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miércoles, 27 de agosto de 2025

Pocos partidos, mejor democracia: ¿por qué Colombia necesita un sistema partidista sólido y limitado?

 

Pocos partidos, mejor democracia: ¿por qué Colombia necesita un sistema partidista sólido y limitado?

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista

I.             Introducción

En el debate fundacional de la democracia moderna, James Madison y Thomas Jefferson encarnaron dos visiones sobre la representación. Madison, defensor de la república representativa, desconfiaba de los impulsos volátiles del pueblo y veía en las instituciones intermedias, como los partidos, un filtro racional y necesario. Jefferson, por su parte, creía en la virtud cívica y abogaba por la democracia directa, la participación descentralizada y en la soberanía local. Desconfiaba de los partidos.

Hasta la Constitución de 1991, Colombia tuvo un desarrollo político madisoniano con un sólido bipartidismo, nacido a mediados del Siglo XIX. El Partido Republicano, de Carlos E. Retrepo; la Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria, UNIR, de Jorge Eliecer Gaitán y la Alianza Nacional Popular, ANAPO, de Gustavo Roja Pinilla fueron intentos relativamente efímeros de romper el bipartidismo. Siempre, desde los años 20, ha habido un pequeño partido comunista irrelevante electoralmente pero muy vinculado a la guerrilla de las Farc.

La historia ha probado a Madison más realista. La democracia directa, sin mediaciones, deriva fácilmente en populismo, personalismo y fragmentación. Colombia es hoy un ejemplo vivo de lo que ocurre cuando se debilitan los partidos y se exacerban los mecanismos de representación individualizada, como el voto preferente o las candidaturas por firmas.

Es hora de reivindicar el sistema de partidos —pero no cualquier sistema: uno con pocos, fuertes y responsables partidos—, que ejerzan su función de mediación, articulación programática y garantía institucional. Este texto defiende esa tesis desde la teoría política, la experiencia electoral colombiana y el análisis comparado.

II.            El naufragio de la dispersión

Tras la Constitución de 1991, Colombia adoptó una lógica de “más es mejor”: más participación, más candidatos, más partidos. El resultado fue el caos: en 2002, al Senado concurrieron 321 listas de 60 partidos: 96 agrupaciones obtuvieron curules. No había cohesión, ni gobernabilidad, ni control. La Cámara era una colcha de retazos.

La reforma de 2003 corrigió parcialmente el rumbo: umbral electoral, listas únicas, cifra repartidora, prohibición de la doble militancia. El efecto fue inmediato: en 2006 solo 20 partidos inscribieron listas, 10 lograron representación. En 2010 fueron 14 listas y 8 partidos representados. El sistema se volvió más legible, más gobernable.

Pero en la última década ha vuelto a abrirse la compuerta: más de 35 partidos hoy tienen personería jurídica. El sistema electoral, sin filtros fuertes, ha vuelto a derivar en dispersión.

III.          ¿Por qué pocos partidos?

Madison creía que los partidos eran un mal necesario, pero inevitable en una república grande. Su función era filtrar los intereses facciosos, articularlos en propuestas colectivas y permitir el equilibrio entre gobierno y representación.

Esa función se pierde cuando hay demasiados partidos pequeños sin ideología ni estructura. Entonces se convierten en instrumentos de transacción: porciones de burocracia o recursos públicos a cambio de apoyos puntuales. Nada más lejos del ideal representativo.

Duverger lo anticipó con claridad: los sistemas electorales moldean el número de partidos. Sistemas proporcionales sin umbrales tienden al multipartidismo extremo; los mayoritarios o proporcionales regulados conducen a sistemas de pocos partidos. No es un accidente: las reglas determinan el sistema.

Un sistema con cinco o seis partidos verdaderos —con estructura, disciplina y democracia interna— es más democrático que uno con cincuenta microempresas electorales.

IV.           El voto preferente: ¿libertad o clientelismo?

Uno de los principales factores de debilitamiento de los partidos en Colombia ha sido el voto preferente. Esta fórmula, que permite a los electores escoger un candidato dentro de una lista, puede parecer democrática; pero en la práctica ha resultado en una competencia personalista, costosa y fragmentada.

Cada candidato compite no solo contra los de otros partidos, sino contra los de su propio partido. Esto incentiva y facilita la compra de votos, el uso de recursos privados sin control y la desarticulación de los programas colectivos. Como advertía Madison, los intereses particulares sin filtros se convierten en facciones destructivas.

Además, el voto preferente ha convertido las listas en agregados oportunistas, donde los candidatos no comparten una visión común, sino solo el interés de acceder al poder. No hay deliberación interna, ni estrategia programática, ni disciplina.

