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domingo, 3 de febrero de 2013

Pensamiento Económico II - Lección II - Marshall


Pensamiento Económico II – Lección II

Alfred Marshall y la microeconomía del equilibrio parcial

 

Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista, Docente Universidad EAFIT
Consultor Fundación ECSIM

 

I

Todo estudiante de economía, aunque probablemente muchos lo ignoren, está familiarizado con la obra de Alfred Marshall (1842-1924). Los diagramas de oferta y demanda, que aparecen en todos los manuales introductorios, tienen su origen en su obra principal, Principios de Economía[1],  que durante muchas décadas fue el texto de economía más empleado en el mundo anglosajón. La primera edición de los Principios es de 1890 y la octava, en vida de Marshall, de 1920. En las sucesivas ediciones Marshall introdujo una creciente cantidad de adiciones, aclaraciones y ejemplo buscando hacer accesible el texto a un público amplio. Marshall creía firmemente que los principios y leyes de la economía teórica debía servir de guía para la acción razón por la cual su comprensión, debía estar al alcance de los hombres de negocios, los políticos y de toda persona educada.    

“De conformidad con las tradiciones inglesas, se entiende que la función de nuestra ciencia es recoger, combinar y analizar los hechos económicos, aplicando los conocimientos adquiridos por medio de la observación y la experiencia a la determinación de los que han de ser, con toda probabilidad, los efectos inmediatos y finales de los diversos grupos de causas; y se entiende que las leyes económicas son manifestaciones de tendencias expresadas de modo indicativo y no preceptos éticos de carácter imperativo. Las leyes y los razonamientos económicos no son, en efecto, sino mera parte del material que toda ciencia humana y el sentido común han de aprovechar para resolver los problemas prácticos y sentar las reglas que puedan ser guía en los actos corrientes de la vida”[2]

Buscando entonces llegar al público ilustrado y atender al mismo tiempo las exigencias de rigor de sus pares, adoptó un método de exposición en el que se combinan la exposición literaria, la presentación diagramática y la formulación matemática, esta última en notas de pie de página y apéndices para no interrumpir el hilo de la exposición. Con relación a la formalización matemática expresó cierto escepticismo, señalando, en carta a su discípulo Pigou que: 

“… podría descarriarnos, llevándonos a la persecución de juguetes intelectuales, de problemas imaginarios que no tuviesen correspondencia con las condiciones de la vida real, y además podrían deformar nuestro sentido de la proporción, haciendo que descuidásemos factores que no podrían tratarse fácilmente mediante el aparato matemático”[3]

 

II

La economía clásica - de Smith, Ricardo y Mill - había desarrollado una teoría del precio basada en las condiciones de producción. Por su parte, Menger y Jevons pusieron el énfasis en la utilidad y la demanda del consumidor como determinante fundamental del precio. Oponiéndose a Mill,  Jevons  expresa de forma tajante el papel determinante de la teoría de consumo en la teoría de los precios. En efecto, Mill había señalado:

“La economía política no tiene nada que ver con el consumo de la riqueza, más allá de su consideración de como algo inseparable de la producción o de la distribución. No conocemos ninguna ley del consumo de la riqueza que sea materia de una ciencia diferenciada, estas leyes no pueden ser otras que las del disfrute humano”[4]

La respuesta de Jevons es contundente:

“…es evidente que la economía descansa sobre las leyes del disfrute humano, y que si esas leyes no son desarrolladas por ninguna otra ciencia, deben se desarrolladas por los economistas. Trabajamos para producir con el único objetivo de consumir, y las clases y cantidades de bienes producidos deben determinarse con respecto a lo que queremos consumir. Todo fabricante conoce y siente con cuánta aproximación debe anticipar los gustos y necesidades de sus clientes: Todo su éxito depende de ello. Y, de manera parecida, la teoría económica debe iniciarse con una teoría correcta del consumo”[5]

Basta con mirar cualquier manual de microeconomía para constatar que finalmente prevaleció el punto de vista de Jevons. Ahora bien, ni Jevons ni Menger, quien por supuesto sostenía el primado de la teoría de la utilidad y del consumo, desarrollaron a partir de ésta una teoría explícita de la demanda de mercado. Esto lo hará Marshall quien buscará conciliar el entonces nuevo punto de vista con la tradición de los economistas clásicos más orientada hacia las condiciones de producción o, lo que es lo mismo, al lado de la oferta.

