El manejo de la pandemia por un estado
liberal
(Parte 1)
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista
Los liberales de Colombia, y del mundo entero, se
encuentran aterrados, con razón, por las consecuencias adversas que para la
causa de la libertad tendrá el manejo de la crisis provocada por la pandemia
del Coronavirus. En el siglo XX, la ampliación de la órbita de acción de los
gobiernos fue resultado de las dos guerras mundiales y de la crisis de los años
30. Los gobiernos de todos los países han impuesto restricciones a la movilidad
de las personas y a la actividad económica, al tiempo que se despliega todo el
poder de las tecnologías de la información y las comunicaciones para invadir la
vida privada, so pretexto de preservar la salud.
La cuestión no puede encararse desde la perspectiva de
un laissez-fairismo abstracto y
quimérico que no ha existido y que, probablemente, nunca existirá. La visión
liberal parte de ciertos valores y principios generales que son los que permiten juzgar las acciones y medidas específicas de los gobiernos, tanto en
circunstancias ordinarias como en circunstancias de crisis. La distinción entre
ambos tipos de circunstancias es fundamental para evaluar su alcance, el grado de limitación impuesto
a la libertad, y su transitoriedad,
la posibilidad de reestablecer prontamente las libertades perdidas. También es
importante entender la naturaleza de la crisis que se enfrenta.
Voy a tratar el asunto desde el campo en el que me
siento más cómodo: el del pensamiento económico, más concretamente, el
pensamiento económico liberal. Y desde
esa perspectiva, me parece libre de cualquier duda que ante semejante amenaza a
la salud pública cualquier estado – grande o pequeño, intervencionista o
liberal - está obligado a intervenir con
la estrategia que resulte más aconsejable desde el punto de vista de las
ciencias médicas y las posibilidades de la economía.
Adam Smith (1723-1790) no era precisamente un filósofo
abstracto o un racionalista puro. Su Riqueza
de las Naciones se publicó en 1776, año de la muerte su amigo David Hume
(1711-1776), el filósofo empirista bajo cuya influencia se formó su
pensamiento. Por eso entendía que, una vez establecido el principio de la
libertad natural, su aplicación efectiva podía estar sujeta a limitaciones
impuestas por las circunstancias. Discutiendo si era o no conveniente imponer
restricciones a la actividad de los banqueros, prohibir la emisión billetes de
baja cuantía, señaló lo siguiente:
“Estas reglamentaciones pueden considerarse
indiscutiblemente como contrarias a la libertad natural. Pero el ejercicio de
la libertad por un contado número de personas, que puede amenazar la seguridad
de la sociedad entera, puede y debe restringirse por la ley de cualquier
Gobierno, desde el más libre hasta el más despótico. La obligación de construir
muros para impedir la propagación de los incendios es una violación de la
libertad natural, exactamente de la misma naturaleza que las regulaciones en el
comercio bancario de que acabamos de hacer mención”[1]
Aunque el párrafo habla por sí mismo, no resisto la
tentación de hacer un par glosas.
El sistema bancario al que se está refiriendo Smith es
uno de banca libre en el cual la moneda de papel es redimible a su presentación
por una cantidad dada de oro o plata. En ese caso el valor del papel moneda es
equivalente al de las monedas que representan. Permitir la emisión de billetes
de baja cuantía llevaría – pensaba Smith- a que personas de baja solvencia
quisieran convertirse en banqueros lo que aumentaba el riego de quiebras, que
ocasionan perturbaciones al comercio y calamidades públicas.
Si Smith encontraba aceptable limitar la libertad
natural en este caso, probablemente con mayor razón encontraría aceptable esa
limitación en el evento de un fenómeno natural que amenazara a la “seguridad de
la sociedad entera”. La analogía con la obligación de construir muros
medianeros para impedir la propagación de incendios es extremadamente
elocuente.
Como las grandes pandemias no se presentan todos los
días, es poco probable que Smith se haya referido expresamente a ellas. No
obstante lo cual, para él resultaba obvio que el Gobierno debía tener la “solicitud más acuciosa para impedir que la
lepra o cualquier enfermedad repugnante, aunque no sea mortal o contagiosa, se
difunda por el cuerpo social”[2].
Jeremy Bentham (1748-1832), quien ya andaba cerca de sus treinta cuando Smith publicó su
célebre libro y que pasó su larga vida ideando constituciones aptas para
estados liberales, incluyó un ministerio de salud, dentro de los 13 que
conforman el gabinete ideal descrito en su Código
Constitucional[3].
