Lección
III
*
El
Mercantilismo
El
pensamiento económico del capitalismo naciente y fundamento de la política
económica del estado absolutista
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Docente,
Departamento de Economía, Universidad EAFIT
Con el término “Mercantilismo”
se alude a varias cosas. En primer lugar a una época histórica – la Época
Mercantilista - cuyos límites precisos
difieren de un autor a otro, pero durante
la cual, y en esto todos están de acuerdo, ocurrieron acontecimientos definitivos
para la evolución económica y social de Europa Occidental. Se alude también con
dicho término a un vasto conjunto de
escritos sobre asuntos económicos – la Literatura Mercantilista - producidos por los más diversos autores –
comerciantes, clérigos, hombres de estado – de los principales países de Europa
a lo largo de 3 ó 4 siglos. También se habla de Sistema Mercantilista para
referirse al conjunto de ideas
económicas prevalecientes en Europa hacia mediados del siglo XVIII y de cuya
crítica emerge progresivamente el Pensamiento Económico Liberal. Finalmente se
puede dar el nombre de Política Mercantilista a una orientación de la política
económica de los estados nacionales caracterizada por su énfasis en la
protección del mercado nacional y en la activa intervención del estado en la
orientación de la actividad económica. El mercantilismo es ciertamente todo eso;
y aunque esas dimensiones están profundamente articuladas entre sí, las
separaremos analíticamente para su mejor comprensión.
II
La Época Mercantilista, la
expresión es de Heckscher[1], es la época del surgimiento
de los estados nacionales modernos; de
los grandes descubrimientos geográficos y de la formación de los imperios
coloniales; de la secularización de la vida política; del desarrollo de los
mercados laborales libres y del renacimiento y la aparición del pensamiento
científico moderno.
El
proceso de conformación de los estados nacionales o del estado-nación en
los grandes países de Europa Occidental se desarrolla, por así decirlo, a
diferentes velocidades. Francia, por ejemplo, ya es una entidad política
claramente configurada hacia finales siglo XIII, bajo el reinado de Felipe El
Hermoso (1268 -1314), aunque en algunas partes de su territorio actual
subsisten entidades políticas independientes, como el Gran Ducado de Borgoña
que conservará su soberanía política hasta 1482. También Inglaterra, hacia
finales del siglo XIII, es una nación con un poder real sobre un territorio
semejante al actual. Pero no ocurre lo mismo con España, que sólo alcanzará su
unidad nacional en el siglo XV, después de la expulsión de los moros; ni con
Italia y Alemania, que tendrán que esperar hasta el siglo XIX.
El estado-nación es una
entidad política definida por un pueblo que habita un territorio más o menos
extenso sometido a un poder estatal centralizado – una monarquía absoluta – que
ejerce soberanía fiscal, monetaria y militar[2]. Esto supuso grandes
enfrentamientos militares y políticos al interior de los países – para eliminar
el poder de los señores feudales – y entre ellos, para fijar sus fronteras
territoriales y sus zonas de influencia. Como lo ha señalado Schmoller:
“La
historia interna completa de los siglos XVI y XVII no sólo en Alemania sino en
las demás partes se resumen en la oposición de la política económica estatal a
la del municipio, el distrito y las diversas propiedades territoriales
particulares; la historia externa completa se resume en la oposición de los
intereses separados de los nuevos estados nacientes, cada uno de los cuales
buscaba retener su lugar en el círculo de las naciones europeas y en el
comercio exterior que ahora incluía a América e India (…) En su esencia íntima,
el mercantilismo no es otra cosa que construcción del Estado (…) La esencia del
sistema descansa en la total transformación de la sociedad y su organización,
como también la del estado y sus instituciones, en la sustitución de la
política económica local y territorial por la del Estado Nacional”[3]
Como lo ha señalado Heckscher, la
“preocupación por el estado se destaca,
en efecto, en el centro de las tendencias mercantilistas, tal y como éstas se
desarrollan históricamente; el Estado es, a la par, el sujeto y el objeto de la
política económica del mercantilismo”. En efecto, el mercantilismo ubica en el centro de la reflexión económica
