Gary
Stanley Becker y el enfoque económico de la conducta humana
(1930
– 2014)
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista,
Docente Universidad EAFIT
Me entristece la muerte
de Gary Becker. La lectura de su bello libro “Tratado sobre la familia”, la
primera de sus obras que conocí, fue para mí toda una revelación. Como muchos
economistas de mi generación, estaba interesado en la aplicación del análisis
económico al estudio de lo que creíamos eran los problemas reales de la economía: inflación,
desempleo, devaluaciones, crisis, subdesarrollo, etc. De ahí que nos
inclináramos, naturalmente, por la macroeconomía. La microeconomía, que estudiamos
en el impotable libro de Ferguson, nos resultaba demasiado abstracta, excesivamente
formalizada y alejada de la realidad. Por ello fue fascinante ver la forma en
que Becker aplicaba con brillantez inigualable el instrumental microeconómico –
en particular la teoría marshalliana de la demanda, que para él era el hallazgo
más importante de la economía – al análisis de cuestiones como la decisión de
casarse, separarse, tener hijos y otras muchas cuyo estudio creía reservado a
la sociología o la antropología.
Gary Becker es en
efecto uno - sino el más importante – de los economistas que en los años 60 y
70 ampliaron las fronteras del análisis económico sometiendo al escrutinio
científico (intuición, teoría, verificación empírica) toda una serie de fenómenos
- familia, discriminación, crimen, salud, educación, legislación, política, etc.
– que parecían del dominio de otras ciencias sociales. Imperialismo económico,
llamó Gordon Tullock ese movimiento de aplicación de los métodos de la economía
más allá de los aspectos puramente pecuniarios o mercantiles de la vida. La enseñanza, la investigación y el ejercicio
profesional de la economía cambiaron radicalmente, para bien, a partir de los
trabajos de Becker.
Sus distintos trabajos
fueron en efecto una sucesión de pequeñas revoluciones. Revoluciones en tono menor, pero tan
significativas para la profesión como las altisonantes revoluciones keynesiana
y marginalista de las que hablan los manuales de historia del pensamiento
económico. Todo empezó con su tesis de doctorado, a los 25 años, dedicada al
estudio de la discriminación racial. El tema y, sobre todo, el método:
aplicación del análisis económico a mercados no monetarios, se apartaban de
los caminos trillados. Después vendrían la obra que le daría renombre, “El
capital Humano: análisis teórico y empírico”, de 1964, y aquella por medio de
la cual ejercería su influencia en la formación de varias generaciones de
economistas, su “Teoría Económica”, de 1971.
En efecto, este último
libro es la síntesis de su enseñanza de microeconomía a estudiantes de
pre-grado en la Universidad de Chicago. Siempre prefirió enseñar en pre-grado
por considerar que esos años son los más decisivos para la formación del
capital humano. No llamó a su libro “Manual de microeconomía” o nada parecido.
Teoría Económica, simplemente, pues eso que denominamos micro-economía es la
esencia del análisis económico. No se interesó por los problemas abstractos del
equilibrio general walrasiano. Tampoco se interesó por la macroeconomía pues
creía que la economía aporta poco al pronóstico de los cambios en la actividad
económica. Fue un marshalliano, como su maestro Milton Friedman. “El
instrumento analítico más importante que se ha inventado para simplificar la comprensión
del mundo económico – escribió – es el análisis de la oferta y la demanda, que
fue llevado a su desarrollo máximo por Alfred Marshall”[1]
Su mayor contribución
es sin duda la de haber aplicado el método marshalliano al análisis de los
aspectos no-mercantiles o no-pecuniarios de la conducta humana. En la
introducción a la obra que reúne sus más importantes artículos, “The Economic
Approach to Human Behavior” nos revela el temprano origen de lo que sería el
rasgo distintivo de su ejercicio profesional. “En el colegio me sentía atraído por
los problemas estudiados por los sociólogos y por las técnicas analíticas
usadas por los economistas”[2].
En su tesis doctoral realizaría por primera vez esa síntesis, si se permite la
expresión, aplicando las técnicas económicas al estudio de la discriminación
racial. Después vendrían estudios sobre la fertilidad, la educación, el crimen,
el matrimonio, el altruismo, la interacción social, la democracia y otra serie cuestiones
que supuestamente pertenecían al dominio de otras disciplinas. Cada vez Becker
estaba más convencido, convenciendo de paso a la profesión, de que el enfoque
de la economía es aplicable a todos los campos de la conducta humana. Y la
razón de ello es simple:
“Es
claro – escribe - que el enfoque económico no está restringido a los bienes
materiales y las necesidades, tampoco a lo puramente mercantil. Los precios,
bien sea los precios monetarios del mercado o los precios sombra imputados al
sector no-mercantil, miden el costo de oportunidad de usar recursos escasos y
por tanto el enfoque económico predice la misma clase de respuesta para los
precios sombra y los precios monetarios”[3].
Donde hay escasez todas
las decisiones tienen un costo de oportunidad y por tanto hay lugar para el
análisis económico. Con honestidad intelectual, Becker reconoció que la
aplicación del enfoque económico a los fenómenos no-mercantiles no es nueva. Se
encuentra, nos informa, en Smith, Bentham e incluso en Marx y sus seguidores.
La novedad de los trabajos de Becker y de toda la ilustre serie de economistas
que bajo su influencia o de forma independiente ampliaron campo de la economía radica
en la aplicación sistemática de los supuestos de conducta maximizadora,
equilibrio de mercado y estabilidad de las preferencias.
En 1985, Becker empezó
a publicar una columna en Business Week, escrita
en colaboración con su esposa la historiadora Guity Nashat. Durante 15 años
mantuvo esa columna y en ella presentaba al público en general los resultados
de su trabajo académico y el de otros economistas en los más diversos campos
del comportamiento humano. Esos artículos fueron reunidos en un libro titulado “La
economía cotidiana” que es una introducción extraordinaria a su obra y, de
paso, una refutación de los prejuicios populares más arraigados sobre
cuestiones sociales y política pública. Este ir contra la corriente de las
ideas populares, que es el sino de los buenos economistas, le valió el ser
calificado de conservador o reaccionario. A ello respondió:
“...soy
un liberal en el sentido clásico o europeo de la palabra, y prefiero un sistema
político-económico descentralizado, así como un ambiente social que garantice
la libertad de escoger, siempre y cuando la libertad de una persona no provoque
un daño tangible y evidente a los demás”[4]
LGVA
Mayo de 2014.
[1] Becker, G.S. (1971). Teoría Económica. Fondo de Cultura Económica,
México, 1977. Página 17.
[2] Becker, G.S. (1978). The Economic Approach to Human Behavior”. The
University of Chicago Press, 1978. Página 8.
[3] Idem.
Página 6.
[4] Becker, G.S. y Nashat Becker, G.
(2002). La economía cotidiana. Editorial Planeta
Mexicana, México, 2002. Página 20.
excelente reseña
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