¡Viva
la prensa libre e irresponsable y viva Twitter libre e insolente!
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista
“Confieso que no tengo por la libertad de
prensa ese amor completo e instantáneo que sentimos por las cosas soberanamente
buenas por naturaleza. La amo por la consideración de los males que ella evita
más que por los beneficios que produce”
“En materia de prensa no hay realmente
término medio entre la servidumbre y la licencia. Para recoger los bienes
inestimables que asegura la libertad de prensa, hay que saber someterse a los
males inevitables que hace nacer”
(Alexis de Tocqueville)
En otro texto ya fijé mi
posición sobre el asunto Uribe-Samper, no pienso abundar sobre el tema. Voy a
referirme a un par de declaraciones a las que ha dado lugar: la de los
periodistas solidarios con Samper y la de los políticos seguidores de Uribe
que, con ciertas reservas difíciles ocultar, apoyaron a su jefe.
Dejando de lado la
ostensible antipatía contra el expresidente que se destila a lo largo de ese
comunicado, lo expuesto por los periodistas puede resumirse en tres puntos:
1.
Uribe calumnió a Samper al llamarlo violador
de niños. Lo hizo a sabiendas de que esa afirmación era falsa y con el
propósito de dañarlo.
2.
Uribe hizo semejante calumnia “frente a sus
más de cuatro millones de seguidores de Twitter”. Esto es grave puesto que “en
las redes sociales se ha vuelto común hostigar a los periodistas hasta ponerlos
en peligro”
3.
La acción de Uribe es un “premeditado ataque
contra la prensa y la libertad de expresión (…) que es una arremetida contra la
democracia”.
En otro artículo ya traté el
primer punto. Voy a referirme a los otros dos, empezando por el tercero.
Los periodistas, los
novelistas, los compositores de canciones, los pastores religiosos, los que
hacen cine, los políticos, en fin, todos aquellos que hacen públicos los
productos de su mente son productores y difusores de ideas. Como cualquier acto
de producción, la de ideas supone el empleo de recursos materiales más o menos
cuantiosos que podrían dedicarse a otros
usos. Desde este punto de vista, la producción de ideas en nada se diferencia
de la producción de cualquier otra cosa, como alimentos o productos
farmacéuticos. Al igual que los productores de objetos materiales, los
productores de ideas lanzan sus productos al mercado buscando, con desigual fortuna,
la aprobación de los consumidores que se expresa en el acto de la compra.
Existe pues un mercado de las ideas.
La mayoría de la gente
acepta la intervención del gobierno en un gran número de mercados para evitar,
según se dice, que el consumidor sea dañado por un producto mal hecho o
defectuoso. En Colombia existe, para controlar la calidad de alimentos y
medicamentos, el Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos. Para
llegar legalmente al mercado, la más miserable galleta debe portar su sello
IMVIMA. No existe un INVIMA para el mercado de las ideas, pero es indudable
que, bien vistas las cosas, muchos de los productos que se lanzan a ese mercado
podrían calificarse de deficientes y mal confeccionados y que pueden dañar, por
lo menos, el buen gusto del consumidor.
La libertad de prensa no es
buena porque los periodistas escriban o hablen bien o porque estén bien
informados o porque sepan de las cosas que tratan o porque siempre digan la
verdad. Muchos escriben mal y hablan peor, son superficiales e ignorantes y
mienten con frecuencia. Buena parte de los productos de la prensa son de pésima
calidad y eventualmente pueden ser nocivos para el consumidor. Dejamos llegar
al mercado de las ideas productos claramente defectuosos o con bajos estándares
de calidad porque asumimos que la valoración de esa calidad por parte de la
autoridad pública será siempre subjetiva y arbitraria y que admitir esa
intervención entraña más peligros que beneficios.
Prensa libre pero
responsable es una frase vacía que puede invocar cualquier dictador para
justificar sus tropelías. Los Castro, tan apreciados hoy en Colombia, y sus
aventajados discípulos Correa, Maduro, Morales y Ortega pueden decir que no
reprimen la libertad de prensa sino su irresponsabilidad. A los amigos de
Uribe, con ánimo conciliatorio, pero con una escandalosa ignorancia de la
historia, les pareció apropiado traer a cuento la famosa frasecita que
profiriera Núñez el 11 de noviembre de
1885 en la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente: “La prensa debe
ser antorcha y no tea, cordial y no tósigo, debe ser mensajera de verdad y no
de error y calumnia, porque la herida que se hace a la honra y al sosiego es
con frecuencia la más grande de todas”.
