La minga extorsiva y la perpetuación
de atraso indígena[1]
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista
En los albores de la Independencia, con excepción de
un pequeño número de criollos y españoles, todos los habitantes de lo que
después sería la República de Colombia – blancos, negros, indios, mestizos,
mulatos, zambos y cuarterones- eran pobres, ignorantes y andrajosos. Hoy, 200
años después, la mayoría de sus descendientes son menos pobres, menos
ignorantes y visten con algún decoro. Atrapados en formas atrasadas de propiedad
y producción, los indígenas parecen ser la excepción.
La productividad de los indígenas colombianos es más
baja que la del resto de habitantes. Aquellos
departamentos donde representan más elevada participación en la población total,
tienen más bajos niveles de PIB per cápita y los mayores porcentajes de
población con necesidades básicas insatisfechas. Los municipios donde predomina
la población indígena muestran porcentajes elevados de población con NBI,
mayores que el promedio nacional y que los de los municipios donde la presencia
de población de grupos étnicos es inexistente o reducida.
La población indígena está dedicada a formas de
producción atrasadas – agricultura subsistencia, caza, pesca, artesanía
rudimentaria, etc. – con bajos niveles de capital por unidad de trabajo. Algunos
antropólogos explican la persistencia del atraso productivo invocando la
existencia de una cierta disposición cultural. Otros, especialmente
historiadores y sociólogos de obediencia marxista, ven en ello la continuación
de un legado centenario de explotación y espolio. Es posible que sea así:
tradición e historia, fatalidad. Es posible también que los indígenas
colombianos mantengan formas de producción de bajos niveles de productividad
porque no se les ha dado la oportunidad de abandonarlas.
La búsqueda individual de una mayor productividad o la
voluntad de economizar, depende de dos factores: el deseo de poseer bienes
materiales y la actitud ante el esfuerzo requerido para adquirirlos. Existen, en
todas las épocas y culturas, individuos con inclinaciones ascéticas, que
encuentran meritorio consumir menos que los demás. Existen también individuos
que, deseando poseer más variedad de bienes y en mayor cantidad, no se siente
inclinados a acometer el esfuerzo requerido para obtenerlos. Pero estas dos
clases de individuos –los ascetas y los haraganes – no suelen ser los más numerosos y
parece que se distribuyen en proporciones similares en todos los pueblos y
razas. La mayoría de los individuos usualmente prefieren más bienes materiales
que menos y, si no tienen alternativa, están dispuestos a realizar el esfuerzo
productivo requerido para procurárselos. No hay ninguna razón para suponer que indígenas
colombianos sean en eso diferentes de los demás miembros de la especie humana.
Dado el deseo de poseer bienes y la disposición de
asumir el costo de obtenerlos, es preciso, para que se active la voluntad de
ser más productivo se debe tener alguna certeza de obtener para sí el fruto del
esfuerzo. Es aquí donde interviene el entorno institucional en el cual los
individuos despliegan su actividad. Que las instituciones promuevan y limiten
el esfuerzo económico depende de la protección que ofrecen al disfrute de los
resultados, de las oportunidades de especialización que propician y de la
libertad de acción que permiten. Si los indígenas colombianos son totalmente
iguales a los demás miembros de la especie humana, su baja productividad estaría
determinada por las instituciones que enmarcan su actividad económica.
La mayoría de los indígenas colombianos vive en resguardos,
es decir, en territorios de “propiedad colectiva y no enajenable” según proclama el
artículo 329 de la Constitución. En otras palabras, los indígenas no tienen
derecho a la propiedad individual de la tierra y, por supuesto, tampoco pueden
venderla, arrendarla, hipotecarla o darla de cualquier forma en garantía. Tampoco
parece ofrecer el resguardo grandes posibilidades de especialización ni muchas
oportunidades de elección. En los
resguardos predomina un sistema de agricultura de subsistencia que
marginalmente produce excedentes para el mercado. Los métodos producción son
muy intensivos en tierra pues requieren largos períodos de rotación. Desde el punto de vista económico es difícil entender la supervivencia del
resguardo.
