La
teoría del interés de Böhm-Bawerk-Fisher y el mito de la de la distribución
funcional de la renta⃰[1]
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista,
Docente Universidad EAFIT
Volver sobre la teoría
del interés de Böhm-Bawerk, que por razones que se entenderán más adelante
prefiero llamar de Böhm-Bawerk-Fisher, puede parecer un anacronismo a
cualquiera que no sea, como lo soy yo, un profesor de historia del pensamiento
económico; sin embargo, puedo alegar varias razones para sugerir que no es así.
La primera tiene que
ver con estado mental de insatisfacción generalizada con las instituciones y
los resultados del capitalismo; exacerbada por el menor crecimiento, el
desempleo y los desequilibrios fiscales de los gobiernos, que dificultan la
financiación de las políticas asistencialistas a las que se ha acostumbrado la
población. Esto hace que la gente se torne particularmente sensible a los
planteamientos simplistas de acuerdo con los cuales las penurias económicas de
los más tienen como contrapartida la plétora injustificada de los menos. Proliferan
entonces los teóricos de la desigualdad y las estadísticas y datos que
escandalizan a las buenas conciencias,
como los que difunde periódicamente OXFAM. En ese ambiente florecen
populismos de izquierda y de derecha que prometen resolverlo todo mediante la
acción del estado puesto en sus manos providentes y generosas.
El segundo punto tiene
que ver con mi insatisfacción con la enseñanza de la economía en Colombia y en
buena parte de los países del mundo. El eje central de un programa típico de
economía está compuesto de tres o cuatro cursos de microeconomía, otros tantos
de macro, unos cinco de matemáticas y cinco más de estadística y econometría.
Esto se adoba con un par de cursos de historia económica, uno o dos de pensamiento
económico y algo de comercio internacional. El estudiante aprende a estimar
funciones de demanda y otras cosas o a calibrar modelos de equilibrio general,
pero en la mayoría de los casos no alcanza a entender que la microeconomía que
se les enseña es una teoría de la distribución de acuerdo con cual lo que la
gente obtiene por sus servicios productivos está determinado por la demanda de
los bienes finales que esos servicios contribuyen a producir. En el mejor de
los casos el nuevo economista sale creyendo que el capital y el trabajo se
remuneran por su productividad marginal o, en el peor, en las formas más toscas
de la teoría de la explotación. Esto, por supuesto, es muy grave pues si eso es
lo que creen los “especialistas”, qué podemos esperar de los que no lo son.
Naturalmente no creo
que lo que yo diga o escriba pueda contribuir a cambiar sustancialmente ese estado
de cosas, pero me siento mejor creyendo que trato de hacer algo al respecto.
I
Es conveniente empezar
por exponer la cuestión en el estado en que la encontró Böhm-Bawerk. Me
refiero, por supuesto, a la teoría clásica del valor y la distribución, la
cual, a principios de la década de 1870, es la teoría dominante en la forma en
que la dejó Jhon Stuart Mill. Por esos años se aparecen las obras de Jevons,
Walras y Menger en las que estos autores, de manera independiente, formularán
la nueva teoría del valor y de los precios basada en la utilidad marginal. Sin
embargo, ninguno de ellos consiguió articular de forma sistemática la teoría subjetiva
del valor con la teoría del interés.
En esta, como en muchas
otras cosas de la economía, todo comienza con Adam Smith, quien estableció el
canon de la teoría de la distribución que persiste hasta nuestros días tanto en
la discusión popular como, hasta cierto punto, en la discusión académica. Smith
distinguió tres clases de agentes económicos – capitalistas, terratenientes y
asalariados - que se diferencian analíticamente por la ley o norma que rige su
remuneración.
Smith tiene dos teorías
del valor, o de las causas del valor, y una teoría de su medida, que son cosas
distintas. Empecemos por la segunda. El valor de las “cosas necesarias,
convenientes y gratas para la vida”, es decir, las cosas útiles y escasas que
conforman la riqueza, no puede medirse en dinero porque el dinero es también
una mercancía - el oro o la plata - sujeta por tanto a las mismas causas que
hacen variar el valor de todas las mercancías. Por esa razón, cuando varía el
valor monetario de una mercancía – el precio nominal - no podemos saber si la
variación resulta de un cambio en el valor de la mercancía medida o en el valor
de aquella - el dinero - tomada como patrón de medida. Propone por tanto medir el valor por la
cantidad de trabajo que las mercancías permiten adquirir o comandar[2]. Esto es lo que Smith denomina el
precio real. No voy a detenerme en la argumentación desarrollada por Smith para
sustentar la conveniencia de medir el valor por el trabajo comandado, basta con
decir que es lo mismo que medir en las “unidades de trabajo” que propone Keynes
en la Teoría General[3] y
lo mismo que hacemos en la práctica económica corriente al medir el valor en
salarios mínimos. Eso no implica adoptar ninguna posición sobre los
determinantes del valor. Tenemos pues que el precio real de una mercancía se
mide por la cantidad de trabajo que con ella se puede comprar o comandar. Por
tanto, la relación de cambio de un par de bienes X y Y puede expresarse de la siguiente forma:
Px/Py
= Trabajo comandado por X/Trabajo comandado por Y (1)
Pasemos ahora a la
primera teoría del valor, la cual rige “el estado primitivo y rudo de la sociedad que
precede a la acumulación del capital y a la apropiación de la tierra”. Es
decir, una sociedad de cazadores y pescadores libres, dueños de sus
instrumentos de trabajo y que pueden disponer sin restricciones de la tierra.
“En
ese estado de cosas el producto íntegro del trabajo pertenece al trabajador, y
la cantidad de trabajo comúnmente empleado en adquirir o producir una mercancía
es la única circunstancia que puede regular la cantidad de trabajo ajeno que
con ella se puede adquirir, permutar o disponer”[4]
Se tiene pues la
siguiente regla del valor de cambio:
Px/Py
= Trabajo empleado en X/Trabajo empleado en Y (2)
Tan pronto como el
capital se acumula y la tierra es apropiada privadamente, la regla del valor de
cambio se modifica sustancialmente. Aparece la segunda teoría del valor o del
precio real de Smith, la que algunos autores llaman la teoría de los
componentes del precio. En efecto, el producto no se distribuye en especie
entre el trabajador, el capitalista y el terrateniente. Lo que se distribuye es
su precio o su valor entre el trabajador, el salario; el capitalista, el
beneficio y el terrateniente, la renta.
Todos estos ingresos, como cualquier precio, se miden por la cantidad de
trabajo que pueden comprar o comandar.
“El
valor real de todas las diferentes partes que componen el precio se mide, según
podemos observar, por la cantidad de trabajo que cada una de esas porciones
dispone o adquiere. El trabajo no sólo mide el valor de aquella parte del
precio que se resuelve en salario, sino también aquella que se traduce en renta
y en beneficio”[5]
En consecuencia, el
precio real de cualquier mercancía puede expresarse de la siguiente forma:
Precio
real = Salario + Beneficio + Renta = Trabajo comandado (3)
La regla del valor de
cambio será entonces:
Px/Py = (Sx + Bx +
Rx)/Sy
+ By + Rx) (4)
Para determinar el
precio real de cualquier bien es preciso conocer el precio de los componentes.
