Apoyar sin vacilación al Presidente
Duque
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista
“Yo no voté por Duque
para que viniera a hacer milagros, yo vote por Duque para evitar que llegara
Petro a hacer desastres”
(Doña Olga, Ciudadana de Anserma)
El Presidente Duque está enfrentando una de las
coyunturas políticas más complejas en la historia del País y lo peor que puede
suceder es que sus amigos le quiten su apoyo, por falta de comprensión de lo
que está en juego y de los obstáculos políticos y jurídicos que limitan su
accionar.
En las pasadas elecciones presidenciales no estuvo en
disputa, simplemente, el ejercicio temporal del poder ejecutivo entre fuerzas
políticas que, en lo fundamental, comparten la misma visión del sistema de
propiedad privada y libertad individual y de los arreglos institucionales que
lo hacen viable. Por primera vez en la historia del País, tuvo la posibilidad
de llegar a la presidencia de la república un personaje como Gustavo Petro,
enemigo de la propiedad privada y la libertad económica, como lo prueban sus credenciales
de asesor de Chávez y Maduro en la construcción del socialismo del siglo XXI y la destrucción
de la economía y la sociedad de Venezuela. Esto es un hecho.
El segundo hecho es el elevado riesgo en que el
acuerdo de la Habana y, sobre todo, su incorporación en la Constitución, ha
puesto a las instituciones democráticas por los estrechos límites que dicho
acuerdo y la legislación derivada imponen al poder ejecutivo. El gobierno no
dispone de una mayoría en el congreso para “hacer trizas” los acuerdos y está
obligado a cumplirlos, si quiere permanecer en el marco de la constitución y
las leyes.
El tercer hecho lo constituye la increíble inconsciencia
de los principales dirigentes de los partidos tradicionales y sus derivaciones electoreras,
quienes, en su afán descontrolado por hacerse a una parte del presupuesto y de
la burocracia, son incapaces de entender la gravedad del momento político,
caracterizado por la fuerza que entre las masas tiene la siempre presente tentación
socialista, abierta o embozada, respaldada por multitud de idiotas útiles enquistados
en los medios, en los gremios, en los partidos y en el sistema judicial.
Esos tres hechos son los que configuran el entorno en
el cual el ejecutivo, en cabeza del Presidente Duque, debe desplegar su
actividad. Tengo muchas diferencias con el gobierno. En particular, creo que se
ha equivocado en posponer el ajuste radical de la situación fiscal, renunciando,
a los soportes de la corrupción y el clientelismo, como son el burocratismo y
al asistencialismo, montados sobre unos ingresos petroleros que resultan ridículos
frente a los de Venezuela, cuyo improvidente empleo, por decir lo menos, llevó a
ese país a la catástrofe de todos conocida. Hago votos porque los mercados no
le cobren al Gobierno, como hicieron con Macri en Argentina, el gradualismo
pusilánime con que está enfrentando la situación fiscal.
No obstante, continúo creyendo que el Presidente Duque
representa el principio liberal según el cual el papel del gobierno es proveer
un marco legal y económico estable para que las familias y las empresas busquen
la realización de sus sueños y de sus ambiciones. Esto es completamente opuesto
a la visión que encarnan Petro, Robledo, las Farc y todos los “progresistas” de
izquierda que entienden que el papel del gobierno es definir los sueños y
ambiciones de todo mundo y hacer que todos aceptemos, querámoslo o no, ser
llevados por su camino al “paraíso” que inexorablemente se transforma en el camino
a la servidumbre.
Duque, carente de una mayoría clara en el Congreso y
renunciando a conformarla a punta de prebendas y canonjías, procedió con
prudencia frente a la ley de la JEP, limitando sus objeciones a seis artículos,
que en forma alguna socavaban los cimientos de ese esperpento jurídico, cuyo
presupuesto de funcionamiento entregó con largueza, de la misma forma que ha
dispuestos los recursos requeridos para hacer operativos los demás componentes
del acuerdo de La Habana.
Pero no, resentidos por la falta de las prebendas burocráticas
y presupuestales a las que estaban habituados, los principales figurones de la
política nacional, Gaviria Trujillo y Vargas Lleras, de quienes el País debía esperar un comportamiento más digno por las distinciones y honores que han recibido,
escogieron el camino de la ruindad, aliándose con los que a la larga son sus
enemigos, para humillar al Presidente.
Detrás del rechazo a las objeciones presidenciales no
hay ninguna posición de principio: solo politiquería barata y miserable. Otro
habría sido el cantar si Simoncito hubiera ostentado la representación de
Colombia en un organismo multilateral y uno de los hermanos Vargas Lleras una
cómoda embajada en una capital europea.
El problema es que, en las circunstancias actuales,
esa politiquería barata puede tener unas consecuencias graves. A Gaviria Trujillo,
Vargas Lleras y a toda su cauda de politiqueros baratos, les haría bien
recordar que el sepulturero de la democracia venezolana fue Rafael Caldera, quien,
a la cabeza de los politiqueros de allá, hizo todo para desprestigiar a Carlos
Andrés Pérez, creyendo que lo que estaba en juego era un mero cambio de
gobierno y no todo el régimen político y económico.
Es el Presidente Duque quien ha estado a la altura de
las difíciles circunstancias políticas y jurídicas que se extenderán durante
todo el tiempo de “implementación” de los nefastos acuerdos, que, gústenos o
no, están en la Constitución. Ha
ejercido el poder de forma prudente, pero con firmeza y determinación que le
han permitido superar la más violenta agitación social que ningún presidente
reciente había enfrentado al inicio de su mandato. Presentando las objeciones a
la ley de la JEP, ha cumplido con sus electores. Su derrota en el Congreso
envilece a los “vencedores” y aumenta su estatura política y moral.
No deberían llamarse a engaños quienes toman por
debilidad la moderación y templanza del Presidente Duque. En la compleja
situación de Santrich ha jugado con prudencia y habilidad y aún le quedan, que
nadie lo dude, otras cartas por jugar. De momento, la Corte Suprema y la JEP,
deben hacer la próxima jugada y, de cara al País, a despecho de la evidencia
aplastante, atreverse a exculpar totalmente a un facineroso, que, por su codicia
incontrolada, es quien ha puesto en jaque a la JEP. Esto lo sabe hasta
Timochenko, cuya ausencia en las celebraciones de la liberación de Santrich es
más diciente que cualquier palabra.
El Centro Democrático, el Partido Conservador y todas
las fuerzas políticas que apoyan al Presidente Duque, deberían entender la
gravedad la situación política y jurídica en que se encuentra el País por los
acuerdos de La Habana. Entender que, cualquiera sea el desenlace del caso
Santrich, el juego apenas empieza y que se extenderá a lo largo de todo el
mandato de Duque y durante 4 años más.
La tarea es lograr que en las próximas presidenciales
llegue al poder un candidato amante de la libertad y respetuoso de la propiedad
privada y la iniciativa individual; y acompañado de una sólida mayoría en el
Congreso. De momento hay que concentrarse en las elecciones locales y buscar
controlar el mayor número de alcaldías, gobernaciones, concejos y asambleas. En
particular, en el caso de Bogotá, es necesario buscar un candidato viable que
enfrente con opción de éxito a la candidata de la izquierda, cuyo triunfo,
además de ser nefasto para la atribulada capital, tendría consecuencias en
extremo negativas en la política nacional. Esta es la forma efectiva de apoyar
sin vacilaciones al Presidente Duque.
LGVA
Junio de 2018.
Un verdad. 5% le esta ganando al 95% de colombianos q están con Duque.
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