Ideas para la
austeridad (I)
Menos
embajadas: un ahorro de 250.000 millones
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista
Probablemente
fue la Serenísima República de Venecia la primera gran potencia en tener un
cuerpo diplomático especializado desplegado en las principales capitales
europeas. En un hermoso libro titulado El siglo XVI a la luz de los
embajadores venecianos, Orestes Ferrara, el prolífico historiador
ítalo-cubano, da cuenta de la labor de estos especialistas de la intriga, el espionaje y la
información.
En largas y
detalladas misivas, llenas de datos y anécdotas palaciegas, estos embajadores
informaban a las autoridades de la Serenísima del acontecer político de las
principales cortes europeas, al tiempo que transmitían a los cortesanos amigos los
mensajes y las dádivas de sus mandantes, a efectos de granjearse su buena
voluntad.
Nicolás
Maquiavelo fue el más notable de esos espías intrigantes. Ofició como embajador,
primero, en Francia; luego en los Estados Pontificios bajo el papado de Julio
II y, antes de caer en desgracia, representó a la Serenísima ante la corte del
emperador Maximiliano I. Afortunadamente para la posteridad, su retiro forzoso
de la política y la diplomacia le permitió dedicarse a la actividad literaria
de la que salieron sus grandes obras: Discurso sobre la primera década de
Tito Livio y El Príncipe.
En los siglos
siguientes, todas las grandes potencias siguieron el camino trazado por los
venecianos y se acreditaron embajadores las unas a las otras, con el mismo
propósito de espiar, proveer información y participar en las intrigas palaciegas. A lo
largo del siglo XIX y especialmente en el XX, todas las naciones del mundo
empezaron a imitar a las grandes potencias, lo que dio nacimiento a la
actividad de la “diplomacia internacional”, codificada en todas sus minucias por
la Convención de Viena sobre relaciones diplomáticas de 1961.
La República
de Colombia, nacida de la Constitución de Cúcuta de 1821, empezó con cuatro
secretarías o ministerios, uno de ellos el de Relaciones Exteriores, para al
que se nombró al caraqueño Pedro Gual. Era muy importante en ese entonces
enviar delgados ante las potencias europeas para obtener el reconocimiento de
la nueva nación y conseguir apoyo para la guerra independentista que aún no
había culminado. Ya en el siglo XX, las embajadas, al tiempo que se hacían menos
importantes, aumentaban en número. Pronto se convirtieron canonjías bien
remuneradas para el pago de favores políticos o, en el mejor de los casos, para
ayudar al sustento de algunos escritores mientras componían sus obras
literarias.
En alguno de
sus innumerables escritos, Germán Arciniegas, que fue embajador en cuatro o
cinco países, se burla socarronamente de los informes sobre asuntos económicos
que semanalmente enviaba a la Cancillería Alejandro López, su compañero de
legación en Londres, a principios de los años treinta del siglo pasado. Cuenta
Arciniegas que todos los viernes, temprano en la mañana, López llegaba a la
oficina con la última edición de The Economist, traducía los principales
artículos y armaba con ellos el informe que en la tarde remitía a sus
superiores en Bogotá. Dejando de lado la
indelicadeza que insinúa Arciniegas, a mí me parece que, para la época, lo que
hacía López era plausible. Hasta hace, digamos, 40 ó 50 años, preparar un
informe basado en la prensa del país donde se ejercía la diplomacia aún tenía
cierta utilidad.
Las
comunicaciones modernas y especialmente el Internet han privado a nuestros
diplomáticos de una actividad que les permitía llenar el tiempo, sentirse
útiles y guardar cierto decoro.
¿Qué hacías? le pregunté a un amigo que hace algunos años se desempeñó como segundo o tercer
secretario de embajada en una importante capital europea. Prácticamente nada, me
respondió, pero me mantenía muy ocupado, déjame te explico. Allá había embajadas de unos cien países,
razón por la cual todas las semanas se celebraba la fiesta nacional de alguno
de ellos. A veces, había hasta dos y tres fiestas nacionales por semana. Era
necesario prepararse y leer acerca del país, para poder decirle algo agradable
a los anfitriones y conversar ilustradamente durante la cena y el coctel.
