Gustavo
Petro: ignorancia y demagogia
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista
Introducción
En alguno de sus escolios,
decía Don Nicolás Gómez Dávila algo parecido a esto: la ignorancia es más nociva que la corrupción porque el
corrupto descansa de vez en cuando mientras que el ignorante ejerce de tiempo
completo. Más que por sus ideas socialistas, su pasado guerrillero o su talante
autoritario – que ya son suficientes para invalidar su pretensión de llegar a
la presidencia - Gustavo Francisco Petro Urrego sería un peligro en el gobierno
por su radical ignorancia de la forma en que funcionan economías de mercado y
las sociedades que se quieren verdaderamente libres.
Lo primero requiere de un
cierto entrenamiento profesional del que carecen la mayoría de las personas, sin
que eso les impida relacionarse y cooperar
mediante el sistema de precios, de la misma forma en que no se precisa
ser lingüista para poder usar el lenguaje y comunicarse, porque los precios son
el lenguaje del mercado. De lo segundo la mayoría de las personas tiene un
entendimiento suficiente para funcionar en sociedad aunque muchas no comprenden
cabalmente – como es el caso de Petro – que la base de todos los derechos y todas
la libertades es el derecho de propiedad. Ni lo uno ni lo otro es un problema
porque la mayoría de la gente no aspira a ser presidente ni lo será nunca. Pero
cuando alguien que ignora esas dos cosas tiene esa pretensión con alguna
probabilidad de realizarla, el asunto no deja de suscitar cierta inquietud.
El problema con Petro es que
él padece la peor forma de la ignorancia: la ignorancia del ignorante que cree
que sabe y no poco, del que cree que lo sabe todo de todo. Cuando leo sus
trinos o escucho sus intervenciones quedo perplejo frente a su sabiduría insolente. Petro tiene una repuesta
categórica, precisa, contundente frente a cada problema económico o de la vida
social. No duda nunca, no vacila, lo sabe todo. Está lleno de respuestas, lleno
de soluciones, lleno de ideas. Y eso es
justamente lo que asusta porque la ignorancia, según decía Platón, no es un
vacío sino una llenura.
Leo en su biografía que
Petro es economista, de la universidad Externado para más señas. A lo mejor le
enseñaron mal o le enseñaron bien pero no aprendió, ignoro qué ocurrió, pero
Petro no sabe economía pero cree que sabe y, para agravar las cosas, es un
político. Esto da la peor combinación que podría darse para un hombre con el
gran poder que supone la presidencia: un político ignorante de economía que
cree que sabe.
Si Petro supiera algo de
economía, siquiera un poco, tendría algún respeto por el sistema de precios, porque
intuiría de alguna forma que los precios que se forman en los mercados, que las
cantidades que se transan, que las cosas que se producen o dejan de producirse
son el resultado, no buscado deliberadamente por nadie, de las decisiones de
producción y consumo de millones y millones de personas que usan una
información dispersa y atomizada que nadie por sí solo, absolutamente nadie,
puede manejar, controlar u orientar. Y ese es justamente el problema de Petro y
todos los socialistas, pretender que saben mejor que todos los individuos lo
que le conviene a cada uno y lo que cada uno debe hacer para lograrlo. Fatal
arrogancia llamaba Hayek esa pretensión.
Petro desconoce y desprecia
el sistema de precios en el que en una sociedad libre se manifiesta la
diversidad de las aspiraciones y conocimientos de los individuos. Como buen socialista, está imbuido de alguna
de las múltiples formas de la teoría de la conspiración. Él cree que los
precios que se forman y las cosas que se producen o dejan de producir dependen
de las decisiones de siniestros grupos de poder que desde lujosas oficinas o
desde oscuros antros conspiran todo el tiempo para empobrecer la gente, acabar
sus empleos y destruir el ambiente. El análisis de algunas de sus ideas
económicas podrá en evidencia su total desconocimiento y desprecio del sistema
de precios y, también, su increíble ignorancia de la historia económica de
Colombia, incluso la más reciente.
Las
energías limpias.
Petro adora o dice adorar las
energías limpias y renovables y se presenta como el Prometeo que iluminará con
ellas un mundo lleno de la suciedad del carbón y el petróleo. ¿A quién no le
gustaría un mundo en que la transformación y el uso de las energías se hicieran
sin desperdicio, sin suciedad, sin aumentar el desorden? ¿Por qué entonces no
está el mundo lleno de paneles solares y turbinas eólicas?
