Hayek no defendió la renta básica universal
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista
I.
Introducción
Unas declaraciones del Ministro de Hacienda, Alberto
Carrasquilla, en las que supuestamente apoya la renta básica universal,
escandalizaron a algunos jóvenes liberales, como mi amigo en redes, Pedro
Rangel Mejía, quien cree por ello que Carrasquilla se volvió marxista. Mi
también amigo, Daniel Gómez, a quien sus grandes ocupaciones del el DNP le
dejan tiempo para estar activo en redes, defiende al Ministro diciendo que se
convirtió en libertario hayekiano, y remite a un texto de un señor Matt
Zwolinski en apoyo de su punto; lo que hace trastabillar a Rangel quien encaja
el golpe y trata de defenderse diciendo que ese es un error de Hayek. Mejía, Gómez y Zwolinski están equivocados:
Hayek no defendió nunca la renta básica universal.
Voy a mostrar la equivocación de mis amigos, con base
en los textos relevantes de Hayek, pero antes me parece importante decir algo
sobre las nociones de solidaridad y responsabilidad personal, que son
fundamentales para entender la posición genuinamente liberal frente a la suerte
de las personas menos favorecidas y el concepto de renta mínima garantizada de
Hayek.
II.
Solidaridad
El liberalismo arrastra el sambenito de que su
afirmación de la libertad y la responsabilidad individual, como pilares
fundamentales de la sociedad, y de la primacía de mercado sobre el estado, en
la asignación de los recursos y la distribución de los bienes y servicios,
supone desentenderse de la suerte de los pobres y los menos afortunados. Nada
más contrario a la verdad.
En el centro del pensamiento liberal, como lo señala Bertrand de Jouvenel, está “la idea de que los
que sufren necesidades apremiantes deben ser atendidos es inherente al concepto
mismo de sociedad”[1].
No debe haber ninguna duda al respecto. La discusión tiene que ver con sobre la
forma en de atender esas necesidades. Tal vez no sea ocioso decir que Bertrand
de Jouvenel, gran filósofo y economista liberal francés, es uno de los 37
fundadores de la Sociedad Mont Pelerin.
Lo que debe ser claro es que esa atención solidaria de
los necesitados no puede confundirse con el ideal, rechazado, ese sí, por
cualquier liberal, de igualación de rentas y patrimonios por la acción del
estado, mediante la implantación del socialismo o por obra del asistencialismo
ilimitado del estatismo parasitario de nuestra época.
Los liberales deben siempre distinguir, en el concepto
y en la acción, entre solidaridad y redistribución y adoptar como suyo, sin
ambages, el primer ideal para oponerlo vigorosamente al segundo. Un pequeño
texto de Bertrand de Jouvenel ilumina esa distinción:
“Cuando, por la acción de los servicios sociales, un
hombre realmente necesitado recibe medios para subsistir, ya sea un salario
mínimo en días de desempleo o atención médica básica que no podría haber
pagado, eso es una manifestación primaria de solidaridad, y no
forma parte de la redistribución. Lo que si constituye redistribución es todo
lo que evita al hombre un gasto que podría hacer y presumiblemente haría de su
propio bolsillo, y que, al liberar una parte de su ingreso, equivale por lo tanto
a una elevación de ese ingreso”[2]
III.
Responsabilidad
Pero la acción solidaria misma, incluso si se
distingue cuidadosamente de la redistributiva, no puede llevar a socavar el
valor supremo de la sociedad liberal: la responsabilidad de cada uno de su
propio destino.
La obligación de velar por el interés personal –
plantea Alexis de Tocqueville[3] – disciplina a las
personas en los hábitos de la regularidad, la moderación, la previsión y la
confianza en sí mismas. Esto no ocurre, en general, por voluntad propia
consciente sino por la fuerza de la costumbre. Cuando las personas
están obligadas a tomar sus propias decisiones y a mantenerse con su propio
trabajo, son más esforzadas, constantes, ahorrativas, sobrias, orgullosas de
sus propios logros y amantes de la libertad.