La divergencia teórica frente al problema de la determinación del precio entre el enfoque clásico y el enfoque naciente de la utilidad marginal es fundamental. En la economía clásica el precio natural está determinado exclusivamente por las condiciones de producción; la demanda interviene en la formación del precio de mercado el cual gravita en torno al precio natural al cual se ajusta finalmente. Menger que esto equivalía a suponer que valor de los bienes de consumo final, bienes de primer orden, estaba determinado por el valor de los bienes que intervienen en su producción, bienes de orden superior. Para Menger la causalidad era exactamente la inversa:

“…el valor de los bienes de orden inferior en el momento actual no se rige por el valor de los bienes correspondientes de órdenes superiores, sino que más bien, y bajo todas circunstancias, el valor previsible del producto es el principio determinante del valor de los bienes correspondientes de órdenes superiores"[6)

Jevons, probablemente por estar más inmerso en la tradición inglesa la economía política, reconocerá el papel de la oferta en la determinación del valor, pero negando expresamente que fuese la causa del valor:

“Pero aunque el trabajo nunca es la causa del valor, es en una gran proporción de los casos la circunstancia determinante, y de la siguiente manera: el valor depende únicamente del grado final de utilidad. ¿Cómo podemos variar este grado de utilidad? Teniendo más o menos mercancía para consumir. ¿Y cómo conseguiremos más o menos de ella? Gastando más o menos trabajo en obtener un suministro. De acuerdo con este enfoque hay dos pasos entre el trabajo y el valor. El trabajo afecta la oferta, y la oferta afecta el grado de utilidad, que gobierna el valor o relación de intercambio. Para que no haya error posible sobre esta crucial serie de relaciones, la formularé en forma tabular, como sigue: el coste de producción determina la oferta; la oferta determina el grado final de utilidad; el grado final de utilidad determina el valor”[7]

Ahí está en germen, por así decirlo, la teoría precio basada en la interacción de la oferta y la demanda. Pero será Marshall, no Jevons, quien la desarrolle. No puede expresarse de forma más clara la esencial de la teoría que como lo hace Marshall:

“El valor normal de toda cosa (…) se encuentra, como la piedra angular de un arco, en equilibrio con relación a la fuerzas opuestas que actúan de los lados. Las fuerzas de la demanda actúan de un lado; las de la oferta del otro…”[8]

III

La teoría marshalliana del precio puede sintetizarse en tres proposiciones:

El valor de cambio de un bien se determina por la acción conjunta y simétrica de la fuerzas de oferta y demanda.

El valor de cambio del bien y la cantidad cambiada (y producida) se determinan simultáneamente por la acción conjunta de la oferta y la demanda.

El valor del bien y la cantidad producida y cambiada se determinan en su propio mercado; es decir, las fuerzas de oferta y demanda de un mercado son independientes de las que actúan en otros mercados [9] Esta es la cláusula de Ceteris Paribus.

 

El mercado se representa por dos relaciones funcionales distintas entre el precio y la cantidad del bien. Una de ellas es la función de demanda, que relaciona la cantidad demanda con el “precio de demanda”; la otra la función de oferta, que relaciona la cantidad ofertada con el “precio de oferta”.

“-----el precio requerido para atraer los compradores de una cantidad dada de una mercancía durante un tiempo dado se denomina precio de demanda; de la misma forma el precio requerido para inducir el esfuerzo de producción necesario para la  producción de una cantidad dada de mercancía en un tiempo dado se denomina precio de oferta…”[10]

El precio y la cantidad cambiada de equilibrio son aquellos a los que se igualan el precio de oferta y el de demanda:

“La demanda (del comprador) sólo es eficiente cuando el precio al cual el desea comprar se iguala al precio al cual los otros desena vender”[11]

Gráfico 1
 
  1.   Todo esto puede representarse con habitual diagrama de oferta y demanda o cruz de Marshall. El punto A es el punto de equilibrio. Para que tenga sentido económico es preciso sea el resultado de la acción combinada de las fuerzas de oferta y demanda. Para ello es preciso que se cumplan dos condiciones:

Que las curvas de oferta y demanda sean significativas en un sentido económico de tal suerte que cuando el mercado de aleje del punto A se desencadenen fuerzas que tiendan a reestablecer el equilibrio.