El resguardo es una institución indebidamente
sacralizada. Sus apologistas parecen olvidar que fue una creación de la corona
española para optimizar la explotación del trabajo indígena. Los indígenas
precolombinos no vivían en resguardos ni en asociaciones comunistas
igualitarias dedicadas a la adoración de la Madre Tierra. Las suyas eran
sociedades jerarquizadas, enfrascadas en frecuentes guerras en las que los
vencidos solían pagar su derrota con la servidumbre o el tributo. Conocían el
comercio y la moneda, eran astutos traficantes que se encontraban en ferias y
mercados, como lo ha documentado ampliamente el antropólogo Luis Duque Gómez, en exhaustivo
inventario de los Cronistas de Indias. Las sociedades más avanzadas, como los
Muiscas o Chibchas, conocían la propiedad individual de la tierra que se
transmitía por herencia a las mujeres y los hijos de los difuntos, como señala
el historiador Vicente Restrepo, apoyado en las crónicas de Fray Pedro Simón.
El resguardo fue una institución creada por la corona
española hacia 1561 para tratar de evitar que los conquistadores y
encomenderos, deseosos de recuperar rápidamente sus inversiones, exterminaran
la población indígena imponiéndole duros trabajos en sus explotaciones
mineras y agrícolas. Para la corona española, con visión de largo plazo, se
trataba de preservar sus tributarios y garantizar su reproducción. El resguardo
no se definía a partir de las comunidades indígenas. Para su conformación se
agrupaban gentes procedentes de diversas etnias sin que importara separar
familias para hacer las agrupaciones de población deseadas. Se habla de
propiedad colectiva, pero en realidad la tierra era propiedad de la corona. A
cada indígena tributario se le asignaba en usufructo, no en propiedad, un
pedazo de tierra para que la cultivara y obtuviera el sustento de su familia y
lo requerido para el pago del tributo. Si dejaba de cultivarla o la cultivaba
mal, se le asignaba a otro indígena. No era infrecuente que los indígenas
huyeran de los resguardos: la corona los repoblaba trasladando pueblos
enteros.
En el siglo XVIII, con el avance de la colonización y
la profundización del mestizaje, el resguardo se convirtió en una institución
obsoleta de baja productividad que limitaba la movilidad de la fuerza de
trabajo. Entre 1755 y 1778 se disolvieron la mayor parte los resguardos de Cundinamarca
y Boyacá. Con el inicio de la época republicana, el proceso de disolución
de los resguardos se aceleró. El decreto del 20 de mayo de 1820, firmado por
Bolívar, dispuso:
"Los resguardos de tierras asignadas a los
indígenas por las leyes españolas, y que hasta ahora han poseído en común, o en
porciones destinadas a sus familias solo para su cultivo, se les repartirán en
pleno dominio y propiedad luego que lo permitan las circunstancias"
La ley del 11 de octubre de 1821, emanada del Congreso
de Cúcuta, declaró a los indios libres de tributo y decretó el reparto
individual de la tierra de los resguardos. Dispuso también que personas
pertenecientes a otros grupos étnicos pudiesen establecerse en los resguardos
arrendando sus tierras. El decreto del 15 de octubre de 1828, promulgado por
Bolívar, ratifica el reparto de los resguardos a las familias indígenas y la
posibilidad de arrendar a los no indígenas las tierras sobrantes. La ley 6 de
marzo de 1832 dispone que los indígenas no pueden vender sus parcelas antes de
10 años, plazo que se eleva a 20 en 1834, mediante la ley del 2 de junio. La
constitución de 1863 autorizó a los indios para vender sus propiedades.
En algunas regiones, especialmente en Cauca y Nariño,
los indígenas se opusieron a la disolución de los resguardos, muchos de los
cuales lograron sobrevivir hasta nuestros días. En Cundinamarca y
Boyacá la disolución fue total. Los descendientes de los indígenas habitantes
de estos últimos departamentos viven en Bogotá, Tunja y demás pueblos de la
región. Su nivel de vida es ostensiblemente mayor que el de los descendientes
de los indígenas del Cauca y Nariño que conservaron sus resguardos. No se ha
sabido que ninguno de los primeros haya expresado el deseo de volver al
resguardo o que lamente haber perdido las tradiciones y valores de la cultura
chibcha.