Habituar a la gente a depender de las ayudas o los
empleos poco demandantes del gobierno tiene un efecto deletéreo sobre esos
hábitos, socava la dignidad personal y diluye el sentido de libertad, todo lo
cual predispone a la aceptación de la sumisión y la servidumbre. No tiene por
ello nada de sorprendente que los ideólogos totalitarios sean al mismo tiempo
los ideólogos del asistencialismo, que busca hacer a las personas dependientes
del gobierno porque esa dependencia moldea también las actitudes políticas.
La crítica de los economistas clásicos – Malthus y
Ricardo[4]- a las Leyes de pobres
inglesas se apoyaba principalmente en consideraciones de esa índole. Es por
ello que Malthus[5] dejó
dicho que las leyes de pobres nunca tendrán recursos suficientes para atender a
los pobres que esas mismas leyes crean.
Pero al mismo tiempo los economistas liberales
clásicos daban por descontado que había que asistir a los desvalidos y a las
personas afectadas por graves calamidades. Nassau William Senior -
contemporáneo y discípulo de Ricardo, y amigo y corresponsal de Alexis de
Tocqueville - dejó este extraordinario texto que parece escrito a propósito de
la pandemia que nos agobia:
“Ningún fondo público para la asistencia a estas calamidades
tiene tendencia alguna a disminuir la laboriosidad o la previsión. Son males
demasiado grandes para permitir a los individuos una previsión suficiente
contra ellos, y demasiado raros, en realidad, para que los individuos se hallen
previstos contra ellos absolutamente. Por otro lado, su permanencia es probable
que canse la paciencia privada. (…). Yo deseo, por consiguiente, ver atendidos
estos males con una amplia asistencia obligatoria”[6]
También los capaces de ser independientes y valerse
por sí mismos, podían, eventualmente, requerir alguna asistencia. Esa
asistencia, pensaba Senior, debía ser limitada en el tiempo y en la cuantía y
no podía convertirse en un derecho incondicional. El asistido no debería recibir
una ayuda que excediera lo que los trabajadores independientes ganan con su
propio trabajo. Esto se conoce como el principio de la menor preferencia.
Muchas veces oí decir a mi maestro Hugo López Castaño,
conocedor como el que más de la cuestión de la pobreza en Colombia, que el
problema de ayudar a los pobres no era tanto el tener con qué ayudarlos, sino
el saber cómo ayudarlos sin tirarse en ellos. Por lo que evidentemente entendía
ayudarlos sin volverlos totalmente dependientes, sin despojarlos de la
capacidad de valerse por sí mismos, que, a fin de cuentas, es lo que nos hace
verdaderamente libres, verdaderamente humanos.
IV.
Hayek y la renta mínima garantizada
La idea de una renta mínima garantizada, que es
totalmente distinta a la idea de una renta básica universal que proponen los
socialistas, se encuentra en diversas partes de la vasta obra de Hayek. En Los
fundamentos de la libertad hay una formulación que citaré
extensamente porque en ella queda clara la distinción entre esos dos conceptos:
“A continuación viene el importante aspecto de la
seguridad, de la protección de contra riesgos comunes a todos nosotros. La
actitud del gobierno puede consistir tanto en reducir tales riesgos como en
ayudar al pueblo para que se defienda de los mismos. De cualquier manera, se
impone la distinción entre dos conceptos de seguridad: la seguridad limitada,
que puede lograrse para todos y que, por tanto, no constituye privilegio, y la
seguridad absoluta. Esta última, dentro de una sociedad libre, no puede existir
para todos. La primera es la seguridad contra las privaciones físicas severas,
la seguridad de un mínimo determinado de sustento para todos. La segunda es la
seguridad de un determinado nivel de vida, fijado mediante comparación de los
niveles de que disfruta una persona con los que disfrutan otras. La distinción,
por tanto, se establece entre la seguridad de un mínimo de renta igual para
todos y la seguridad de la renta particular que se estima que merece una
persona. La seguridad absoluta está íntimamente relacionada con la principal
ambición que inspira al estado-providencia: el deseo de usar los poderes del
gobierno para asegurar una más igual o más justa distribución de la riqueza.