Que el alejamiento del mercado del equilibrio no afecte ningún otro mercado. Para ello es necesario suponer que las fuerzas equilibrantes en un mercado aislado sólo operan para alejamiento marginales del punto de equilibrio. Marshall escribió: “Las curvas habituales de oferta y demanda solo tienen validez en la vecindad inmediata del punto de equilibrio”[12]

Estas observaciones equivalen simplemente a decir que los precios en la vecindad del punto de equilibrio deben ser significativos para los agentes porque son esos precios los que ponen en acción los cambios que llevan al equilibrio.

IV

Marshall deriva la función de la demanda a partir de la función de utilidad. Después de los trabajos de Hicks y Allen en los años 30, la derivación de hará a partir de la curvas de indiferencia.

Gráfico 2
 

Marshall formula la ley de la demanda en los siguientes términos:

“Existe, pues, una ley general de la demanda que puede expresarse así: cuanto mayor es la cantidad que ha de venderse, tanto menor debe ser el precio a que se ofrecerá para que pueda encontrar compradores; o, en otros términos, la demanda aumenta cuando el precio baja y disminuye cuando el precio sube”[13]

La condición de equilibrio para el consumo de los diferentes bienes se expresa en la conocida regla de la igualdad de las utilidades marginales de los bienes ponderadas por sus precios:

U1/P1 = U2/P2 =………Ui/Pi = Um  (1)

Para un bien cualquiera se tiene que:

 Ui= PiUm  (2)

Donde Um es lo que Marshall denomina la utilidad marginal del dinero. Con este concepto Marshall se refería a la utilidad de un flujo de dinero en una unidad de tiempo. El individuo distribuye el gasto de ese flujo de dinero en los bienes que tiene a su disposición de tal suerte que la utilidad marginal derivada del gasto marginal en cada uno de los bienes sea igual. Esta es la utilidad marginal del dinero.

Supongamos que el individuo ha alcanzado el equilibrio para todos y cada uno de los bienes como se presenta en la expresión (1). Imaginemos ahora que el precio del bien (i) disminuye. Inmediatamente, la igualdad (2) se convierte en desigualdad. Para restablecer el equilibrio, el agente aumentará el consumo del bien (i) hasta el punto en que la utilidad derivada de la cantidad adicional se reduzca hasta igualar el valor de la utilidad marginal del dinero al nuevo precio. Si imaginamos una nueva reducción del precio se producirá una nueva situación de desequilibrio que llevará a un incremento de la demanda hasta que se reestablezca el equilibrio al nuevo precio. De esta forma se obtiene la curva de demanda a partir de la curva de utilidad como se ilustra en la gráfica 2.

Para obtener ese resultado es necesario que la utilidad marginal del dinero permanezca constante. Esto depende de varios supuestos ceteris paribus, a saber:

El período de tiempo de ajuste es muy corto.

Las preferencias del consumidor no cambian.

No cambia la cantidad de dinero disponible.

No hay cambios en los precios de las demás mercancías.

El poder adquisitivo del dinero permanece constante.

Pero aún con todos estos supuestos no puede evitarse considerar el efecto que la reducción del precio de (i) tiene sobre la cantidad de dinero disponible del agente. Cuando baja el precio de un bien se produce un efecto sustitución que hace que aumente su demanda. Pero al mismo tiempo el dinero disponible para otros gastos aumenta a nivel del precio inicial lo que debe llevar a aumentar la demanda de todos los demás bienes normales. Este es el efecto renta. Probablemente es por esto que Marshall decía que la racionalización de la pendiente negativa de la curva de la demanda aplicaba principalmente en el caso de “bienes poco importantes” en el sentido en que representan una pequeña parte de los gastos del consumidor. Frecuentemente Marshall recurrió al ejemplo de la demanda del té.

La mayor parte de las dificultades de racionalización de la curva de la demanda han sido plantea problemas teóricos muchos más complejos. El economista italiano Piero Sraffa llamó la atención sobre estas cuestiones en un par de artículos publicados en 1924[14]

V

Para ilustrar claramente el problema en cuestión, considérese la situación presentada en la gráfica 3. Se tiene una función de oferta de rendimientos constantes en la cual el costo no varía con la cantidad producida. Este tipo de función de oferta es la que parece tienen en mente los economistas clásicos. Es claro en este caso que el precio está determinado exclusivamente por la oferta. Cualquiera sea la demanda el precio es el mismo. La demanda no interviene solamente en la determinación de la cantidad. Cualquiera sea la cantidad el precio es el mismo. En consecuencia, el precio no es un indicador de escasez.

