Pensamiento
económico II – Lección VIII
Thorstein
Veblen y la economía institucional
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista,
Docente Universidad EAFIT
I.
Introducción
La economía clásica y
la economía neo-clásica tienen un enfoque metodológico similar. Ambas parten de
ciertos principios o postulados a partir de los cuales buscan deducir
proposiciones o leyes de alcance general que permitan explicar los problemas
económicos más relevantes como la formación de los precios, la distribución del
producto y el crecimiento económico. Este enfoque, que puede denominarse
lógico-deductivo, implica que las proposiciones de la teoría son válidas de
forma general siempre que se presente la circunstancia esencial que da lugar al
surgimiento del problema económico: la escasez. Esa pretensión de una teoría
general de lo económico es más acentuada en la visión neo-clásica que en la
clásica puesto que esta última parece limitar el alcance de sus proposiciones a
la producción capitalista[1].
Desde su surgimiento, y
aún en la actualidad, el enfoque lógico-deductivo no ha tenido una aceptación
unánime entre los estudiosos de la economía. Ha dado lugar a planteamientos
críticos que cuestionan la validez general de los supuestos de las teorías
clásica o neo-clásica y que abogan por enfoques alternativos. En la obra de
Federico List (1789 – 1846), Sistema
Nacional de Economía Política[2], cara
a los proteccionistas de todas las épocas, se encuentra el origen de uno de
esos enfoques alternativos, el de la Escuela Histórica Alemana, el cual,
siguiendo a List, un buen sistema de economía necesita de una firme base
histórica[3].
También en Inglaterra, muy tempranamente, surgió una oposición historicista a
las “abstracciones ricardianas” con la obra de Richard Jones, An Essay on the Distribution of Wealth and
on the Sources of Taxation, publicada en 1831[4].
La obra de Thorstein Veblen
(1857- 1929), teniendo obviamente sus propias características, se ubica dentro
de esa tradición crítica del enfoque lógico-deductivo, que él llamará
teleológico, de la economía clásica y neo-clásica.
Veblen – hijo de
inmigrantes noruegos y cuyo nombre significa hijo de Thor - tuvo bastante
notoriedad pública, probablemente por sus ataques a los “capitanes de
industria”, los modernos representantes de la “clase ociosa”. En diversas
ciudades de Estados Unidos se crearon círculos veblenianos, se vendieron
camisetas estampadas con su nombre y algunas de sus frases sirvieron de
eslóganes de campaña electoral. Inició su vida académica en la Escuela de
Economía de la Universidad de Chicago, cuya creación y sostenimiento fueron financiados,
irónicamente, con recursos aportados por J.D. Rockefeller, uno de los más
denostados capitales de industria. Allí permaneció por cerca de 12 años y fue
editor del Journal of Political Economy. Estudió en la Johns Hopkins University, donde
fue alumno de J. B. Clark (1847-1938), uno de los primeros y más influyentes
economistas neo-clásicos de Estados Unidos. Basta con decir que la mayor
distinción que aún hoy se otorga entre los economistas de ese país es la
medalla que lleva su nombre[5].
Veblen recibió su doctorado en la Universidad de Yale. Su producción es
extensa y variada. Su obra más significativa y también la más conocida es, sin
duda alguna, The Theory of the Leisure
Class: an economic study of institutions, publicada en 1899. El importante resaltar
el subtítulo. Son también importantes The
Theory of Business Enterprise (1904) y The
Engineers and the Price System (1921). Estos tres libros contienen el
núcleo de su visión de lo económico.
Se presenta
inicialmente una síntesis de su crítica de la economía neo-clásica (II). Más
adelante se exponen algunos aspectos de su visión de lo económico (III).
Posteriormente se hace referencia a sus más destacados discípulos (IV).
Finalmente se destaca la relación de su obra con la de los institucionalistas
modernos (V).
II.
Crítica
de la economía neo-clásica.
Comenzar por la crítica
de Veblen de la economía neo-clásica es un buen punto de partida puesto que de
dichas críticas se infiere la orientación de su propio pensamiento.
Lo fundamental de la
crítica de Veblen a la economía neo-clásica está contenida en un artículo
titulado “Limitaciones de la teoría de la utilidad marginal”, publicado en
1909. Desde el comienzo se anuncia un ataque en línea:
“Las
limitaciones de la economía basada en la utilidad marginal son bastantes claras
y peculiares. Es, de principio a fin, una doctrina del valor y, en cuanto a
forma y método, es una teoría de la imputación de valores. Por consiguiente, la
totalidad del sistema cae dentro del campo de las teorías de la distribución, y
sólo tiene una relación de carácter secundario con cualquier otro fenómeno
diferente de la distribución, entendida en su sentido usual de distribución
pecuniaria o distribución referente a la propiedad”[6]
Esto es naturalmente
cierto pero no es un defecto o limitación de la teoría. Explicar la asignación
de los recursos y la distribución del producto por medio del sistema de
precios, dados un estado de la técnica y las preferencias, es el propósito de
la teoría de la utilidad marginal. Como Veblen mismo lo admite, dados los
supuestos, ésto se hace con gran consistencia lógica en el marco de la teoría.
La crítica de Veblen, por tanto, parece referirse más que a lo que la teoría
hace a lo que deja de hacer. Esto queda claro con el siguiente enunciado:
“...la
teoría de la utilidad marginal es de carácter totalmente estático. No ofrece
explicación de ningún tipo de cambios porque sólo se ocupa del ajuste de los
valores en una situación dada”[7]
En efecto, la teoría
neo-clásica asume un estado de la tecnología y de las preferencias. No tiene
ninguna explicación teórica del cambio técnico ni de la formación o cambio de
las preferencias. El problema es saber si tales teorías del cambio técnico y de
las preferencias son factibles, de una parte, y relevantes, de la otra.