Es decir, hay que darse una teoría del salario, el beneficio y la renta, es suma: una teoría de
la distribución. El problema teórico planteado por Smith se sintetiza en la
siguiente ecuación:
Pi = w Ti + Bi + t Li
(5)
El trabajo (T) se mide en
unidades físicas, horas de trabajo, suponiendo resuelto el problema que
plantean las diversas clases de trabajo, asunto al cual Smith consagra una
larga discusión. La tierra (L), que también es de diversas clases, se mide en
sus unidades naturales: hectáreas, metros cuadrados o lo que se quiera. Quedan
por determinar el salario monetario (w) y la renta monetaria (t). Smith dedica
muchas páginas a la determinación de estas dos variables, de su valor natural. Lo
que nos importa aquí es el beneficio. Smith establecerá la regla que en lo
sucesivo seguirán todos los economistas. Veamos un texto fundamental:
“…el
valor que el trabajador añade a los materiales se resuelve en dos partes; una
que paga el salario de los obreros, y otra las ganancias del empresario, sobre
el fondo entero de materiales y salarios que adelanta. El empresario no tendría
interés alguno en emplearlos si no esperase alcanzar de la venta de sus
productos algo más de lo suficiente para reponer su capital, ni tendría tampoco
interés en emplear un capital considerable, y no otro más exiguo, si los
beneficios no guardasen cierta proporción con la cuantía del capital. Habrá
acaso quien se imagine que estos beneficios son tan solo un nombre distinto por
los salarios de una particular especie de trabajo, como el de inspección y
dirección. Pero son una cosa completamente distinta, regulándose por principios
de una naturaleza especial, que no guardan proporción con la cantidad, el
esfuerzo o la destreza de esta supuesta labor de inspección y de dirección. Los
beneficios se regulan enteramente por el valor del capital empleado y son
mayores o menores en proporción a su cuantía”[6]
El beneficio se distingue
sobre la base de un solo principio: su valor es proporcional al valor de
capital invertido o, lo que equivale a lo mismo, la tasa de beneficio es igual
en todas las ramas de la producción. Podemos escribir:
Bi
= r Ki (6)
Este es el postulado
central de la economía clásica. La economía clásica no explica el origen del
beneficio, simplemente lo postula. La regla del beneficio es la característica
institucional fundamental de la economía capitalista. Para Marx, la principal
deficiencia teórica de la economía clásica es su incapacidad de explicar el
origen del beneficio y su propia explicación, basada en su teoría de la
plusvalía, su principal contribución. Böhm-Bawerk, pensaba lo mismo que Marx,
es decir, pensaba que la explicación del beneficio o del interés es el problema
teórico fundamental. Su explicación, como veremos, difiere profundamente de la
de Marx. Con lo que a ecuación 5
puede reformularse de la siguiente manera:
Pi = w Ti + r Ki + t Li (7)
Esta es la ecuación de
lo que Smith llama el precio natural. La solución de esta ecuación supone
determinar, como ya se dijo, las tasas naturales del salario, el beneficio y la
renta. Dejemos de lado el problema de la renta y centrémonos en la relación
entre el beneficio y la renta. La posición de Smith es ambigua. En ocasiones
sugiere que es una relación inversa, como cuando escribe que “El aumento de
capital, que hace subir los salarios, propende a disminuir el beneficio”[7]. Sin embargo, la teoría de los componentes
contradice esa proposición. Este es el reproche que le hará Ricardo.
Para Ricardo, la
determinación de las leyes que rigen la distribución es el problema primordial
de la economía política[8]. Las dos proposiciones centrales de su teoría del
valor son las siguientes:
“El
valor de un artículo, o sea la cantidad de cualquier otro artículo por la cual
puede cambiarse, depende de la cantidad relativa de trabajo que se necesita
para su producción y no de la mayor o menor compensación que se paga por dicho
trabajo”[9]
“El
valor de los bienes no sólo resulta afectado por el trabajo que se les aplica
de inmediato, sino también por trabajo que se empleó en los instrumentos,
herramientas o edificios con las que se complementa dicho trabajo” [10]
Evidentemente, es Smith
quien está en la mira. No es cierto que la regla de valor de cambio deje de ser
válida con la aparición del capital ni que los valores relativos se modifiquen
cuando cambia la distribución. Después de discutir el ejemplo de Smith de los
cazadores y pescadores que intercambian sus productos, llega a la siguiente
conclusión triunfal:
“La
proporción que debería pagarse en concepto de salarios es de importancia máxima
en lo que atañe a las utilidades, pues bien se comprende que las utilidades
serán altas o bajas, exactamente en proporción a que los salarios sean bajos o
altos; en cambio no puede afectar en los más mínimo el valor relativo de la
pesca y de la caza, ya que los salarios resultarían simultáneamente elevados o
reducidos en ambas ocupaciones”[11]
Podemos por tanto
escribir la siguiente relación:
Valor
de cambio de X por Y = Px / Py = Lx/Ly
Las cantidades L son
cantidades de trabajo asalariado, no cantidades de trabajo concreto o
específico de cada producción. Si fueran trabajos concretos, la expresión (9)
carecería de sentido. Ricardo aborda la cuestión de la transformación de los
trabajos concretos en trabajo asalariado homogéneo en la sección II del
capítulo 1. Ese no es, como creen algunos, el principal problema de la teoría
del valor trabajo, pero no profundizaremos es esta cuestión.
La teoría del valor
trabajo es válida en dos situaciones:
- Cuando
sólo se emplea trabajo directo y el tiempo transcurrido antes de colocar
los bienes en el mercado es el mismo.
- Cuando
además de trabajo directo se emplea capital fijo[12]
del mismo valor y de la misma duración y el tiempo transcurrido antes de
colocar los bienes en el mercado es el mismo.
Ricardo sabe muy bien
que se trata de situaciones en extremo restrictivas. ¿Qué ocurre cuando el
valor y la duración del capital difieren entre las diferentes actividades
productivas? La respuesta a este interrogante lleva a la tercera proposición
fundamental de la teoría ricardiana del valor de cambio:
“El
principio de que la cantidad de trabajo empleada en la producción de los bienes
determina su valor relativo, considerablemente modificado por el empleo de
maquinaria u otro capital fijo y duradero (…) Esta diferencia en el grado de
durabilidad del capital fijo, y esta variedad en las proporciones en que ambas
clases de capital pueden combinarse, introduce otra causa, además de la
cantidad mayor o menor de trabajo necesario para producir los bienes, para las
variaciones de su valor relativo: dicha causa es al aumento o reducción del
valor del trabajo”[13]
El razonamiento que
lleva este resultado es muy elemental. Si las industrias emplean el mismo
capital total pero distribuido de forma diferente entre fijo y circulante, el
cambio en los salarios no las afectará de forma uniforme sino de forma
diferencial, según las proporciones en que se emplea el capital. Aquellas
intensivas en capital circulante, es decir, en salario, los precios aumentarán
en mayor proporción que en aquellas intensivas en capital fijo. Los precios
cambian para que se pueda mantener la uniformidad de la tasa de beneficio. De tal suerte que la relación de intercambio
se modifica aunque no hayan variado las cantidades de trabajo empleadas.
Este resultado es
desastroso para la pretensión teórica de establecer una relación inversa
precisa entre los salarios y las utilidades. No obstante, Ricardo minimiza su
importancia:
“…el
lector observará que esta causa de variación del valor de los bienes produce
efectos relativamente leves (…) los mayores efectos que podrían producirse
sobre los precios relativos (…) no podrían exceder del 6% ó 7% (…) no ocurre
los mismo con la otra principal causa de la variación del valor de los bienes,
o sea el aumento o la disminución de la cantidad de trabajo necesario para
producirlos”[14]
En Marx encontraremos
un problema análogo al que enfrenta Ricardo: la incompatibilidad entre la
teoría del valor trabajo y la regla de la uniformidad de la tasa de beneficio.
La determinación del valor de cambio de las mercancías por las cantidades
relativas de trabajo empleadas en su producción sólo es válida cuando la tasa
de beneficio es diferente entre las ramas o cuando es igual a cero en todas
ellas.
John Stuart Mill
encuentra y deja el problema en el mismo estado en que lo había dejado
Ricardo:
“De la
desigual proporción en que en diferentes empleos entran las ganancias en los
anticipos del capitalista y, por tanto, en los ingresos que precisa, se
desprenden dos consecuencias por lo que respecta al valor. La primera es que
las mercancías no se cambian entre sí en la proporción simple de las cantidades
de trabajo que precisa su producción (...) La segunda es que toda alza o baja
general de las ganancias afectará los valores”.[15]
De la economía política
clásica se derivan las dos grandes teorías del interés que aún hoy dominan el
pensamiento económico popular y parcialmente el académico. Se trata,
evidentemente, de la teoría de la explotación y la teoría de la productividad
del capital. Trataremos brevemente la
crítica que Böhm-Bawerk hace de estas teorías.
