La infame captura del gobernador Aníbal
Gaviria Correa
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista
Me duele la detención de Aníbal Gaviria Correa,
acusado por la Fiscalía de celebración de contratos sin cumplimiento de
requisitos legales y peculado en favor de terceros. Ser acusado de esos delitos
es un riesgo al que está expuesto cualquier funcionario público en Colombia. Un
enemigo político o un contratista frustrado por no haber resultado favorecido,
puede, en cualquier momento, saltar y, por la falta de una firma o de cualquier
papelillo, acusar al funcionario de violar el estatuto de contratación pública,
el cual, con su infinidad de artículos, incisos, parágrafos y acápites,
supuestamente destinados a dar “transparencia” a la contratación, se ha
convertido una gigantesca trampa en la que con frecuencia caen funcionarios
honestos que solo buscan cumplir de forma eficaz y eficiente con sus obligaciones.
A los riesgos inherentes a la maraña de normas que
rigen la contratación pública en Colombia, se añaden los que supone “la
vigilancia y control” de las dos entidades existentes en el País para velar por su “transparencia”:
Contraloría y Procuraduría, a las cuales frecuentemente se añade la Fiscalía, que encuentra en la acusación de un funcionario público, desde un
alcalde de pueblo hasta un funcionario de elevado rango, la forma de ocultar su
incapacidad de combatir las múltiples formas de delincuencia que azotan el
País.
A los grandes delincuentes instalados en la política
no les asusta el riesgo de ser cogidos in fraganti o a posteriori cuando usan
sus influencias en el aparato gubernamental, usualmente algún funcionario a
quien hicieron nombrar en el cargo, para favorecer al contratista del que
reciben la coima. Ello se debe a que estos delincuentes roban en grande y por
no tener prestigio alguno que perder, están dispuestos a asumir la deshonra de
un proceso fiscal, administrativo o judicial y a pagar, incluso, un tiempillo
de reclusión en las celdas doradas que el sistema carcelario colombiano tiene
reservadas para los delincuentes de cuello blanco, los narcotraficantes y todos
los criminales que puedan pagar por ellas a los corruptos funcionarios del
INPEC. Pero lo más usual es que ni siquiera lleguen ahí pues sus recursos les
permiten pagar legiones de abogados mañosos que consiguen librarlos de
cualquier sanción “por vencimiento de términos”. Después disfrutan en tranquilidad
sus fortunas mal habidas y, pasado un tiempo, vuelven a la política como si
nada fuera.
No ocurre así con los funcionarios honestos que,
frecuentemente, por algún otrosí que amplía el presupuesto para atender alguna
obra adicional no contemplada en el contrato inicial pero cuya necesidad es descubierta
en el terreno al momento de ejecutarlo. En cualquier obra pública o privada,
con los mejores estudios de factibilidad técnica, es usual encontrar
contingencias geológicas o ambientales que demandan una adición presupuestal so
pena de dejar inconclusa la obra o de ejecutarla imperfectamente.
Y este es justamente el caso por el que acusan Aníbal
Gaviria. En un contrato de cerca de 42.000 millones de pesos, celebrado en
2005, cuando Gaviria era gobernador por primera vez, se otorgó al contratista
un anticipo del 25% que luego se amplió a 29%.
Por este cambio, que según la Fiscalía “significó casi 1.500 millones de
pesos más para el contratista” es que acusan al Gobernador.
Pero no es la inanidad del hecho que fundamenta la
acusación lo único que llama la atención en este caso, sino la desmesura de la
actuación de la Fiscalía y el momento en el que se produce. Quince años después
de celebrado un contrato, que no ha dado lugar a ninguna investigación fiscal o
administrativa, por la Contraloría o la Procuraduría, salta la Fiscalía con una
orden de captura contra un hombre cuyo ya enorme prestigio se había visto
acrecentado por el exitoso manejo de la pandemia del Covid 19 en su
departamento.
Eso hace inevitablemente pensar el caso de Andrés
Felipe Arias, condenado por la Corte Suprema de Justicia a 17 años de prisión
con una acusación similar que destruyó su promisoria carrera política. Arias,
recordémoslo, fue acusado, procesado y condenado, por el supuesto delito de
celebración de contratos sin cumplimiento de requisitos y por favorecer,
presuntamente, a determinas personas con los subsidios otorgados por el
programa Agro Ingreso Seguro.
El caso de Aníbal Gaviria pone en evidencia, una vez
más, el enorme problema institucional que enfrenta Colombia: la politización de
la justicia y de sus organismos de control fiscal y administrativo. La
Fiscalía, la Contraloría y la Procuraduría no solo se han convertido en
trampolines para impulsar la carrera política a la presidencia de todos quienes
llegan a esas dignidades sino también en instrumento de la lucha política en su
forma más abyecta. Por supuesto, la más peligrosa es la Fiscalía que lo puede
meter a uno a la cárcel mientras investiga si ha delinquido o no.
Aníbal Gaviria seguramente saldrá libre de toda acusación.
Y, aunque logre recuperarse del golpe artero que sus enemigos
agazapados han querido darle a su carrera política, el sufrimiento humano
causado a su familia y sus amigos es irreparable. El sufrimiento de Doña Adela,
su madre, que ha tenido que encajar golpes tan duros como el asesinato de
Guillermo, su hijo, por las Farc y la orden de captura proferida por otro
fiscal contra Don Guillermo, su esposo, sin consideración con su edad avanzada
ni su precario estado de salud. El sufrimiento de Sofía y de Irene, sus
inteligentes y corajudas hermanas, comprometidas como su padre y sus hermanos
en la defensa de las libertades. El sufrimiento de su valiente esposa Claudia y de sus pequeños hijos. En fin, el sufrimiento de mi entrañable amiga,
Luz María Tobón Vallejo, que para todos los efectos y afectos es una miembro
más de esa distinguida y sufrida familia que le ha servido al País desde la
empresa, la política y el periodismo, ejercido con singular nobleza. A todas
ellas y a los otros hermanos ofrezco mi solidaridad y afecto en estos momentos de infinito dolor.
LGVA
Junio de 2020.
Totalmente de acuerdo con Guillermo Vélez...órganos de control son de nombre y persecutores de personas como Aníbal Gaviria..la verdadera corrupcion no es atacada ...vemos actual situación por pandemia en gobernantes ...y todo sigue igual. Familia Gaviria ejemplo de hombres correctos
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar