La máquina deseante del Palacio de Nariño
(Para
Farley Macias, Concejal de Medellín)
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista
“Le
désir n’est pas asocial, il est au contraire le moteur de la production
sociale. Mais il ne coïncide pas avec la loi ni avec le pouvoir : il s’en
distingue radicalement. C’est pourquoi le pouvoir a toujours intérêt à réprimer
le désir, à le canaliser, à le faire passer par les formes de la représentation”.
— Gilles Deleuze & Félix Guattari, L’Anti-Œdipe: Capitalisme et
schizophrénie (1972)
La entrevista que Daniel
Coronel le hizo al presidente Petro —y el análisis de la misma compartido con
Julio Sánchez Cristo— dejaron al desnudo algo más que las tensiones de un
gobierno fracasado. Lo que vimos fue el retrato de un hombre atravesado por
flujos de deseo y de obsesiones sin límite, una especie de máquina política que
respira, arde y se contradice al mismo tiempo. En el lenguaje de Deleuze y
Guattari, Petro es una máquina deseante: una fuerza que produce sin
sentido y caos sin detenerse y que se pierde en el laberinto de su propio
discurso. Evocación del presidente Schreber, el más célebre de los sicóticos,
cuyas memorias fascinaron a Freud, Lacan, Canetti, Deleuze y Guattari.
El presidente no quería hablar,
es decir, no quería hablar conmigo – comenta Coronel - quería hablar consigo
mismo, quería escucharse fascinado por su propio flujo de conciencia, una
especie de Molly Bloom. Encantamiento de la inteligencia por el lenguaje o
esquizofrenia, definió Wittgenstein
En El Anti-Edipo,
Deleuze y Guattari escribieron que el deseo no es una pulsión privada sino el
verdadero motor de la producción social. El deseo, dicen, fabrica historia,
revoluciones, sueños colectivos. Pero también advierten que el poder —cualquier
poder— tiende a reprimirlo, a canalizarlo en formas de representación:
partidos, instituciones, rituales, discursos. Esa tensión se siente cada vez
que el presidente habla. Petro no gobierna desde el cálculo sino desde la
intensidad; no administra el deseo, lo invoca. Y en ese gesto busca mantener
encendida la supuesta energía social que lo llevó al Palacio de Nariño.
Sin embargo, el deseo que no
se organiza termina devorando su propio impulso. Lo que comenzó como un
proyecto de liberación, siente Petro, corre el riesgo de volverse aparato,
burocracia y corrupción. Deleuze y Guattari llamaron a esa figura el líder
paranoico: el gran jefe que quiere organizarlo todo a su alrededor, que
convierte el flujo del deseo en la unidad de su propio nombre.
Su narrativa se alimenta de la
sospecha y del combate: los medios lo tergiversan, las élites lo bloquean, la
historia lo persigue. En ese universo, toda crítica parece conspiración y toda
diferencia se lee como traición. No se trata de locura —ni mucho menos— sino de
un modo particular de existencia política: la del líder que se siente
simultáneamente víctima y centro del mundo.
Petro encarna así la tensión
deleuzoguattariana entre el deseo y el poder. Es un presidente que intenta
liberar los supuestos flujos del cambio, pero siente que el Estado, con su
maquinaria lenta y normativa, los reprime. En ese forcejeo el deseo se
convierte en discurso y el discurso en delirio.
Quizás por eso, más que
juzgarlo en el registro moral, habría que leer a Petro en el registro sicótico:
como un ser político atravesado por obsesiones y errores convertidos en su
mente en dogmas inalterables. Petro cree que su discurso ilumina cuando en
realidad es una llama que, dada la magnitud del poder presidencial en Colombia
y el apasionamiento de sus partidarios, armados y desarmados, amenaza con
incendiarlo todo a su alrededor.
Los 24.883.200 segundos que
queda de su mandato durarán una eternidad y cada uno de ellos entraña inmenso
riesgo.
¡Que Dios nos ampare!
LGVA
Octubre de 2025

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