La crítica de la
incapacidad de explicar los fenómenos de cambio se aplica tanto a la escuela
marginalista como a la escuela clásica. Escribe Veblen:
“...la
escuela marginalista es semejante a la escuela clásica del siglo XIX, con la
diferencia de que la primera está circunscrita por unos límites más estrechos y
se apega con mayor coherencia a sus premisas teleológicas. Ambas son
teológicas, y ninguna de ellas puede admitir argumentos causales en la
formulación de sus principios teóricos sin perder consistencia lógica. Ni la
una ni la otra pueden tratar teóricamente los fenómenos de cambio; a lo sumo,
pueden tratar el ajuste racional posterior a un cambio que ya ha ocurrido”[8]
El hecho de que la
economía clásica y neo-clásica no explique lo que él denomina los “fenómenos de
cambio” es una deficiencia fundamental dado que “...los fenómenos de crecimiento y de cambio son los hechos más
apremiantes y de mayores consecuencias en el acaecer económico. Para entender
la economía moderna, el avance tecnológico de los dos últimos siglos (...) es
de primordial importancia, pero la teoría marginalista no se ocupa de ésta
cuestión, y ésta nada tiene que ver con la utilidad marginal. Esta doctrina y
todos sus desarrollos son totalmente inadecuados para dar una explicación
teórica de la evolución tecnológica...”[9]
Dos citas más son
suficientes para completar el cuadro de la las críticas de Veblen a la escuela
marginalista:
“Tampoco
tiene nada que decir sobre la evolución de los usos y procedimientos de las
empresas, ni sobre los cambios
correspondientes en las normas de conducta que gobiernan las relaciones
pecuniarias entre los hombres, normas que condicionan y son condicionadas por
las nuevas relaciones de la actividad comercial o que llevan a modificarlas”[10]
“Es
característico de esta escuela que siempre que un elemento de la estructura
cultural – es decir, una institución o fenómeno institucional – está
involucrado en los hechos de que se ocupa la teoría, da por supuestos, niega o
descarta con alguna argucia esos elementos institucionales”[11]
Las ideas de Veblen
sobre la teoría neo-clásica pueden resumirse en dos puntos:
·
La teoría marginalista es una teoría de
la distribución bajo el supuesto de una tecnología, unas preferencias y unas
instituciones dadas.
·
La teoría marginalista es limitada o
insuficiente porque supone dado justamente lo que hay que explicar: la
evolución tecnológica, el cambio de las preferencias y el cambio institucional.
Así las cosas ,el
proyecto científico de Veblen se define por oposición al de la economía
neo-clásica.
Para entender mejor los
reproches de Veblen y los institucionalistas de todas las épocas a la economía
teórica – clásica o neoclásica – quizás resulte útil el esquema de la figura 1.
El proyecto científico de la economía es la explicación del funcionamiento de
los mercados. Es decir, explicar la formación de los precios relativos que rigen
los intercambios voluntarios de un conjunto de agentes que actúan guiados por
su propio interés y que se diferencian los unos de los otros por sus
preferencias, los recursos que poseen y las cosas que saben hacer. Este es el
proyecto tanto de la economía clásica como de la neoclásica que sólo se
diferencian por la teoría del valor.
Ésto está representado por el círculo interior de la figura. El círculo
exterior representa el entorno institucional que, a juicio de Veblen y los
institucionalistas, la economía ortodoxa deja de lado o es incapaz de explicar.
III.
La
visión de Veblen.
Como buena parte de los
críticos de la teoría económica, Veblen rechaza el postulado de racionalidad,
que él resume de la siguiente forma:
“El
dogma fundamental que profesan es el del cálculo hedonista. De acuerdo con este
dogma (...) la conducta humana se concibe e interpreta como una respuesta
racional a las exigencias de cualquier situación en que se encuentre el ser
humano; en lo que respecta a la conducta económica, se trata de una respuesta
racional y libre de prejuicios al estímulo proporcionado por un placer o una
aflicción conjetural (...) se piensa que la humanidad es, en general y
normalmente, clarividente y acertada en su apreciación de las ganancias y
pérdidas sensuales futuras (...) los economistas hedonistas no reconocen ningún
otro fundamento o guía de la conducta diferente de este cálculo racionalista en
su forma más pura. De modo que esta teoría sólo puede tomar en cuenta la
conducta en la medida en que sea racional, guiada por una elección inteligente,
deliberada y exhaustiva, una sabia adaptación a las exigencias el azar”[12]
Esta descripción del
postulado de racionalidad contiene algunas imprecisiones que es conveniente
señalar. La elección racional significa simplemente que los individuos tienen
preferencias y que eligen entre las acciones que están a su disposición
aquellas que a su entender satisfacen de la forma más apropiada dichas preferencias.
Una elección racional no tiene que ser razonable, inteligente o sabia. Un
individuo que fuma, bebe o se droga puede ser considerado estúpido por atentar
contra su salud pero no por ello su comportamiento cuando elige fumar, beber o
drogarse deja de ser racional. La racionalidad tampoco es incompatible con la
conducta envidiosa o altruista y tampoco supone un conocimiento absoluto o
perfecto de todos los aspectos involucrados en una elección.
Al postulado de racionalidad Veblen opone lo
que denomina el instinto del trabajo eficaz (Instinct of workmanship), que se encuentra presente en todos los
hombres.[13]
Lo define de la siguiente forma:
“...el
hombre es un agente (...) que busca en cada acto la realización de algún fin
concreto, objetivo e impersonal. Por el hecho de ser tal agente tiene gusto por
el trabajo eficaz y disgusto por el esfuerzo inútil. Tiene un sentido del
mérito de la utilidad o eficiencia y del demérito de lo fútil, el despilfarro o
la incapacidad. Se puede denominar esta actividad o propensión instinto del
trabajo eficaz.. [14]
El instinto del trabajo
eficaz es pues un rasgo de la naturaleza humana y, por lo tanto, está presente
en todas las épocas y sociedades, pero se manifiesta de diferentes formas. Los
hombres aprecian instintivamente el trabajo eficaz y aquellos que se destacan
en su realización son objeto de admiración, envidia y emulación. En las
sociedades primitivas los guerreros más destacados, aquellos que acometen actos
heroicos que los ponen por encima de sus pares, son los que suscitan la
admiración y asumen por tanto posiciones de liderazgo. La base de la admiración
es el acto heroico o la prueba de su realización: el cuerpo del animal o del
enemigo vencido o el botín obtenido en la hazaña. Este es un punto fundamental
en la concepción de Veblen, el surgimiento de la propiedad:
“La
propiedad comenzó por ser el botín conservado como trofeo de una expedición
afortunada”[15]
Con la aparición de la
propiedad así concebida se produce un cambio en la forma en que se manifiesta y
se aprecia el trabajo eficaz.