la riqueza del estado, no la del individuo, como lo hará posteriormente el
liberalismo económico. “Conviene que le
príncipe sea rico y los súbditos pobres” – había dicho Maquiavelo,
sintetizando su concepción del estado absolutista que jugará un papel central
en la visión económica mercantilista. Heckscher dirá al respecto lo siguiente:
“Entre
las dos concepciones, mercantilismo y liberalismo, media, en lo que se refiere
al problema de los fines legítimos que deben presidir la acción económica del
Estado, una diferencia importante e indiscutible, y es que mientras el
mercantilismo sólo se interesa por la riqueza en cuanto fundamento del poder
del Estado, el liberalismo la concibe como algo valioso para el individuo y,
por tanto, digno de ser apreciado”
La época de los grandes descubrimientos geográficos y
de la conformación de los imperios coloniales se extiende desde la primera
mitad del siglo XV, con la exploración portuguesa de la costa occidental del
África, hasta finales del siglo XVIII, época en la que los marinos ingleses se
aventuraban en los territorios de los círculos polares[4]. No obstante, ya a finales
del siglo XVI los principales imperios coloniales – el español, el portugués y
el británico – tenían sus fronteras y zonas de influencia relativamente bien
definidas y las principales rutas de comercio claramente establecidas. Las
metrópolis europeas, todas sin excepción[5], buscaron aplicar a sus
colonias una relación comercial estrictamente mercantilista, es decir,
monopolio comercial de las metrópolis con sus colonias; especialización de
éstas en la producción y exportación de
bienes primarios y de las metrópolis en manufacturas y obtención de una balanza
comercial favorable para las metrópolis. Estos objetivos implicaban disposiciones tales
como el establecimiento de puertos de importación y exportación exclusivos –
Cartagena y Sevilla, en el caso de España – y flotas mercantes nacionales con
privilegios de exclusividad en el comercio con las colonias[6]. El contrabando y la
piratería serían los medios con los que las potencias colonialistas menores –
Inglaterra, Holanda y Francia – buscarían socavar el predominio de las mayores:
España y Portugal. Un par de textos de
Thomas Mun ilustran apropiadamente la visión mercantilista del comercio
colonial:
“Todas
las minas de oro y planta que se han descubierto hasta la actualidad en los
diversos lugares del mundo no son de tan gran valor como las de las Indias
Occidentales, que están en posesión del rey de España, quien por medio de ellas
está en condiciones no sólo de mantener sojuzgados muchos estados y provincias
hermosas en Italia, y en otras partes (que de otra manera, pronto dejarían de
obedecerle), sino que también, aprovechándose de una guerra continua,
engrandece aún más sus dominios, aspirando ambiciosamente a un imperio por el
poder del dinero, que es el nervio mismo de su fuerza y que se encuentra
dispersado en varios países muy alejados y sin embargo unidos de esta manera, y
tiene abastecidas sus necesidades de mercancías de guerra y paz de todos los
lugares de la cristiandad de manera abundante, que por lo tanto de esta suerte
son participantes de su tesoro por los requerimientos del comercio. Por esta
razón la política española ha tratado siempre de evitar a todas las naciones,
lo más que ha podido, descubrir que España es demasiado pobre y estéril para
abastecerse a sí misma y a las Indias Occidentales con esa variedad de
artículos extranjeros que tanto necesitan, y saben muy bien que cuando sus
mercancías domésticas escasean para este objeto, su dinero debe servirle para
equilibrar la cuenta (…) aparte de la incapacidad de los españoles para
proveerse de mercancías extranjeras para sus necesidades con sus mercancías
nativas (se ven obligados a satisfacer esta carencia con dinero), tienen
igualmente la enfermedad de la guerra, que gasta enormemente su tesoro y lo desparrama,
en la cristiandad, aún entre sus enemigos, parte como represalia, aunque
especialmente por el sostenimiento necesario de esos ejércitos que están
compuestos por extranjeros y que están a tan gran distancia que no los puede
alimentar ni vestir ni de ninguna manera proveer con sus productos y
provisiones nacionales y debe recibir ese alivio de otras naciones (…) España
por las guerras y la carencia de artículos pierde lo que fue su propia ganancia”[7].
