Una visita a la frontera con
Venezuela el 1 de agosto de 2019
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista.
(Todas las fotografías de personas
que acompañan esta crónica, fueron tomadas y son publicadas con su
autorización. Leider Maldonado aceptó ser mencionado con su nombre y apellido. Con
afecto, respeto y admiración la dedico a él, a su hijo, a Fredy, a Diana, a
Ángel, a Frank, a Pedro y a todos los venezolanos de la frontera que luchan
todos los días por llevar una vida digna)
Cuando uno se monta en un taxi limpio y bien tenido,
es casi seguro que el conductor es también el propietario. Fredy, a quien la
fortuna puso en mi camino a la salida del aeropuerto, adquirió el suyo, que
parece como nuevo, hace 10 años, cuando tomó la decisión de venirse a trabajar
a Cúcuta, porque sus ingresos eran insuficientes para mantener su familia, con
la que aún reside en Ureña.
Administrador de empresas, colombo-venezolano, casado
con Diana, también administradora, Fredy cruza todas las mañanas la frontera,
por el puente Francisco de Paula Santander, para trabajar su taxi en Cúcuta, y
retorna, en la tarde, llevando algún dinero y, principalmente, los productos que
requiere su familia para su cotidiano vivir. Pero no puede llevarles los
servicios públicos domiciliarios: ni la electricidad, de la que están privados
hasta 8 horas diarias; ni el acueducto, del que carece toda Ureña y que Fredy
suple comprando mensualmente un carro-tanque de agua; ni el internet,
permanentemente colapsado.
Profesionales exitosos, Diana y Fredy trabajaban en
empresas multinacionales – McDonald’s y AVON – por los días en que empezó a
deteriorase la economía venezolana. Diana, antioqueña de nacimiento, llegó a
Venezuela prácticamente sin salir de la cuna, cuando sus emprendedores padres
decidieron probar fortuna en ese país hace 40 años.
Montaron una fábrica de zapatos que prosperó
rápidamente, su patrimonio se acrecentó y, a la llegada del chavismo, tenían algunas
propiedades a ambos lados de la frontera. Como muchas otras actividades, la producción de zapatos colapsó, los padres de Diana cerraron la fábrica y, para
vivir, empezaron a vender sus propiedades, a un precio cada vez más bajo. El
papá falleció hace 4 años y la mamá reside en Medellín, en una pequeña casa en
el barrio Zamora, último resto del naufragio de su fortuna.
Es duro pasar de desempeñarse como administrador y
conducir su propia camioneta a conducir un taxi para los demás, admite Fredy.
Pero hay otros a los que le ha ido más mal, como Ángel, técnico de
confecciones, quien se vio forzado a cambiar su trabajo en una fábrica - antes
próspera, ahora cerrada - por una modesta venta de bananos y aguacates a la
vera de la autopista que de Cúcuta conduce a San Antonio.
Ángel
Pero hay otras personas, sin nada para vender, que
están peor que Ángel, como las trescientas o cuatrocientas que desde las 10 de
la mañana hacen fila, al frente de un restaurante situado a 200 metros de la
venta de Ángel, para recibir el almuerzo que distribuye gratuitamente una
entidad caritativa. Y hay otros que estarán peor, porque cuando lleguen al
restaurante se habrán acabado los alimentos, o que nunca llegarán porque no
alcanzaron a cruzar la frontera a tiempo, o porque mueren de hambre en algún
lugar de la atribulada Venezuela.
Para impedir la
entrada de la ayuda humanitaria, los esbirros de Maduro colocaron en los
puentes Simón Bolívar, en San Antonio, y Francisco de Paula Santander, en
Ureña, grandes contenedores pintarrajeados con la bandera venezolana. Todavía
están ahí impidiendo el flujo automotriz, por lo que los miles de venezolanos
que cruzan diariamente la frontera en ambas direcciones deben hacerlo a pie.
Los contenedores bolivarianos
Esto ha dado lugar a la aparición de un oficio, el de
los maleteadores o maleteros, quienes por unas dos o tres “lucas”, sobre sus
propios hombros o en carretillas, pasan las maletas o los bultos de los
viajeros obligados a hacer trasbordo. Es un servicio que vale su precio porque la caminada de 15 minutos con un fardo a cuestas es agobiante, bajo el
sol abrasador que calienta a Cúcuta.
Los maleteros
Aunque el servicio de los maleteros tiene demanda, la
oferta, en ocasiones, es tan abundante que muchos regresan a su casa, en Ureña
o San Antonio, sin nada que llevarle a los suyos, como Frank, quien a las 3 de
la tarde volvía al lado venezolano, derrotado, me dijo, sin haber pasado una
sola maleta desde la cinco de la mañana, hora en que había llegado a trabajar.