II
Böhm-Bawerk es
probablemente el único de los grandes economistas posteriores al advenimiento
de la revolución marginalista que encara la crítica sistemática de la teoría
marxista del valor y la plusvalía, que es, con la de Karl Rodbertus, un
economista alemán prácticamente olvidado, la exponente más notable de las que Böhm-Bawerk agrupa
bajo la rúbrica de teorías de la explotación.
No creo que Böhm-Bawerk
atribuyera un gran valor intrínseco a las teorías de la explotación. Pienso que
su interés en ellas provenía más de la inquietud que le causaba la influencia
de estás, particularmente la de Marx en un elevado número de intelectuales
austríacos, algunos de los cuales, como Rudolf Hilferding y Otto Bauer, fueron
visitantes habituales o esporádicos de su célebre seminario. Al respecto
escribió:
“…el
estado actual de nuestra ciencia no permite, desgraciadamente, considerar como
tiempo perdido la repetición de los esfuerzos críticos encaminados a la refutar
esta teoría, pues precisamente en esto momentos observamos cómo la tesis a que
nos referimos parece ser aceptada en círculos cada vez más amplios como una
especie de evangelio, cuando en realidad no es más que una fábula contada por
un gran hombre y repetida a pies juntillas por una muchedumbre llena de fe”[16]
Esa frase, de asombrosa
vigencia, fue escrita en 1884, en la primera edición de Capital e interés. En esa fecha solo se había publicado el primer
tomo de El Capital, que había visto
la luz en 1867. Los dos siguientes aparecerían en 1885 y 1894, bajo el cuidado
editorial de Federico Engels, pues Marx falleció en 1883. En la segunda edición
de Capital e interés, de 1900,
Böhm-Bawerk profundiza su crítica teniendo en cuenta los otros dos tomos de El Capital.
Böhm-Bawerk resume la
teoría de la explotación de forma magistral en el siguiente pasaje:
“Todos
los bienes que encierran un valor son producto del trabajo humano y
considerados desde el punto de vista económico, producto del trabajo humano
exclusivamente. Sin embargo, los obreros no obtienen el producto íntegro creado
por ellos, pues los capitalistas, valiéndose del poder de disposición sobre los
medios de producción indispensables, que les confiere la institución de la
propiedad privada, retienen para sí una parte del producto. Sirve de medio para
ello el contrato de trabajo, por virtud del cual compran al verdadero
productor, obligándole a acceder a ello por el acicate del hambre, su fuerza de
trabajo por una parte solamente de lo que puede producir, mientras que el resto
del producto va a parar al bolsillo del capitalista como ganancia obtenida sin esfuerzo
alguno. Por tanto, el interés del capital consiste en una parte del producto
del trabajo ajeno, obtenida mediante la explotación de la penuria del obrero”[17]
La crítica de
Böhm-Bawerk a Marx va en dos direcciones. La primera tiene que ver con la coherencia
lógica de la teoría del valor-trabajo presentada en el Tomo I y la segunda con
la contradicción existente entre la teoría de los precio relativos del Tomo I y
la del Tomo III. Veamos la primera.
Marx, como ya lo había
hecho Ricardo, excluye del ámbito de la teoría del valor-trabajo una serie de
bienes como obras de arte, objetos antiguos, vinos que solo se producen con una
clase especial de uvas, etc. El valor de esta clase de bienes depende
exclusivamente de su escasez, admite Ricardo. Más importante aún es la crítica
que tiene que ver con la trasformación de los diferentes trabajos concretos en
ese trabajo homogéneo requerido para que pueda medirse el valor y determinarse
sin ambigüedad la plusvalía. Para eso es necesario, señala, Marx, prescindir
del carácter concreto de la actividad productiva, de la utilidad del trabajo.
Hecho esto, ¿qué queda? El gasto de fuerza humana de trabajo. Por tanto,
escribe Marx, “el valor de la mercancía sólo representa trabajo humano, gasto
de trabajo humano puro y simple”. Y añade:
“El
trabajo humano es el empleo de esa simple fuerza de trabajo que todo hombre
común y corriente, por término medio, posee en su organismo corpóreo sin
necesidad de una especial educación. El trabajo simple medio cambia,
indudablemente, de carácter según los países y la cultura de cada época, pero
existe siempre, dentro de una sociedad dada. El trabajo complejo no es más que
el trabajo simple potenciado o, mejor dicho, multiplicado: por donde una
pequeña cantidad de trabajo complejo puede equivaler a una cantidad grande de
trabajo simple. Y la experiencia demuestra que esta reducción de trabajo
complejo a trabajo simple es un fenómeno que se da todos los días y a todas
horas. Por muy complejo que sea el trabajo a que debe su existencia una
mercancía, el valor la equipara en seguida al producto del trabajo simple, y
como tal valor sólo representa una cantidad de trabajo simple”[18]
Este razonamiento que
parece muy convincente no es más que un ardid teórico, señala Böhm-Bawerk. El
valor del producto de un día de trabajo de un economista puede ciertamente
equipararse al valor del producto de cinco días de trabajo de un obrero no
calificado. Y se puede decir por tanto que un día de trabajo del economista
equivale a cinco días de trabajo del obrero. Pero para hacer esto es necesario
conocer justamente esos valores. Ciertamente, como dice Marx, esa reducción de
trabajo complejo a trabajo simple se da todos los días. ¿Dónde y cómo se da esa
reducción? No puede ser en otro lugar
que en el mercado y en el intercambio a precios de mercado de los productos del
trabajo del economista y del obrero no calificado. Es decir, tenemos que
suponer conocida la relación de intercambio para determinar las cantidades de
trabajo homogéneo que determinan la relación de intercambio.
La determinación de la
plusvalía depende también de otro ardid teórico. La plusvalía es la parte del
valor total producido después de descontarle el valor del salario, todas las
cantidades medidas en tiempo de trabajo homogéneo:
Plusvalía
= Valor del producto – valor del salario.
Podemos dar por
conocido el valor del producto que no es otra cosa la duración de la jornada de
trabajo. Queda por determinar el valor de salario en tiempo de trabajo para que
la operación de la cual surge la plusvalía tenga sentido. El salario o valor de la fuerza de trabajo
“como el de toda otra mercancía, lo determina el tiempo de trabajo necesario
para su producción”, dice Marx. Y añade:
“La
fuerza de trabajo sólo existe como actitud del ser viviente. Su producción
presupone, por tanto, la existencia de éste. Y partiendo del supuesto de la
existencia del individuo, la producción de la fuerza de trabajo consiste en la
reproducción o conservación de aquel. Ahora bien, para su conservación, el ser
viviente necesita una cierta suma de medios de vida. Por tanto, el tiempo de
trabajo necesario para producir la fuerza de trabajo viene a reducirse al
tiempo de trabajo necesario para la producción de esos medios de vida; o lo que es lo mismo, el valor de la fuerza
de trabajo es el valor de los medios de vida necesarios para asegurar la
subsistencia de su poseedor”[19]
Los medios de vida son
un conjunto de cosas heterogéneas: pan, huevos, leche, etc. En breve, una
canasta de bienes y servicios que suplen las necesidades de los obreros y sus
familias. Para su valor es preciso conocer los precios de las cosas que la
conforman. Y conocido el valor de la canasta, es preciso conocer el salario
nominal por unidad de tiempo de trabajo y poder así determinar el valor del salario
en tiempo de trabajo homogéneo. Una vez más estamos ante un razonamiento
circular.
Ricardo no incurre en
este error pues su teoría supone la existencia del beneficio. En su teoría a
cada nivel de la tasa de beneficios corresponde un nivel de salario nominal. En
Ricardo el trabajo es directamente homogéneo en tanto que trabajo asalariado.
Marx no puede proceder de la misma forma pues él, con su teoría de la
plusvalía, está justamente tratando de establecer el origen del beneficio.