La propia ganancia que
perdía España era, naturalmente, el oro y la plata de sus colonias americanas. Conviene
contrastar la visión de Mun sobre el “tesoro americano” con la de Adam Smith:
“Los
mismo motivos que animaron las primeras empresas de los españoles en el Nuevo
Mundo excitaron las que siguieron a los descubrimientos de Colón. Fue la sed
insaciable de oro la que llevó a Ojeda, a Nicuesa y a Vasco Núñez de Balboa al istmo de Darién; a
Cortés a México; a Almagro y Pizarro a Chile y Perú. Cuando estos aventureros
llegaban a alguna costa desconocida, lo primero que preguntaban es si en
aquellos países había oro, y, por los informes que les daban sobre el
particular, resolvían dejar el país o establecerse en él. Entre todos los
proyectos costosos e inciertos, que conllevan la ruina de la mayor parte de
quienes en ellos se aventuran, quizá no se encuentre ninguno en que la amenaza
sea tan grande como la busca de nuevas minas de oro y plata. No habrá
probablemente en el mundo una lotería tan arriesgada como ésta (…) El juicio,
fruto de la razón y de la experiencia, dictaminó siempre de una manera poco
favorable semejantes proyectos, pero la codicia de los hombres ha procedido de
distinto modo. La misma pasión que sugirió a tantas gentes la idea absurda de
la piedra filosofal, sugirió también la de buscar ricas minas de oro y de
plata. No se detuvieron a considerar que el valor de estos metales, en todos
los siglos y en todas las naciones, ha nacido principalmente de su escasez, y
que ésta no puede provenir de otras causas sino de las pocas cantidades que la
naturaleza misma ha depositado en algunos lugares, de las duras e intratables
sustancias que regularmente van unidas a ellos, y de los trabajos y gastos
necesarios para poderlos conseguir y beneficiar”[8]
El trabajo asalariado, es
decir, el provisto en mercados laborales
libres, existe desde la antigüedad y seguramente no desapareció en ningún
momento durante la Edad Media. Sin embargo, es hacia finales de la Edad Media
cuando la servidumbre feudal desaparece progresivamente en Europa[9] y bajo el impulso de la
manufactura, la mayor productividad agrícola[10] y el comercio exterior se
va formado una clase trabajadora libre y al mismo tiempo despojada de toda
propiedad. Como lo señala Marx:
“Obreros
libres, en el doble sentido de que no figuran directamente entre los medios de
producción, como los esclavos, los siervos, etc., ni cuentan tampoco con medios
de producción propios, como el labrador que trabaja su propia tierra; libres y
dueños de sí mismos”[11]
Los autores mercantilistas mirarán
con atención este proceso, insistiendo en la necesidad de mantener bajos los
salarios de una población manufacturera abundante para hacer competitiva la
producción nacional. Algunos, como Bernard Mandeville, lo expresarán con
singular crudeza:
“En
una nación libre en donde no están permitidos los esclavos, la riqueza más
segura consiste en una multitud de pobres laboriosos (…) así como es necesario
evitar que mueran de inanición, tampoco deben recibir nada que valga la pena
ahorrar (…) Se debe mantener a los pobres estrictamente trabajando y es
prudente satisfacer sus necesidades, pero sería una locura remediarlas. Para
hacer que la sociedad sea feliz y las personas manejables bajo las
circunstancias más miserables, es un requisito que el mayor número de ellas
sean ignorantes, así como pobres”
Está por fuera del alcance
de nuestra materia explorar así se someramente los otros dos procesos sociales
característicos de la Época Mercantilista: la secularización de la vida
política y el nacimiento del pensamiento científico moderno. Baste con decir
que uno y otro teológicas y morales y orientándola en su método por el camino
empírico trazado por las ciencias naturales.