Apoyado en esa frasecita,
Núñez, después de sacar del poder a Payan por blandengue con los periodistas
opositores, expidió por decreto, en 1888,
la que Don Fidel Cano llamó “La ley de los Caballos”, la cual, entre otras
infamias, autorizaba el destierro y el
confinamiento de periodistas. Bajo el imperio de esta ley y de su sucesora, la
ley de prensa de 1896, que definió como delito de prensa “las publicaciones
ofensivas, o sea las que vulneren la honra de cualquier persona, y las
subversivas, que son las que atentan contra el orden social y la tranquilidad
pública” se cerraron numerosos periódicos y se persiguieron a los periodistas. Debe
estar removiéndose en su tumba Don Fidel al ver uno de sus descendientes firmando
una declaración en contra de la libertad de expresión. Cuenta Jorge Orlando
Melo que, en conversaciones con el General Máximo Nieto, Núñez manifestó que la
prensa era “un enemigo natural de la humanidad, y como tal deben tratarla los
gobiernos”. ¡Este es el nuevo paladín de
la libertad de prensa!
Entre los firmantes de la declaración
de los periodistas están algunos que presumen de liberales, como el señor Darío
Arismendi Posada y el señor Héctor
Riveros Serrato, director de un tal Instituto de Pensamiento Liberal. ¿Liberales?
Liberales, los constituyentes de Rionegro que 1863 decretaron la libertad de
imprenta absoluta y la libertad de expresión de palabra o por escrito sin
limitación alguna. Esos si eran liberales.
Llama la atención la defensa
unánime que de su colega “agredido” hacen los mismos periodistas que hace poco
más de un año dejaron sola a Vicky Dávila, quien sorprendentemente también
firma la declaración, en medio de un
incidente similar al que hoy atrae la atención de la gente. A la periodista
Dávila la botaron de su medio por hacer público un video que revelaba la
orientación sexual de una persona que quería mantenerla en secreto. Ninguno, de
quienes hoy defienden el derecho de Samper, que lo tiene, a decir lo que le
venga en gana en sus escritos y que le niegan a Uribe el derecho a responder
como le dé la gana, que también lo tiene, salió a defender a la maltrecha Vicky,
quien tuvo que refugiarse durante varios meses en el estercolero de twitter
hasta purgar su culpa. ¿Por qué callaron entonces? Por la simple razón de que
también a ellos los podían botar. Dejémonos de hipocresía. El límite a la
libertad de expresión de los periodistas lo impone el propietario de los medios
que los emplean y el poder de los anunciantes. Como cualquier derecho, el
derecho a la libre expresión, surge y está limitado por el derecho de propiedad.
En Colombia, los medios
tradicionales que aún sobreviven son propiedad de algún rico y,
desafortunadamente, tenemos muy pocos de ellos. Con un estado tan poderoso por
sus contratos y su desmedida capacidad de regular la vida económica,
malquistarse con el gobierno de turno, cualquiera sea su orientación, puede ser
extremadamente costoso. Un articulillo en decreto o en una resolución o unos
términos de referencia amañados en una licitación o la demora de algún trámite,
pueden ocasionar grandes pérdidas al propietario del medio donde labora el
periodista deslenguado. Ya pasaron los tiempos en que se podía decir, como el
gran Calibán, que la libertad de prensa era para hablar mal del gobierno.
Tendremos más libertad de prensa cuando tengamos un gobierno más chico y menos
intervencionista y, por supuesto, muchos más ricos. Entre tanto, tenemos a Twitter.
Yo no sé qué estaban
pensando sobre la libertad de expresión los creadores de Twitter, Facebook y
todas esas redes sociales, pero lo
cierto es que la han hecho avanzar mucho más que desde invención de la imprenta
hasta nuestros días. Twitter - ágora insolente, desafiante y grosera, donde no
se pide ni se da cuartel – acabó con el poder de mercado que en el mercado de
las ideas detentaban los periodistas. Con su twitter Trump acorraló y tiene
acorralados a los grandes medios de Estados Unidos y Uribe a los colombianos.
Esa es la verdad monda y lironda. Pero el problema no es Trump, ni Uribe que
algún día se van a morir. El problema, señores periodistas, es Twitter y las otras redes sociales y las
que aparezcan en el futuro y todos los medios digitales que permiten entrar a
bajo costo al mercado de las ideas a cualquiera que tenga un computador, un
teléfono inteligente y una cámara digital. En lugar de quejarse porque en
twitter los hostigan y los amenazan, lo que pasa con todo el mundo, y de
reclamar una libertad de expresión que no le reconocen a Uribe, los periodistas
deberían tomar en serio el chiste según el cual Twitter es a los periodistas lo
que Uber es a los taxistas. ¡Viva twitter libre e insolente!
LGVA
Julio de 2017
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