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domingo, 19 de noviembre de 2017

A propósito de los aniversarios de Marx (I) Teoría de la explotación


A propósito de los aniversarios de Marx (I)

Teoría de la explotación

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista, Universidad EAFIT



El pasado mes de septiembre se cumplieron ciento cincuenta años de la publicación del tomo 1 de  “El Capital”, la principal obra de Karl Marx. Los tomos  2 y 3 se publicaron, respectivamente, en 1885 y 1894, bajo el cuidado editorial de Friedrich Engels, pues Marx falleció en 1883, a la edad de 65 años. El año próximo, el 5 de mayo, será el bicentenario de su nacimiento. Ese par de aniversarios suscitan interés por su obra y su persona.

Los intereses intelectuales de Marx fueron amplios y variados: filosofía, historia, sociología, ciencia política, periodismo y, por supuesto, economía. Creyó, incluso, haber inventado una nueva ciencia: el materialismo histórico. Esta nota se ocupa del Marx economista en un aspecto clave de su pensamiento: su teoría de la explotación. En próxima entrada se tratará su teoría del derrumbe, también fundamental.

Marx es el más reconocido y más exitoso exponente de la teoría de la explotación,  la que probablemente aprendió de Karl Rodbertus (1805-1875), un economista alemán prácticamente olvidado, quien la había puesto en boga en Alemania en los años de formación de Marx. Entonces, como ahora, la explicación de la distribución de la producción en términos de explotación resulta muy atractiva por su aparente simplicidad.

No hay producción sin trabajo. Todos los bienes económicos son producto del trabajo. En las sociedades de clases los productores directos – esclavos, siervos o proletarios – no recibe la totalidad del producto creado por ellos pues los arreglos institucionales permiten que las clases no trabajadoras – amos, señores o capitalistas – se apropien de una parte del producto. En la sociedad capitalista, la institución de la propiedad privada da a los capitalistas el poder de disponer de los medios de producción y de forzar por tanto a los  obreros, mediante el contrato de trabajo, a vender su fuerza de trabajo solo por una parte de lo que pueden producir. El capitalista se apropia del resto como una ganancia que obtiene sin esfuerzo alguno.   

El anterior es el enunciado de la teoría de la explotación. En una economía esclavista o en una economía feudal la realidad de la explotación parece evidente y se deriva enteramente de las relaciones de poder. El amo es dueño del esclavo y por tanto del producto de su trabajo; el señor feudal es dueño de la tierra y puede imponerle al siervo de la gleba la obligación de pagarle en trabajo o en especie por permitirle cultivar una porción de tierra para su propio sustento. No es así en la economía capitalista. El obrero no es propiedad del capitalista, quien tampoco puede imponerle por la fuerza la obligación de trabajar en su fábrica. En la economía capitalista la explotación, si es que existe, se da por medio de relaciones de intercambio. Eso lo entendió cabalmente Marx. También entendió que la explotación no puede ser el resultado de relaciones de intercambio contingentes y arbitrarias en la que una parte impone a la otra su voluntad. La realidad de la explotación debe surgir de una teoría del valor general y abstracta que explique las relaciones de intercambio o, lo que es lo mismo, los precios relativos en lo que se denomina condiciones de competencia perfecta.

El punto de partida es pues la teoría del valor. Marx encontró su inspiración en la obra de los economistas ingleses, principalmente Adam Smith y David Ricardo, la que denominó economía clásica. Smith había postulado que, en una economía donde los productores directos fueran dueños de los instrumentos de trabajo y la tierra fuera tan abundante como para hacer imposible su apropiación privada, las relaciones de intercambio entre los bienes estaban regidas por las cantidades de trabajo necesarias para su producción. A cambio de un castor se entregaban dos venados porque la caza del primero exigía el doble de tiempo de trabajo que la caza del segundo. Smith entendió cabalmente el problema que a su teoría planteaba la especificidad de las diferentes clases de trabajo y lo escamoteó con una “solución” que Marx retomará al pie de la letra, como se verá más adelante[1].

Suponiendo resuelto el problema de la heterogeneidad de los trabajos, Smith se enfrentó con una dificultad mayor que lo obligó a abandonar la simple teoría del valor trabajo cuya validez dejó confinada a lo que llamó  “el estado primitivo y rudo de la sociedad que precede a la acumulación del capital y a la apropiación de la tierra”.  En efecto, una vez que el capital se acumula en poder de un grupo de personas y la tierra es apropiada por otras, el precio real de toda mercancía se resuelve en tres componentes: salarios, beneficio y renta; los cuales corresponden a las remuneraciones de trabajadores, capitalistas y terratenientes[2]. Las relaciones de intercambio entre los bienes ya no están regidas por las cantidades de trabajo sino por la sumas de las remuneraciones. Smith consagra buena parte de su obra a establecer las leyes gobiernan esas remuneraciones, estableciendo al mismo tiempo el canon de la llamada “distribución funcional del ingreso”  que aún hoy es fuente de tanta confusión teórica y tantos errores de política económica.  

David Ricardo, quien irrumpe en la teoría económica casi 40 años después de la publicación de La Riqueza de la Naciones, encuentra totalmente insatisfactoria la solución dada por Smith al problema de la distribución. Ricardo está preocupado por los determinantes de la acumulación de capital. Como hombre de negocios que es, sabe que el móvil de la inversión es el beneficio y que éste debe guardar la misma proporción con el valor del capital invertido cualquiera sea la forma material de la inversión. Adam Smith ha hecho ya de esta idea el postulado central de su teoría de la distribución y de los precios. Desde entonces, toda la teoría clásica de los precios, hasta su último gran exponente moderno, Piero Sraffa, se construirá sobre la base del postulado de la tasa de beneficio uniforme determinada por fuera del sistema de precios[3].