La segunda crítica de
Böhm-Bawerk a Marx tiene que ver con la contradicción entre la teoría del valor
trabajo y la teoría de los precios de producción. Este asunto puede ilustrarse
fácilmente con la tabla siguiente, similar a la que presenta Marx en el
capítulo IX del tomo III de El capital,
donde aborda el problema de la transformación de los valores en precios de
producción. Hay cinco ramas de producción con composición orgánica diferente.
La tasa de plusvalía y la tasa de ganancia es la misma en todas las ramas. La
diferencias en la composición orgánica hace que los precios de producción
difieran de los valores en todas las ramas, salvo en aquella cuya composición
orgánica es similar a la composición orgánica del capital agregado.
A Marx parece no
preocuparle que los precios de producción y los valores. Señala que, cualquiera
sea el modo en que se regulen los precios, la “ley del valor preside el
movimiento de los precios, ya que al aumentar o disminuir el tiempo de trabajo
necesario para la producción los precios de producción aumentan o disminuyen
(…) la ganancia media, que determina los precios de producción, tiene que ser
siempre, necesariamente, igual a la cantidad de plusvalía que corresponde a un
capital dado como parte alícuota del capital de toda la sociedad”[20]
Ciertamente, la ley de
valor puede regular los precios de producción, pero no regula las relaciones
reales de intercambio. Esto, que para Ricardo era un problema fundamental, no
parece serlo para Marx quien lo escamotea con el argumento peregrino de que
tomadas las mercancías cambiadas en conjunto la suma de los valores es igual a
la suma de los precios de producción. Al respecto, la crítica de Böhm-Bawerk es
contundente:
“¿Cuál es, en realidad,
la función de la ley del valor? No creemos que pueda ser otra que la de
explicar las relaciones de cambio observadas en la realidad. Trátase de saber
por qué en el cambio, por ejemplo, una chaqueta vale 20 varas de lienzo, por
qué 10 libras de té valen media tonelada de hierro, etc. Así es como Marx
concibe la función esclarecedora de la ley del valor. Y es evidente que sólo
puede hablarse de una relación de intercambio cuando se cambian entre sí
distintas mercancías”[21].
Y más adelante:
“Ante el problema del
valor, los marxistas empiezan contestando con su ley del valor, consistente en
que las mercancías se cambian en proporción al tiempo de trabajo materializado
en ellas. Peor más tarde revocan esta respuesta – abierta o solapadamente – en
lo que se refiere al cambio de mercancías sueltas, es decir, con respecto al
único campo en que el problema del valor tiene sentido, y sólo la mantienen en
pie en toda su pureza con respecto al producto nacional tomado en su conjunto,
es decir, con respecto a un terreno en el que aquel problema no tiene sentido”[22].
Los marxistas han
puesto mucho trabajo y empeño en la solución de lo que se ha denominado el
problema de la transformación. Ninguna de las “soluciones” hasta ahora
aportadas ha dado respuesta a la crítica de Böhm-Bawerk. Es curiosa la
insistencia de los marxistas en la teoría del valor, cuando el propio Marx
reconoce que su ley del valor carece de vigencia en la economía capitalista. El
texto en cuestión es especialmente significativo y merece ser citado en toda su
extensión:
“El
cambio de las mercancías por sus valores o aproximadamente por sus valores
presupone, pues, una fase mucho más baja que el cambio a base de los precios de
producción, lo cual requiere un nivel bastante elevado en el desarrollo
capitalista. (…) Prescindiendo de la denominación de los precios y del
movimiento de éstos por la ley del valor, no sólo es teóricamente sino
históricamente, como el prius de los
precios de producción. Esto se refiere a los regímenes en que los medios de
producción pertenecen al obrero, situación que se da tanto en el mundo antiguo
como en el mundo moderno respecto al labrador que cultive su propia tierra y
respecto al artesano”[23]
Es decir, la ley del
valor, fundamento de la teoría de la plusvalía y por tanto de la teoría de la
explotación en el régimen de producción capitalista deja de regir justamente
con el advenimiento de ese régimen de producción. Engels lo admite de una forma casi candorosa:
“En
otros términos: la ley del valor de Marx rige con carácter general, en la
medida en que rigen siempre las leyes económicas, para todo el período de
producción simple de mercancías; es decir, hasta el momento en que ésta es
modificada por la forma de producción capitalista. Hasta entonces los precios
gravitan con arreglo a los valores determinados por la ley de Marx y oscilan en
torno a ellos (…) la ley del valor (…) tiene, pues, una vigencia
económico-general, la cual abarca todo el período que va desde comienzos del
cambio (…) hasta el siglo XV de nuestra era. Y el cambio de mercancías data de
una época anterior a toda la historia escrita (…) la ley del valor rigió, pues,
durante un período de cinco a siete mil años…”[24]
III
La teoría de la
productividad del capital es bastante antigua. Böhm-Bawerk rastrea sus orígenes
en la obra de J.B. Say. El origen de la versión que ha llegado a los textos
contemporáneos de macroeconomía y microeconomía[25]
se encuentra en la obras de P.H. Wicksteed, An Essay on the Coordination of
the Laws of Distribution de 1894, y de J.B. Clark, The Distribution of Wealth de
1899. Ambas obras son posteriores a la primera edición de Capital e interés, sin embargo las observaciones críticas de
Böhm-Bawerk se aplican tanto a las teorías de estos autores como a las
versiones más burdas que son las que han llegado a los manuales modernos.
La teoría neo-clásica
de la producción, como se presenta en los manuales de microeconomía, se
caracteriza por tres nociones completamente ajenas a la teoría clásica: la de
factor de producción, la de productividad marginal decreciente y la de
sustituibilidad factorial. Los 3 agentes económicos de la economía clásica –
trabajadores, terratenientes y capitalistas – se distinguen analíticamente por
la regla que rige su participación en el producto. En la economía clásica esa
distinción desaparece y la participación de cualquiera de ellos está regida por
un mismo principio: la productividad marginal decreciente. La sustituibilidad entre los factores es otro
postulado fundamental, pues sin ella no
podría hablarse de maximización del producto o minimización de costos ni
asignación eficiente de los recursos ni nada por el estilo.
La noción de
productividad marginal es el resultado de la generalización de la teoría
ricardiana de la renta como lo señala expresamente J.B. Clark:
“El principio de la renta diferencial…identifica la producción con la
distribución, y muestra que lo que obtiene una clase social es, según leyes
naturales, aquello con lo que contribuye al producto general de la industria.
Establecido de una forma completa, el principio de la renta diferencial
proporciona una teoría de la estática económica”[26]
No resulta difícil
aceptar la idea de la productividad marginal de la tierra ni la del trabajo
medida como una relación entre unidades físicas. La cuestión se hace
problemática cuando pasamos al capital. Es aquí donde interviene la crítica de
Böhm-Bawerk a las teorías de la productividad: la ambigüedad en la definición
de la productividad del capital, es decir, si se trata de una productividad en valor
o de una productividad física.
El empleo de capital o
de más capital permite producir más, pero esto puede significar dos cosas:
“…producir
más mercancías o producir más valor, conceptos que no son idénticos, ni mucho
menos. Para expresar con nombres distintos estos dos conceptos distintos,
llamaremos a la capacidad del capital para producir más mercancías productividad física o técnica, a su
capacidad para crear más valor productividad
de valor del capital”[27]
Böhm-Bawerk recoge bajo
el nombre de “Teorías simplistas” a las de aquellos economistas que explican el
interés por la productividad de valor. Señala que ninguno de ellos aporta
pruebas de que el capital posea la virtud de crear valor. Están al mismo nivel
de Aristóteles y los canonistas medievales que se figuraban que el dinero
prestado engendraba un dinero adicional llamado el interés. La esencia de su
crítica se resume en este extraordinario texto:
“Atribuir
al capital una virtud literalmente creadora de valor significa tergiversar
fundamentalmente la esencial del valor, de una parte, y de otra la esencia de
la producción. No puede hablarse de producción de valor pues el valor ni se
produce ni puede producirse. Lo que se produce no son más que formas,
estructuras de materia, combinaciones de materia, es decir, cosas, mercancías.