Siempre que los poderes coactivos se utilicen para asegurar que determinados
individuos obtengan determinados bienes, se requiere cierta clase de
discriminación entre los diferentes individuos y su desigual tratamiento, lo
que resulta inconciliable con la sociedad libre. De esta manera, toda clase de
estado-providencia que aspira a la ´justicia social´ se convierte primariamente
en un redistribuidor de renta. Tal estado no tiene más remedio que retroceder
hacia el socialismo, adoptando sus métodos coactivos, esencialmente
arbitrarios”[7].
Se trata de una especie de aseguramiento colectivo con
el objeto de garantizar a todo aquel que caiga en desgracia un ingreso mínimo
que le permita cubrir sus necesidades básicas y librarlo de privaciones
severas. No es una renta mínima para todos ni, mucho menos, un ingreso igual
para todos.
En su obra El espejismo de la justicia
social, el segundo volumen de su gran trilogía Derecho,
legislación y libertad, Hayek retoma la idea haciendo más explícita la
noción de aseguramiento y reiterando que el beneficio está limitado a aquellos
que por cualquier razón no son capaces de ganar en el mercado un ingreso
adecuado.
“No hay motivo para que en una sociedad libre no deba
el estado asegurar a todos la protección contra la miseria bajo la forma de un
renta mínima garantizada, o de un nivel por debajo del cual nadie caiga. Es
interés de todos participar en este aseguramiento contra la extrema desventura,
o puede ser un deber moral de todos asistir, dentro de una comunidad
organizada, a quien no pueda proveer por sí mismo. Si esta renta mínima
uniforme se proporciona al margen del mercado a todos los que, por la razón que
sea, no son capaces de ganar en el mercado una renta adecuada, ello no implica
una restricción a la libertad, o un conflicto con la soberanía del derecho. Los
problemas que aquí interesan surgen cuando la remuneración por los servicios
prestados la determina la autoridad, quedando inoperante el mecanismo
impersonal del mercado que orienta los esfuerzos individuales”[8]
V.
Conclusiones
La idea de solidaridad es inherente al concepto mismo
de sociedad. La sociedad solidaria es aquella que ayuda a que los más desfavorecidos puedan suplir sus necesidades básicas en aquello que no pueden
proveerse por sí mismos.
La solidaridad debe ejercerse de forma que no destruya
en las personas el sentido de responsabilidad personal, que no las despoje de
su capacidad de valerse por sí mismas, de la autoestima, lo que es en
definitiva el fundamento de la libertad.
La renta mínima garantizada propuesta por Hayek reposa
en esas dos nociones – solidaridad y responsabilidad- y es por eso que está
destinada a aquellos que verdaderamente, de forma circunstancial o permanente,
son incapaces de alcanzarla con su propio esfuerzo.
LGVA
Junio de 2020.
[1] De Jouvenel, B. (1951, 2010). La
ética de la redistribución. Katz-editores. Capellades,
España, 2010. Página 44.
[2] De Jouvenel, B. (1951, 2010). La
ética de la redistribución. Katz-editores. Capellades,
España, 2010. Página 47.
[3] Véase: Alexis de Tocqueville
(1981). De la democratie en Amerique . Volumen II. Segunda
parte, capítulo 9
[4]
Ricardo, David. Principios de economía política y
tributación. Fondo de Cultura Económica, México-Bogotá, 1997. Página
80-81.
[5]
Malthus, T.R. Primer ensayo sobre la población. Alianza
Editorial, Madrid, 1982. Página 95.
[6] El texto se encuentra en Letters
and Conversations of Alexis de Tocqueville with N. W. Senior y es
citado por Robbins, Lionel en Teoría de la política económica,
Ediciones Rialp S.A, Madrid, 1966. Páginas 97-98.
[7] Hayek, F.A. (1996). Los
fundamentos de la libertad. 2 Vol. Ediciones Folio, Barcelona,
1996. Vol. 2, página 322.
[8] Hayek, F.A. (1976, 2006) Derecho,
legislación y libertad. Unión Editorial. Madrid,
2006. Páginas 289-290
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