El resguardo es una institución improductiva,
segregacionista y reaccionaria. Sus apologistas, que se precian de ser
progresistas de avanzada, parecen olvidar que el resguardo fue restablecido
por la Ley 89 de 1890, expedida por el régimen de la regeneración. En la época
colonial sólo se beneficiaban de su existencia la corona española y los caciques
o jefes indígenas encargados de controlar el trabajo de los indios y de
recaudar los tributos. Esos caciques estaban rodeados de prerrogativas pues
podían usar la tierra para su propio beneficio, se les dispensaba el título de
Don, podían consumir productos destinados a los blancos y vestir a la
castellana. No han cambiado mucho las cosas. Los caciques de hoy, convertidos
en políticos, gozan de más prerrogativas que sus antecesores. En cuanto a los
indígenas resguardados su suerte no parece ser distinta a la de los tributarios
coloniales. Sí, hay algo nuevo, es decir, nuevos beneficiarios de los
resguardos: las ONG indigenistas que manejan los recursos del estado destinados
a los indios.
Los resguardos, hay que decirlo con toda claridad, han
creado una población dependiente y segregada. Ya no se le llama salvajes, pero
tras la retórica de la identidad cultural, las tradiciones milenarias, la mama
tierra y todo lo demás se esconde en realidad el desconocimiento de los derechos individuales
a la población indígena y se le niega la posibilidad de elección y la
posibilidad de ser ciudadanos plenos con los riegos y responsabilidades que tal
situación comporta. Se les trata como a menores de edad que deben
ser protegidos. Por condenarlos a un sistema de producción atrasado
que les impide valerse por sí mismos, ha sido necesario montar todo un sistema
de protección que examinado sin prejuicios resulta denigrante: sus tierras
están libres de tributos, no pagan impuesto predial; tampoco, mientras están
resguardados, son sujetos del impuesto de renta; no tiene obligación de prestar
servicio militar; se les garantizan cupos en colegios y universidades; se les
segrega políticamente, se les da participación especial en los
recursos del SGP; etc.
En el llamado capítulo étnico del Plan Nacional de
Desarrollo, supuestamente se destinan a los indígenas 10 billones de pesos.
Podrían ser 20 o, si se quiere, 100 billones. Ninguna suma por importante que
sea sacará a los indígenas de la pobreza y el atraso. El esquema colombiano de
subsidios, en general, y el de los indígenas, en particular, montado sobre una
renta petrolera insignificante al lado de la venezolana, está diseñado para
hacer llevadera la pobreza, no para que los pobres salgan de ella. El año
entrante y el que sigue y dentro de diez, los indígenas, atrapados en formas de
producción y propiedad ineficientes y acostumbrados al asistencialismo, estarán
de nuevo haciendo mingas y bloqueos, que le cuestan más a la economía que lo
que reciben ellos sin producirlo.
LGVA
Marzo de 2019.
[1] Este artículo recoge
parcialmente lo expuesto en una entrada anterior de este mismo blog. https://luisguillermovelezalvarez.blogspot.com/2012/08/plegaria-por-un-trato-digno-la.html
Los índigenas como grupo estuvieron radicalmente en contra de la independencia porque sabían que iba a resultar en lo que ocurrió en Cundinamarca y Boyaca, la apropiación de sus tierras y peonización de por vida. Lo que ahora es Cauca y Nariño siempre fue un fortín realista porque sabían que las víboras voraces de Bogotá no les iban a respetar sus tierras colectivas ni el derecho al autogobierno.
ResponderEliminarEl resguardo es una buena institución al evitar que esas gentes sean expulsadas de sus tierras por "polemicos empresarios" para cultivar palma africana o poner ganado ; Si a un indigena no le gusta vivir alla le es muy facil trasladarse a una ciudad normal como Pasto o Cali, los que viven alli lo hacen voluntariamente.