Es cierto que estas cosas pueden tener valor, pero no crean el valor como algo
fijo y plasmado, como algo inherente a ellas, que sale de la producción, sino
que lo adquieren siempre desde fuera, por el juego de las necesidades y los
medios de satisfacerlas que conforman el mundo de la economía. El valor no
proviene del pasado de las cosas, sino de su futuro; no emana de los talleres
en que se producen las mercancías, sino de las necesidades que están llamadas a
servir. El valor no puede forjarse como un martillo o tejerse como una tela; si
fuera así la economía política no se hallaría expuesta a esas temibles
conmociones que llamamos crisis y cuya causa reside, sencillamente, en que
grandes masas de productos para cuya creación no se ha omitido ninguna de las reglas
del arte no llegan a encontrar el valor esperado” [28]
Böhm-Bawerk toma con
más respeto las teorías que parten de una productividad física del capital, o
mejor aún, de los bienes que intervienen en el proceso de producción. La idea
de que el empleo de instrumentos de producción adecuados puede permitir un
aumento en la cantidad y calidad de los bienes producidos es intuitivamente
aceptable y puede ilustrarse con múltiples ejemplos. Si emplear una caña o una
red en lugar de insistir en coger los peces con las manos no se tradujera en un
aumento de la pesca estaríamos en presencia del mayor desatino. Lo que tienen
que tienen que probarse es “por qué el incremento en cuanto a la cantidad de
productos tiene necesariamente que traducirse también en un remanente de
valor”.[29]
Con la minuciosidad que lo caracteriza, Böhm-Bawerk examina las obras de los
exponentes de esta teoría para llegar a la conclusión de que ninguno de ellos
consigue aportar la prueba exigida viéndose obligados a suponer el aumento de valor,
razón por la cual se vuelva a caer en el ámbito de las teorías simplistas.
Knut Wicksell, en carta
a Marshall de 1905, resumió el estado de la teoría de la productividad del
capital de la siguiente forma:
“…la
teoría del capital y el interés no puede considerarse todavía completa.
Mientras el capital se defina como una suma de mercancías (o de valor) la
doctrina de la productividad marginal del capital como determinante del tipo de
interés nunca será totalmente cierta y a menudo no lo será de ninguna manera:
es cierta individualmente, pero no en cuanto al total del capital de la
sociedad”[30]
Esta referencia a
Wicksell me obliga a referirme al célebre debate sobre la teoría del capital de
los años 60 y 70, conocido también como las “Controversias de Cambridge sobre
la teoría del capital” porque en las que participaron algunos de los más
reputados economistas del siglo XX, varios de ellos ganadores del Premio
Nobel. Voy a limitarme a recordar unas
cuantas citas sin abundar en comentarios, simplemente para ilustrar que el
estado del problema de la productividad del capital está en el mismo punto en
que lo dejó Wicksell.
Recordarán que todo
empezó con el provocador artículo de Joan Robinson “La función de producción y
la teoría del capital” de 1953. Cito el párrafo más desafiante:
“...la
función de producción ha constituido un poderoso instrumento de educación
errónea. Al estudiante de teoría económica se le enseña a escribir X = f (L, K)
siendo L una cantidad de trabajo, K una cantidad de capital y X una tasa de
output de mercancías. Se le alecciona a suponer que todos los trabajadores son
iguales y a medir L en horas hombre de trabajo; se le menciona la existencia de
un problema de números índice en cuanto a la elección de una unidad de output y
luego se le apremia a pasar al problema siguiente, con la esperanza de que se
le olvidará preguntar en qué unidades se mide K. Antes de que llegue a
preguntárselo, ya será profesor y de este modo se van transmitiendo de
generación en generación hábitos de pensamiento poco rigurosos”[31]
A este artículo siguió
un encendido y apasionante debate que se extendió por casi dos décadas. Las
respuestas neo-clásicas fueron muy variadas, pero en la mayoría de los casos
descartaban el problema planteado por Joan Robinson aduciendo que la función de
producción agregada no era más que un instrumento apropiado para tratar las
cuestiones del crecimiento más no los referentes a la teoría de la
distribución. He aquí lo que dijo Solow:
“…el
capital como un número no es una cuestión de principios. Todos los resultados
rigurosamente válidos provienen de modelos que contienen n bienes de capital. En especial, no
hay justificación alguna para suponer que el producto pueda ponerse en función
del trabajo y del VALOR del capital cuyas derivadas parciales obren
correctamente” [32]
Samuelson se refugió
también en el equilibrio general:
“Mientras
no se revoquen las leyes de la termodinámica, continuaré relacionando inputs
con outputs: es decir creyendo en las funciones de producción. Mientras los
factores obtengan sus remuneraciones a través de las ofertas realizadas de los
mismos en mercados cuasi-competitivos, me adheriré a las aproximaciones
(generalizadas) neoclásicas en las que las ofertas relativas de los factores
son importantes en la explicación de sus remuneraciones de mercado…un modelo neoclásico multisectorial
con bienes heterogéneos de capital con una sustituibilidad de factores limitada
de algún modo, puede que no tenga las sencillas propiedades de los modelos
neoclásicos idealizados por J.B. Clark. Reconocer estas complicaciones no
justifica el nihilismo o el refugio en teorías que olvidan la formación de los
precios microeconómicos a corto plazo”[33].
Los textos de citados
de Solow y Samuelson son de los años 60. Seguramente ya conocían los trabajos
de Arrow, Debreu y otros economistas walrasianos. Los libros sobre equilibrio
general más influyentes del siglo XX, Teoría del valor de Debreu y Análisis
general competitivo de Arrow y Hahn, se publicaron en 1959 y 1971,
respectivamente. Ahora bien, en esas obras se presenta una teoría del interés
sin capital. La palabra capital no aparece en el índice analítico del primero y
solo una vez en el del segundo. Ya veremos donde. Tampoco hay dinero. ¿De dónde
surge entonces el interés? De la definición misma de mercancía.
“Una mercancía –
escribe Debreu - es un bien o servicio completamente especificado física,
temporal y espacialmente”[34]. Es
decir que una mercancía físicamente especificada en una fecha determinada y la
misma mercancía en una fecha posterior son objetos económicos distintos. También
son objetos económicos distintos la
misma mercancía situada en dos lugares distintos. En equilibrio, una
mercancía tendrá un precio en el momento t y otros completamente diferentes en
cualquier momento t+n. La relación entre
los precios de una misma mercancía en diferentes momentos del tiempo arroja las
tasas de interés de esa mercancía. Hay tantas tasas de interés como mercancías
tiene la economía y cada mercancía tiene tantas tasas de interés como momentos
del tiempo se tomen en consideración.
Para entender mejor
estos imaginemos la siguiente operación: un agente económico en el período 1
presta a otro una unidad de una mercancía cualquiera para que le devuelva en
una fecha t incrementada cierta cuantía. Es decir, se cambia una unidad en la
fecha 1 contra 1+r en la fecha t. Expresados los precios de las mercancías en
un numerario cualquiera, la equivalencia de los valores cambiados implica que:
P1
= Pj
(1+r)
r
= P1/Pj
–
1
Por tanto, r es la tasa
de interés propia la mercancía en cuestión para intercambios entre la fecha 1 y
la fecha t.
Hasta donde tengo
conocimiento este concepto de tasa de interés propia de las mercancías lo
introduce Irving Fisher: “teóricamente, hay tantos tipos de interés expresados
en términos de bienes como clases de bienes y todos ellos divergen los unos de
los otros”[35].
Este es el tratamiento
del problema del interés en el modelo de teoría económica más desarrollado y
más aceptado: el modelo walrasiano de equilibrio general de Arrow y Debreu. Sin
embargo, parece que Arrow no estaba
completamente satisfecho son esa solución puesto que escribió:
“….la
presencia de capital como factor productivo y perceptor de remuneraciones
constituyó claramente un embarazo para los autores clásicos, como los sigue
siendo hasta cierto punto en nuestros días”[36]
Quiero culminar esta
parte un texto de Joan Robinson de 1971.