III
La literatura mercantilista
abarca un período extremadamente largo y comprende una gran diversidad de
autores y escritos que van desde toscos folletos hasta tratados bastante
sistemáticos como la Inquiry
into the Principles of Political Economy de James
Steuart (1712-1780), publicada en 1769, cuatro años antes de La Riqueza de las Naciones. No obstante, existe en toda esa literatura una
unidad temática y analítica que el profesor Jacob Viner (1892-1970)[12]
resume en los siguientes términos:
“Creo
que prácticamente todos los mercantilistas, de cualquier período, país o
posición social (…) estarían de acuerdo con todas las proposiciones siguientes:
1. La riqueza es un medio absolutamente esencial para el poder, ya sea por
seguridad o para agredir; 2. El poder es esencial o valioso como un medio para
adquirir o retener la riqueza; 3. La riqueza y el poder son cada uno fines
últimos adecuados de la política nacional; 4. Existe una armonía a largo plazo
entre estos fines, aunque en circunstancias particulares puede ser necesario
durante un tiempo hacer sacrificios económicos en interés de la seguridad
militar y por tanto también de la prosperidad en el largo plazo”[13]
Diversos autores han
destacado entre las ideas distintivas del pensamiento mercantilista las
siguientes:
La
idea de que el oro y la plata son la forma más deseable de riqueza, tanto para
el individuo como para el estado, y que todo estado requiere una cantidad
mínima para su comercio interior. Esto
no significa confundir la riqueza con el dinero. Todo mundo sabe que la
viabilidad de cualquier actividad económica supone la generación de un flujo de
caja positivo. También es sabido que un gobierno o un país no pueden mantener
indefinidamente un saldo negativo entre sus ingresos y sus egresos corrientes. Realmente,
lo específico del pensamiento mercantilista era su convicción de que existe una
cantidad de dinero necesaria para garantizar la viabilidad del comercio al
interior de cada país[14]. Esta idea se encuentra
claramente desarrollada en Locke:
“La
necesidad de una cierta proporción de dinero con relación al comercio, radica
en lo siguiente: el dinero en su circulación mueve las distintas ruedas del
comercio, mientras permanece en ese canal – pues es inevitable que alguna parte
sea almacenado - es distribuido entre los
terratenientes, cuya tierra aporta los materiales; el trabajador, que los
trabaja; el comerciante y el tendero, que los distribuye entre quienes los
quieren; y el consumidor, que lo gasta”[15].
Y después de laboriosos
cálculos que abarcan más de 10 páginas,
concluye que:
“…por
lo menos una centésima parte del total de los salarios anuales pagados a los
trabajadores, una octava parte de la renta anual de los terratenientes y una
cuarentava parte de las utilidades anuales de los comerciantes, en dinero contante,
puede ser suficiente para mover las diversas ruedas del comercio”[16].
No hay nada de tonto en este
planteamiento que puede ser analizado en términos de la ecuación cuantitativa:
MV =
PT
Es claro que si la velocidad
de circulación de dinero (V) está dada al igual que el nivel de precios (P) y
el volumen de transacciones (T); se requiere para la circulación una cantidad
de dinero (M) igual a PT/V. Y en
términos dinámicos, si la velocidad de circulación se mantiene y quiera
mantenerse el nivel de precios, la tasa de crecimiento de la cantidad de dinero
deberá ser igual a la tasa de crecimiento de la actividad económica real[17].
William Petty (1623-1687)
también trató la cuestión de la cantidad de dinero necesaria para la
circulación con mucha claridad:
“…existe
una cierta proporción de dinero necesaria para realizar el comercio de una
nación, por encima o por debajo de la cual habrá un perjuicio para ese
comercio”
Tenía concepto preciso de la velocidad de
circulación:
“…la
proporción de dinero necesario para el comercio debe calcularse a partir de la
frecuencia de los cambios y la importancia de los pagos que se hacen
ordinariamente según la ley y las costumbres”
Y realizó una estimación de
la cantidad requerida:
“…el
dinero que pagara el alquiler semestral de todas las tierras de Inglaterra, el
alquiler trimestral de las habitaciones, los gastos semanales de todo el pueblo
y alrededor de un cuarto del valor de todos los productos exportados, sería
suficiente”.