“...la
propiedad se convierta ahora en la prueba más fácilmente demostrable de un
grado de éxito honorable, a diferencia del hecho heroico o notable. Se
convierte por la tanto en la base convencional de la estimación. Se hace
indispensable acumular, adquirir propiedad, con el objeto de conservar el buen
nombre personal. Cuando los bienes acumulados se han convertido en de este modo
en prenda acreditada de eficiencia, la posesión de riqueza asumen el carácter
de base de estimación independiente y definitiva. La posesión de bienes,
adquiridos agresivamente por medio de la hazaña personal o pasivamente por
título hereditario, se convierte en base convencional de reputación. La
posesión de riqueza, que en un principio era valorada simplemente como prueba
de eficiencia, se convierte, en el sentir popular, en cosa meritoria en sí
misma. La riqueza es ahora intrínsecamente honorable y honra a su poseedor. La
riqueza adquirida de modo pasivo, por transmisión de los antepasados o de otras
personas, se convierte, por un refinamiento ulterior, en más honorífica que la
adquirida por el propio esfuerzo del poseedor...”[16]
Recapitulando: instintivamente
los hombres admiran el trabajo eficaz. En las sociedades primitivas la
admiración porta sobre la acción heroica misma y posteriormente sobre la prueba
de la hazaña: el botín. El botín se convierte en propiedad. La propiedad se
convierte en sí misma en la base de la estima y el reconocimiento social. Pero
nadie puede admirar al poseedor de la riqueza si esa posesión no es evidente y
ostensible para todos los hombres.
“Para
ganar y conservar la estima de los hombres no basta con poseer riqueza y poder.
La riqueza y el poder tienen que ser puestos de manifiesto, porque la estima
sólo se logra ante la evidencia”[17]
Hay dos formas de hacer
manifiesta la riqueza a los ojos de los demás: el ocio y el consumo suntuario.
Sobre el ocio, escribe Veblen:
“Desde
los días de los filósofos griegos hasta los nuestros, lo hombres reflexivos han
considerado como un requisito necesario para poder llevar una vida humana
digna, bella o incluso irreprochable, un cierto grado de ociosidad y de
exención de todo contacto con los procesos industriales que sirven a las
finalidades inmediatas de la vida humana. A los ojos de todos los hombres
civilizados, la vida de ociosidad es bella y ennoblecedora en sí misma y en
todas sus consecuencias”[18].
Más adelante, precisa:
“...
el término ocio (...) no comporta indolencia o quietud. Significa pasar el
tiempo sin hacer nada productivo por un sentido de la indignidad del trabajo y
como demostración de una capacidad pecuniaria que permite una vida de ociosidad
(...) el ocio considerado como ocupación tiene un parecido muy cercano con la
vida de hazañas..”[19]
El cuadro se completa
con la aparición del consumo ostensible:
“El
consumo ostensible de bienes valioso es un medio de aumentar la reputación del
caballero ocioso. Al acumular en sus manos la riqueza su propio esfuerzo no
bastaría para poner de relieve por este método su opulencia. Recurre, por
tanto, a la ayuda de amigos y competidores ofreciéndoles regalos valiosos,
fiestas y diversiones caras (...) El único medio posible de hacer notoria la
propia capacidad pecuniaria a los ojos de los observadores que no tienen
ninguna simpatía por el observado, es una demostración constante de capacidad
de pago”[20]
La figura 2 resume el
esquema analítico de la Teoría de la clase ociosa.
Figura
2
Con lo expuesto queda
resumido el instrumental analítico que Veblen utilizará en sus obras
posteriores en las que busca describir la economía de Estados Unidos de su
tiempo. La segunda mitad del siglo XIX y las tres primeras décadas del XX es el
período durante el cual Estados Unidos se consolida como la primera economía
industrial. Es también la época en la que aparecen las grandes corporaciones y
empresas monopolísticas a cuya cabeza están los más renombrados capitanes de
industria: Rockefeller, Carnegie, Morgan, Hill, Harrison, Ford, etc. Veblen los
describe de la siguiente forma:
“Así,
el capitán de industria ha pasado a ocupar el lugar de primera importancia y ha
asumido las responsabilidades de prototipo, filósofo y gran amigo de la humanidad
civilizada. Y nadie dirá que no lo ha hecho bien como sería de esperarse; ni se
ha quedado corto respecto de la favorecedora gravedad que imprime a sus actos.