“Parece,
pues, que la controversia ha terminado. Debemos aceptar (aunque el error
persista en los manuales) que se ha demostrado que la productividad marginal
del capital en el conjunto de la industria es una expresión carente de
significado. La investigación encaminada a determinar las leyes que regulan la
distribución del producto de la tierra entre las clases que componen la
comunicada deberá orientarse en otro sentido”[37].
Evidentemente, para
Joan Robinson el otro sentido al que deberá orientarse la investigación sobre
las leyes de la distribución es el marcado por la obra de Piero Sraffa Producción de mercancías por medio de
mercancías, en la que resuelve, por medio de la mercancía patrón y
prescindiendo de la teoría del valor trabajo, el problema planteado por
Ricardo: antagonismo entre el salario y el beneficio. Estamos pues por así decirlo entre Debreu y
Sraffa.
En Debreu no hay
capital, por tanto el interés no es el precio de ningún factor de producción.
Es un precio intertemporal cuya existencia se explica por la valoración
diferente que los agentes hacen de una misma mercancía física en diferentes
momentos del tiempo. Esto por supuesto encaja perfectamente en el espíritu, si
se me permite la expresión de la teoría de Böhm-Bawerk. Lo embarazoso de todo esto es esa multiplicidad de tasas de
interés que no permite establecer sin ambigüedad el nivel de la tasa de interés relevante a la hora
de definir la estructura temporal de la producción.
En la teoría de Sraffa
se conocen las técnicas de producción. Dadas estas técnicas y dada la tasa de
beneficio se determinan los precios y el salario. ¿Cómo se determina la tasa de
beneficios? En el mercado monetario, responde Sraffa. En todo caso, la regla de
la distribución es anterior a los precios relativos o, mejor aún, la regla de
la distribución determina los precios relativos. Creo que Böhm-Bawerk no
vacilaría en clasificar la de Sraffa en
su grupo de teoría de la explotación.
IV
Böhm-Bawerk plantea el
problema del interés con una claridad insuperable. Aunque ese planteamiento se
encuentra en varias partes de su obra, personalmente prefiero la exposición que
hace en la introducción a su obra Capital
e Interés, la que voy a tratar de resumir en varias proposiciones.
·
El poseedor de un capital tiene la
posibilidad de obtener de él una renta neta permanente que se denomina interés.
·
Ese interés es independiente de
cualquier actividad personal del capitalista quien se beneficia de él aunque
“no mueva ni un dedo de la mano” para hacer que se produzca.
·
Todo capital, cualesquiera sean los
bienes que lo conforman puede producir un interés y ese interés fluye sin
llegar a agotar nunca el capital que aparentemente lo produce.
Después de enunciar las
anteriores proposiciones, escribe Böhm-Bawerk:
“De dónde y por qué
obtiene el capitalista es aflujo interminable de bienes, sin esfuerzo alguno de
su parte? Estas palabras encierran el problema teórico del interés”[38].
La respuesta a esta
pregunta exige explicar todas las formas de percepción de intereses y llevar
esa explicación hasta “los hechos últimos, simples y reconocidos por todos” en
los que toda investigación económica debe desembocar.
El modo de ser
austriaco, dice Hicks, se define por dos cosas: la orientación hacia la demanda
y la visión de la producción como un proceso que se extiende en el tiempo[39].
Ambas cosas proceden, por supuesto, de Menger. El valor surge de la relación
entre las necesidades del individuo y los recursos de que dispone para su
satisfacción. El individuo sólo puede valorar directamente los bienes de
consumo pues son estos los que le reportan una utilidad. La valoración de los
bienes con los que se producen los bienes de consumo y la de aquellos con los
que se producen estos, es decir, los bienes de orden superior, sólo puede ser
una valoración indirecta, derivada o imputada, como diría Menger. El valor de
los bienes de orden superior depende del valor esperado de los bienes de
consumo que contribuyen a producir. Esto es lo que Böhm-Bawerk toma de Menger
para construir su teoría.
Los bienes de consumo
final son el objeto último de la producción. Estos bienes pueden ser obtenidos
con la aplicación directa de los factores originarios, recursos naturales o
tierra y trabajo, o con estos combinados con otros bienes producidos que no son
directamente aptos para el consumo pero cuya participación en el proceso de
producción permite obtener una cantidad mayor de bienes de consumo final que la
que se obtendría sin su concurso. Estos son los bienes de segundo orden. Estos
bienes de segundo orden, a su turno, pueden ser el resultado de la aplicación
directa de los factores originarios o de la aplicación de estos combinados con
otros bienes que serían bienes de tercer orden. Y puede seguirse con bienes de
cuarto, quito orden, etc. alargando así el período de producción. Esto es lo
que Böhm-Bawerk denomina vías indirectas que se caracterizan por tener una
mayor productividad técnica. Toda prolongación del período de producción o, lo
que es lo mismo, el empleo de vías cada vez más indirectas lleva a nuevos
aumentos decrecientes en la cantidad de bienes finales producidos.
Para Böhm-Bawerk
economía capitalista significa una economía de producción indirecta. “Este
método de producción que sigue un curso indirecto es, ni más ni menos, que
aquello a lo que los economistas llamamos producción capitalista”[40]. Esta
es una diferencia fundamental la economía clásica para la cual el rasgo
distintivo del capitalismo es la propiedad privada de los medios de producción
o, en la terminología de Menger, de los bienes de orden superior. Una economía
socialista o de propiedad colectiva sería capitalista en el sentido de
Böhm-Bawerk. Cuando se prolonga el período de producción se dejan de destinar
recursos originales a la producción de bienes de consumo para destinarlos a la
producción de bienes de orden superior. Es decir, para hacerse más capitalista,
la economía, cualquiera sea la forma institucional de la propiedad, debe ahorrar.
Pero si el ahorro, es decir, la abstinencia del consumo, es la condición de la
formación del capital, no se sigue de allí que dicha abstinencia sea la que
explica el interés del capital.
Las únicas gráficas que
he encontrado en la obra de Hayek son aquellas por medio de las cuales ilustra en Precios y producción[41],
la teoría de Böhm-Bawerk sobre los métodos de producción indirectos. No resisto
la tentación de reproducir una de ellas.
De lo expuesto hay que
retener una idea fundamental para la explicación de interés: la adopción de
métodos capitalistas de producción permite obtener más y mejores bienes
finales, pero consume tiempo, es decir, hace que sea mayor el lapso requerido
para obtener los bienes finales.
Pasemos ahora a la
proposición central de la teoría del interés de Böhm-Bawerk sin detenernos en
su exposición de la teoría del valor que en líneas generales sigue la de
Menger.
“Los
bienes presentes, por regla general, valen más que los bienes futuros a
igualdad de cantidad y calidad. Esta proposición es la esencia y el núcleo de
la teoría del interés que voy a ofrecer. Todo el entramado de la explicación
del fenómeno del interés pasa a través de esta idea, que constituye el centro
extrínseco e intrínseco de todo lo que tenemos que hacer para estudiarlo desde
el ángulo de la teoría económica”[42].
Y más adelante:
“Los
bienes presentes tienen, en general, un valor subjetivo mayor que los futuros
(e intermedios) de igual cantidad y valor. Y puesto que los resultados
derivados de adscribir un valor subjetivo determinan el valor objetivo de
cambio los bienes presentes tendrán, en general, un valor de cambio mayor y un
precio más alto que los bienes futuros (e intermedios) de la misma clase y
número”[43]
A partir de estas proposiciones
hay que resolver tres problemas fundamentales, a saber: i) explicar por qué el
valor subjetivo de los bienes presentes es mayor que el de los bienes futuros, ii)
explicar el tránsito del valor subjetivo al valor de cambio, es decir,
desarrollar la teoría de los precios relativos y iii) analizar el intercambio
de bienes presentes por bienes futuros de donde surge el interés.