Ahora bien, el oro y la
plata son la moneda universal. Un país sin relaciones con otros países puede
usar como moneda cualquier materia. Pero un país comercial deberá usar oro y
plata como dinero y si carece de minas, las variaciones en la cantidad de éste
dependerán de la balanza comercial. Esto nos lleva al segundo rasgo
característico del pensamiento mercantilista: la doctrina de la balanza
comercial.
La
búsqueda de una balanza comercial siempre favorable con exportaciones que
invariablemente excedan el valor de las importaciones. Este
es sin duda un rasgo típico de la literatura mercantilista. Las divergencias
entre los diversos autores se refieren a los medios más adecuados para alcanzar
ese objetivo. Thomas Mun lo expresa con notoria claridad:
“Los
medios ordinarios para aumentar nuestra riqueza y tesoro son por el comercio
exterior, por lo que debemos siempre observar esta regla: vender más anualmente
a los extranjeros en valor que lo que consumimos de ellos. Supongamos que
cuando este reino está abundantemente abastecido con telas, plomo, quincalla,
hierro, pescado y otros productos nativos, exportemos anualmente el excedente a
países extranjeros hasta el valor de dos millones doscientas mil libras esterlinas; por este medio estamos en
posibilidad de comprar de ultramar y traer mercancías extranjeras para nuestro
uso y consumo hasta el valor de dos millones de libras esterlinas.
Conservando este orden rígidamente en
nuestro comercio, podemos estar seguros de que el reino se enriquecerá
anualmente con doscientas mil libras esterlinas, que se nos deben traer en otro
tanto de tesoro, porque la parte de nuestro patrimonio que no nos sea devuelta
en mercaderías debe necesariamente regresar en dinero”[18]
El punto central está en la
idea de una balanza comercial[19] excedentaria
permanentemente. ¿Pude un país mantener de forma permanente una balanza
comercial excedentaria? Los mercantilistas pensaban que sí. La dificultad
teórica estribaba en hacer compatible esa proposición con una teoría razonable del
valor de la moneda. En efecto, desde
finales de la edad media distintos autores había señalado la existencia de una
relación directa entre la cantidad de dinero y los precios monetarios de los
bienes y servicios. La afluencia de oro y plata de las minas de América había
provocado una gran inflación. Para la mayoría de los autores mercantilistas del
siglo XVII era ya evidente la existencia de una relación la existencia de una
relación directa entre los cambios en la cantidad de dinero y el incremento de
los precios. De hecho la imposibilidad de conciliar la doctrina de la balanza
comercial con la teoría cuantitativa del dinero se constituye en la principal
debilidad teórica del mercantilismo. Es David Hume quien desarrollará de forma
sistemática esta crítica y por eso se le atribuye la teoría del ajuste
automático de la balanza comercial. Más adelante se tratará este punto.
Otros aspectos que se suelen
mencionar como característicos del pensamiento mercantilista son simples
corolarios de la doctrina de la balanza comercial favorable. Examinemos
brevemente algunos de ellos:
Impuestos
elevados a la importación de bienes manufacturados que compiten con la
producción nacional e importación de materias primas libres de impuestos.
Monopolio
en el comercio con las colonias.
Oposición
a los impuestos y peajes en el comercio interno.
Fortalecimiento
del gobierno central e intervención de éste en el fomento de la producción
nacional.
Búsqueda
de una población abundante que permita mantener bajos salarios.
IV
La crítica más sistemática
de la doctrina mercantilista de la balanza comercial será desarrollada por
David Hume (1711-1776)[20]. Tiene tres componentes, a saber:
Refutación
de la idea de que existe una cantidad de dinero necesaria a la circulación y
formulación de la teoría cuantitativa del dinero.
Formulación
del mecanismo de ajuste de los precios a los cambios en la cantidad de dinero.
Formulación
de la teoría del ajuste automático de la balanza comercial en función de los
precios y del movimiento del oro.