Ricardo tiene la intuición de que existe una relación inversa entre el salario nominal y la tasa de beneficio. Por eso la teoría de los componentes de Smith no le parece satisfactoria pues dichos componentes pueden evolucionar independientemente los unos de los otros. En la fórmula de Smith el salario puede variar sin que cambie el beneficio lo cual implica que la variación del salario hace cambiar los precios relativos. Por eso Ricardo arranca la formulación de su teoría del valor diciendo tajantemente que “el valor de un artículo, o sea la cantidad de cualquier otro artículo por la cual puede cambiarse, depende de la cantidad relativa de trabajo que se necesita para su producción, y no de la mayor o menor compensación que se paga por dicho trabajo”[4]

 El trabajo al que se refiere Ricardo es trabajo asalariado, razón por la cual no enfrenta el problema de Smith, que luego enfrentará Marx, de homogeneizar las distintas clases de trabajo concreto. Basta con conocer los salarios de las distintas clases de trabajo para reducir su diversidad a unidades de trabajo homogéneo. Pero obviado este problema, queda la dificultad que supone la diversidad de proporciones en que el capital invertido en salarios se combina con el capital invertido en maquinaria, edificios y toda clase de instrumentos de producción duraderos. Es ostensible que cualquier variación del salario tendrá un efecto mayor sobre los sectores que emplean mucho trabajo inmediato que sobre aquellos que emplean poco.

Ricardo admite que esa diversidad de proporciones modifica considerablemente el principio de que la cantidad de trabajo empleada determina el valor relativo de los bienes, lo cual  impide establecer sin ambigüedad la buscada relación inversa entre salarios y beneficios. Hasta el final de su vida, en 1823, Ricardo buscará una medida invariable del valor que le permita sostener, esa, la proposición central de su teoría. John Stuart Mill, el último de los clásicos, será incapaz de resolver el problema[5] que tendrá que esperar hasta la ingeniosa solución de Sraffa con su mercancía patrón[6].

Marx encuentra la cuestión en el estado en que la dejaron Ricardo y Mill: el valor de las mercancías está determinado, principalmente, por la cantidad de trabajo empleada en su producción y, también,  por la proporción en que se combinan el capital circulante (salarios) y el capital fijo, los que Marx denominará, respectivamente, capital variable y capital constante.  

Para Marx el principal mérito de Ricardo es el haber puesto de manifiesto el antagonismo económico existente entre las diversas clases. Y su principal deficiencia, el haber sido incapaz de diferenciar el concepto de plusvalía de las formas específicas en que se manifiesta: la ganancia, la renta del suelo y el interés. Sin el concepto de plusvalía, cuyo descubrimiento pensaba Marx era su mayor contribución teórica, es imposible establecer analíticamente, no solo enunciar, el antagonismo entre las clases a nivel de la distribución. Para Marx, el error de Ricardo consistió en suponer, al estudiar el valor, la existencia del salario, el beneficio, la tasa de ganancia y todas las demás categorías que solo serán inteligibles después de establecidas las leyes del valor y la plusvalía que surgen del análisis de la mercancía.

Marx arranca pues su investigación con el análisis de la mercancía.[7] Indica que la mercancía es, en primer lugar es una cosa apta para satisfacer necesidades humanas, una cosa útil o, en su terminología, un valor de uso. Luego señala que los valores de uso son el contenido material de la riqueza en cualquier tipo de sociedad y en la sociedad capitalista son, además, el soporte material del valor de cambio, es decir, de la relación cuantitativa en la que se cambian los diversos valores de uso. Llegado a este punto Ricardo, quien también arranca del análisis de la mercancía, indica que las cosas útiles obtienen su valor de cambio de su escasez y de la cantidad de trabajo requerida para obtenerlas. Algunos bienes, admite Ricardo - como obras de arte, objetos antiguos, vinos que se producen con una clase especial de uvas, etc.- obtienen su valor exclusivamente de su escasez y los excluye explícitamente de la teoría del valor-trabajo. Marx no lo hace de forma explícita pero puede suponer que sobre este punto pensaba de forma similar a Ricardo.

El valor de cambio de cualquier mercancía, es decir, la cantidad de cualquier otra por la cual puede cambiarse,  depende de la cantidad relativa de trabajo requerida para su producción. Naturalmente, no se trata de los trabajos concretos sino de lo que queda de después de prescindir del carácter concreto de la actividad productiva, de la utilidad del trabajo, es decir, el gasto de fuerza humana de trabajo. Por tanto, para Marx, el valor de la mercancía sólo representa trabajo humano, gasto de trabajo humano puro y simple. En este punto, Marx llega al mismo problema que había enfrentado Smith: la transformación de los trabajos concretos en ese trabajo homogéneo sin el cual es imposible determinar los valores de cambio y determinar la plusvalía. Marx ofrece un “solución” análoga a la de Smith:

“… el valor de la mercancía sólo representa trabajo humano, gasto de trabajo humano pura y simple (…) El trabajo humano es el empleo de esa simple fuerza de trabajo que todo hombre común y corriente, por término medio, posee en su organismo corpóreo sin necesidad de una especial educación. El trabajo simple medio cambia, indudablemente, de carácter según los países y la cultura de cada época, pero existe siempre, dentro de una sociedad dada. El trabajo complejo no es más que el trabajo simple potenciado o, mejor dicho, multiplicado: por donde una pequeña cantidad de trabajo complejo puede equivaler a una cantidad grande de trabajo simple. Y la experiencia demuestra que esta reducción de trabajo complejo a trabajo simple es un fenómeno que se da todos los días y a todas horas. Por muy complejo que sea el trabajo a que debe su existencia una mercancía, el valor la equipara en seguida al producto del trabajo simple, y como tal valor sólo representa una cantidad de trabajo simple”[8]  

Este razonamiento que parece muy convincente no es más que un ardid teórico. El valor del producto de un día de trabajo de un economista puede ciertamente equipararse al valor del producto de cinco días de trabajo de un obrero no calificado. Y se puede decir por tanto que un día de trabajo del economista equivale a cinco días de trabajo del obrero. Pero para hacer esto es necesario conocer justamente el valor de sus productos o las remuneraciones de uno y otros. Ciertamente, como dice Marx, esa reducción de trabajo complejo a trabajo simple se da todos los días. ¿Dónde y cómo se da esa reducción?  No puede ser en otro lugar que en el mercado y en el intercambio a precios de mercado de los productos del trabajo del economista y del obrero no calificado. Es decir, tenemos que suponer conocida la relación de intercambio para determinar las cantidades de trabajo homogéneo que determinan la relación de intercambio. Racionamiento circular.

La determinación de la plusvalía depende también de otro ardid teórico. La plusvalía es la parte del valor total producido después de descontarle el valor del salario, todas las cantidades medidas en tiempo de trabajo homogéneo:

Plusvalía = Valor del producto – valor del salario.