Gráfica 3
 
Es claro pues que para que la determinación del precio y la cantidad por la acción simultánea de la oferta y la demanda como pretendía Marshall es preciso que la curva de oferta sea una relación directa entre cantidad y precio. Es decir que el costo aumente con la cantidad lo cual sólo ocurre en presencia de rendimientos decrecientes.

Marshall señala:

“Las tendencias de la utilidad decreciente y de la productividad decreciente se fundamentan, la primera en las características de la naturaleza humana, la segunda en las condiciones técnicas de la industria”[15]

Es claro pues que la validez de la teoría marshalliana depende de la hipótesis sobre la curva de oferta. Marshall denomina esa hipótesis Ley de los rendimientos no proporcionales. Veamos cómo se fundamenta.

La oferta de la industria es la suma de las ofertas individuales de los diferentes productores. La curva de oferta individual es la curva de costo marginal. Para que exista una curva de oferta creciente es necesario que el costo aumente con la cantidad producida.

El costo de producción es el producto de una cantidad de un insumo por su precio:

Costo de producción = Cantidad X Precio

El costo de producción aumenta con la cantidad producida si al aumentar ésta se eleva el precio de insumo y/o cantidad requerida para producir una unidad adicional producto. Hay un efecto precio y un efecto cantidad. El efecto precio debe ser descartado por la hipótesis de equilibrio parcial. Sólo queda pues el efecto cantidad, lo cual lleva al tema del rendimiento. 

A diferencia de la utilidad marginal decreciente – fundamento la función de demanda-  que se deriva de un postulado obvio sobre la naturaleza humana; la ley de los rendimientos no proporcionales o de la productividad marginal decreciente, es de naturaleza empírica.

Marshall pensaba que los rendimientos no proporcionales – crecientes y decrecientes- pueden expresarse en una misma función. Los primeros, que también denomina economías externas, se presentan en los niveles más bajos de producción, en tanto que los segundos se presentan a niveles más altos. La curva de rendimientos no proporcionales tiene la forma de una U.

Para Sraffa el problema de los rendimientos no proporcionales que deben suponerse para la determinación de la curva de oferta es su incompatibilidad con el supuesto de equilibrio parcial. En efecto, las llamadas economías externas o rendimientos crecientes resultan de un mejoramiento general de las condiciones de producción en todos los sectores lo cual resulta incompatible con la hipótesis de equilibrio parcial.  Por su parte, los rendimientos decrecientes que resultan de la mayor utilización de un factor variable plantean el siguiente problema: si la industria emplea una cantidad reducida del factor variable, la intensidad de la utilización de éste sólo aumentará si el aumento de la producción es muy significativo; y si la industria emplea una cantidad muy importante del factor en cuestión un aumento en su utilización no puede hacerse sin hacer necesaria el traslado de esas cantidades adicionales de otras ramas de producción: en ambos casos se trata de una situación incompatible con el equilibrio parcial.

“En definitiva, por las razones que se han expuesto, no puede existir, en un sistema estático de libre competencia, y en la determinación de equilibrios parciales, curvas de costos no proporcionales – salvo en casos excepcionales – sin que sea necesario introducir hipótesis que contradicen la naturaleza misma del sistema (…) Las causas de variación de los costos, extremamente importantes desde el punto de vista del equilibrio general, deben ser consideradas necesariamente como despreciables en el estudio del equilibrio parcial de una industria. Desde ese punto de vista, que constituye sólo una primera aproximación a la realidad, debemos admitir que las mercancías se producen generalmente a costos constantes”[16]

Los problemas asociados a la naturaleza de los rendimientos y, por consiguiente, a la forma de las curvas de oferta derivaron luego en desarrollos particulares en lo que se conoce como la teoría de las formas de mercado. Así, los rendimientos crecientes, que dan lugar a una curva de oferta de pendiente negativa, están en la base de la teoría del monopolio. Otras imperfecciones, como la referente a los efectos de la publicidad y a la diferenciación de productos sustentan los desarrollos de la competencia monopolística formulada en los años treinta por Joan Robinson y Edward Chamberlin. Sin embargo en el terreno de la teoría pura la concepción de los precios como indicadores de escasez condujo al desarrollo de la teoría del equilibrio general.