Petro parece creer que ello obra
de un montón de capitalistas codiciosos que quieren acabar con el ambiente y
envenenarnos a todos; pero la cosa es menos dramática. Los costos de inversión
en la infraestructura requerida por esas energías son todavía más elevados que
los de las energías tradicionales y esto es particularmente significativo en el
caso de Colombia donde las renovables no convencionales tienen que competir con
la generación hidráulica, igualmente limpia y renovable y mucho menos costosa.
Hasta el presente, prácticamente en ningún país del mundo esas energías
renovables se han podido introducir en la matriz energética sin alguna clase de
subsidio que en definitiva paga el ciudadano, como consumidor, en su factura de
electricidad, o en impuestos, como contribuyente.
Ahora bien, en Colombia ya
se han tomado decisiones de política pública orientadas a facilitar el ingreso
de las renovables no convencionales a la matriz energética. Está, en primer
lugar, la ley 1715 de 2014 que regula la integración de dichas energías al
sistema eléctrico. En desarrollo de esa ley, el gobierno expidió el 23 de marzo
decreto 0570 de 2018 mediante el cual se dispone la creación de un mecanismo
para la contratación de largo plazo de
la energía producida con fuentes renovables no convencionales y se dispone la
incorporación del precio resultante en la fórmula tarifaria de los consumidores
finales. El 28 de febrero la Comisión de Regulación de Energía y Gas – CREG –
expidió la resolución 30 de 2018 que regula las actividades de autogeneración
en pequeña escala, es decir, que permite la conexión al sistema eléctrico de la
energía producida mediante fuentes renovables no convencionales. En otras
palabras, ya cualquier hogar colombiano o empresa puede instalar en los techos
de sus residencias o instalaciones productivas sus paneles solares o sus
turbinas eólicas. Por otra parte, nada impide hoy el desarrollo de proyectos de
generación a gran escala con fuentes no convencionales y dentro de poco los
empresarios tendrán la ventaja de poder trasladar sus mayores costos al precio
pagado por el consumidor final.
Pero es probable que a Petro
la política y la regulación adoptada en el País para facilitar el ingreso de
las energías renovables no convencionales – que distorsiona los precios y eleva
la factura eléctrica de los consumidores finales – le parezca demasiado tímida.
A lo mejor él prefiere soluciones más drásticas como prohibir de tajo la
generación térmica y hacer obligatoria para todo mundo la instalación de
paneles solares. No sorprendería, porque ese es su talante.
La
diversificación de la canasta exportadora.
Otro tema que obsesiona a
Petro es la diversificación de la producción nacional y de la canasta
exportadora. ¿A quién no le gustaría tener una canasta exportadora
diversificada en productos y destinos? Desde los años 20 del siglo XX, los
empresarios colombianos han luchado, con desigual fortuna, por diversificar la
producción para el mercado interno y la oferta exportadora. La política de
sustitución de importaciones, el Instituto de Fomento Industrial, el Plan
Vallejo para diversificar exportaciones y la apertura económica son algunas de
las orientaciones de política pública adoptadas en diversos momentos para lograr
esos objetivos. En este como en otros casos, Petro, ignorando los hechos
económicos y la historia económica del País, se presenta ante sus incautos
seguidores como el Adán encargado de “superar el extractivismo (sic) que ha
llevado al deterioro del aparato productivo industrial y agropecuario nacional,
provocando devastación ambiental, pobreza e inequidad”. Nada hay en esa afirmación que resista el mínimo
análisis.
En 2003 el País mostraba una
canasta exportadora diversificada. Diez productos, entre los cuales se
encontraban 5 productos industriales, respondían por el 57% de las
exportaciones. Los cinco productos primarios – petróleo, café,
flores, carbón y bananos – tenían una participación relativamente equilibrada. Después
vino el alza en los precios del petróleo en los mercados internacionales y la
producción, la inversión, las exportaciones y los ingresos fiscales de esa
actividad se elevaron. ¿Qué se podía hacer ante esa situación que condujo a lo
que Petro llama el “extractivismo”? ¿Prohibir la producción, la inversión y las
exportaciones petroleras?