Refutación de la idea según
la cual existe una cierta cantidad de dinero necesaria a la circulación:
“El dinero no es propiamente
hablando uno de los objetos del comercios sino el instrumento que los hombres
han acordado para facilitar el intercambio de las mercancías. No es una de las
ruedas del comercio sino el aceite que hace que el movimiento de las ruedas sea
suave y fácil. Si consideramos un reino aislado, es evidente que la mayor o
menor cantidad de dinero no tiene importancia dado que los precios de las mercancías
serán siempre proporcionados a la cantidad de dinero….”
Explicación del mecanismo de
transmisión de los cambios en la cantidad de dinero:
“…aunque la elevación del
precio de las mercancías es una consecuencia necesaria del incremento en la
cantidad de oro y plata, esto no se produce inmediatamente sino que se requiere
cierto tiempo antes de que la moneda circule a través del conjunto del estado y
haga sentir sus efectos en todas las clases del pueblo. Al principio no se
percibe ningún cambio; gradualmente los precios aumentan, primero una
mercancía, luego otra; hasta que el conjunto alcanza la proporción justa con la
nueva cantidad de moneda que circula en el reino. En mi opinión, es sólo en ese
intervalo o situación intermedia, entre la adquisición de dinero y el alza de
precios, que un incremento en la cantidad de oro y plata es favorable a la
industria…”[21]
Explicación del mecanismo de
ajuste de la balanza comercial:
“Supongamos que una cuarta
parte de todo el dinero de Gran Bretaña sea aniquilada en una noche y que la
nación quede reducida, con relación de la moneda, a la misma situación que en
los reinados de los Enriques y los Eduardos. ¿Cuál sería la consecuencia?. ¿No
deberían los precios del trabajo y las mercancías caer proporcionalmente y toda
cosa ser vendida tan barata como lo era en esas épocas?. ¿Qué nación podría
entonces competir con nosotros en cualquier mercado extranjero, o pretender
navegar o vender manufacturas a mismo precio que a nosotros nos aportaría un
beneficio suficiente?. ¿En cuánto tiempo, sin embargo, debe regresar el dinero
que habíamos perdido y elevarnos al nivel de todas las naciones vecinas?. Una
vez allí habremos perdido la ventaja de la baratura del trabajo y las
mercancías y el flujo de dinero es detenido porque estamos repletos. Una vez
más, supongamos que toda la cantidad de dinero de Gran Bretaña se multiplicara
por cinco en una noche, ¿no se seguiría el efecto contrario? ¿No se elevaría el
precio del trabajo y de todas las mercancías de forma tan exorbitante que ninguna
nación vecina podría comprarnos; mientras que sus mercancías, por otra parte,
se hacen tan comparativamente baratas que, a pesar de todas las leyes que
puedan expedirse, ellas vendrían a nosotros y nuestro dinero fluiría afuera
hasta que cayéramos al nivel de los extranjeros…? ”[22]
La teoría del mecanismo de
ajuste de la balanza comercial en función de los precios y el movimiento del
oro reposa sobre un supuesto fundamental: tipos de cambio fijos. Tipos de
cambios fijos que dependen del contenido de oro o plata de las monedas
nacionales. En los países que intercambian la unidad monetaria es una moneda de
oro o plata de cierto peso y ley. El tipo de cambio depende de las cantidades
relativas de oro contenidas en las monedas nacionales. Así, si la libra de Gran
Bretaña pesa 7 gramos de oro y el franco de Francia 0,3, el tipo de cambio de
la libra por franco será 23,33.
Otros tópicos que se deben
tratar:
Los
pagos internacionales: las letras de cambio y los puntos del oro.
Funcionamiento
del mecanismo de ajuste con papel moneda y reservas fraccionadas.
El
problema del comercio internacional actual. ¿Por qué China puede mantener de
forma persistente un superávit en su balanza comercial?.