VI

La idea de que existe un rendimiento marginal físico supone la existencia de una cantidad de un factor de producción. Ricardo había señalado que la distribución del producto era el problema fundamental de la economía política. En su modelo hay tres agentes – asalariados, capitalistas y terratenientes – que se diferencian entre sí por la norma que rige su participación en la distribución de la producción. En las versiones más populares del análisis marginalista la distribución del producto se presenta como una extensión de la teoría general de los precios.

“Con la teoría de la productividad marginal – escribe Harry Johnson -  la distribución del producto deja de ser un problema de distribución entre clases y se funde en la teoría general de la formación de los precios”[17]

A diferencia de la teoría clásica ya no hay en la teoría marginalista agentes representativos diferentes según la norma que explica su participación en el producto. En su  lugar aparecen los “factores de producción” cuya participación en el producto está determinada por sus respectivas productividades marginales.

Cada una de las diferentes formas de ingreso – salario, interés, renta – es determinada en su propio mercado por la acción de la oferta y la demanda. La funciones de oferta se supone son generalizaciones de la teoría de la renta diferencial razón por la cual tiene pendiente negativa. “La teoría de la renta diferencial es formalmente idéntica a la teoría de la productividad marginal, aunque los rendimientos marginales considerados sean muy grandes en lugar de ser infinitesimales”, escribe Mark Blaug. Así las cosas existirían funciones de oferta de pendiente negativa para todos los factores de producción. Las funciones de demanda resultan del cálculo de maximización del productor de forma que en equilibrio el precio pagado por el factor sea igual a su productividad marginal.

Supongamos que solo existen dos factores de producción: trabajo y capital. Los precios  unitarios respectivos son w y r y las cantidades empleadas de cada uno L y K. Por otra parte Y es el producto  y P  su precios. El problema consiste en demostrar que cuando los factores se remuneran de acuerdo con su productividad marginal el producto se agota en su remuneración. Esto es lo que el economista Philip Wicksteed llamó el agotamiento del producto. 

pY = wL + rK (3)

La cantidad producida está determinada por el empleo total de los recursos de según la función de producción Y = f (K, L).

Las retribuciones de los factores se establecen de acuerdo con su productividad marginal de tal suerte que: w = pYL  y r = pYk; donde YL y Yk son las productividades marginales del trabajo y el capital respectivamente. Reemplazando estas expresiones en (3) y dividiendo por P se obtiene que:

Y =  YLL + YkK  (4) [18]

Cada factor debe poder ser considerado como una cantidad homogénea. Si esto no es posible, su rendimiento marginal queda indeterminado y de esta forma también el  rendimiento de los demás factores. Podemos admitir que el trabajo sea en algún sentido homogéneo, pero subsiste el problema de la homogeneidad del capital. En la producción el capital se presenta como un conjunto de bienes de producción – materias primas, energía, maquinaria – físicamente heterogéneos.

Para que el capital sea una magnitud homogénea es necesario conocer los precios de los diferentes bienes de producción que lo conforman. Pero el agregado así obtenido es una magnitud de valor, no una cantidad física porque depende de las cantidades  utilizadas de cada medio de producción y de su precio. Como lo señaló Sraffa no es posible “ninguna concepción del capital como una magnitud mesurable independiente de la distribución y de los precios”[19]

En los años 60 del siglo XX tuvo lugar el llamado debate sobre la medida del capital conocido también como el debate entre los dos Cambridge: Inglaterra y Estados Unidos. La discusión se centró en la posibilidad de una medida del capital independiente de la distribución y de los precios. Es conveniente recordar la forma en que Joan Robinson planteó el problema:

“El hecho de que en la doctrina económica neo-clásica haya predominado el concepto de una función de producción en la cual los precios relativos de los factores de producción aparecen como una función de la proporción en que éstos se emplean bajo determinadas condiciones de conocimiento técnico, ha tenido un efecto irritante en el desarrollo de la materia, pues al concentrar la atención sobre el problema de las proporciones de los factores la ha desviado de los problemas más difíciles, pero también más fecundos, relacionados con las influencias que rigen las ofertas de los factores y con las causas y consecuencias de las transformaciones del conocimiento técnico.