Podemos dar por conocido el valor del producto que no es otra cosa la duración de la jornada de trabajo. Queda por determinar el valor de salario en tiempo de trabajo para que la operación de la cual surge la plusvalía tenga sentido.  El salario o valor de la fuerza de trabajo “como el de toda otra mercancía, lo determina el tiempo de trabajo necesario para su producción”, dice Marx. Y añade:

“La fuerza de trabajo sólo existe como actitud del ser viviente. Su producción presupone, por tanto, la existencia de éste. Y partiendo del supuesto de la existencia del individuo, la producción de la fuerza de trabajo consiste en la reproducción o conservación de aquel. Ahora bien, para su conservación, el ser viviente necesita una cierta suma de medios de vida. Por tanto, el tiempo de trabajo necesario para producir la fuerza de trabajo viene a reducirse al tiempo de trabajo necesario para la producción de esos medios de vida; o lo que es lo mismo, el valor de la fuerza de trabajo es el valor de los medios de vida necesarios para asegurar la subsistencia de su poseedor”[9]

Los medios de vida son un conjunto de cosas heterogéneas: pan, huevos, leche, etc. En breve, una canasta de bienes y servicios que suplen las necesidades de los obreros y sus familias. Para conocer su valor es preciso conocer los precios de las cosas que la conforman. Y conocido el valor de la canasta, es preciso conocer el salario nominal por unidad de tiempo de trabajo y poder así determinar el valor del salario en tiempo de trabajo homogéneo. Una vez más estamos ante un razonamiento circular.

Ricardo no incurre en este error pues su teoría supone la existencia del beneficio. En su teoría a cada nivel de la tasa de beneficios corresponde un nivel de salario nominal. En Ricardo el trabajo es directamente homogéneo en tanto que trabajo asalariado. Marx no puede proceder de la misma forma pues él, con su teoría de la plusvalía, está justamente tratando de establecer el origen  del beneficio. Toda la teoría del valor-trabajo carece de coherencia lógica.

Pero aun suponiendo resueltos los problemas planteados y “creyendo” que los precios relativos depende de las cantidades relativas de trabajo queda el problema mayor, inicialmente señalado por Böhm-Bawerk, de la contradicción entre la teoría de los precios del Tomo I de El Capital y la desarrollada en el Tomo III. Este asunto puede ilustrarse fácilmente con la tabla siguiente, similar a la que presenta Marx en el capítulo IX del tomo III de El capital, donde aborda el problema de la transformación de los valores en precios de producción.

Hay cinco ramas de producción con composición orgánica diferente. La tasa de plusvalía y la tasa de ganancia son las mismas en todas las ramas. La diferencias en la composición orgánica hace que los precios de producción difieran de los valores en todas las ramas, salvo en aquella cuya composición orgánica es similar a la composición orgánica del capital agregado.





A Marx parece no preocuparle que los precios de producción y los valores difieran sustancialmente, de tal suerte que las relaciones de intercambio no estén regidas en lo absoluto por las cantidades relativas de trabajo.  Señala que, cualquiera sea el modo en que se regulen los precios, la “ley del valor preside el movimiento de los precios, ya que al aumentar o disminuir el tiempo de trabajo necesario para la producción los precios de producción aumentan o disminuyen (…) la ganancia media, que determina los precios de producción, tiene que ser siempre, necesariamente, igual a la cantidad de plusvalía que corresponde a un capital dado como parte alícuota del capital de toda la sociedad”[1]
El hecho de que la ley del valor no regule las relaciones de intercambio que para Ricardo era un problema fundamental, no parece serlo para Marx quien lo escamotea con el argumento peregrino de que tomadas en conjunto las mercancías cambiadas la suma de los valores es igual a la suma de los precios de producción. Al respecto, la crítica de Böhm-Bawerk es contúndete:
“¿Cuál es, en realidad, la función de la ley del valor? No creemos que pueda ser otra que la de explicar las relaciones de cambio observadas en la realidad. Trátase de saber por qué en el cambio, por ejemplo, una chaqueta vale 20 varas de lienzo, por qué 10 libras de té valen media tonelada de hierro, etc. Así es como Marx concibe la función esclarecedora de la ley del valor. Y es evidente que sólo puede hablarse de una relación de intercambio cuando se cambian entre sí distintas mercancías”[2].
Y más adelante:
“Ante el problema del valor, los marxistas empiezan contestando con su ley del valor, consistente en que las mercancías se cambian en proporción al tiempo de trabajo materializado en ellas. Pero más tarde revocan esta respuesta – abierta o solapadamente – en lo que se refiere al cambio de mercancías sueltas, es decir, con respecto al único campo en que el problema del valor tiene sentido, y sólo la mantienen en pie en toda su pureza con respecto al producto nacional tomado en su conjunto, es decir, con respecto a un terreno en el que aquel problema no tiene sentido”[3].
Los marxistas han puesto mucho trabajo y empeño en la solución de lo que se ha denominado el problema de la transformación. Ninguna de las “soluciones” hasta ahora aportadas ha dado respuesta a la crítica de Böhm-Bawerk. Es curiosa la insistencia de los marxistas en la teoría del valor, cuando el propio Marx reconoce que su ley del valor carece de vigencia en la economía capitalista. El texto en cuestión es especialmente significativo y merece ser citado en toda su extensión:
“El cambio de las mercancías por sus valores o aproximadamente por sus valores presupone, pues, una fase mucho más baja que el cambio a base de los precios de producción, lo cual requiere un nivel bastante elevado en el desarrollo capitalista. (…) Prescindiendo de la denominación de los precios y del movimiento de éstos por la ley del valor, no sólo es teóricamente sino históricamente, como el prius  de los precios de producción. Esto se refiere a los regímenes en que los medios de producción pertenecen al obrero, situación que se da tanto en el mundo antiguo como en el mundo moderno respecto al labrador que cultive su propia tierra y respecto al artesano”[4]
Es decir, la ley del valor, fundamento de la teoría de la plusvalía y por tanto de la teoría de la explotación en el régimen de producción capitalista deja de regir justamente con el advenimiento de ese régimen de producción. Engels lo admite de una forma casi candorosa:
“En otros términos: la ley del valor de Marx rige con carácter general, en la medida en que rigen siempre las leyes económicas, para todo el período de producción simple de mercancías; es decir, hasta el momento en que ésta es modificada por la forma de producción capitalista. Hasta entonces los precios gravitan con arreglo a los valores determinados por la ley de Marx y oscilan en torno a ellos (…) la ley del valor (…) tiene, pues, una vigencia económico-general, la cual abarca todo el período que va desde comienzos del cambio (…) hasta el siglo XV de nuestra era. Y el cambio de mercancías data de una época anterior a toda la historia escrita (…) la ley del valor rigió, pues, durante un período de cinco a siete mil años…”[5]
Exactamente lo que había planteado Smith: el intercambio de mercancías con arreglo a las cantidades relativas de trabajo sólo se da en “el estado primitivo y rudo de la sociedad que precede a la acumulación del capital y la apropiación de la tierra”. En la economía capitalista, la teoría del valor trabajo no explica los precios relativos  cuando la relación capital trabajo o la composición orgánica del capital, como la denomina Marx, es diferente en las distintas ramas de la producción. Si las relaciones de intercambio no están determinadas por las cantidades relativas de trabajo, la teoría de la explotación carece de todo fundamento. 
Bibliografía:
Böhm-Bawerk. (1884,1986). Capital e interés. Fondo de Cultura Económica, México, 1986.
Cuevas, Homero. (2003). Valor y sistema de precios. Universidad Nacional, Bogotá, 2003.
Marx, Carlos. (1867,1971). El capital. Contribución a la crítica de la Economía Política. Tomo I. Fondo de Cultura Económica, México, 1971.
Marx, Carlos. (1894,1971). El capital. Contribución a la crítica de la Economía Política. Tomo III. Fondo de Cultura Económica, México, 1971.
Mill, John Stuart. (1848,1978). Principios de Economía Política. Fondo de Cultura Económica, México, 1978.
Ricardo, David. (1817,1997). Principios de Economía Política y Tributación. Fondo de Cultura Económica, México, 1997.
Smith, Adam. (1776,1979). Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones. Fondo de Cultura Económica, México, 1979.
Sraffa, Piero. (1960, 1975). Producción de mercancías por medio de mercancías. Oikos-Tau, s.a. Ediciones. Barcelona, España, 1975.

