Miguel
Luis Guillermo
Vélez Álvarez
Economista
Siempre he
tenido una especie de fascinación proustiana por nombres de lugares y personas
muchos de los cuales, en razón de su sonoridad o de otras circunstancias tan
diversas como arbitrarias, se presentan en mi mente con potentes cargas
semánticas que trascienden su significado corriente. Miguel es uno de ellos.
En la escuela
Carlos Franco de Belén Vicuña tuve un compañero que estaba siempre alegre y sonriente,
excelente estudiante y, sobre todo, sorprendente jugador de futbol que con sus
pies descalzos pateaba con fuerza y determinación un trajinado baloncillo en
una cancha polvorienta y llena de guijarros que herían despiadadamente los pies
de cualquiera que no fuese Miguel Sanchez.
Por ello, fortaleza,
determinación y serena alegría eran los atributos que para mí se escondían en
el nombre “Miguel” y que esperaba encontrar en cualquiera que lo portara.
Miguel Uribe Turbay no me decepcionó: los tenía en abundancia, además de la
inteligencia en la mente y la bondad en el corazón. Todo ello le auguraba grandes
éxitos en la política que siguiendo la tradición familiar había elegido como su
actividad vital.
Ha pasado ya más
de una semana del atentado que tiene a Miguel debatiéndose entre la vida y la
muerte. Sabemos que fue ejecutado por un despiadado sicario que obró con
frialdad absoluta valiéndose de una pistola Glock semiautomática de 9
milímetros. No se trató pues de un muchacho atolondrado que disparó un trabuco
casero alentado por el discurso de odio de Petro. Fue un intento de asesinato
en regla rigurosamente planeado y ejecutado con toda precisión apuntando a la
cabeza desde cortísima distancia. Hay toda una estructura criminal tras ese
atentado y la única pregunta que debe ocuparse de resolver la Fiscalía y el
Gobierno Nacional es saber quién está al mando de esa estructura, quién dio la
orden de asesinar a Miguel, ¿quién fue?
Cualquiera sea
el resultado de las investigaciones tendientes a establecer la responsabilidad
penal, es clara la responsabilidad política que le cabe Petro por su permanente
incitación a la violencia contra la oposición en general y contra Miguel en
particular. A Miguel le enrostró los supuestos crímenes cometidos por su abuelo
Julio Cesar Turbay Ayala.
El odio de Petro
contra Turbay Ayala es claramente comprensible como quiera que éste le
infringió al M -19 contundentes derrotas al punto de que al final de su mandato
tenía bajo rejas a toda su cúpula directiva. Desgraciadamente, a Turbay Ayala
lo sucedió Belisario Betancur que los sacó de la cárcel recibiendo como pago
por su buenismo la sangrienta toma del Palacio de Justicia de cuyas
consecuencias aún no se repone el País.
El
Centro Democrático debe sobreponerse al dolor y reafirmar su compromiso con la
defensa de la democracia, la libertad y sus valores fundacionales. No es
momento de retroceder, sino de reorganizarse, escuchar a la ciudadanía y
reanudar con determinación su lucha contra el régimen de Petro. La responsabilidad
histórica del partido exige unidad, claridad de propósito y, sobre todo, la valentía
que mostrara siempre Miguel.
LGVA
Junio
de 2025.
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