Puede ser. Pero si los indígenas quiere vivir bajo una institución atrasada e improductiva, que se conformen con el nivel de consumo que eso les permite y que no pretendan ser mantenidos por el resto de la sociedad.
Eliminar"que se conformen con el nivel de consumo que eso les permite y que no pretendan ser mantenidos por el resto de la sociedad" Nadie los va a mantener, lo quequedo en el acuerdo final fue unos compromisos de inversiones en puentes, aacueductos veredales y similares. No les dieron welfare, ni neveras, no entiendo esa critica. El gobierno esta para hacer ese tipo de cosas pero en COL el gobierno solo responde a las patadas.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarCreo que el Sr. Luis Guillermo tiene la razón. Si en mis manos estuviera solucionar el problema de las comunidades indígenas del Cauca y Nariño, decretaría la disolución de los resguardos, tal como lo hizo Bolívar el 20 de mayo de 1820. No puede ser que reclamen privilegios identitarios y un trato especial y subsidios como si fuesen ciudadanos menores de edad, con mayores privilegios que el resto de los colombianos, cuando es debido precisamente a estas políticas y a la corrupción de sus jefes y a las formas de propiedad, producción y organización económicas y político sociales que están condenados a ser ciudadanos de tercera categoría.
ResponderEliminarHola Luis Guillermo
ResponderEliminarMuy bueno su artículo. Seguirá vigente mientras subsistan los resguardos y estos sigan siendo manejados por caciques y políticos corruptos. A mi comentario anterior en el blog “Si en mis manos estuviera…”, quiero agregar la siguiente reflexión: Los colombianos citadinos y los líderes indigenistas, por ignorancia los primeros y por intereses políticos los segundos, culturalmente hemos contribuido a mitificar una visión romántica pero falsa del indigenismo, fundamentada en concepciones colectivistas de corte aparentemente humanista y socialista, pero feudales y pre capitalistas realmente en el fondo , que no se corresponden con la realidad de estas comunidades hoy en día. Hemos casi que divinizado sus formas de organización socio económica y socio política como superiores a las capitalistas, cuando no lo son.
Apoyados en la ignorancia emotiva, pensamos de manera errónea que sus estilos de vida, sus economías y formas de producción son más sabias y superiores que las nuestras; más sustentables y sostenibles; más respetuosas del medio ambiente y más ecológicas. De esta forma, al igual que sucedía en la edad media europea con los mendigos, hemos contribuido a sacralizar la miseria, el abandono, la desidia, el atraso económico, social y cultural de estas comunidades, la corrupción de sus líderes, la explotación de estas gentes por sus jefes políticos, la desnutrición y la falta de educación de sus niños, sus sistemas de propiedad y producción deficientes y la deficiente seguridad alimentaria que contribuye a la mortalidad infantil, el bajo desarrollo cognitivo de sus pobladores.
Lo anterior no solo ha llevado a que estas comunidades permanezcan atrasadas sino también a hacer del victimismo, promovido por sus líderes en asocio con políticos de izquierda, un estilo de vida. Pero la verdad es que esa falta de iniciativa para asimilar y asimilarse a la sociedad en su conjunto es promovida por sus dirigentes y las organizaciones indígenas que se benefician de estas narrativas, los subsidios y esta triste realidad. Solo existe una “verdad” enteramente falsa promovida entre “ellos” por sus jefes: “las carencias que tenemos y lo malo que nos ocurre es culpa de los otros (los no indígenas)”. Este falaz diagnóstico identitario e infantil sobre el origen de sus desgracias asociado a la aparente falta de tierra (otra mentira) es el que los tiene atrasados y atrapados en el pasado. Y mientras esto continúe así, ni la pachamama los va poder salvar…tal vez, si se sacudieran de sus lideres…y aceptaran ser ciudadanos en igualdad de condiciones a sus demás compatriotas podrían huir a este régimen de servidumbre vil.