Los empresarios del País no
estaban haciendo mal las cosas en materia de diversificación de exportaciones.
El auge de los precios de las materias primas, en particular del petróleo,
alteró la tendencia que se venía registrando. Las alzas y bajas de los precios
de las materias primas son algo escapa por completo al control de una economía
como la colombiana que sólo puede limitarse a aprovechar los auges y a padecer
las depresiones.
El principal problema con
los ciclos de precios de los productos primarios, es el comportamiento de los
gobiernos con los ingresos fiscales. La receta es sencilla: el gobierno, como
cualquier particular, para definir su gasto debe atenerse al ingreso
permanente, no al ingreso coyuntural; debe por tanto ahorrar durante los auges
para poder mitigar el efecto fiscal de las depresiones. Pero esto es difícil de
hacer cuando el gobierno está capturado por intereses políticos y particulares
propensos al gasto y adversos al ahorro.
Durante los primeros años del gobierno de Santos los ingresos petroleros
alcanzaron niveles nunca imaginados, ingresos que fueron derrochados en
burocracia y asistencialismo desaforado. Dudo mucho que un gobierno encabezado
por Gustavo Petro que quiere darlo todo gratis hubiera procedido de forma
distinta al gobierno de Santos.
Aún con la deficiente
política pública frente al auge petrolero, que provocó la revaluación de la
tasa de cambio, es falso que la industria y la agricultura hayan colapsado como
consecuencia del auge petrolero como sí ocurrió en la bolivariana Venezuela
donde el comandante Chávez dilapidó miles de millones de dólares, empeñado en
construir el socialismo del siglo XXI, que continúa siendo el ideal de Gustavo
Petro. Tampoco es cierto que la pobreza haya aumentado en las últimas décadas,
todo lo contrario, como puede evidenciarlo cualquiera que pasee someramente sus
ojos por las estadísticas del DANE.
Sistema
financiero y banca pública
Dice Petro, en uno de sus
trinos: “El enemigo de la clase media (…) es el sistema financiero que la ahoga
en compra de carro, apartamento y universidad de sus hijos. Con una banca
pública competitiva podemos mejorar condiciones de créditos y con la
universidad gratuita sus ingresos”.
Es un tópico muy extendido
creer que el propósito de los intermediarios financieros es arruinar a sus
clientes fijándoles intereses y condiciones de pago imposibles de satisfacer.
Los que así piensan no parecen entender que los intermediarios financieros son agentes
que canalizan el ahorro de quienes consumen menos que su ingreso corriente
hacia aquellos cuyo ingreso les resulta insuficiente para financiar su propio
consumo o la inversión que quieren realizar. Son incapaces de comprender que
las tasas de interés que se forman en los mercados son el resultado de la
diversa valoración que las personas tienen del consumo presente frente al
consumo futuro y del rendimiento que esperan obtener de sus inversiones y no el
resultado de la decisión arbitraria de unos intermediarios financieros deseosos
de ahogar a sus clientes.
En efecto, si Gustavo Petro
hubiera entendido algo de economía sabría que la tasa de interés es un precio
que expresa la relación de intercambio entre los bienes presentes y los bienes
futuros y que esa relación de intercambio tiene un componente subjetivo, la mayor
preferencia por los bienes que están disponibles hoy sobre los bienes que están
disponibles en el futuro, y un componente objetivo asociado a las oportunidades
de inversión.
El componente subjetivo
puede ilustrarse muy bien con la propia historia personal de Petro.
Recientemente se dolía de que, con casi 60 años, aún debía la hipoteca de su
casa, de no tener carro ni propiedad territorial alguna, todo ello a pesar de
que durante sus 15 años como congresista y los 4 como alcalde tuvo un ingreso
mensual de más de 30 millones de pesos. Es decir, en los últimos 20 años,
Gustavo Petro recibió del erario, es decir, de los impuestos pagados por los
demás colombianos, unos 7.000 millones de pesos. Si hubiera sido capaz de vivir
con 15 millones mensuales, tendría hoy un capital no inferior a 3.500 millones,
sin tener en cuenta los rendimientos que le habría generado. Pero no,
aparentemente se gastó todo su ingreso por tener una elevadísima preferencia
por el presente, quizás, por carecer de una visión a largo plazo de las cosas,
por debilidad de voluntad, por la costumbre de gastar sin freno o por carecer
de ese sentimiento que nos lleva a procurar el bienestar de nuestros hijos y
descendientes. Cualquiera sea el caso, son las gentes como Petro, que tienen una
elevada disposición al consumo presente las responsables de que la tasa de
interés tienda a elevarse.
