Paros
contra el estado o paros contra la sociedad
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista
Hubo un tiempo en que las
huelgas o paros, como hoy se les llama, enfrentaban a obreros y patronos del
sector privado. Había algo de romanticismo heroico en la forma en que se
desarrollaban esas huelgas. Los trabajadores instaban una gran carpa bloqueando
la entrada de la fábrica, supuestamente para impedir el esquirolaje o evitar que
los patronos sacaran la maquinaria y se la llevaran para otra parte. La carpa
se adornaba con banderas y gallardetes de sindicatos y agremiaciones solidarias
y se instalaban en ella algunas hamacas y muchas mesas y sillas donde los
huelguistas pasaban los días jugando cartas o dominó. A la hora del almuerzo
siempre había un sancocho o unos fríjoles comunitarios. De vez en cuando se
escuchaban gritos y consignas, especialmente después de que alguno de los
directivos sindicales daba el reporte de los avance en las conversaciones con
los patrones.
Las huelgas que enfrentaban
obreros y patronos del sector privado parece ser cosa del pasado aunque no es
fácil documentar esta impresión. La Organización Internacional del Trabajo (OIT)
tiene una base de datos sobre conflictos laborales en los países miembros. La
entidad encargada de reportar la información de Colombia no está cumpliendo su
deber pues el último dato sobre el número de huelgas en el País es de 2008.
Tampoco hay información desagregada de las huelgas por sectores de actividad,
ni sobre el número de huelguistas o la cantidad de horas dejadas de trabajar
con ocasión de los conflictos. La exploración de las fuentes nacionales –
Ministerio del Trabajo, centrales obreras, Escuela Nacional Sindical, etc. - en
busca de esos datos también resulta infructuosa. Ni siquiera el portal CINEP,
cuyos investigadores se complacen en llevar el registro pormenorizado de las
“luchas sociales”, reporta información sobre esta clase de conflictos laborales
en los últimos años. En el portal del Ministerio del Trabajo se encuentra un
boletín del Observatorio de conflictos socio-laborales de dicho ministerio. Al
parecer sólo se publicó un solo número de ese boletín, con información que
cubre el período enero-octubre de 2012. Como cuando sólo hay limones se hace
limonada, por ello a continuación se utilizan esos precarios datos para ilustrar
el argumento que se va a desarrollar.
La gráfica recoge la información de la OIT sobre huelgas
en Colombia. Aunque la serie solo cubre el periodo 2003-2008, se observa que el
número de huelgas en esos años no es muy elevado y se muestra una tendencia a
su disminución.
La información del Observatorio
del conflicto socio-laboral se recoge en la tabla. El número de conflictos
laborales que culminaron en paro es reducido, mientras que los resueltos
mediante convenciones colectivas o pactos colectivos son la inmensa mayoría.
Por otra parte, la desagregación de los paros por sector de actividad indica
que 16 de ellos se relacionan con actividades del sector estatal: judicial,
salud, educativo y gobierno.
Sería interesante saber
cuáles son los factores que han contribuido a la reducción del número de
huelgas en el sector privado. Ojalá algún estudioso competente en métodos
econométricos y con mayor disponibilidad para acopiar los datos se ocupara del
asunto. En el DNP o en el Banco de la República debe haber gente que pueda
hacer esa tarea. Por lo pronto sugiero la hipótesis de que la reducción de la
tasa de inflación y la mayor certeza de los agentes sobre la inflación esperada
ha sido un factor determinante en la reducción las huelgas como mecanismo para
resolver los conflictos laborales en el sector privado.
La inflación elevada e
inestable que caracterizó la economía colombiana hasta hace dos décadas dificultaba
los acuerdos salariales del sector privado. Los obreros temían aceptar un
incremento del salario nominal que la inflación pulverizara en 3 ó 4 meses,
mientras que los empresarios temían elevar sus costos laborales en una cuantía
que no fuera a ser compensada por el incremento de los precios de su producción.
Con tasas de inflación superiores a 25%, las diferencias de apreciación podían
tener un rango muy amplio y con frecuencia conducían a la huelga. Ojalá que los directores del Banco de la
República, ahora empeñados en poner la política monetaria al servicio de los
objetivos de crecimiento del gobierno, repasaran la historia económica para apreciar la
importancia de una inflación baja, estable y predecible para la paz laboral del
País.