Aquellos que
son arrojados a capitales con menor actividad diplomática experimentan más
dificultades para darle algún sentido y propósito a su misión; pero al parecer
logran hacerlo. Una pareja de amigos, que visitó un exótico país donde tenemos
sede diplomática, me habló bellezas de la “queridura” de nuestro embajador.
Imagínate que arrimados a la embajada y nos recibió de inmediato. Estuvo con
nosotros prácticamente los tres días y nos llevó a los mejores lugares. Comimos
con él y su señora dos veces en la embajada y nos invitó a almorzar otras
tantas en increíbles restaurantes. ¡Qué queridura, el embajador!
Colombia
tiene relaciones diplomáticas con más de cien países y embajadas en unos
sesenta. La tabla presenta los costos
laborales de una embajada colombiana típica, se acuerdo con el Decreto 304 de
2020.
Para redondear, solo en sueldos directos, una
embajada cuesta 172 millones de pesos mensuales. Asumiendo un factor
prestacional de 70%, los costos laborales llegan a 292 millones. Suponiendo que
los otros costos – arriendo, vehículos, suministros, agasajos, etc. – sean un 30% del total de costos laborales,
tendríamos que una embajada cuesta 380 millones de pesos mensuales o, si se
prefiere, poco más de 4.500 millones al año.
Con la
mayoría de los países donde se tiene embajadas las relaciones económicas – de
comercio e inversión – son ínfimas y la presencia de colombianos es sus
territorios a lo sumo justica un pequeño consulado. Se me han ocurrido algunas
agrupaciones de países que podrían ser servidos con una sola embajada.
Las seis
embajadas de África pueden agruparse en una sola, lo mismo que las seis de
Centro América: van diez menos. Para Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay basta
y sobra con un embajador; lo mismo que para Brasil, Bolivia, Ecuador y Perú:
nos ahorramos otras seis. En México puede quedar la embajada de ese país y la
de todos los países caribeños con los que tenemos relaciones diplomáticas: no
ahorramos otras tres, las de Cuba, Trinidad-Tobago y Jamaica. También basta una
embajada para China, Corea, Japón y Vietnam y nos ahorramos 3 tres más. En Israel puede quedar la embajada de ese
país y además de Líbano, Emiratos y Turquía, con lo que se ahorran tres. Se
ahorran otras seis conformando dos
grupos con India, Filipinas, Indonesia y Malasia, el primero, y con Australia,
Nueva Zelanda, Singapur y Tailandia, el segundo. Para toda Europa basta con 4 embajadas bien distribuidas,
con lo que el ahorro sería de 16. Estados Unidos y Canadá pueden atenderse con
solo embajador.
Si mis
cuentas no me fallan, las agrupaciones propuestas permitirán suprimir 48
embajadas, lo que daría un ahorro superior a los 200.000 millones de pesos al
año. No es difícil llegar a 250.000 millones, si en los múltiples organismos
multilaterales más bien inútiles donde tenemos representación se hace un
recorte semejante.
Se dirá que es un gesto poco amistoso suprimir embajadas y que eso llevaría al retiro de las
sedes diplomáticas de muchos países en Bogotá. Eso no es un defecto la
propuesta sino una virtud adicional puesto que, de aplicarse, ayudaría que otros
países también tuvieran ahorros en la financiación de sus propios diplomáticos de coctel y sus costosos guías turísticos con rango de embajador.
LGVA
Abril de
2021.
Y
ResponderEliminarQue haceos con el nepotismo? Se quedarian sin trabajo varios pobres..Como Barco isacsson
Imagínense a Duque sin poder dar puestos a sus amigos y aliados políticos. Está claro que no hay ningún requisito académico y de experiencia para ser embajador.
ResponderEliminarJajajajaa como si eso solo fuera costumbre del Centro democrático jajajajaja 🤦♀️🤦♀️
Eliminar¿Y si en vez de mirarlas como un gasto se las viera y operara como una inversión?
ResponderEliminarEs difícil verla como una inversión ya que no tiene con que trabajar, los colombianos son pocos, si esos personajes se pusieran las pilas para hacer intercambios o buscar oportunidades para algún tipo de intercambio cultural, pero optó por el escritor del artículo, es mejor ahorrar en gasto público, recuerdo un escandalo en Rusia de un embajador de Colombia allí que entraba continuamente prostitutos hombres para sus cosas, es vergonzoso
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