, que buen artículo. Hace poco empece a sentir un gran interés es el tema de los Conquistadores.
ResponderEliminarMe permito sugerirle este libro de reciente publicación (a lo mejor ya lo conoce):
CONQUISTADORES UNA HISTORIA DIFERENTE, del Mexicano Fernando Cervantes (incluso se lo puedo prestar).
Saludos,
HERNÁN RESTREPO
Gracias, Hernán No lo conozco pero lo buscaré. Saludos, LG.
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