Cuanto es mayor la proporción de la riqueza y el ingreso de la comunidad que ha
tomado, mayor ha sido la deferencia y la atribución de mérito para él, y
mayores y más graves esa afable condescendencia y esa tranquila benevolencia
que suelen adornar el carácter del gran capital de industria. No hay rama ni
esfera de las humanidades donde no sea competente el acaudalado propietario
absentista para actuar como guía, filósofo y amigo, ya sea con arreglo a su
propia vanidad o por la estimación de la población afectada por él (...) y esa
población lo acepta contenta. Y en ninguna parte está el personaje financiero
en una posición más elevada o más segura, como depositario por excelencia de
las virtudes cívicas, que en los democráticos Estados Unidos; y así tenía que
ser, ciertamente, pues los Estados Unidos son el país más democrático del
mundo. Y en ninguna parte dirige el capitán de la gran empresa los asuntos de
la nación, civiles y políticos, no controla las condiciones de la vida tan
irrestrictamente como en los democráticos Estados Unidos; así ha de ser
también, porque la adquisición de propiedad absentista es, después de todo,
para la mente popular, el trabajo más meritorio y necesario que puede
realizarse en este país”[21]
El dominio de los
capitanes de industria sobre la actividad económica era nefasto a los ojos de
Veblen. Éstos están más interesados por el aspecto pecuniario de la producción
que por el aspecto material. “El capitán
de industria es más bien un hombre astuto que ingenioso y su capitanía tiene un
carácter más pecuniario que industrioso”[22].
Para expresarlo en la terminología de Marx, el capitán de industria está
más interesado por la generación de valor de cambio que en la producción de
valores de uso y está dispuesto a sacrificar la segunda en beneficio de la
primera. Y para ello no vacila en “sabotear” la producción de bienes materiales
si de esa forma pueden mantener sus beneficios pecuniarios al máximo nivel. Las
formas de sabotaje incluyen la concentración de los negocios, las restricciones
cuantitativas de la oferta para elevar los precios, las trabas a la adopción de
métodos de producción más eficientes y la captura del regulador aparato del gobierno para
obtener beneficios en las compras públicas, subsidios, regulaciones que
protejan sus monopolios y aranceles proteccionistas.
Veblen pensaba que el
dominio de los capitanes de industria y sus vinculados sobre la actividad
económica era responsable de las crisis y recesiones de la actividad económica.
La concentración en su poder de grandes beneficios limitaba el ingreso y la
capacidad de gasto de los demás generando tendencia al sub-consumo. “La
acumulación de riqueza en el extremo superior de la escala pecuniaria implica
privaciones en el extremo inferior”[23].
Por esa razón creía que el control de la producción debía pasar de los
capitanes de industria a los técnicos e ingenieros que a su entender estaban
más interesados en el aspecto material de la producción, es decir, en la
producción de valores de uso más que en la generación beneficios, de valor de
cambio. Escribe:
“...está
a la vista un nuevo movimiento en la organización de la empresa de negocios,
por lo cual el control discrecional de la producción industrial se desplaza
todavía más hacia el lado de las finanzas y se separa aún más de las exigencias
de la máxima producción. El nuevo movimiento tiene un doble carácter: a) los
capitanes financieros de industria han estado demostrando su incompetencia
industrial de una manera cada vez más convincente, y b) su propio trabajo de
dirección financiera ha tomado progresivamente un carácter de rutina estandarizada
tal que ya no piden no admiten ninguna medida apreciable de discreción o
iniciativa. Han perdido el contacto con la dirección del proceso industrial...”[24]
IV.
La
escuela institucionalista norte-americana.
Veblen tuvo una gran
influencia, negativa y positiva, en el desarrollo de la economía en Estados
Unidos. El premio nobel Kenneth Arrow cuenta que a principios de los años 40,
cuando él adelantaba sus estudios de licenciatura, en la Universidad de Columbia
no se impartía ningún curso obligatorio de teoría de los precios – es decir, de
lo que hoy se llama microeconomía – y que ideas de Veblen se exponían en los
más variados cursos que conformaban el plan de estudios[25].
Finalmente la influencia de J.B. Clark fue más grande y duradera para bien de
desarrollo de la teoría económica en Estados Unidos. No obstante, Veblen tuvo
varios seguidores que tienen un lugar destacado en la historia de la
disciplina: Wesley Clair Mitchell (1874-1948) y John Rogers Commons
(1862-1944).
Mitchell compartió con
su maestro Veblen la antipatía por la economía neo-clásica, pero a diferencia
de éste se orientó por la investigación aplicada, dedicando la mayor parte de
su trabajo al estudio estadístico de los ciclos económicos. A esto consagró dos grandes obras: Business Cycles
and their Causes (1913) y Business
Cycles: The Problem and its Settings (1927). Fue fundador del National Bureau of Economic
Research entidad de investigación que aún produce la información más reconocida
sobre el ciclo económico en los Estados Unidos.
Commons no fue
discípulo directo de Veblen y en su valoración de la economía neo-clásica se
apartaba de la visión de éste pues pensaba que más que opuestos el enfoque
neo-clásico y el institucional eran complementarios. En 1930 publica un
artículo titulado “Institutional Economics”, en el cual resume su visión de la
economía. Allí pone de manifiesto con toda claridad el problema de indefinición
conceptual que aún hoy aqueja a la llamada economía institucional:
“La
dificultad para definir el campo de la llamada economía institucional es la
incertidumbre sobre lo que es una institución. Algunas veces una institución
parece significar el marco de leyes o derechos naturales en el que los
individuos actúan como prisioneros. Otras veces parece significar la conducta
de los mismos prisioneros. Otras veces cualquier cosa adicional o crítica de la
economía clásica o de la hedonista es juzgada como institucional. Algunas veces
cualquier cosa como economía conductista es institucional. Algunas veces
cualquier cosa como dinámica en lugar de estática; o proceso en lugar de
mercancías, o actividad en lugar de sentimientos, o acción de masas en lugar de
acción individual, gestión en lugar de equilibrio, o control en lugar de
laissez faire, parece ser economía institucional”[26]
Commons introduce un
concepto que es central en su visión de la economía institucional. Se
trata del concepto de “acción colectiva”. Escribe:
“...una
institución puede definirse como una acción colectiva que controla, libera o
expande la acción individual. Acción colectiva incluye desde las costumbres
hasta entidades como la familia, los gremios, la empresa, los sindicatos, el
sistema de la reserva federal, el estado. El principio común de todas esas
entidades es el mayor o menor control, liberalización o expansión de la acción
individual por la acción colectiva. Este control sobre los actos de un
individuo se traduce siempre, y ese es su objetivo, en ganancias o pérdidas
para otro u otros individuos”[27].