Ese ministerio tenía mandatos específicos en lo referente a la preservación de
la salud pública.
Pero, además, nos dejó Bentham una reflexión
fascinante que nos viene como anillo al dedo en esta época de Coronavirus y de
restricciones la libertad, que en definitiva lo son a la propiedad:
“Si causas violentas, tales como
una revolución en el Gobierno, un cisma, una revolución, una conquista,
producen el derrocamiento de la propiedad es una gran calamidad; pero solo
sería transitoria, puede ser suavizada, e incluso restaurada con el tiempo. La
laboriosidad es una planta vigorosa que resiste muchas podas, y en la que la
savia fructífera surge inmediatamente con la vuelta de la primavera. Pero si la
propiedad se derrocara con la intención directa de establecer igualdad de
fortunas, el mal sería irreparable: no más seguridad, no más actividad, no más
abundancia; la sociedad volvería al estado salvaje del que había salido”[4].
A las causas violentas enumeradas por Bentham bien
puede añadirse una pandemia sin alterar en nada el sentido de su reflexión.
Ahora bien, corresponde a los defensores de la libertad que la calamidad que
produce el “derrocamiento de la propiedad” sea suave y transitoria de suerte
que la propiedad pueda ser restaurada con el tiempo. Pero quizás es más
importante en esta época, en la que los estatistas de todos los pelambres se
alzan contra la propiedad privada acusándola de todos los males, evitar que
esos estatistas se aprovechen de las circunstancias y terminen por convertir el
derrocamiento parcial de la propiedad en un derrocamiento total para imponer
por la fuerza la “igualdad de las fortunas”.
Nadie en el siglo XX defendió con más lucidez,
entereza y coherencia la causa de la libertad que Friedrich August von Hayek
(1899-1992). En el más conocido de sus libros, El camino a la servidumbre, alertó contra las tendencias
socialistas y estatistas que invadían las sociedades occidentales como
consecuencia del crecimiento del tamaño de los gobiernos durante y después de
la Segunda Guerra Mundial. En su libro menos conocido, pero conceptualmente más
importante, Los fundamentos de la
libertad, Hayek lleva hasta las últimas consecuencias el concepto de
libertad como ausencia de coacción y somete a una crítica minuciosa y
demoledora la intervención del estado en muchas de las áreas de la vida social
donde la mayoría de la gente la encuentra obvia y natural.
En ese libro puede leerse, sin sorpresa alguna, como
Hayek admite limitaciones al derecho de propiedad en aras de un interés común
específico y concreto que no resulta difícil de identificar:
“Aunque la variedad de circunstancias que han de
considerar las autoridades no puede preverse, la manera de actuar, una vez que
surja una determinada situación, es predecible en un alto grado. La destrucción
del rebaño de un ganadero a fin de evitar que se propague una enfermedad
contagiosa, la demolición de casas para contener un incendio, la prohibición de
utilizar un pozo infeccioso, la exigencia de medidas protectoras en el
transporte de energía por cables de alta tensión o la obligatoriedad de acatar
regulaciones de seguridad en materia de construcción; todo ello, sin duda,
exige que las autoridades se hallen investidas de ciertas facultades
discrecionales al aplicar reglas de carácter general”[5].
Espero desarrollar en otros artículos lo referente
a las formas de intervención y los mecanismos de financiación por un gobierno
liberal en presencia de una crisis desatada por una pandemia. Por lo pronto debe quedar en claro que
cualquier gobierno – desde el más liberal hasta el más despótico – debe intervenir
cuando se trata de garantizar la seguridad de la sociedad entera.
LGVA
Abril de 2020.
[1] Smith, Adam (1776). La Riqueza de las Naciones. Fondo de
Cultura Económica, México, 1958. Página
293.
[2] Ídem. Página 692.
[3] Además del primer ministro, los
ministerios son: elecciones, legislación, aire, marina, servicio preventivo
(policía, incendios, etc.), comunicaciones interiores, beneficencia, educación,
tesoro, salud, relaciones exteriores, comercio y hacienda. Véase: Robbins,
Lionel (1961). Teoría de la política
económica. Ediciones Rial, Madrid, 1966. Página 50.
[4] Bentham: Principles of the Civil Code. Citado por Robbins (1961). Página
117.
[5] Hayek, F.A. Los
fundamentos de la libertad. Unión Editorial, Madrid,
2006. Página 512.
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