Humberto
de la Calle: un anti-taurino enemigo de la libertad
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista
En los últimos meses he
escrito sobre las propuestas de varios candidatos presidenciales, algunos
todavía en liza, otros ya retirados de la contienda. No me había referido a
Humberto de la Calle, básicamente, por no encontrar en sus insulsos planteamientos
nada que mereciera ser refutado o exaltado. Después de que Gaviria le prohibió
renunciar a ella, para adherir a Fajardo y salir con cierta dignidad del berenjenal en
el que está metido, su languidecente candidatura se ha convertido en la
melancólica comedia de un hombre casi anciano que se esfuerza por parecer como
el representante de la juventud.
Cuando lo veo o leo sus
trinos, no puedo dejar de pensar en una novela de Thomas Mann, Muerte en
Venecia, de la que Luchino Visconti hiciera una espléndida película del mismo
nombre. En la historia hay personaje viejo - con el pelo pintado, para ocultar las canas, y
el rostro maquillado, para ocultar las arrugas – que se mezcla impúdicamente en
el cortejo juvenil que acompaña de Tadzio, el amado del atribulado compositor
Gustav von Aschenbach. Después, el mismo Aschenbach, quien inicialmente ve con
repugnancia al patético personaje, teñirá sus cabellos y maquillará su rostro
en un esfuerzo desesperado por aparentar juventud y resultar grato a los ojos
de Tadzio. Lean la novela, es corta, o vean la película, está en Cuevana, y
entenderán mejor lo que quiero decir.
Había pues decidido no
meterme con de la Calle, salvo por un par de trinos glosando su ridícula idea
de acabar con la inequidad dando educación superior gratuita a todo mundo. Pero
de la Calle se metió conmigo cuando, en busca de la popularidad que le es
esquiva, decidió quitarle a Petro una de
sus banderas y arremetió contra los
taurinos. Sí, soy un taurino y no me avergüenzo de ello y me siento agredido
por el ataque oportunista, mentiroso y liberticida que decidió lanzar contra
una minoría de ciudadanos hoy hostigada por todos los flancos.
El 12 de abril, se vino de
la Calle con el siguiente trino: “Digo si a la prohibición de las corridas de
toros. Viví en Manizales y la cultura era la fiesta brava, pero con el paso del
tiempo entendí que este espectáculo induce a la violencia. La tradición no debe
ser excusa para la violencia, sea cual sea”
Con el paso del tiempo, es
decir, cuando envejecen, muchos taurinos dejan de ir a las corridas, bien porque no soportan el sol o porque se fatigan
escalando las gradas o porque los agobian las muchedumbres o, simplemente, porque
se cansaron. Eso le ocurrió a de la Calle y a muchos otros taurinos sin que a
ninguno ellos le hubiera pasado por la mente prohibirle a los demás el disfrute
de un espectáculo en el que ya encuentran poco o ningún placer. De la Calle
está en todo su derecho de ser anti-taurino, lo que no puede hacer es desconocer
el derecho de los taurinos a cultivar su afición y mucho menos en pretender
acabar con ellos desde su quimérico gobierno.
Probablemente De la Calle
dejó de ir a toros hace muchos años, por lo menos los cinco en que estuvo
entretenido negociando “el mejor acuerdo posible”, que nos ha dejado a unos dirigentes
desmovilizados traficando y a una retaguardia estratégica secuestrando y
asesinando. En todos esos años nunca se le ocurrió violentar a los taurinos,
eso era asunto de Petro y sus amigos, hasta que se convirtió en un candidato
sin esperanza, vulgar moneda de cambio con la que Gaviria espera hacerse a unos
cuantos ministerios en el eventual gobierno de Vargas Lleras quien es el
verdadero candidato del partido liberal.
Si con esa frase se refiere
a los taurinos, miente de la Calle cuando dice que ese espectáculo induce a la
violencia. ¿Cuándo se ha visto unas barras bravas de taurinos enfrentadas y
agrediéndose físicamente, como si sucede en el fútbol, por ejemplo, sin que a
nadie se la haya ocurrido prohibirlo? Pero si se refiere a la violencia de los
anti-taurinos, dice verdad, porque son estos los que agreden verbal y
físicamente a una minoría de ciudadanos inermes por el único delito de disfrutar
un espectáculo que no es del agrado de la mayoría.
De la Calle se presenta como
un paladín de la libertad, pero es incapaz de entender que, como decía John
Stuart Mill, “la libertad humana exige libertad en nuestros propios gustos y en la determinación de nuestros propios
fines”. Pero pasa por encima de esto y decide atacar a los taurinos porque sabe
que son una minoría y que a la mayoría de los ciudadanos le son indiferentes las
corridas y que esa mayoría, azuzada por una minoría activa, la de los anti-taurinos,
resultará apoyando la prohibición de las corridas.
Si de la Calle fuera un
verdadero liberal entendería que la sociedad está conformada por un sin número
de grupos minoritarios en sus gustos o inclinaciones. Entendería que no existe nada
que pueda denominarse voluntad popular y que ésta, como decía Mill, no es otra
cosas que la porción más numerosa o más activa del pueblo y que aceptar el
querer cambiante de esa porción como regla de vida para los demás no es otra
cosa que aceptar la tiranía de la mayoría, la peor amenaza contra la libertad.
LGVA
Abril de 2018.
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