El estudio de esas
entidades de la acción colectiva sería el objeto de la economía institucional y
a ello consagrará Commons su investigación. Las relaciones entre los individuos
en el mercado– que él denomina transacciones de contratación- constituyen sólo
un aspecto de la actividad económica, el único del cual se ocupa la economía
ortodoxa. A estas transacciones habría que añadir las denominadas transacciones
de gerencia o de mando que son las que se configuran entre superiores e
inferiores al interior de las empresas u otro tipo de organización jerárquica.
Finalmente están las transacciones de distribución mediante las cuales se
define la repartición de los costos y beneficios dentro de una organización,
éstas incluyen la distribución de los beneficios en las empresas o la
repartición de las cargas y beneficios fiscales del estado. Todas esas
transacciones se desarrollan dentro de un marco consuetudinario y de un marco
legal que les da cierta su configuración y las vuelve obligatorias. El estudio
de esos marcos consuetudinario y legal sería al objeto de la economía
institucional.
Hay que mencionar,
finalmente, uno de los economistas más populares y reconocidos del siglo XX,
especialmente entre el público no especializado y en el mundo de los políticos.
Se trata de John Kenneth Galbraith (1908-2006) discípulo directo de Commons y
admirador de Veblen. Sus más de dos docenas de libros, que alcanzaron muchas
ediciones de grandes tirajes y fueron traducidos a muchos idiomas, han tenido
escasa o ninguna influencia en el desarrollo de economía académica. Pero aun
así no fueron ignorados del todo por ésta y economistas de la talla de Stigler,
Friedman, Solow y Hayek – que alcanzaron todos ellos el premio Nobel que nunca
se le otorgó a Galbraith – se sintieron en la obligación de refutar sus
planteamientos, más que por su valía intrínseca, con el propósito de desvirtuar
la aparente validez que les confería la rúbrica de un profesor de Harvard.
Las razones de su éxito
entre el público semi-ilustrado en cuestiones económicas son las mismas de su
fracaso entre los miembros de su profesión. Galbraith hizo suyos - y los adornó
con singular ingenio, dándoles cierta apariencia de respetabilidad - la mayor
parte de los prejuicios populares sobre la economía académica y el
funcionamiento de las economías de mercado.
Una pluma fácil, una gran ironía y un singular desprecio por las reglas mínimas de la argumentación
científica le permitían transformar las proposiciones y teoremas de la teoría
económica en odiosos muñecos de paja que con su complicado aparato matemático y
su jerga impenetrable no parecían tener otro propósito que el de ocultar la
“realidad verdadera”; de la cual él - y de su mano sus lectores – tenía un
percepción directa que no precisaba ser mediatizada por ninguna teoría o
validada por cualquier evidencia empírica.
Lo esencial del
pensamiento de Galbraith está contenido en un par de libros publicados en los
años 50: El Capitalismo Americano (1952) y La Sociedad Opulenta (1958). Su obra posterior, El Nuevo Estado Industrial
(1967), es un desarrollo profuso de los mismos tópicos a los que permanecerá
fiel hasta el final de su vida como lo prueba el contenido lo que se ha dado en
llamar su testamento intelectual, La economía del fraude inocente, pequeño
libro publicado en 2004.
No es difícil hacer una
síntesis de las ideas económicas de Galbraith. Su punto de partida es la
negación de la teoría la demanda. El consumidor carece de toda libertad en la
formación y expresión de sus preferencias y es un mero títere de las
manipulaciones de la publicidad de las grandes corporaciones. Éstas tienen en
sus manos todos los medios para controlar los precios y decidir a su antojo lo
que se debe producir. “Desde que General Motors produce cerca de la mitad de
los automóviles, sus diseños no reflejan la moda actual, pero son la moda
actual” - escribió en El Nuevo Estado Industrial.
Adicionalmente, estas
grandes corporaciones, que deciden soberanamente sobre precios y producción,
son controladas no por sus accionistas sino por sus directivos - la tecnocracia
corporativa- quienes, por su manejo de la información, la manipulación y el
fraude, lo deciden todo. “Que nadie lo ponga en duda: en cualquier empresa
suficientemente grande, los accionistas – se lee en La economía del fraude
inocente - están subordinados por completo a la dirección” .De ahí la necesidad
de que el estado intervenga controlando los precios y fomentando la aparición
del “poder compensador” de los sindicatos, las ligas de consumidores, las
asociaciones de pequeños productores y todo lo demás.
Pero la intervención
del estado debe ser también activa y permanente en el terreno del gasto
agregado y la redistribución de las rentas para contrarrestar la tendencia
crónica de la economía hacía la sobre producción causada por la propensión de
los ricos a no gastar parte considerable de sus ingresos: “Mientras a los
necesitados se les niega el dinero que seguramente gastarán, a los ricos se les
conceden unos ingresos que casi con certeza ahorrarán”, proclamó sin pudor en
La economía del fraude inocente.
Estas tres naderías –
corporaciones monopolísticas, tecnocracias desalmadas y ricos tacaños que
provocan las crisis – adobadas con referencias al complejo militar-industrial,
a las tropelías del FMI y a los poderosos grupos de presión de Washington le
permitieron construir una visión conspirativa del mundo económico muy acorde
con las representaciones y prejuicios de los pequeños tenderos, los oficinistas
medios y los literatos de izquierda.
Adicionalmente, esta visión de lo económico también le venía como anillo
al dedo a los políticos de todas tendencias, pues ella da sustento a la
convicción, que en últimas justifica su profesión, de acuerdo con la cual todos
los males de la sociedad pueden resolverse por un estado benevolente y previsor
si hay eso que llaman “voluntad política”.