Es urgente eliminar el voto preferente: listas cerradas, primarias internas obligatorias, topes de gasto reales y control de financiación. La representación debe volver a ser colectiva.

V.            ¿Y las candidaturas por firmas?

Jefferson creía en el ciudadano independiente y virtuoso. Pero cuando la inscripción por firmas se convierte en un negocio subcontratado a empresas recolectoras, lo que se vende no es participación, sino acceso al tarjetón. Las candidaturas ciudadanas devienen en personalismo sin rendición de cuentas, sin programa y sin partido.

Hoy en Colombia hay empresas que cobran cientos de millones por asegurar las firmas necesarias. Esto no amplía la democracia: la privatiza. Es necesario exigir a los independientes mínimos de transparencia, estructura y rendición. De lo contrario, el sistema se convierte en una feria electoral sin política.

Aunque imperfecta, porque probablemente solo incrementaría el costo de la recolección, una solución sería prohibir que los ciudadanos puedan firmar por más de un candidato.

VI.          El caso colombiano: partidos sin doctrina y líderes sin partido

Colombia es hoy el ejemplo de lo que ocurre cuando el sistema de partidos se descompone desde dentro por efecto del voto preferente y la inscripción de candidatos por firmas.

De hecho, solo hay dos partidos que pueden considerarse tales en algún sentido funcional: el Centro Democrático y Cambio Radical. Pero incluso ellos dependen casi exclusivamente del prestigio y la capacidad electoral de sus líderes fundadores, Álvaro Uribe Vélez y Germán Vargas Lleras. Sin ellos, su cohesión doctrinaria y operativa es tenue, si no inexistente.

El Centro Democrático se organizó como un partido con vocación ideológica: defensa del orden, el mercado, la seguridad democrática. Pero hoy es evidente que sin Uribe no hay partido, ni identidad compartida, ni dirección creíble. Las facciones internas operan de forma autónoma, ignorando directrices.

Cambio Radical vive una situación similar: su fuerza deriva de la estatura política personal de Vargas Lleras. Su ideología es difusa y su votación depende de pactos regionales, muchos de ellos clientelistas. Su estructura formal como partido solo se sostiene mientras su jefe político mantenga capacidad de negociación electoral.

Y ¿qué decir de los partidos tradicionales? El Liberal y el Conservador no son más que franquicias electorales al servicio de los parlamentarios. Personajes de peso histórico, como César Gaviria o Andrés Pastrana, no ejercen ninguna autoridad sobre sus bancadas, que hacen y deshacen según conveniencia personal. Los congresistas ignoran las directivas partidarias, votan por conveniencia, y arman alianzas ad hoc.

Esto no es un accidente institucional, sino una consecuencia directa del voto preferente, que reemplazó la lealtad doctrinaria por la competencia individual, y debilitó la cohesión de las listas. Cuando los congresistas son elegidos por su caudal propio, no le deben nada al partido: ni doctrina, ni programa, ni jerarquía.

Así, el Congreso se convierte en una reunión de individuos sin partido, más que en una cámara de representación política. La doctrina cede ante la logística electoral.

VII.        Conclusión.

Jefferson soñó con la democracia directa. Pero fue Madison quien entendió que la república moderna necesita instituciones intermedias fuertes, capaces de articular intereses sin caer en la fragmentación.

En Colombia, el voto preferente y la apertura ilimitada han vaciado a los partidos de doctrina, de disciplina y de jerarquía. Ni siquiera los partidos con líderes fuertes sobrevivirán cuando sus jefes desaparezcan. Y los demás ya son estructuras huecas, tomadas por intereses particulares.

Lo que necesitamos no es más participación caótica, sino una arquitectura institucional sólida: pocos partidos, partidos reales, con identidad, con jerarquía, con dirección, con democracia interna y sin intermediarios de ocasión.

Es hora de dejar atrás el sistema de franquicias electorales y reconstruir la representación política sobre cimientos doctrinarios e institucionales. Esa fue la apuesta de Madison. Y debe ser la nuestra.

Esto implica:

  • Umbrales reales para la personería jurídica.
  • Listas cerradas con primarias democráticas.
  • Prohibición de fragmentar listas o inscribir múltiples candidatos sin control.
  • Reducción del número de partidos mediante fusiones, exigencias legales y control de financiación.
  • Fortalecimiento de la democracia interna partidaria.

Así, los partidos dejarán de ser instrumentos de acceso al poder, y volverán a ser vehículos de deliberación, propuesta y representación efectiva.

LGVA

Agosto de 2025

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