LGVA, Noviembre de 2017.


[1] Marx, C. (1894,1971). Tomo III. Páginas 183-184.

[2] Böhm-Bawerk, E. (1921,1986). Página 460.

[3] Böhm-Bawerk, E. (1921,1986). Página 461.

[4] Marx, C. (1894,1971). Tomo III. Páginas 183-184.

[5] Cuevas, H. (2003). Página 61-62.






[1] Escribe Smith: “Si una clase de trabajo es más penosa que otra, será también natural que se haga una cierta asignación a ese superior esfuerzo, y el producto de una hora de trabajo, en un caso, se cambiará frecuentemente por el producto de dos horas. Del mismo modo, si una especie de trabajo requiere de un grado extraordinario de destreza e ingenio, la estimación que los hombres hagan de esas aptitudes dará al producto un valor superior al que corresponde al trabajo en él empleado. Dichas aptitudes raramente se adquieren sino a fuerza de una larga dedicación, y el valor superior de sus productos representa, las más de las veces, sólo una compensación razonable por el tiempo y el trabajo que se necesitan para adquirirlos. Con el progreso de la sociedad las compensaciones de esta especie. Que corresponden a una mayor pericia y esfuerzo, generalmente se reflejan en los salarios, y algo de esto tuvo que haber ocurrido en las épocas primitivas y atrasadas” Smith (1776, 1979). Página 47.  

[2] Escribe Smith: “Salarios, beneficio y renta son las tres fuentes originarias de toda clase de renta y de todo valor de cambio. Cualquier otra clase de renta se deriva en un última instancias de una de estas tres” Smith (1776, 1979). Página 51-52. 
[3]“El tipo de beneficio, en cuanto que es una razón, tiene un significado que es independiente de cualquier precio, y que puede ser, por tanto, dado antes de que los precios sean fijados. Es así susceptible de ser determinado desde fuera del sistema (de precios) de producción, en especial, por el nivel de los tipos monetarios de interés”.  Sraffa (1960,1975). Páginas 55-56.  

[4] Ricardo, D. (1817, 1997) Página 9.

[5] “Todas las mercancías en cuya producción interviene de forma importante las maquinaria, sobre todo si esta es de gran duración, bajan en su valor relativo cuando se reducen las ganancias; o, lo que es equivalente, otras cosas suben de valor con respecto a ellas. Este hecho se expresa algunas veces con un vocabulario más plausible que adecuado, diciendo que un alza de los salarios eleva el valor de las cosas que se hace con trabajo, por comparación con aquellas que se hacen con maquinaria” Mill J.S. ( 1848,1978). Página 410.

[6] Este asunto de la mercancía patrón es irrelevante para lo que sigue. Quien quiera ahondar en el tema puede consultar esta referencia: http://luisguillermovelezalvarez.blogspot.com.co/2015/05/pensamiento-economico-ii-leccion-14_26.html


[7] Imposible no recordar la primera frase de El Capital. “La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como un inmenso arsenal de mercancías y la mercancía como su forma elemental. Por eso, nuestra investigación arranca del análisis de la mercancía” Marx, K. (1867,1971) Página 3.

[8] Marx, C. (1867,1971). Página 11-12.

[9] Marx, C. (1867,1971). Página 124.

sábado, 12 de agosto de 2017

Gustavo Petro en la Asamblea de la ANDI


Gustavo Petro en la Asamblea de la ANDI



Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista, Docente Universidad EAFIT



El jueves 10 de agosto doce precandidatos presidenciales expusieron sus propuestas en un foro del Congreso de la Andi. Allí estuvieron todos, incluidos los precandidatos de la izquierda totalitaria: Jorge Robledo, Clara López y Gustavo Petro; sólo faltó doña Piedad Córdoba. El presidente de la ANDI, el señor Mac Master, calificó de ejercicio democrático su amplísima convocatoria.

