Cien años de La Vorágine
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista
Borges aconsejaba leer solamente libros de por lo
menos cien años de publicados, libros que hubiesen resistido el paso del
tiempo, y no correr el riesgo de desperdiciar el tiempo propio, que se hace
escaso con la edad, en novedades literarias de calidad incierta. Aunque no sigo
estrictamente ese consejo, con los años me he inclinado por la lectura de
grandes obras del pasado, dejadas de lado por diversas razones, y, con desigual
fortuna, por la relectura de otras que ya había visitado.
La primera edición de La Vorágine, de las cinco
que se publicaron en vida de José Eustasio Rivera, se publicó en Bogotá, el 25
de noviembre de 1924, con el sello de la Editorial Cromos. La Universidad de
los Andes celebró el centenario con una espléndida “edición cosmográfica”, bajo
el cuidado de las profesoras Margarita Serje y Erna von der Walde. Además del
texto mismo de la novela, basado en la versión definitiva de 1928, la edición
centenaria incluye diez mapas - cuatro de Rivera y seis de las editoras - y
diez y nueve textos, de diversos tiempos y autores, referidos a la región
Orinoco-Amazónica, el cosmos de La Vorágine*.
Antes de la
irrupción de Cien años de soledad; con El Alférez Real, de
Eustaquio Palacios, y María, de Jorge Isaacs, La Vorágine
conformaba el canon de la novelística colombiana en mis años de bachillerato,
cuando la leí por primera vez. Volví a leerla hace unos 20 años cuando, como
profesor de Historia Económica de Colombia en la Universidad EAFIT, realicé,
durante dos o tres semestres, el experimento de hacer que mis alumnos leyesen
obras literarias con el encargo de identificar en ellas instituciones,
actividades y características económicas de la sociedad el siglo XIX y
principios del XX. Algo de eso hicieron, pero el logro mayor fue hacer que
muchos de ellos leyesen una novela por primera vez.
En esa oportunidad y ahora que la leo nuevamente, La
Vorágine se me reveló especialmente por lo que Rivera, en polémica con un
crítico contemporáneo, consideraba como lo mejor de la obra: su “trascendencia
sociológica”; la cual hoy sería también una trascendencia histórica, pues los
terribles crímenes contra los caucheros y colonos cometidos por La Casa Arana
son cosa del pasado.
Las novelas de los Episodios Nacionales, de Perez Galdós,
y las de la Comedia Humana, de Balzac no pretendieron nunca ser novelas históricas,
como las que abundan modernamente, pero el paso del tiempo las ha convertido en
fuentes ineludibles para los estudiosos de la historia de España y Francia en
el siglo XIX. La Vorágine, como fuente histórica, es particularmente
significativa pues el relato de Rivera, más que en los personajes, está centrado en describir con la mayor fidelidad posible la geografía, los hechos y
circunstancias en los que se inserta el accionar de los atribulados
protagonistas. Las narraciones que Clemente Silva hace a sus compañeros en la
segunda parte parecen extractos de un informe oficial:
“El personal de trabajadores está compuesto, en su
mayor parte, de indígenas y enganchados, quienes, según las leyes de la región,
no pueden cambiar de dueño antes de dos años. Cada individuo tiene una cuenta
en la que le cargan las baratijas que le avanzan, las herramientas, los
alimentos, y se la abona el caucho a un precio irrisorio que el amo señala.
Jamás cauchero alguno sabe cuánto le cuesta lo que recibe ni cuánto le abonan
por lo que entrega, pues la mira del empresario está en guardar el de ser
siempre acreedor. Esta nueva especie de esclavitud vence la vida de los hombres
y es trasmisible a sus herederos” (La Vorágine: edición cosmográfica, página 119).
Las atrocidades denunciadas por Rivera eran bien
conocidas en la época y estaban plasmados en documentos oficiales, como Denuncia
de los crímenes de la Casa Arana por Benjamín Saldaña de 1907 y El paraíso
del diablo: un Congo Británico por Sidney Paternoster de 1909, ambos reproducidos
en la edición cosmográfica. Además, Rivera ha debido tener conocimiento de
relatos de primera mano en sus visitas a la Amazonia en 1922 y 1923 como
miembro de la Comisión limítrofe colombo-venezolana.
La Vorágine es una intensa novela de aventuras y Rivera vio el
potencial cinematográfico de su obra que buscó sin éxito fuera llevada a la pantalla
en su viaje final a Nueva York en 1928. El sueño de Rivera se cumplió en 1949, con
la película mexicana La Vorágine: abismos de amor. Maria Cecilia Botero (1975)
y Florina Lemaitre (1990) encarnan la Alicia de cada una de las dos versiones
de La Vorágine en la televisión colombiana. A lo mejor NETFLIX, u otra de las empresas de
streaming, está preparando una nueva versión. Entre tanto vale la pena leerla
en su edición cosmográfica.
NB.
Me sorprendió leer lo siguiente:
“Pero con los
asilados de Venezuela que la infestan como dañina langosta, no se podía vivir.
(…) Tantos se le presentaban explotando la condición de desterrados políticos,
y eran vulgares delincuentes, prófugos de penitenciarías”. (Página 37).
Los hechos de La Vorágine acontecen a en la última
década del siglo XIX y la primera del XX. Los asilados de los que se habla a lo
mejor huían de la dictadura de Cipriano Castro.
Pensé en los asilados de la dictadura de Maduro al
leer esto:
“La mansedumbre prepara el terreno a la tiranía y la
pasividad de los explotados sirve de incentivo a la explotación” (Página 147).
LGVA
Enero de 2025.
* La Vorágine: una edición
cosmográfica/ José Eustasio Rivera; Margarita Serje y Erika von der Walde.
(Editoras académicas). Bogotá: Universidad de los Andes. Facultad de Ciencias
Sociales, Departamento de Antropología, Ediciones Uniandes, 2023.
No hay comentarios:
Publicar un comentario