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sábado, 25 de octubre de 2025

La máquina deseante del Palacio de Nariño

 

La máquina deseante del Palacio de Nariño

(Para Farley Macias, Concejal de Medellín)

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista

“Le désir n’est pas asocial, il est au contraire le moteur de la production sociale. Mais il ne coïncide pas avec la loi ni avec le pouvoir : il s’en distingue radicalement. C’est pourquoi le pouvoir a toujours intérêt à réprimer le désir, à le canaliser, à le faire passer par les formes de la représentation”.
— Gilles Deleuze & Félix Guattari, L’Anti-Œdipe: Capitalisme et schizophrénie (1972)

 

La entrevista que Daniel Coronel le hizo al presidente Petro —y el análisis de la misma compartido con Julio Sánchez Cristo— dejaron al desnudo algo más que las tensiones de un gobierno fracasado. Lo que vimos fue el retrato de un hombre atravesado por flujos de deseo y de obsesiones sin límite, una especie de máquina política que respira, arde y se contradice al mismo tiempo. En el lenguaje de Deleuze y Guattari, Petro es una máquina deseante: una fuerza que produce sin sentido y caos sin detenerse y que se pierde en el laberinto de su propio discurso. Evocación del presidente Schreber, el más célebre de los sicóticos, cuyas memorias fascinaron a Freud, Lacan, Canetti, Deleuze y Guattari.

El presidente no quería hablar, es decir, no quería hablar conmigo – comenta Coronel - quería hablar consigo mismo, quería escucharse fascinado por su propio flujo de conciencia, una especie de Molly Bloom. Encantamiento de la inteligencia por el lenguaje o esquizofrenia, definió Wittgenstein 

En El Anti-Edipo, Deleuze y Guattari escribieron que el deseo no es una pulsión privada sino el verdadero motor de la producción social. El deseo, dicen, fabrica historia, revoluciones, sueños colectivos. Pero también advierten que el poder —cualquier poder— tiende a reprimirlo, a canalizarlo en formas de representación: partidos, instituciones, rituales, discursos. Esa tensión se siente cada vez que el presidente habla. Petro no gobierna desde el cálculo sino desde la intensidad; no administra el deseo, lo invoca. Y en ese gesto busca mantener encendida la supuesta energía social que lo llevó al Palacio de Nariño.

Sin embargo, el deseo que no se organiza termina devorando su propio impulso. Lo que comenzó como un proyecto de liberación, siente Petro, corre el riesgo de volverse aparato, burocracia y corrupción. Deleuze y Guattari llamaron a esa figura el líder paranoico: el gran jefe que quiere organizarlo todo a su alrededor, que convierte el flujo del deseo en la unidad de su propio nombre.

Su narrativa se alimenta de la sospecha y del combate: los medios lo tergiversan, las élites lo bloquean, la historia lo persigue. En ese universo, toda crítica parece conspiración y toda diferencia se lee como traición. No se trata de locura —ni mucho menos— sino de un modo particular de existencia política: la del líder que se siente simultáneamente víctima y centro del mundo.

Petro encarna así la tensión deleuzoguattariana entre el deseo y el poder. Es un presidente que intenta liberar los supuestos flujos del cambio, pero siente que el Estado, con su maquinaria lenta y normativa, los reprime. En ese forcejeo el deseo se convierte en discurso y el discurso en delirio.

Quizás por eso, más que juzgarlo en el registro moral, habría que leer a Petro en el registro sicótico: como un ser político atravesado por obsesiones y errores convertidos en su mente en dogmas inalterables. Petro cree que su discurso ilumina cuando en realidad es una llama que, dada la magnitud del poder presidencial en Colombia y el apasionamiento de sus partidarios, armados y desarmados, amenaza con incendiarlo todo a su alrededor.

Los 24.883.200 segundos que queda de su mandato durarán una eternidad y cada uno de ellos entraña inmenso riesgo.

¡Que Dios nos ampare!

 LGVA

Octubre de 2025




 

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