Los precandidatos expusieron las naderías habituales en esta clase de eventos. Se destacó Gustavo Petro quien, además de repetir su cantinela sobre el modelo agroindustrial y la economía diversificada que a todo mundo le gustaría tener, expresó sin tapujos su apoyo al régimen criminal de Nicolás Maduro y sus secuaces. Ojalá que los empresarios hayan tomado atenta nota de esto para que en lo sucesivo tengan más tino al elegir los personajes a quienes ofrecen sus escenarios institucionales para lavar su imagen. Confiando, señor Mac Master, que en su próxima Asamblea no tenga que anunciar la llegada del señor Presidente de la Republica: Gustavo Francisco Petro Urrego, permítame recordarle brevemente quién es su invitado.  

Gustavo Francisco Petro Urrego se inició en la vida política como militante del movimiento M-19, un grupo que trató de tomarse el poder para imponer a los colombianos por la fuerza de las armas su ideología política. Durante años robaron, asaltaron, secuestraron y asesinaron. Su máxima “hazaña”, el 6 de noviembre de 1985, fue el asalto al Palacio de Justicia en el curso del cual murieron los magistrados de la Corte Suprema y decenas de personas más y cuyas consecuencias sobre el Poder Judicial aún se sienten en el País. Entre otras “proezas” adicionales están el secuestro y asesinato de dirigente sindical José Raquel Mercado, a quien sometieron a un ominoso “juicio popular”, antes de acabar con su vida; el asalto a la Embajada de República Dominicana, en febrero de 1980, donde recibieron un rescate de 3 millones de dólares a cambio de la vida de los diplomáticos secuestrados y, en mayo de 1988, el secuestro del dirigente conservador Álvaro Gómez Hurtado.

Gustavo Francisco Petro Urrego, como Alcalde de Bogotá, violó flagrantemente la ley al expedir los decretos 564 y 570 de 2012 que impusieron un modelo de recolección de basuras contrario a la libertad de empresa, a la libre competencia, a la regulación sectorial y a las normas ambientales. Autorizó el uso de volquetas para la recolección de basuras poniendo a la Ciudad al borde de una grave crisis ambiental. Por orden suya la EAB, sin experiencia alguna, asumió la prestación del servicio, perdiendo 240.000 millones en la operación y dilapidando 165.000 más en la compra de equipos que resultaron inservibles. Amén de esto, la EAB tuvo que pagar una multa de 75.000 millones impuesta por la SIC. Ignoro si Petro ha respondido por ese monstruoso detrimento patrimonial.  

Gustavo Francisco Petro Urrego, como Alcalde de Bogotá, burocratizó la administración de la Ciudad, creando centenas de empleos para su clientela política; despreció el Estatuto General de Contratación de la Administración Pública, otorgando de forma directa, es decir, sin licitación alguna, el 90% de los contratos de su administración y, en lugar de impulsar el empleo productivo de los pobres, decidió convertirlos en indigentes haciéndolos dependientes de las dádivas del gobierno.  

Gustavo Francisco Petro Urrego, como gobernante,  persiguió con saña a un sector minoritario de la sociedad, el de los taurinos, violándoles sus libertades individuales,  y, como político, promovió en su contra manifestaciones que terminaron de forma violenta.

Gustavo Francisco Petro Urrego apoya sin restricciones el Socialismo del Siglo XXI que ha llevado a Venezuela a la más espantosa miseria. A pesar de su carácter anti-democrático, liberticida y criminal, continúa apoyando el régimen de Nicolás Maduro y sus secuaces que ha asesinado decenas de jóvenes, puesto en prisión a los opositores y violado descaradamente la misma constitución chavista.

Gustavo Francisco Petro Urrego es heredero de la ideología de un grupo totalitario que buscó imponerse ejerciendo la violencia; como alcalde, pasó por encima de la ley, la libertad de empresa, la competencia y la regulación ambiental y gobernó de forma clientelista repartiendo puestos, contratos y dádivas; desconoce los derechos y persigue con saña a quienes tienen preferencias distintas y, como sus amigos Chávez y Maduro, desprecia la democracia y quiere valerse de ella para destruirla. 

LGVA

Agosto de 2017

  

sábado, 5 de agosto de 2017

Mercar sin distorsionar los precios ni crear desempleo

Mercar sin distorsionar los precios ni crear desempleo


Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista, Docente Universidad EAFIT


Me gusta mercar. Mi profesor de Teoría Monetaria, Jaime Ureña, quien me enseñó todo eso de la dicotomía y del “velo monetario”, solía decir que el salario nominal se cobra en los bancos y el salario real en los supermercados. Creo que es por eso que me gusta mercar: para sentir que en efecto estoy recibiendo mi remuneración real. Eso lo saben bien las señoras quienes, todavía, se encargan mayoritariamente de “hacer la remesa”, como dicen, o decían, los payanejos raizales. Aunque ya son muchos los señores “que mercan”, buena parte de ellos prefieren, como en mi niñez, recibir una parte de su salario real en bares y cantinas que, in illo tempore, estaban estratégicamente situadas en la cercanía de las fábricas, para que los obreros no tuvieran mayor dificultad en cobrar el componente etílico de su remuneración.  

Queriendo conocer algunas obras de infraestructura construidas recientemente por la Administración Municipal, me aventuré por un sector de la Ciudad típicamente obrero que no visitaba hace mucho tiempo. Me extravié y me dejé ir por sus calles y carreras, pudiendo constatar una positiva transformación urbana. Llamó mi atención un gran supermercado que no identifiqué con ninguno de los grandes grupos que en Medellín y en Colombia dominan el negocio del retail.  Sentí curiosidad y entré, y como tenía en mi bolsillo la lista del mercado decidí comprar algunas cosas para aprovechar los precios que esperaba fueran menores que los de los mercados de mi barrio, El Poblado, cuyos habitantes tienen mayor poder de compra.

En su polémica con Keynes sobre las causas del desempleo involuntario, el profesor A.C. Pigou, heredero de la cátedra de economía de Marshall, señalaba como una de ellas la compra de bienes para los asalariados por personas que no lo son. Retomaba la vieja idea clásica según la cual el salario real está conformado por una cierta canasta de bienes. Cuando los no asalariados demandan esos bienes, sus precios nominales tienden a aumentar lo cual puede llevar a una elevación del salario nominal y, como consecuencia de ello, producir desempleo, ceteris paribus.