A pesar de su condición
de profesor emérito en Harvard, de su gran influencia en el mundo político de
Estados Unidos, de sus best-sellers, en fin, de su inmensa popularidad; de la
obra económica de Galbraith es poco lo que se puede rescatar. Al keynesianismo,
del que se proclamó portaestandarte, no le añadió más que la retórica de un intervencionismo
fiscal todo poderoso. Aunque se le ubica doctrinalmente dentro de la llamada
escuela institucional, su visión de proceso económico está tan apartada de los
modernos desarrollos de este enfoque – los de Coase, North, Robinson, etc. -
como lo está de la economía neoclásica que nunca comprendió. En verdad, de
Galbraith puede decirse lo que en alguna oportunidad él mismo dijera de su
maestro Veblen: fue más un sociólogo que un economista.
V.
El
neo-institucionalismo.
El otorgamiento en 1991
del nobel de economía a Ronald Coase (1910-2013)[28] puso
de relieve la importancia del reconocimiento académico alcanzado por lo que se
llamará neo-institucionalismo, para diferenciarlo del viejo institucionalismo,
un tanto desprestigiado y relativamente marginal. En efecto, aunque los nuevos
institucionalistas se ocupan fundamentalmente de los mismos temas que sus
predecesores, su enfoque es un tanto diferente y más cercano a la economía
neo-clásica que éstos – Veblen, Ayres, Mitchell, Galbraith – atacaban con vigor.
En efecto, como señalan
Menard y Shirley, los nuevos institucionalistas: “consideran que las elecciones están enmarcadas en instituciones, de
una forma mucho más estrecha que la economía neo-clásica, la cual se ocupa
principalmente de precios y productos. Pero a diferencia de los antiguos
institucionalistas, el neo-institucionalismo no abandona la teoría económica
neo-clásica. Los neo-institucionalistas rechazan los supuestos neo-clásicos de
información perfecta y de racionalidad instrumental, pero aceptan los supuestos
ortodoxos de escasez y competencia. Tanto Arrow como Williamson han atribuido
la elevación de la influencia del neo-institucionalismo a su aceptación del
éxito del núcleo de la teoría neo-clásica”[29]
El institucionalismo
moderno o neo-institucionalismo o la nueva economía institucional se ha
integrado dentro de la corriente principal, recogiendo los temas del viejo
institucionalismo - también de otras disciplinas como la sociología, la
historia, la ciencia política, el derecho, la administración de empresas, etc.
- y aplicando para su análisis las
técnicas analíticas de la teoría economía. Así, la nueva economía institucional
puede ser definida como un conjunto de enfoques, temas y teorías que partiendo
de la crítica de las hipótesis básicas del modelo neoclásico de competencia
perfecta trata de aclarar el papel jugado por factores “extra-económicos” en el
desempeño de las economías reales. Podría decirse que el institucionalismo
ocupa el lugar de lo que Walras llamó en su momento la economía aplicada y
la economía social[30].
En cierto sentido puede decirse que el
punto de partida del análisis institucional es el abandono de las hipótesis del
modelo de competencia perfecta de la economía neo-clásica. La figura 3
contrasta las hipótesis de competencia perfecta con las de la economía
neo-institucional.
Figura 3
Dentro del
neo-institucionalismo pueden distinguirse dos grandes vertientes que podemos
denominar el institucionalismo enfocado en el desarrollo económico y el
institucionalismo enfocado en la empresa y las organizaciones.
En los años 50 y 60 el
problema del sub-desarrollo ocupó un lugar destacado en la agenda de
investigación académica. Economistas como Simon Kuznets (1901 – 1985) y Arthur
Lewis (1915-1991), ganadores del premio nobel en 1971 y 1979, respectivamente,
publicaron un gran número de trabajos en los cuales introdujeron en la
explicación del atraso económico elementos que aparecen como una novedad del
enfoque neo-institucional. Tanto Kuznets como Lewis eran economistas
neo-clásicos ortodoxos y nunca manifestaron que su consideración de los
aspectos “institucionales” en la explicación del desarrollo económico
significara una ruptura con la economía neo-clásica.
Así, por ejemplo, en la
obra que le dio mayor reconocimiento, Crecimiento
económico moderno, publicada en 1966, Kuznets analizó detenidamente las
características políticas y culturales de los diferentes países llegando a
conclusiones que se presentan como novedosas en los trabajos más recientes de
los economistas neo-institucionalistas:
“La
asociación que se acaba de resumir entre el resultado y el crecimiento
económicos y la estructura política es categórica, y sugiere que, al menos
hasta el presente, el crecimiento económico moderno se alcanzó en países que
tienen hoy día una estructura política muy diferente de la que impera en la
mayor parte de los países subdesarrollados”[31]
Señalaba que “la
ausencia de una teoría sólida y verificable cuantitativamente de las
interrelaciones entre la estructura política y el crecimiento económico
moderno”[32]
no es impedimento para extraer ciertas conclusiones o hechos estilizados que son particularmente
destacados en obras representativas del neo-institucionalismo histórico como la
muy celebrada ¿Por qué fracasan los
países?, de Acemoglu y Robinson[33]. Se
lee en el texto de Kuznets:
“La
preponderancia de los regímenes representativos con legislaturas fuertes,
electas y una tolerancia efectiva de los grupos políticos autónomos es mucho
menor entre los países subdesarrollados. (...) Las características distintivas
de la jefatura política en los países subdesarrollados emanan principalmente de
la falta de representatividad política de sus regímenes políticos y del dominio
de los grupos de parentesco, étnicos y religiosos. En semejantes condiciones no
puede esperarse una distribución equitativa del poder entre las diversas ramas
del gobierno (...) ni una jefatura política ajena a cualquier élite. (...). La
inestabilidad política y la no representatividad de los regímenes, combinadas
con una estructura autoritaria dominada por líderes personalistas y respaldada
por núcleos familiares y étnicos y por la policía, son condiciones difícilmente
favorables al crecimiento económicos...”[34]
Arthur Lewis es aún
mucho más explícito que Kuznets en el tratamiento del papel de las
instituciones. Su obra principal, Teoría
del desarrollo económico, publicada en 1955, encara las mismas preguntas
que se hacen los institucionalistas modernos:
“En
primer lugar, debemos investigar qué clase de instituciones favorecen el
crecimiento y cuáles se oponen al esfuerzo, a la innovación o a la inversión.
