Tres ofensivas contra la democracia
y el estado de derecho
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista
La democracia consiste, fundamentalmente, en la
realización de elecciones periódicas en las que partidos y movimientos
políticos se disputan el derecho a gobernar con base en ideas, propuestas y
programas sometidos a consideración de los votantes. Los derrotados aceptan el
dictamen de las urnas y esperan tener su oportunidad de gobernar – con sus
ideas, propuestas y programas - en las próximas votaciones. En el intervalo,
ejercen el derecho de oponerse a los ganadores mediante los mecanismos que la
democracia tiene para ello: la oposición parlamentaria y el debate público.
Esto es el estado de derecho.
No es acatar la democracia ni ser respetuoso del
estado de derecho pretender imponer las propuestas rechazadas en las urnas
mediante la acción directa en las calles, la subversión armada o las decisiones
judiciales.
Antes de que se declarara la pandemia, la democracia y
el estado de derecho estaban bajo ataque por la acción directa en las calles
promovida por las organizaciones agrupadas en el llamado Comité Nacional de
Paro. El carácter político y sedicioso de ese movimiento se pone en evidencia
en las más de cien peticiones que dicho comité pretendía imponer al Gobierno
Nacional bajo el chantaje de la violencia callejera. La casi totalidad de esas
peticiones no son otra cosa que las propuestas y programas rechazadas en la
elección presidencial de 2018. Aceptarlas es desconocer el resultado de esas
votaciones, derogando al mismo tiempo la democracia y el estado de derecho. Ya
la FECODE, que es la punta de lanza de ese movimiento sedicioso, está
anunciando y planeando su retorno a las calles.
La ofensiva armada contra la democracia y el estado de
derecho no se detuvo nunca después de la firma del Acuerdo de la Habana.
Permanecieron en las armas el ELN y otras organizaciones criminales y los
antiguos militantes de las Farc se reagruparon en las mal llamadas
“disidencias”. Ojalá que el Ministro de Defensa, ocupado en purgar generales
para complacer a la prensa y los políticos de izquierda, haya tenido tiempo de
percatarse de que se viene una gran ofensiva de parte de esas organizaciones,
rearmadas por la dictadura de Venezuela y cuyo pie de fuerza se ha incrementado
mediante el reclutamiento forzoso, denunciado persistentemente por el
Procurador General de la Nación.
Finalmente, está la ofensiva jurídica emprendida por
un grupo de abogados y economistas que pretenden tumbar la totalidad de las
disposiciones tributarias aprobadas por el Congreso durante 30 años de
democracia. No imagino que esta ofensiva esté coordinada de ninguna forma con
las dos anteriores, pero es coincidente en las ideas y en el desafortunado
momento elegido para emprenderla.
El carácter ideológico y político de la demanda deriva
de su fundamento mismo, cual es la idea de que la política tributaria debe
propender por la igualación de las rentas monetarias y no por la reducción de
la pobreza y la reducción de la desigualdad en el consumo, posición esta última
también compatible con el ordenamiento constitucional. Es contrario a la
democracia y al estado de derecho pretender imponer una visión política
particular por la vía de una decisión judicial y no, como debe ser, por una
decisión en las urnas.
Ocupado como está enfrentando la pandemia, de forma
por lo demás exitosa, el Gobierno Nacional no puede descuidar estos frentes de
ataque contra las instituciones, en particular el de la acción callejera y el
de la insurrección armada. Sobre los ministros de defensa, gobierno y justicia,
en particular, recae la responsabilidad de tener preparado el País contra esas
ofensivas.
Sería una afrenta para todos los ciudadanos, que han
soportado una tremenda cuarentena que acabó con el empleo y el patrimonio de
millones, que el Gobierno permitiera las movilizaciones callejeras anunciadas
por la Fecode, que pueden dar lugar a un rebrote del Covid 19, echando por el
suelo los esfuerzos y los sacrificios de la sociedad para contenerlo. Si el
Gobierno permite esas movilizaciones, estaría dando el mensaje de que la
cuarentena, con sus dolorosas secuelas, era innecesaria.
Personalmente me
sentiría profundamente decepcionado de un Gobierno que no vacila en imponer
duras restricciones a los ciudadanos de bien, a nombre de la salud pública; pero
que flaquea frente a los que recurren a la acción callejera directa, el chantaje y la
violencia, poniendo en riesgo la salud pública.
LGVA
Junio de 2020.
Excelente (como casi todos los escritos de Luis Guillermo), y éste último, en particular, oportuno
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