El argumento de Pigou me ha parecido siempre extremadamente sutil y, más que todo, bastante divertido. Por eso, cuando, para ahorrarse unos pesos, alguno de mis amigos sale con la idea de ir a mercar a la mayorista o a cualquier mercado popular, se lo esgrimo para hacerle sentir un poco de mala conciencia. Yo mismo, hace años, la experimentaba, cuando, forzado por Gloria y un bajo poder de compra, iba a mercar al galpón de “Las Malvinas” de la Mayorista; y la experimenté nuevamente ayer en ese supermercado de un barrio popular de Medellín. Ténganlo siempre presente los amigos que lean esta columna: cuando estén aprovechando gangas en mercados populares, están distorsionando los precios y creando desempleo, según el Profesor Pigou.

Con un par de excepciones, encontré todos los artículos de mi lista: las mismas marcas y las mismas presentaciones que en los supermercados de El Poblado. Hace algunos años esto no era así. Recordemos que un bien económico es algo caracterizado por unos atributos físicos y una localización en el tiempo y en el espacio. Hoy esos atributos materiales parecen ser prácticamente iguales para la mayoría de los bienes ofrecidos en todos los mercados y supermercados. Es decir, los bienes salariales se diferencian cada vez menos de los no-salariales. Esto es de gran significación en términos de bienestar.

Evidentemente, la diferencia por la localización espacial se mantiene. Esto lo saben bien los negociantes del retail  y no dejan de aprovecharlo practicando una juiciosa y sistemática discriminación de precios. Para los artículos de mi lista las diferencias variaban entre 10% y 15%, lo cual me produjo un ahorro equivalente a una de Buchanans doce años. Como no me pagan por hacer publicidad, no voy a revelar la marca ni la localización de ese mercado. Pero tengo, por supuesto, una razón más altruista: no deseo distorsionar los precios y crear desempleo. Y a mis amigos, que están esperando que les revele mi secreto, les digo que no sean “chichipatos” y compren en el Carulla más cercano, que para eso les pagan más.

LGVA

Agosto de 2017

jueves, 3 de agosto de 2017

Claudia López: ¿demócrata o totalitaria?

Claudia López: ¿demócrata o totalitaria?


Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista, Docente Universidad EAFIT


Claudia Nayibe López Hernández es, aparentemente, una candidata presidencial con buenos pergaminos académicos. Tiene un título en Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado; una maestría en Administración Pública y Política Urbana de la Universidad de Columbia en Nueva York y es candidata a un doctorado en Ciencia Política de la Universidad de Northwestern. Hay que reconocerle también el mérito de haber publicado un enjundioso libro, ¡Adiós a las FARC! ¿Y ahora qué?, en donde presenta su visión del momento político actual y también lo que sería  una propuesta de programa de gobierno.

En razón de su formación y de lo que ha sido su trayectoria profesional y política, Claudia López tiene una fe sin resquicio de dudas en el estado como instrumento supremo para garantizar el bienestar social. El estado es el garante de los  derechos de propiedad y sin estado es inconcebible el buen funcionamiento de los mercados. Aunque de una forma más sofisticada y apoyada en multitud de datos, su libro repite sin cesar el diagnóstico periodístico y popular que atribuye a la ausencia o la falta de estado todos los males de la sociedad. Y, naturalmente, surge la receta para todos esos males: más estado.

Como todos los creyentes del estado demiurgo, Claudia López no cuestiona el tamaño del estado ni su reglamentación excesiva. Para ella todo se reduce a una simple dicotomía entre un estado bueno y un estado malo. El estado es bueno si está en manos de personas omniscientes, honradas y benevolentes y es malo si está en manos de ignorantes, corruptos y egoístas. Es decir, el estado será bueno cuando esté manejado por Claudia López y sus amigos y será malo mientras esté manejado por cualquier otro grupo de amigos del cual Claudia López y los suyos no hagan parte.

Claudia López piensa y obra como todos los estatistas que se dividen siempre para efectos de la confrontación política entre los inmaculados y todos los demás. Todos ofrecen más estado y la disputa entre ellos se reduce a lograr ser percibidos por los votantes como los más inmaculados o los menos corruptos. La mayor crisis de las economías de mercado avanzadas y menos avanzadas no radica, hasta ahora, en el agotamiento de la capacidad de innovación empresarial, motor definitivo del crecimiento y la prosperidad; sino en la desaparición, a nivel de la gran masa de votantes, del sentido de responsabilidad individual del propio destino y su sustitución el por sentimiento ampliamente generalizado de que el bienestar personal debe ser garantizado por esa entelequia todo poderosa  llamada el ESTADO. Y la gente demanda estado y los políticos lo ofrecen. 

Este problema ha sido profundamente analizado por Hayek y, más recientemente, desde la ciencia política, por Francis Fukuyama, cuyos dos últimos libros Claudia López debería tratar de leer, si le queda algo de tiempo en medio del tráfago en el que está inmersa. Pero si ese par de tomos resultan excesivos, bien podría leer el librito, La gran degeneración, del historiador Niall Ferguson, en donde, otras cosas, se lee: “la regulación excesivamente compleja de los mercados por parte del gobierno es en realidad la propia enfermedad de la que pretende ser la cura”.  Y esta otra: “…siento mucha mayor simpatía (…) por la idea de que nuestra sociedad se beneficiaría de más iniciativa privada y menos dependencia del estado. Si esta es hoy una postura conservadora, que lo sea. Antaño se consideró la esencia del verdadero liberalismo”.

Basta ya de reprocharle a Claudia López su estatismo inmaculado y bien intencionado. Es mejor sugerirle una distinción dentro de la vasta corriente de los estatistas de la que hace parte: los estatistas demócratas y los estatistas totalitarios. Parece que Claudia López ha pergeñado ya esta distinción inducida por los vejámenes contra la población del gobierno de Maduro, lo cual la ha llevado a desmarcarse de personajes como Gustavo Petro quien, sin vergüenza alguna, apoya ese régimen criminal. También dijo Claudia López, en entrevista con Al Poniente, que nunca se aliaría con las FARC.