Frank
Las gentes que cruzan la frontera de son dos clases:
las que vienen para Cúcuta o, a lo sumo, van hasta Pamplona, quienes pasan sin
más formalismo que enseñar su cédula; y las que se adentran más en territorio
colombiano y están por ello obligadas a sellar su pasaporte en el puesto de
inmigración. El trámite puede demorar cinco o más horas y, como siempre que hay
filas, aparece la pequeña corrupción: venta de puestos o un sellado expres, que
vale 10 o 20 “lucas”, dependiendo de la situación del mercado.
La fila para el sellado
La llegada masiva de esta segunda clase de viajeros ha
dado lugar al surgimiento de un nuevo oficio: el asesor de viaje, ejercido
también por venezolanos, como Pedro, con esposa y dos hijos en San Antonio,
cuya función es orientar a los migrantes hacia alguna de las múltiples “Agencias
de viaje” que proliferan en el lado colombiano de la frontera.
Pedro
Las “Agencias de Viaje” no son más que pequeñas
terminales creadas por transportadores colombianos que disponen sus buses para
llevar a los inmigrantes que tienen con qué pagar el pasaje a Bucaramanga,
Medellín, Bogotá, Cali o hasta la frontera con Ecuador.
Agencia de viajes
A los viajeros que llegan sin efectivo, pero con
joyas, relojes u objetos de valor los esperan las compraventas o prenderías
donde pueden vender o empeñar sus pertenencias, para hacerse al precio del
anhelado pasaje que les permitirá tomar el bus hacia su destino final o
provisorio. Inútil decir que no es mucho el dinero que reciben los migrantes a
cambio de sus bienes.
Compraventa
La frontera de Ureña en mucho menos congestionada y
caótica que la de San Antonio, en realidad es, habida cuenta de las
circunstancias, bastante tranquila. A San Antonio llegan los buses provenientes
del interior de Venezuela lo cual eleva considerablemente el número de personas
que pasan por allí. Por la frontera de Ureña transitan, fundamentalmente,
habitantes de esa localidad que pasan a trabajar o a estudiar en Cúcuta o a
comprar productos para el sustento diario, productos que hace tiempo han desaparecido
de los mercados de su ciudad.
El lado de Ureña
Tanto por el lado de San Antonio como por el de Ureña
transitan diariamente centenas de niños y jóvenes que asisten a las escuelas de
Villa del Rosario o Cúcuta. Estos niños y jóvenes están entre los más
perjudicados por la interrupción del tráfico vehicular por los “contenedores
bolivarianos” colocados por la dictadura en la mitad de los puentes
fronterizos. En pequeños grupos los niños caminan de un lado a otro, bromeando,
sonrientes, jugando, como si nada pudiera quitarles la alegría propia de la
edad.
Los niños
De las casas de cambio han desaparecido los arrumes de
bolívares que se veían hace algunos meses: ya nadie los compra, ya nadie los
vende, ya nadie los carga, ya nadie los quiere. El bolívar – el fuerte y el
soberano – es una moneda muerta. No es medio de cambio y tampoco unidad de
cuenta. En Ureña y San Antonio, dice Fredy, los precios se fijan en pesos; más
allá, en dólares.
En la frontera de Ureña encontramos a Lieder
Maldonado, un amigo de Fredy. Cuando este le contó que estaba recogiendo
material para una crónica, me trató con hostilidad. La prensa colombiana es
injusta y solo muestra lo malo, me dijo. Hace algunos días – continúo – un
noticiero de la televisión colombiana mostró a un par de señoras peleando por
un saco de harina. Eso en verdad sucedió – admite-hay disputas, pero también
esta crisis nos ha enseñado a compartir, como lo hacemos todos los días los
miembros de mi iglesia.
Leider Maldondo y su hijo
Leider es miembro de una iglesia cristiana de Ureña.
Había pasado a Cúcuta a comprar alambre de cobre para las instalaciones
eléctricas de la nueva sede de su iglesia que están construyendo. Así es,
Leider y sus correligionarios, en medio de la espantosa crisis de su país,
están construyendo un templo: esto significa que, en Venezuela, donde se ha
acabado casi todo, todavía hay esperanza.
LGVA
Agosto de 2019
Te felicito por haber ido hasta el borde de la tragedia. Este escrito es una visión un poco diferente de la que vemos todos los días en los diarios y confirma que la crisis no es un cuento. En lo que no coincido es que en Venezuela o en Cuba haya todavía esperanza. Solo la hay para que los que están cerca de los gobernantes
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