Böhm-Bawerk desarrolla
detalladamente la segunda cuestión en la parte A del libro III de la Teoría
Positiva. No voy a profundizar en este punto, pero no puedo dejar de decir
algunas cosas porque con relación a la teoría del precio lo que se enseña en
las escuelas de economía y lo que supuestamente aprenden los economistas me
produce desazón. Muchos de ellos no saben nada más que aquello de la “ley de oferta y demanda”. Y aunque
ciertamente se les capacita para estimar funciones empíricas, su conocimiento
del asunto es el mismo que tiene cualquier tendero sin haber estudiado nada. La
teoría del precio supone desarrollar una teoría del intercambio y esta teoría
debe estar profundamente anclada en la teoría del valor. Y esto es lo que hace
Böhm-Bawerk cuando indica que la determinación del precio parte de la hipótesis
según la cual “la única motivación del intercambio es la búsqueda de una
ventaja directa”, razón por la cual el intercambio sólo es posible “entre
personas cuyas valoraciones del bien y del medio de cambio difieran y además en
direcciones opuestas”. A partir de esto y partiendo del intercambio aislado se
construye todo.
El tercer punto lo
trata Böhm-Bawerk en el capítulo II del libro IV donde analiza los mercados
donde se intercambian bienes presentes por bienes futuros. El punto de partida
es naturalmente le préstamo de dinero. Aristóteles enredó la cuestión durante
siglos al escribir, en la Política, obra
estimable por múltiples razones, esta insensatez:
“Y
muy razonablemente es aborrecida la usura, porque, en ella, la ganancia procede
del mismo dinero (…) Y de ahí que haya recibido ese nombre, pues lo engendrado
es de la misma naturaleza que sus generadores, y el interés es dinero de
dinero; de modo que de todos los negocios este es al más anti-natural”[44]
Con esta frase: “El préstamo es nada más y nada menos que un
auténtico y genuino intercambio de bienes presentes por bienes futuros”[45],
Böhm-Bawerk liquida siglos de una confusión que habría de renacer, y que persiste en parte hasta nuestros días,
con la doctrina keynesiana de la preferencia por liquidez.
El otro mercado que
analiza Böhm-Bawerk es el de trabajo donde se intercambian bienes presentes,
los bienes salariales, por bienes futuros que solamente estarán disponibles
tras un proceso que requiere tiempo. En torno a este asunto hay una discusión
de la que no se puede dar cuenta brevemente. Tampoco voy hablar de la medida del capital por el período
medio de producción. Remito al interesado al capítulo que Mark Blaug consagra a la teoría de
Böhm-Bawerk[46].
El primer punto tiene
que ver con las conocidas tres razones de Böhm-Bawerk para explicar la
existencia del interés. Después de una amplia discusión, Böhm-Bawerk llega a la
siguiente conclusión:
“Hemos
llegado a saber que son tres las causas principales de la diferencia de valor
entre los bienes presentes y los bienes futuros y hemos aprendido también que
cada una de ellas, con independencia y por separado, dan lugar siempre a una
diferencia a favor de los bienes presentes. Estos tres factores son (1) la
diferencia en la cobertura de las necesidades presentes y futuras (2) la
subestimación de los bienes futuros y sus ventajas por razón de las
dificultades que presenta la justa apreciación de las cosas futuras (3) la
superior productividad de los métodos de producción más prolongados”.[47]
Estas tres razones, en
particular la tercera, fueron objeto de gran discusión entre Böhm-Bawerk e Irving
Fisher, su principal discípulo. Entre los economistas, Fisher es reconocido principalmente
por su desarrollo de la teoría cuantitativa y por su formulación de la relación
entre la tasa de interés real, la tasa de interés nominal y las variaciones en
el nivel de precios. Estas contribuciones han pasado a los manuales en un par
de fórmulas (MV=PT; r = i - π)
bien conocidas por cualquier estudiante de economía. Su teoría de interés está
desarrollada en sus obras The rate of
interest, de 1907, y The Theory of Interest,
de 1930. Böhm-Bawerk, fallecido en 1914, conoció la primera pero no la segunda,
evidentemente.
Böhm-Bawerk consideró
la teoría de Fisher como una variante de la suya propia, con más diferencias de
forma que de fondo, y ambos reconocieron
en origen de sus propias teorías en la obra de John Rae de 1834[48]. Una
cita basta para ilustrar la apreciación de Böhm-Bawerk de la teoría de Fisher:
“…lo
que Fisher hace es agrupar, de forma distinta y mediante una conceptualización
diferente, los mismo hechos a los que yo acudo para explica el fenómeno del
interés. Coincide conmigo en que sitúa la valoración de los bienes presentes, a
la que llama preferencia temporal, en el centro de su teoría del interés. Pero
lo que hace es amalgamar mis tres causas explicativas en de esa valoración en
una sola: la divergencia de coberturas, es decir, la relativamente escasa
cobertura de las necesidades presentes o de los períodos más cercanos al
actual”[49]
No me voy a detener en
la diferencias entre Fisher y Böhm-Bawerk. El hecho de que los bienes presentes
se perciban como más escasos que los futuros frente a las necesidades y la
subestimación del futuro o la miopía temporal son suficientes para llevar esa
mayor valoración de los bienes presentes frente a los futuros de la cual surge
el interés. Quiero ahora centrarme en la parte de la obra de Fisher que da
sentido al título de esta conferencia: el mito de la distribución funcional.
Permítanme recapitular:
Smith, probablemente
influenciado por las características institucionales de su época, nos dejó la
distinción tripartita de los agentes económicos: capitalistas, asalariados y
terratenientes. Ricardo, Mill y Marx la tomaron sin beneficio de inventario y
dedicaron sus esfuerzos a explicar la distribución del producto entre cada una
de esas agrupaciones. Aunque sus teorías hacen innecesaria esa distinción en
términos analíticos, los economistas de la revolución marginalista continúan
siendo prisioneros de ella al menos en términos verbales. Pero es a J.B. Clark
a quien debemos la supervivencia de esa visión en la enseñanza y en la visión
de los hechos económicos en la época moderna. Böhm-Bawerk no alcanza a percibir
las implicaciones de su teoría de interés para la teoría de la distribución. Es
Fisher quien saca las conclusiones pertinentes. Voy a citar un par de textos
que resumen el planteamiento de Fisher y después procederé a dar una
explicación del mismo.
“En
la teoría de la distribución al interés se le tiene que asignar un papel
completamente diferente y mucho más importante que el que le han asignado hasta
ahora los economistas. En el análisis económico clásico la naturaleza del
interés y su lugar en la distribución no fue entendido con claridad. La
distribución ha sido erróneamente definida como la división de la renta de la
sociedad en interés del capital, renta de la tierra, salarios del trabajador y
beneficios”[50]
“El
error de los economistas clásicos y sus seguidores modernos al considerar el
interés, la renta de la tierra, los salarios y los beneficios como partes
separadas pero coordinadas de total renta o producción de la sociedad se debe,
en parte, a su fallo a la hora de darse cuenta que mientras que toda renta se
produce por la riqueza capital, el valor del capital surge de la valoración que
hace el hombre, por anticipado, de la renta esperada antes que se produzca.
Otra equivocación estrechamente asociada con esto último es que la renta de la
propiedad y los salarios se conciben como determinados con independencia de la
tasa o tipo de interés, pero como hemos podido ver el tipo de interés es el
elemento vital en la determinación de los dos. El gran defecto de las teorías
expuestas por los economistas clásicos radica en su incapacidad de hacerse idea
de la dependencia mutua y el equilibrio general que tiene lugar entre el
sacrificio la satisfacción o disfrute. Por tanto, al estudiar la teoría de la
distribución nos veremos obligados a abandonar, por completo, el punto de vista
clásico. La concepción clásica de la distribución es absolutamente inapropiada
para explicar la estructura y los hechos de la vida diaria”[51]
El hecho económico
inicial el disfrute de los bienes de consumo final. Los bienes finales presentes
se valoran más que los bienes finales futuros. El precio de los bienes finales
presentes y futuros se forma en los mercados donde se intercambian. Para determinar
esos precios no es necesario conocer el interés. El interés se determina en los
mercados donde se cambian bienes finales presentes con bienes finales futuros.