Pero hay razones para dudar de que Claudia López sea coherente en mantenerse alejada del estatismo totalitario. La primera es la pertencia de su partido al sindicato latinoamericando de los partidos de la izquierda totalitaria, el llamado Foro de Sao Paulo, organización que emitió, avalada por el Partido Verde, una declaración de apoyo al régimen de Maduro. La segunda es su cercanía, y la de Sergio Fajardo, con Jorge Robledo, un marxista-leninista confeso,  partidario de la dictadura del proletariado, y quien ha guardado un silencio cómplice frente a las ignominias del chavismo-madurismo.

Hoy, Claudia López, la disyuntiva política en Colombia es entre la defensa de nuestra economía de mercado y nuestra democracia, por imperfectas que sean, y el riego de que con alianzas políticas ominosas se le abra el camino al totalitarismo.

LGVA
Agosto de 2017.


martes, 1 de agosto de 2017

Una nota sobre el uso de las matemáticas en economía

Una nota sobre el uso de las matemáticas en economía[1]


Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista, Docente Universidad EAFIT


Me han invitado a participar en un foro sobre las matemáticas y la economía. En un evento sobre la Escuela Austríaca organizado por el Instituto Mises de Colombia, lo que voy a decir puede no ser del agrado de algunos. Invoco en mi defensa el hecho de ser un profesor de pensamiento económico, lo cual me hace propenso al eclecticismo en materia de las llamadas escuelas económicas. Creo, como Maffeo Pantaleoni, que en economía solo hay dos escuelas: la de los que saben economía y la de los que no saben. Me declaro, como Sir John Hicks, un austríaco intermitente y un tanto infiel. Pero también soy un neo-clásico, igualmente intermitente e infiel, y no puedo evitarme algunos coqueteos con Ricardo y en ocasiones con Keynes. No ignoro los argumentos de Mises y de Huerta de Soto, pero no tengo el propósito de criticarlos. Me limitaré a exponer los míos de forma positiva.

El debate sobre el papel de las matemáticas en la economía ya está liquidado en la práctica y dudo de que se pueda echar marcha atrás. Creo que en ello ha influido el argumento utilitarista de Samuelson de evitar “la penosa elaboración literaria de conceptos matemáticos simples en esencia” que se impuso a la visión de Marshall, quien encontraba inútil perder “el tiempo leyendo versiones prolijas de doctrina económicas en lenguaje matemático”[2]. Pero hay una razón más profunda que tiene que ver con la naturaleza misma de lo que creo son los dos problemas teóricos fundamentales que desde sus inicios y hasta ahora se ha planteado la economía. A esto voy a referirme inicialmente. Después volveré sobre el argumento utilitarista. 

Hay tres formas de obtener cosas de los demás: la violencia, la benevolencia y el intercambio voluntario. Estas formas han coexistido en distintas épocas históricas y civilizaciones. Los intercambios voluntarios son muy antiguos y han debido realizarse infinidad antes de que la razón se ocupara de ellos, primero con Aristóteles, quien lo embrolló todo, y luego, con mayor fortuna, con Cantillon, Galiani y Smith en el siglo XVII. Esto no tiene nada de sorprendente: infinidad de manzanas se desprendieron de los árboles antes de que Newton se ocupara del asunto, superando el embrollo en el que también Aristóteles había dejado la cuestión.  

La idea de que esa infinidad de intercambios – los dos castores de Smith que se cambian por una danta o las diez varas de lienzo de Marx que se cambian por una chaqueta – no son aleatorios o accidentales sino que están todos regidos por una misma norma es el acto fundacional de la teoría económica. Dos son las respuestas que se han dado a la pregunta sobre qué determina la relación de intercambio de dos mercancías: la razón entre sus dificultades de producción y la razón entre sus utilidades marginales. Ambas respuestas se remontan al origen de nuestra disciplina y son las mismas que están en las dos obras más influyentes sobre la teoría del valor del siglo XX: Teoría del Valor, de Gerard Debreu, y Producción de mercancías por medio de mercancías, de Piero Sraffa; publicadas en 1959 y 1960, respectivamente. Naturalmente no voy a entrar en la discusión sobre la teoría del valor. Lo que quiero resaltar es que la economía, de todas las relaciones que pueden establecerse entre los hombres en sociedad, escoge como objeto de estudio aquella que tiene una expresión cuantitativa: la relación de intercambio.

Creo que los economistas neo-austríacos, hostiles al empleo de las matemáticas, encuentran el fundamento histórico de su aversión en algún intercambio epistolar entre Menger y Walras, en el que el primero advertía al segundo sobre el riesgo que entrañaba de caer en el error cuando se parte de axiomas arbitrarios, aunque se “haga un uso soberbio de las matemáticas”. Siempre me ha sorprendido la posición de Menger, mejor aún, la de algunos de sus discípulos, pues en sus Principios Menger no se privó de utilizar ilustraciones aritméticas para explicar algunas puntos fundamentales de su razonamiento. En el capítulo 3 de los principios, Menger escribe: “Para facilitar la comprensión de las siguientes y difíciles investigaciones, vamos a intentar dar una expresión numérica a las distintas magnitudes de que hemos venido hablando”. Y a continuación pone la famosa tablita que se reproduce a continuación, que para mí sigue siendo un poderoso instrumento para explicar los principios de la utilidad marginal decreciente y de la igualación de las utilidades marginales en los diferentes usos de un bien. Las conocidas leyes de Gossen.




En el capítulo IV, Teoría del Intercambio, “para dar mayor claridad, daremos una expresión numérica” e introduce el ejemplo del intercambio de caballos por vacas con el cual, usando una serie de siete tablas, deduce la relación de intercambio, es decir, el precio relativo,  a partir de la teoría de la utilidad marginal. No encuentro pues razonable que si Menger hace un uso soberbio de la aritmética para exponer su teoría le reproche a Walras hacer un uso soberbio de los sistemas de ecuaciones simultáneas para exponer la suya.

El segundo problema lo expuse recientemente en un artículo que escribí con ocasión del deceso de Kenneth Arrow y que publiqué en mi blog. Retomo el tema en la forma en que allí lo traté. 

Desde Cantillon y Adam Smith la teoría económica ha tratado de establecer las condiciones bajo las cuales una economía  conformada por agentes especializados, quienes, guiados por señales de precios y motivados por su propio interés,  deciden de forma descentralizada y autónoma sobre el empleo de los recursos escasos de que disponen, es viable en el sentido de que, por la vía exclusiva del intercambio y sin la intervención de ninguna autoridad central,  puede obtenerse una configuración en la que los planes de producción y consumo de todos los agentes son compatibles entre sí y que dicha configuración es mejor que otras configuraciones alternativas posibles.