Desde hace dos o tres
décadas predominan en el País las huelgas o paros de los empleados públicos y
los paros de sectores o grupos sociales que reclaman del gobierno privilegios o
prebendas económicas que finalmente se traducen en una mayor participación en
el presupuesto de la nación. La naturaleza de estos paros es completamente
distinta de la de las huelgas del pasado, tanto por los actores intervinientes
en el conflicto como por lo que está en juego en la disputa.
Cuando la huelga enfrenta a
obreros y patronos, unos y otros usualmente tienen el interés común de
garantizar la supervivencia de la empresa. Esto impone límites a la duración
del conflicto y los hace más dispuestos a allanarse a los acuerdos. Una
negociación obrero-patronal es básicamente un juego repetido del dilema del
prisionero que usualmente conduce a una solución cooperativa.
Esto no es lo que ocurre con
los paros contra el estado o “luchas sociales”, como los llaman los
“progresistas”, que son un juego de una naturaleza completamente diferente. La
característica más importante y más sorprendente de estos conflictos es que el
actor más importante está completamente ausente de su génesis, su desarrollo y
su eventual solución. Ese actor es, por supuesto, el ciudadano que paga los mayores
impuestos o resulta afectado por el cambio en las reglas de juego o por el
cambio en las asignaciones presupuestales con las que usualmente se termina el
conflicto.
Todas las “luchas sociales” o
los paros contra el estado tienen su origen en la intervención regulatoria del
estado o en su intervención asistencialista que por cualquier razón que sea no
resulta satisfactoria para determinado grupo social. Las “luchas sociales” no
son pues otra cosa que una forma violenta de la búsqueda de rentas, en ocasiones
complementaria o sustitutiva en otras del proceso de asignación presupuestal,
el clientelismo político o la corrupción. Cuando un gremio o sector social
logra los objetivos de su lucha lo hace a expensas de otros gremios o sectores
sociales y, más habitualmente, del resto de la sociedad de forma indiferenciada.
Por eso es más preciso referirse a estas luchas como paros contra la sociedad.
Estos paros de nuevo tipo a diferencia de los paros laborales de viejo tipo son
juegos de suma cero, que además tienen la curiosa peculiaridad de que la parte
perdedora no está explícitamente presente en el conflicto ni interviene
directamente en los acuerdos que le dan solución.
El estado, decía Bastiat, es
una gran ficción en la que todo mundo trata de vivir a expensas del resto. La
negociación una “lucha social” es la expresión más depurada de esa ficción. Los
quejosos creen que están negociando con el “estado” mientras que los
funcionarios públicos o los políticos que son su contraparte, aunque tienen su
propios objetivos, están convencidos de que en la mesa representan esa misma
entelequia abstracta. Esa creencia es la causa de que hagan caso omiso del interés
del resto de la sociedad que asume siempre los costos tanto del conflicto como
de su solución.
Esto último es evidente en
el caso de paros como los del gremio camionero o de los paros agrarios que buscan imponer a la fuerza los precios que libremente no les reconoce el mercado y que se
caracterizan por su violencia contra los ciudadanos cuya libre movilidad es
restringida descaradamente por esos “luchadores sociales”. Los paros del
magisterio estatal castigan particularmente a las familias pobres obligas por
el absurdo sistema de subsidios a la oferta a dejar la educación de sus hijos
en manos los educadores de la FECODE. Los paros de los afiliados de la
ASONALJUDICIAL perjudican a quienes no tiene recursos para recurrir al
arbitraje o la conciliación privada y a quienes se pudren en los patios más
hacinados de las prisiones por carecer
de recursos para pagarse un abogado penalista o comprar un buen lugar en los
patios de estrato 6 al lado de los políticos corruptos y los delincuentes de
cuello blanco. También son contra la sociedad los paros regionales como los de
Tumaco y el Chocó cuyos dirigentes son los mismo políticos buscadores de rentas
que durante décadas han hecho un mal uso o simplemente se han apropiado de las
transferencias de la nación. Los paros contra
el estado no son otra cosa que un instrumento de grupos organizados buscadores
de rentas que son financiadas por el resto de la sociedad por la vía de impuestos
adicionales, racionamientos y mayores costos de producción.
LGVA
Mayo de 2017.
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