El mercado de préstamos es el mercado más representativo de intercambio de
bienes presentes por bienes futuros. El precio de los bienes intermedios se
determina a partir del precio de los bienes finales y de la tasa de interés. El
precio de los bienes de capital se determina a partir del precio de los bienes
de consumo y de la tasa de interés. Esto se expone de forma secuencial pero
para Fisher la determinación de todos los precios y cantidades se hace en el
marco del equilibrio general[52].
La determinación de los
ingresos del terrateniente y del trabajador no es más que un caso especial regido
por los mismos principios. La renta de una porción de tierra consiste en los
servicios que proporciona y los precios estos se determinan a partir de los
precios de los bienes finales que contribuye a producir y de la tasa de
interés. Lo mismo ocurre con los precios de los servicios del trabajo, los
salarios, que para quien ofrece el empleo es el valor descontado de algún bien
o servicio futuro. Obviamente, para tener una teoría completa del salario habrá
que tener en cuenta la disposición a trabajar de la gente, la cual no está
directamente afectada por la tasa de interés.
No pues ninguna razón
para mantener una distinción analítica entre capitalistas, terrateniente,
trabajadores y empresarios. Sólo en una sociedad, dice Fisher, compuesta por
esas cuatro clases absolutamente cerradas tendría algún sentido.
“En
la realidad estas cuatro clases se solapan unas con otras. El empresario es
casi siempre también un capitalista y un trabajador, el capitalista suele ser a
la vez terrateniente y trabajador e, incluso, el trabajador típico de hoy, a
menudo tiene también algo de capitalista y terrateniente”[53]
Hay que abandonar todas
las explicaciones de la distribución de ingreso basadas en el mito de los
factores de producción porque carecen de fundamentación analítica. En el mundo
económico solo existen individuos que intercambian bienes y servicios los unos
con los otros y que a veces actúan como empresarios y otras como consumidores.
Esos individuos difieren en sus tasas de preferencia temporal que los hacen
austeros y ahorradores o proclives al gasto y al derroche, lo que tiene obvias
consecuencias sobre su ingreso y su riqueza. La suerte o la inventiva también
hacen grandes diferencias en el ingreso y la riqueza. Los Ford, los
Rockefeller, los Gates, los Jobs y muchos otros ricos del pasado y del
presente, se hicieron ricos porque aprovecharon excepcionales oportunidades
inversión cuando los consumidores finales con su demanda los plebiscitaron en
el mercado. Las herencias son cada vez menos importantes en la explicación de
los cambios en la distribución, como lo reconoce el más reciente exponente de
la teoría de la distribución funcional, Thomas Piketty[54].
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LGVA
Julio de 2017
[1] Texto de una conferencia dictada
en el Seminario de Economía Austríaca de la Escuela de Economía de la
Universidad Javeriana de Cali en julio de 2017.
[2] “Todo hombre es rico o pobre según el grado en
que pueda gozar de las cosas necesarias, convenientes y gratas para la vida.
Pero una vez establecida la división del trabajo, es sólo una pequeña parte la
que se puede procurar con el esfuerzo personal. La mayor parte de ellas se
conseguirán mediante el trabajo de otras personas, y será rico o pobre, de
acuerdo con la cantidad de trabajo ajeno de que pueda disponer o se halle en
condiciones de adquirir. En consecuencia, el valor de cualquier bien, para la persona
que lo posee y que no piense usarlo o consumirlo, sino cambiarlo por otros, es
igual a la cantidad de trabajo que pueda adquirir o de que pueda disponer por
mediación suya. El trabajo, por consiguiente, es la medida real del valor en
cambio de toda clase de bienes”. Smith (1776, 1979). Página 31.
[4] Smith, A. (1776, 1979) página
47.
[5] Smith, A. (1776, 1979) pagina
49.
[7] Smith, A. (1776, 1979) Página
85.
[8] Ricardo (1821, 1997). Página 5.
[9] Ricardo (1821, 1997). Página 9.
[10] Ricardo (1821, 1997). Página 17.
[11] Ricardo (1821, 1997). Página 20 – 21.
[12] Ricardo introduce los conceptos
de capital circulante y capital fijo. Escribe: “Según la rapidez con que perece
el capital y requiere frecuentes reproducciones, o es de consumo lento, se le
clasifica como capital circulante o fijo” Ricardo (1821, 1997). Páginas 23-24.
[13] Ricardo (1821, 1997). Página 23.
[14] Ricardo (1821, 1997). Página 27.
[17] Böhm-Bawerk, E. (1921,1986).
Página 375.
[20] Marx, C. (1894,1971). Tomo III.
Páginas 183-184.
[21] Böhm-Bawerk, E. (1921,1986).
Página 460.
[22] Böhm-Bawerk, E. (1921,1986).
Página 461.
[23] Marx, C. (1894,1971). Tomo III.
Páginas 183-184.
[25]
Como ejemplos conspicuos
son la Macroeconomía del profesor
N.G. Mankiw y la Microeconomía
Intermedia del profesor H.R. Varian, ampliamente utilizadas en las escuelas
de economía del mundo entero.
[26] Clark, J.B.
[27] Böhm-Bawerk, E. (1921,1986).
Página 133.
[31] Robinson, J. “La función de
producción y la teoría del capital”. En Robinson, J. (1973). Páginas 133-134.
[33] P.A. Samuelson citado en
Harcourt, G.C. (1975,1975). Páginas 12-13.
[34] Debreu, G. (1959,1973). Página
42.
[37] Robinson, J.” La medida del
capital: fin de la controversia”. En Robinson, J. (1973, 1976). Página 230.
[40]“Este método de producción que
sigue un curso indirecto es, ni más ni menos, que aquello a lo que los economistas
llamamos producción capitalista. De igual forma aquellos métodos de producción
que van derechos a su objetivo utilizando poco más que la fuerza de las manos
son métodos no capitalistas, es decir producción que no se beneficia del
capital. El capital no es otra cosa que la suma total de todos los bienes
intermedios que se generan en las fases concretas por las que van discurriendo
los métodos indirectos de producción”.
Böhm-Bawerk, E (1889, 1998). Página:
[41] Hayek, F. (1975). Páginas 109 y
117.
[42] Böhm-Bawerk, E (1889, 1998).
Página 417.
[43] Böhm-Bawerk, E (1889, 1998).
Página 419.
[44] Aristóteles (1999). Página 40.
[45] Böhm-Bawerk, E (1889, 1998).
Página 520.
[46] Blaug, M. (1978, 2001). Páginas
542-614.
[48]
John Rae (1796-1872).
Economista nacido en Escocia y nacionalizado en Canadá. En 1834 publicó un obra
titulada Statement of Some New
Principles on the Subject of Political Economy. Böhm-Bwerk le dedica un
extenso capítulo de Capital e Interés
a la exposición de su teoría. Escribe: “Rae formuló, especialmente en lo
tocante a la teoría del capital, una serie de ideas extraordinariamente
notables y originales, algunas de las cuales presentan una semejanza innegable
con puntos de vista desarrollados como medio siglo más tarde por Jevons y por
el autor de esta obra”. Fisher señala: “Mi propia teoría, en una parte muy
esencial, fue al menos prefigurada por John Rae en 1834”. Fisher dedicó su
Teoría del Interés a Rae y a Böhm-Bawerk.
[49] Böhm-Bawerk. “La tercera causa
explicativa del interés y su relación con las dos primeras”. Este artículo está
reproducido en Fisher, I. (1930, 1999). Página 500.
[50] Fisher, I. (1930, 1999). Página
234.
[52]
Irving Fisher construyó un
modelo matemático de equilibrio general de forma independiente de Walras, en su
obra Mathematical Investigations in the Theory of Value and
Prices de 1892.
[53] Fisher, I. (1930, 1999). Página
235.
[54] Escribe Piketty: “El crecimiento
puede dar origen a nuevas formas de desigualdad – por ejemplo, se pueden amasar
fortunas muy rápidamente en los nuevos sectores de actividad – y al mismo
tiempo provoca que la desigualdad de los patrimonios originados en el pesado
sea menos importante y que las herencias sean menos determinantes” Piketty, T.
(2013, 2014, página 113.
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