Luego debemos entrar al campo de las creencias y preguntarnos: ¿por qué una
nación crea instituciones que favorecen el crecimiento y no las que se le
oponen? (...) ¿Qué es lo que hace que un pueblo tenga un conjunto de creencias
y no otro, más o menos favorable al crecimiento? ¿Se deben las diferencias de
creencias e instituciones a diferencias raciales o geográficas; o se trata
solamente de un accidente histórico?. Todas estas preguntas son preguntas de
compatibilidad; tratan de averiguar qué instituciones, creencias o condiciones
del medio son compatibles con el crecimiento económico. Pero también hay
preguntas de evolución. ¿Cómo cambian las creencias e instituciones? ¿Por qué
cambian de manera favorable o perjudicial al crecimiento? ¿Cómo el propio
crecimiento actúa a su vez sobre ellas?[35].
Estas son las preguntas
que trata de responder Lewis y son las mismas que conforman la agenda de
investigación del neo-institucionalismo histórico. Veamos algunos ejemplos:
Mancur Olson (1932-1998)
escribe:
“Cuando
se pregunta uno: ¿por qué algunas naciones son ricas mientras otras son
pobres?, la idea clave es que las naciones producen dentro de sus fronteras no
aquello que la dotación de recursos permite, sino aquello que las instituciones
y las políticas públicas permiten”[36]
Douglas North (1920),
nobel de economía en 1993, señala:
“Es
innegable que las instituciones afectan el desempeño de la economía. Tampoco se
puede negar que el desempeño diferencial de las economías a lo largo del tiempo
está influido fundamentalmente por el modo en que evolucionan las
instituciones. Sin embargo, ni la teoría económica corriente ni la historia
cliométrica muestran muchos signos de apreciar la función de las instituciones
en el desempeño económico porque todavía no ha habido un marco analítico que
integre el análisis institucional en la economía política y en la historia
económica”[37]
La otra vertiente del
institucionalismo, la enfocada al estudio de la empresa y las organizaciones,
tiene su origen en el célebre artículo del nobel de economía de 1991, Ronald
Coase (1910-2013), La naturaleza de la
empresa, publicado en 1937. Coase expone el objetivo de su trabajo de la
siguiente manera:
“En este artículo espero demostrar que se puede llegar a una definición
de la empresa que no sólo sea realista en el sentido de que corresponda a lo
que se entiende por empresa en el mundo real, sino que sea manejable mediante
los más poderosos instrumentos del análisis marshalliano: los conceptos de
marginalidad y sustitución, unidos los cuales tenemos el concepto de
sustitución marginal”[38]
La contribución más
importante de este artículo es la conceptualización de la empresa como un
mecanismo de asignación de recursos alternativo al mercado:
“Fuera de la empresa, los movimientos de los precios dirigen la
producción, la cual se coordina a través de una serie de transacciones de
cambio en el mercado. Dentro de la empresa, estas transacciones están
eliminadas, y la complicada estructura de transacción está sustituida por el empresario
coordinador que dirige la producción. Es evidente que éstos son métodos
disyuntivos de coordinar la producción; aunque, considerando el hecho de que si
la producción está regulado por los movimientos de los precios, ésta podría
llevarse a cabo sin ninguna organización, cabe preguntarse el porqué de que
exista alguna organización en absoluto”[39]
Esa es pues la pregunta:
¿por qué existe la empresa?. Esta es la respuesta de Coase:
“La principal razón por la que resulta rentable establecer una empresa
parece ser la existencia de unos costos de utilizar el mecanismo de los
precios. El coste más obvio de organizar la producción por medio del mecanismo
de los precios es precisamente el de descubrir cuáles son los precios. (...)
También son de considerar los costes de negociar y concluir un contrato
separado para cada transacción de cambio que tenga lugar en el mercado”[40]
Esos costos se
denominarán posteriormente costos de transacción, noción que se convertirá en
el concepto central de los estudios sobre las empresa y las organizaciones que
adelantarán los alumnos de Coase. Se destacan la obra de Harold Demsetz (1930),
La economía de la Empresa, y las de
Oliver Williamson (1932), ganador del nobel en 2009, Las instituciones económicas del capitalismo y Mercados y jerarquías.
El campo de la economía
institucional o, de forma más general, el de la aplicación de las técnicas del
análisis económicos a los aspectos no-pecuniarios de la vida social es
actualmente extremadamente variado. El profesor Homero Cuevas (1947-2012), uno
de los más destacados economistas colombianos, lo sintetiza de esta forma:
1. El desarrollo de la teoría de los
costos de los contratos, o de los costos de transacción positivos, con
contribuciones sobre la naturaleza de las empresas como las de Coase (1937) y
Williamson (1990).
2. La consolidación del análisis
económico de la legislación como una de las corrientes jurídicas más
influyentes en Norteamérica, con el rescate de los enfoques de Beccaria (1768)
y Bentham (1800) y con las innovaciones de las obras de Calabresi (1961),
Becker (1968), Posner (1983), entre otros.
3. El desarrollo del análisis
económico de la política, en los campos de public choise y economía
constitucional, con contribuciones como las de Black (1948), Arrow (1951), May
(1953), Hayek (1959), Buchanan y Tullock (1962).
4. Los avances sobre el análisis
económico de la familia en los trabajos de Becker (1977, 1981), Pollack (1985)
y Bergstrom (1993).
5. El proceso de construcción de una
teoría económica de las instituciones y del gobierno, rescatando los enfoques
de Veblen (1898), Weber (1925), Schumpeter (1950) en los análisis de North
(1973), Downs (1967), Niskanen (1971), Olson (1965), entre otros[41].
