¡En
tierra derecha!
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Económica
“Por
una cabeza, de un noble potrillo
Que justo en la raya, afloja al llegar
Y que al regresar, parece decir
No olvides, hermano
Vos sabes, no hay que jugar”
(Le Pera y Gardel)
Si no se ha doblado ya, está
muy próxima la última curva y las candidaturas presidenciales entran en tierra
derecha, ese tramo donde el aire quema los pulmones, se aflojan las bridas y se
revela, sin engaños, la verdadera condición de cada cabalgadura.
De la centena de equinos que
tomaron el partidor, queda una veintena. Muchos siguen en carrera por el honor,
otros por simple terquedad, y no pocos por la esperanza de “contribuir” con
unos votos testimoniales a la victoria del elegido y, llegado el caso, cobrar
luego algún dividendo en el pesebre ganador.
Fajardo, con la habitual
sobreestimación de su potencial, ha decidido ir —sin pasar por consulta— hasta
la meta intermedia de la primera vuelta, invitando a que se conforme a su
alrededor lo que ha bautizado como una “nueva mayoría”. Se trata, en realidad,
de un corral cuidadosamente cercado, del que quedan excluidos “Abelardo el
Destripador” y cualquier caballo o yegua que huela, siquiera remotamente, a los
establos del Ubérrimo. Aunque se siga viendo a sí mismo como brioso potrillo,
Fajardo es ya un viejo percherón que avanza ensimismado, con firmes anteojeras,
hacia su tercera o cuarta derrota.
Más a la izquierda del óvalo,
Iván Cepeda trota con paso grave, más de caballo de procesión que de carrera.
No parece interesado en ganar la prueba, sino en marcar el ritmo moral del
lote, recordando a cada zancada que esta no es una competencia cualquiera, sino
una suerte de purga ética del hipódromo. Cepeda corre para testimoniar, no para
vencer; para dejar constancia, no para levantar trofeos. Su papel no es el del
rematador, sino el del juez implacable que observa desde dentro, tomando nota
de quién se abre de línea y quién patea por debajo de la mesa.
El abogado De la Espriella,
que arrancó tardíamente, pero con evidente brío, busca aprovechar el impulso
inicial para inducir a otros a desmontar antes de tiempo, sin competir siquiera
en la meta parcial de la primera vuelta. Pretende que sus cinco millones de
firmas valen votos, como valieron las de Vargas Lleras en 2018. Lo percibo más
bien flaco de magín y horro de ideas; dudo que el aire le alcance cuando aparezca,
por el carril externo, una yegua poderosa, bien alimentada en buenos pastos y
con jinete experimentado.
Esa yegua, la candidata del CD
avanza con tranco firme, sin florituras, confiada en la memoria del hipódromo y
en la guía del semental mayor que, aunque envejecido, sigue teniendo músculo.
No corre para agradar la tribuna, sino para imponer paso y obligar a los demás
a definirse: o la siguen, o se quiebran.
Detrás de todos ellos queda la
veintena de candidatos menores: ponis nerviosos, mulas voluntariosas y algún
que otro jamelgo desorientado. Rellenan el lote, levantan polvo y hacen ruido,
pero su destino es servir de referencia, estorbar en la curva o negociar, a
última hora, un puesto en el remolque del vencedor.
En la tierra derecha no ganan
los que más relinchan, sino los que llegan con pulmón, rienda corta y jinete
frío.
LGVA
Diciembre 2025

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