Muchas personas carentes de
entrenamiento en economía y con elevada propensión al gasto tienden a pensar que
las tasas de interés las fijan arbitrariamente el banco emisor y los bancos
comerciales cuando fijan las tasas nominales de interés. Este es un error tan
vulgar como creer que los comerciantes o los productores fijan arbitrariamente
el precio de las cosas que venden sin que importe la demanda de mercado de esas
cosas, es decir, sin que importe la valoración que de esas cosas hacen los
eventuales compradores. Un razonamiento simple destruye la falacia según la
cual los intermediarios financieros no tienen otro propósito que ahogar a la
clase media. La tasa de interés para el crédito hipotecario está alrededor de
12% ó 14% anual. Si el objetivo es ahogar a la clase media, y los
intermediarios fijan el interés al nivel que quieran, ¿no se la ahogaría más
con una tasa del 20% o, mejor aún, de 30% o del 50%?
En medio de su ignorancia,
para resolver el problema que el mismo se ha inventado, a Petro se le ocurre la
peor de las soluciones: la creación de una banca pública que otorgue crédito
“barato” a todo mundo. En Colombia ya tuvimos una banca pública y semi-pública
– Banco Popular, Banco del Estado, Banco Central Hipotecario, Banco Ganadero,
Banco Cafetero – que naufragó carcomida por la ineficiencia y la corrupción.
Era una banca en donde pocos querían depositar sus ahorros y con la que muchos
deseaban endeudarse a tasas subsidiadas. Tenía que fondearse con recursos
fiscales o de emisión monetaria. Crédito dirigido del que se beneficiaban los
capitalistas clientelistas y los políticos rapaces amigos de los directivos de
turno. Todos esos bancos fueron cayendo poco a poco abrumados por una cartera
incobrable y cuantiosas pérdidas que ya no podían ser cubiertas con recursos
fiscales. Petro propone resucitar esa banca que sólo puede subsistir dependiente
del fisco o, lo que es peor aún, de la emisión monetaria.
Coda
Petro es un ignorante en
materia económica, como se ha ilustrado fehacientemente, pero es también un
demagogo y como todo demagogo es elocuente. Y, fascinando por su propia
verborrea, el elocuente se cree sabio y
la masa semi-ilustrada de los incautos, encantada igualmente con un discurso
lleno de frase altisonantes y de esas palabras que siempre suenan bien, cree
que efectivamente lo es. Por fuera del poder, el demagogo ignorante es risible
y casi divertido. Instalado allí es un peligro porque, al no abrigar dudas
sobre la inmensa superioridad de sus doctrinas, está convencido de que solo se
requiere la fuerza de su voluntad para garantizar el bienestar de la sociedad
tal como él lo entiende. Hace ya 259 años, en su incomparable Teoría de los sentimientos
morales, Adam Smith había advertido sobre el peligro que para la sociedad representa un
gobernante de este tipo:
“El
hombre doctrinario, en cambio, se da ínfulas de muy sabio y está casi siempre
tan fascinado con la supuesta belleza de su proyecto político ideal que no
soporta la desviación de la más mínima parte del mismo. Pretende aplicarlo por
completo y en toda su extensión, sin atender a los poderosos intereses ni a los
fuertes prejuicios que pueden oponérsele. Se imagina que puede organizar a los
diferentes miembros de una gran sociedad con la misma desenvoltura con que
dispone las piezas en un tablero de ajedrez.
No percibe que las piezas de ajedrez carecen de ningún otro principio
motriz salvo el que les imprime la mano, y que en el vasto tablero de la
sociedad humana cada pieza posee un principio motriz propio, totalmente
independiente del que la legislación arbitrariamente elija imponerle. Si ambos
principios coinciden y actúan en el mismo sentido, el juego de la sociedad
humana proseguirá sosegada y armoniosamente y muy probablemente será feliz y
próspero. Si son opuestos o distintos, el juego será lastimoso y la sociedad
padecerá siempre el máximo grado de desorden”.
LGVA
Abril de 2018