Arrow y Hahn no vacilan en señalar que  “…la noción de que un sistema social movido por acciones independientes  en búsqueda de valores diferentes es compatible con un estado final de equilibrio coherente, donde los resultados pueden ser muy diferentes de los buscados por los agentes; es sin duda la contribución intelectual más importante que ha aportado el pensamiento económico al entendimiento general de los procesos sociales[3]

Esta es la cuestión a la que Adam Smith se refiere con su metáfora de la mano invisible. Pero en ciencia es necesario algo más que una metáfora o una argumentación impresionista. Es necesario probar a partir de un planteamiento riguroso del problema en cuestión. Walras fue el primero en hacerlo.

La coherencia de los planes de producción y consumo la entendió como una situación en la cual para un conjunto de precios las ofertas y demandas se igualaban en todos los mercados. Entendió que se trataba de un problema de equilibrio general, no de equilibrio parcial. También entendió que no bastaba con imaginar que ese conjunto de precios podía existir sino que era necesario probar su existencia. Para esto representó el sistema económico como un sistema de ecuaciones simultáneas y creyó que la igualdad entre el número de ecuaciones y el número de incógnitas garantizaba la existencia y la unicidad del conjunto de precios de equilibrio. Imaginó que el mercado mediante un procedimiento de tanteo guiado por una especie de subastador era capaz de alcanzar los precios de equilibrio. Aunque no les dio solución satisfactoria, Walras formuló claramente los tres problemas a los que tenía que dar respuesta la teoría del equilibrio general: existencia, unicidad y estabilidad del conjunto de precios de equilibrio. Estableció así la agenda de la investigación de la teoría económica hasta el presente y dejó también en claro que la respuesta rigurosa a estos problemas sólo podía darse en términos matemáticos porque esa es su naturaleza.

Vuelvo sobre el argumento utilitarista. La economía se ha convertido en una profesión que se ejerce más allá del ámbito puramente académico. La gran mayoría de los economistas venden sus servicios a gobiernos, empresas, gremios y otras instituciones. Los economistas aprenden del funcionamiento de los mercados – pecuniarios y no pecuniarios – y se especializan en algunos de ellos, llegando a conocer con gran profundidad el vasto conjunto de elementos y circunstancias que subyacen tras la funciones de oferta y demanda o, mejor aún, que agrupamos bajo esos nombres. La formalización matemática, la modelación,  el uso de la econometría y el manejo de grandes de bases de datos son atributos sin los cuales es imposible un ejercicio exitoso de la profesión.

Creo que la gran contribución de la economía austríaca es la reivindicación del carácter militante de la economía política. Militancia en defensa de la libertad de mercado y en oposición el aumento del poder del estado. Descreo de la apreciación puramente instrumental de los mercados que se imagina que estos al lado de otros instrumentos, como las diversas formas de acción del estado, estarían puestos al servicio de algún objetivo superior como el bienestar social. Creo que la existencia los mercados, que suponen la existencia de la propiedad privada o como prefiere llamarla Hayek en sus últimas obras, la propiedad plural, es esencial para  mantener la libertad individual.

Sin embargo, hay bienes públicos cuya existencia no resulta de la inexistencia de derechos de propiedad bien definidos. La sociedad moderna ha aceptado de forma que creo irreversible la existencia de una amplia gama de bienes meritorios. La competencia, especialmente en una economía dinámica, deja muchos derrotados, desigualdad y pobreza relativa. La tecnología plantea grandes problemas de transición que se expresan en la desaparición de industrias decadentes y en la destrucción de empleos.

Hay una infinidad de problemas que demandan de los economistas liberales la formulación de soluciones no estatistas, no coercitivas. Frente al estado creciente, los economistas liberales no pueden limitarse a gritar en favor de un estado chico. El estado crece porque la gente lo demanda pues cree que esa es la forma de encontrar solución a sus problemas. Los economistas liberales están en la obligación de encontrar y proponer formas alternativas de resolver esos problemas sin recurrir a la intervención del estado o por lo menos no a sus modalidades de intervención más burdas y más anti-mercado.

El desarrollo de la teoría y la práctica de la regulación económica en los últimos años es un buen ejemplo de lo que estoy tratando de decir. Con esta teoría se rompió el paradigma de que la propiedad estatal de las empresas era la única forma de resolver los problemas de asignación ineficiente que planteaba el monopolio natural en algunas actividades. En Colombia esto permitió la desaparición de un inmenso bloque de propiedad estatal.  Otro ejemplo lo constituye la reforma de la seguridad social de los años noventa que permitió la incursión exitosa del sector privado en la oferta de servicios de salud y aseguramiento para la vejez. Lamentablemente esos logros están en riesgo pues, ante la incapacidad de la sociedad de profundizar las reformas en el sentido del mercado, está resurgiendo el más burdo estatismo que las amenaza.

Para proponer soluciones liberales de ingeniería social parcial es necesario manejar los datos e integrarlos en modelos formales que permitan hacer estimaciones y evaluaciones de costos y beneficios. Los economistas de orientación liberal, sean o no austríacos, no pueden sustraerse a esto dejando el campo a los estatistas.

Bibliografía

Arrow, K.J. y Hahn, F.H. (1971,1977). Análisis General Competitivo. Fondo de Cultura Económica, México, 1977.
Menger, Carl. (1871, 1996). Principios de Economía Política. Biblioteca de economía, Editorial Folio, Barcelona, 1996.
Samuelson, P.A. (1953, 1966) Fundamentos del Análisis Económico. Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 1966.

LGVA
Agosto de 2017.         
 




[1] Texto presentado en el Seminario de Economía Austríaca del Instituto Mises de Colombia, realizado en Bogotá el 2 de agosto de 2017.

[2] Samuelson, P.A. Fundamentos del Análisis Económico. Editorial El Ateneo, Buenos Aires, 1966. Página 6.

[3] Arrow, K.J. y Hahn, F.H. (1971,1977). Análisis General Competitivo. Fondo de Cultura Económica, México, 1977.  Página 14.