Además, la función de producción ha constituido un poderoso instrumento para una educación errónea. Al estudiante de teoría económica se le enseña a escribir Q = f (L, K), siendo L una cantidad de trabajo, K una cantidad de capital y Q una tasa de output de mercancías. Se le alecciona para que suponga que todos los trabajadores son iguales y a medir L en hombres-hora de trabajo; se le menciona la existencia de un problema de números índice en cuanto a la elección de una unidad de output; y luego se le apremia a pasar al problema siguiente, con la esperanza de que se le olvidará preguntar en qué unidades se mide K. Antes de que llegue a preguntárselo, ya será profesor, y de este modo se van transmitiendo de generación en generación unos hábitos de pensamiento poco rigurosos”[20]

El problema, digámoslo una vez más, es encontrar una unidad en la que pueda medirse el capital de forma independiente de la distribución y los precios, de forma que pueda introducirse conjuntamente con el trabajo en una función de producción y pueda determinarse el nivel de producción y las productividades marginales respectivas de las que resulta la remuneración de los factores.

Con su particular agudeza, Wicksell, en carta escrita a Marshall en enero de 1905 daba cuenta de la dificultad:

“…la teoría del capital y del interés no puede considerarse completa todavía…Mientras el capital se defina como una suma de mercancías (o de valor) la doctrina de la productividad marginal del capital como determinante del tipo de interés nunca será completamente cierta y a menudo no lo será de ninguna de las maneras: es cierta individualmente, pero no en cuanto al capital de la sociedad”[21]

Aunque Samuelson y Solow señalaron en distintos momentos que el capital como unidad independiente de los precios tal como se presenta en la función de producción sólo tiene significado para el trabajo empírico, con su habitual integridad intelectual, Kenneth Arrow y Frank Hahn señalaban en 1971:

“…la presencia del capital como factor productivo y perceptor de remuneración constituyó  claramente un embarazo para los autores clásicos, como lo sigue siendo hasta cierto punto en nuestros días” [22]

 

LGVA.

Febrero de 2013.


1. Marshall, A. Principles of Economics, 8ª edition, 1920, London, Macmillan, 1969.
 
2. Marshall, A. Op. Cit.  Página v-vi.
 
3. Pigou, A.C. Memorias. Citado en Ekelund, R.B. y Hébert, R.F. Historia de la teoría económica y su método. Tercera edición.  McGrau- Hill, México, 2005, página 398.
 
4. Mill, J.S. Essays on some unsettled questions of political economy. Citado por Jevons, W.S. La teoría de la economía política. Traducción de Juan Perez-Campanero. Ediciones Pirámide, Madrid, 1998. Página 94.
 
5. Jevons, Op. Cit. Página 95.
 
6. Menger, C. Principios de economía política. Ediciones Folio, Barcelona, 1996. Página 136.
 
7. Jevons, Op. Cit. Página 181.
 
8. Marshall, A. Op. Cit.  Página 120.
 
9. Esta es la conocida cláusula de Ceteris Paribus: todo lo demás igual, hipótesis fundamental del análisis de equilibrio parcial.
 
10. Marshall, Op. Cit. Página 118.
 
11.  Ídem, página 80.
 
12. Marshall, Op. Cit. Página 384.
 
13. Marshall, Op. Cit. Página 87.
 
14.Sraffa, P. Ecrits d´économie politique, Paris, Economica, 1975. Se sigue la presentación del profesor  Deleplace, G. Theories du capitalisme: une introduction. Paris, Maspero, 1981.
 
15. Marshall, Op. Cit. Página 170.
16. Saraffa, P. Op. Cit. Página 62.
 
17.  Johnson, H. (1973) The Theory of Income Distribution. Citado por Deleplace. Op. Cit. página 67.
18. La condición suficiente para este resultado es que la función de producción sea homogénea a de primer grado con lo que se puede aplicar el teorema de Euler.
 
19. Citado por Deleplace, Op. Cit. Página 66.
20. Citado en Harcourt, G.C. (1971). Teoría del capital. Oikos-tau ediciones, Barcelona, 1975. Páginas 26 – 27.
 
21. Citado en Harcourt, G.C. (1971). Teoría del capital. Oikos-tau ediciones, Barcelona, 1975. Página 26.
 
22. Arrow, K.J. y Hahn, F.H. (1971). Análisis general competitivo. Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1977. Página 15.

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