El institucionalismo
moderno es actualmente un enfoque completamente integrado en la corriente
principal de la teoría económica. De Veblen se conservan algunos de los temas
sociológicos, pero tratados con las técnicas analíticas de la economía
neo-clásica.
Bibliografía
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Robinson, J. (2012). Por qué fracasan
los países?. Editorial Planeta. Impreso en Colombia, 2012.
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32, Universidad Nacional, Bogotá, 2000. Páginas 225-241.
Williamson, O.E. (1985).
Las instituciones económicas del
capitalismo. Fondo de Cultura Económica, México, 1989.
[1]
Teóricamente el capitalismo
se define por dos características: i) la división de la sociedad en dos clases
de agentes: propietarios (capitalistas) y no propietarios de medios de
producción (trabajadores) y ii) la regla según la cual los capitalistas se
remuneran en proporción al valor del capital avanzado.
[2]
La primera edición en
alemán es de 1841. Un siglo después, en 1942, el Fondo de Cultura Económica la
publica en español. Véase: List, F. (1841). Sistema Nacional de Economía Política. Fondo de Cultura Económica,
México, 1979.
[3] List, Op. Cit. Página 14.
[4] Sobre Jones y otros historicistas
británicos váese: Ekelund, R. y Hébert. Historia
de la teoría económica y su método. (2005). McGraw-Hill. México, 2005.
Tercera edición. Páginas 476 – 480.
[5] Por lo menos la mitad de los
economistas que recibieron la Medalla J.B. Clark obtuvieron después el Nobel de
Economía.
[6] Veblen, Thorstein (1909). “Las
limitaciones de la teoría de la utilidad marginal”. Cuadernos de Economía,
Volumen XIX, No 32, Bogotá, 2000. Páginas 225-241. Página 227.
[7] Ídem, página 227.
[8] Ídem, página 228.
[9] Ídem, página 228.
[10] Ídem, página 228.
[11] Ídem, página 229.
[12] Ídem, páginas 229 – 230.
[13] Veblen, Thorstein (1899). Teoría de la clase ociosa. Fondo de
Cultura Económica, México 2002. Página 99.
[14] Ídem, página 23.
[15] Íd. Página 33.
[16] Íd. Página 35 – 36.
[17] Íd. Página 46.
[18] Íd. Página 47 – 48.
[19] Íd. Páginas 51 y 52.
[20] Íd. Páginas 82 y 93.
[21] Veblen, AO. Citado por Diggins,
páginas 89 – 90.
[22] Íd. Página 236.
[23] Íd. Página 210.
[24] Veblen. Los ingenieros y el sistema de precios. Citado por Ekelund y Hébert
(2005) Página 491-492.
[25]
Arrow,
K.J. (1975). “Thorstein Veblen as an economic theorist”. The American Economist Vol. 19, No 1. Página
5.
[26]
Commons, J.R. (1930).
“Institutional Economics” reproducido en Samuels, W.J. (1988). Schools of Thought in Economics 5.
Institutional Economic, Vol. I. Edward Elgar Publishing Limited, Great Britain.
Página 18.
[27] Ídem, página 19.
[28] Después de Coase, obtendrían el
premio nobel otros tres economistas neo-institucionalistas. Se trata de Douglas
North, en 1993; y Oliver Williamson y Elinor Ostrom, en 2009.
[29]
Menard,
C. y Shirley, M. (2005). ). Handbook of
New Institutional Economics. Springer, Holanda. Página 2.
[30]
Walras concebía la economía como compuesta de tres campos
de estudio: la economía política pura, la economía social y la economía
aplicada. A cada uno de esos campos consagró una obra, a saber: Éléments
d´Economie Politique Pure (1874), Études d´Economie Sociale (1896) y Études
d’Economie Politique Appliquée (1898).
Estos dos últimas no son obras sistemáticas como los Éléments, sino más
bien colecciones de artículos relativos a las temáticas indicadas. La economía
política pura es “la teoría de la determinación de los precios bajo el régimen
hipotético de libre competencia absoluta”. La economía aplicada es la teoría de
la producción agrícola, industrial y comercial de la riqueza. Finalmente, la
economía social es la teoría de la distribución de la riqueza por la propiedad
y los impuestos. En el libro sobre
economía aplicada aborda cuestione tales como bimetalismo y monometalismo,
monopolios públicos, libre comercio, banca y crédito, etc. En el libro sobre
economía social aborda tópicos como la nacionalización de la tierra, el
comunismo y la propiedad privada, el individualismo, etc.
[31] Kuznets, S. (1966). Crecimiento económico moderno. Ediciones
Aguilar, Madrid, 1973. Página 454.
[32] Ídem, página 455. Esa teoría no
existe aún y su desarrollo debería ser la tarea prioritaria de los economistas
neo-institucionalistas.
[33]
Acemoglu, D. y Robinson, J.
(2012). Por qué fracasan los países?. Editorial
Planeta. Impreso en Colombia, 2012.
[34] Kuznets, op cit, páginas 453 y
455.
[35] Lewis, W.A. (1955). Teoría del desarrollo económico. Fondo
de Cultura Económica, México, 1964.
[37] North, D.C. (1990). Instituciones, cambio institucional y
desempeño económico. Fondo de Cultura Económica. México, 1993.
[38] Coase, R.H. (1937). “La
naturaleza de la empresa” en Stigler y Boulding (1960). Teoría de los precios. Editorial Aguilar, Madrid, 1960. Páginas
303-321.
[39] Ídem, página 305.
[40] Ídem, página 307-308.
[41] Cuevas, H. (2007). Teorías económicas del mercado. Universidad
Externado de Colombia, Bogotá 2007. Páginas 439-440.
Un saludo estuve revisando tu blog y creo que olvidaste los titulos de los temas ateriores, Pensamiento económico II – Lección VI - gracias por compartir
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