V
Las ideas mercantilistas
siempre han hecho parte de lo que podemos denominar el pensamiento económico
popular. La mayoría de los políticos y de los hombres de negocios, en todas las
épocas y en todos los países, tienen, por así decirlo, una cierta inclinación
mercantilista. Esto es aún más cierto desde que Keynes, en su Teoría General de la ocupación, el interés
y el dinero, restableció su respetabilidad intelectual.
Keynes argumentaba de la
siguiente forma:
Si los salarios nominales
son inflexibles y la demanda de dinero relativamente estable y son igualmente
estables las prácticas bancarias, la tasa de interés en el corto plazo depende
de la cantidad de dinero, es decir, en un mundo de circulación metálica, de la
cantidad de metales preciosos disponibles para satisfacer las necesidades de
dinero. En este contexto, los cambios en la cantidad de dinero que dependen del
saldo de la balanza comercial más que sobre los precios incidirían sobre
la tasa de interés y de esta forma sobre la demanda de inversión. De ahí que la
búsqueda de una balanza comercial favorable podía ser en esas circunstancias un
objetivo razonable de la política económica[23].
Otra variante moderna del
mercantilismo es la representada por la teoría del deterioro secular de los
términos de intercambio, formulada en los años 50 por Raul Prebish y Paul
Singer[24]. De acuerdo con esta
teoría los términos de intercambio de los bienes primarios frente a los bienes
manufacturados evolucionan secularmente en detrimento de los primeros de tal
suerte que tendencialmente los países especializados en los primeros tendrán
perdidas en el comercio internacional frente a los segundos dado que
intercambian una cantidad creciente de productos primarios por una cantidad
dada de productos manufacturados. De ahí se sigue entonces la política según la
cual los países subdesarrollados deben proteger y fomentar la producción de
industrial mediante toda suerte de instrumentos y políticas estatales. Esta
concepción tuvo una gran influencia en la política económica impulsada por la
CEPAL hasta los años 80.
Está, finalmente, la teoría
de la política comercial estratégica de acuerdo con la cual, dadas las
imperfecciones del comercio internacional y la existencia de externalidades
asociadas a sectores tecnológicamente avanzados, los gobiernos debe estimular y
proteger con diversos instrumentos – aranceles, subsidios, compras estatales,
etc. – determinados sectores de actividad económica, especialmente los de
tecnología de punta.
No es del caso profundizar
aquí sobre las formas modernas del mercantilismo. Es claro que una nación
podría tener ventajas con la aplicación de políticas mercantilistas, pero la
adopción de estas prácticas por todas o la mayoría de ellas no puede conducir a
nada diferente que a la declinación del comercio internacional y a la caída
consiguiente de la actividad económica, como ocurrió entre la crisis de 1929 y
la segunda guerra mundial y como parece estar ocurriendo ahora después de la
crisis de 2008. Es un hecho que los períodos históricos de mayor liberalización
comercial son también los de mayor crecimiento del comercio y la producción
mundiales.
*Publico las lecciones de
pensamiento económico impartidas en la Universidad EAFIT.
[1] Eli Filip Heckscher
(1879-1952). Economista sueco. Con su
colega Bertil Ohlin, también sueco, desarrolló un modelo de comercio
internacional que generaliza la teoría ricardiana de las ventajas comparativas.
En 1931 publicó su obra: La Época
Mercantilista: Historia de las organización y las ideas económicas desde el
final de la edad media hasta la sociedad liberal considerada hasta hoy como
el estudio más completo sobre el tema. Hay traducción al español: La Época Mercantilista. Fondo de
Cultura Económica, México, 1983.
[2] Esas características hacen del
estado nación una entidad política diferente de otras que han existido en la
historia de la humanidad como la ciudad estado, el imperio y el feudo señorial.
[3] G. Schmoller. Citado por H.
Cuevas.
[4] Boorstin, D.J. Los descubrimientos. Volumen I: el tiempo y
la geografía. Grijalbo-Mondadori. Barcelona, 1986. Capítulo VI.
