Las
divas subsidiadas
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista, Docente Universidad EAFIT.
Economista, Docente Universidad EAFIT.
Desde hace años existe el
llamado Fondo para el desarrollo cinematográfico (FDC). Dicho fondo se nutre de
una contribución para-fiscal, creada por la ley 814 de 2003, incluida en el precio de la boleta pagado por
todos los que asistimos a la salas de cine en Colombia. Todos – pobres o ricos,
blancos o negros, grandes o chicos – contribuimos a la financiación del FDC.
Desde su creación y hasta 2011 el Fondo ha recaudado más de $ 73.000 millones
que han permitido la financiación de dos o tres películas memorables y casi
100 bodrios cinematográficos, entre los que se encuentra “Mamá, tómate la sopa”,
desvergonzadamente dirigido por un tal Mario Rivero García - ¿el hijo del
poeta? – y deplorablemente interpretado por la encantadora Paola Turbay. Sólo es rescatable, en ese esperpento, la actuación de Consuelo Luzardo.
El FDC, al igual que su
antecesor FOCINE, fue creado con el propósito de promover la industria
cinematográfica colombiana. En otras palabras, para subsidiar una actividad que
es incapaz de generar en el mercado los ingresos que garantizan su
sostenibilidad. En efecto, desde su creación, los ingresos del FDC han crecido
sustancialmente, pasando de $ 1.851 millones, en 2003, a $ 15.729 millones en
2011. También ha crecido el número de películas subsidiadas y el subsidio
promedio de por película. Las cifras parecen alentadoras. El único problema es
que cada vez es menor el número de espectadores por película subsidiada: 116.605,
en 2012, frente a 350.862, en 2006, año de máxima taquilla promedio.
La gente que trabaja en
el negocio del cine – al igual que los que trabajan en teatro, música clásica,
poesía, etc. – están convencidos de la importancia social de su actividad y
reclaman del gobierno los ingresos que son incapaces de obtener en el mercado con la venta de sus servicios.
Su prédica ha sido exitosa y es así como proliferan las salas de teatro subsidiadas - a las que escasamente
asisten los mismos actores y sus familiares - las casas, los recitaderos y los festivales de poesía financiados
con los recursos públicos, etc. También se subsidia el ballet, la zarzuela y la ópera. Algún día habrá que examinar el impacto redistributivo de esas transferencias y su efecto sobre la productividad de las actividades beneficiadas. Por lo pronto, volvamos al cine.
La mediocridad del cine
colombiano – revelada por el desinterés de los espectadores frente a sus productos
- es el resultado de la propia política de subsidios. Anualmente el FDC realiza
convocatorias que “buscan apoyar de manera integral y en forma no reembolsable
mediante asignaciones directas y gratuitas de recursos (…) proyectos
cinematográficos colombianos en todas sus etapas pasando desde el desarrollo de
guiones y proyectos, producción, posproducción, hasta las de promoción
distribución y exhibición”. Es decir, se garantizan de entrada unos ingresos
que superan el 40% de los obtenidos en taquilla. Naturalmente con este esquema,
el incentivo es a la producción del mayor número de películas para obtener la
mayor cantidad de recursos del fondo. Que la película sea de buena o mala
calidad – es decir, que lleve o no espectadores a la sala – es algo que carece
de importancia puesto que el ingreso básico está garantizado.
El impuesto a las
boletas de cine es regresivo pues la tarifa es la misma para todos los
espectadores y estos en su mayoría son personas de estratos bajos. Más
regresiva aún es la asignación del subsidio pues sus beneficiarios principales son
glamorosas actrices, apuestos actores, atareados directores y todos los integrantes
de la variopinta farándula colombiana. La empleada de aseo de mi oficina – doña
Carmen - es una furibunda cineasta que
detesta el cine colombiano - es muy malo, doctor, esas películas parecen telenovelas,
es su opinión. Ojalá no lea este artículo: no me atrevo a revelarle que parte
de su ingreso gastado semanalmente en las salas de cine va a parar a los
bolsillos de Juanita Acosta, Angie Cepeda, Harold Trompetero o el insufrible Dago García.
Pero esta inequidad
redistributiva podría perdonarse si el resultado fuera la producción de algunas
películas de calidad y si los beneficiarios de los subsidios se mostraran un
poco agradecidos. Sería mejor que el subsidio fuera una suma fija por cada
espectador efectivo de la película y, naturalmente, que fuese pagado al final del primer
año de exhibición de la película. De esta forma los Dagos, los Trompeteros, los Rivero, los
Cabreras y todos los demás tendría que asumir riesgos y probablemente se
esforzarían por hacer películas que atrajeran a los espectadores. Las divas
subsidiadas también se esforzarían y seguramente desistirían de los vergonzosos
papelones como el cometido por mi adorada Paola Turbay en “Mamá, tómate la sopa”.
Tendríamos menos películas colombianas, pero seguramente de mejor calidad.
LGVA
Septiembre de 2012.
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