[5] Escribió Adam Smith: “No hay
nación en Europa que no haya procurado monopolizar, en mayor o menor extensión,
el comercio de las colonias, y, sobre esta base ha prohibido el comercio con
sus posesiones a los barcos de otros países, como así mismo que éstos importen
otros productos que no sean los de la metrópoli…” La Riqueza de la Naciones. Fondo de Cultura Económica. (1958,
1978). Página 512.
[6] Las más célebres compañías
privilegiadas fueron la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, creada en
1602, y la Compañía Inglesa de las Indias Orientales, creada en 1600. Eran sociedades anónimas de comerciantes
fuertemente vinculadas con el poder político. Dos notables autores
mercantilistas ingleses, Jossiah Child y Thomas Mun, fueron directores de ésta
última.
[7]
Mun, Thomas. (1664). La Riqueza
Inglesa por el Comercio Exterior. Primera edición en español 1954, primera
reimpresión 1978. Fondo de Cultura Económica, México. Capítulo VI. Páginas
78-81.
[8] Adam Smith. La Riqueza de la Naciones. Fondo de Cultura Económica. (1958,
1978). Página 500-501.
[9] La servidumbre desparece en
Inglaterra, a finales del siglo XIV. En Rusia, por ejemplo, se mantiene hasta
la segunda parte del siglo XIX. En su
novela Almas Muertas Nicolás Gogol
describe la servidumbre rusa.
[10] “La tierra, antes sembrada de
pequeños labradores, estaba poblada en proporción a lo que producía; bajo el nuevo
sistema de cultivos mejorados y mayores rentas, se procura obtener una mayor
cantidad posible de fruto con el menor costo, para lo cual se eliminan brazos
inútiles…Los expulsados del campo natal buscan sustento en las ciudades
fabriles”. Esto escribe David Buchanan. Citado por Marx, K. (1867). El Capital. Volumen I. Capítulo XXIV.
Fondo de Cultura Económica. México, 1971. Página: 621, nota 31.
[11] Marx, K. (1867). El Capital. Volumen I. Capítulo XXIV.
Fondo de Cultura Económica. México, 1971. Página: 608.
[12] Economista canadiense que
ejerció en la Universidad de Chicago. Se destaca en historia del pensamiento y
economía internacional.
[13] Citado por Homero Cuevas.
[14] Una teoría económica debe
analizarse en su forma más elaborada. Si nos quedamos, como hacen algunos
autores, con la idea de que los mercantilistas confundían la riqueza con el oro
y la plata, nos formamos de ellos inevitablemente la imagen de que eran unos
locos redomados. Y no es así.
[15] Locke, J. “Some considerations of the consequences of the lowering
of interest, and raising the value of Money”. En Several papers relating to money, interest and trade. 1696.
Reprinted by A.M. Kelly Publishers, New York, 1968. Página 30.
[16] Idem. Página 42.
[17] Planteadas así las cosas los
mercantilistas no estaban lejos de lo que hoy se considera una política
monetaria óptima: hacer crecer la cantidad de dinero de forma que sea compatible
con la tasa de crecimiento real de la economía más una tasa moderada de
inflación.
[18] Thomas Mun (1664). La riqueza de Inglaterra por el comercio
exterior. Fondo de Cultura
Económica, México, 1978. Página 58.
[19]
Si no hay pagos de renta
por el uso de factores (remesas de
trabajadores o intereses) ni transferencias (donaciones, etc.) la balanza
comercial de los mercantilistas equivale a la cuenta corriente de la balanza de
pagos.
[20] Hume se conoce fundamentalmente
como filósofo. Hizo importantes contribuciones a la teoría política y a la
teoría económica.
[21]
Hume. On Money.
[22] Hume. On Trade.
[23] Véase Keynes. Teoría General.
Capitulo XXII.
[24] Prebisch, R. (1986): “El desarrollo económico en América Latina y alguno de
sus principales problemas” en Desarrollo
Económico vol. 26 Nº 103 (trabajo editado originariamente en inglés en mayo
de 1950). Ocampo, J. A. y M. A. Parra (2003): “Los términos de intercambio de los
productos básicos en el siglo XX” Revista
de la CEPAL Nº 79 pp. 7-35.
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