El elusivo buen gobierno
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista, Docente Universidad EAFIT
Economista, Docente Universidad EAFIT
No existe, al parecer, un episodio histórico de un capitalismo de mercado totalmente libertario, es decir, de una forma de organización de la producción social por la vía del intercambio voluntario en ausencia de una entidad que garantizara, en algún grado, el cumplimiento de los contratos y los derechos de propiedad. Probablemente lo más parecido a un capitalismo ácrata lo constituya la actividad comercial y financiera desplegada en toda Europa por los comerciantes y banqueros lombardos durante la alta Edad Media y el Renacimiento. Sin embargo, los astutos lombardos debieron comprar con cuantiosos créditos y sobornos la protección de los monarcas de las naciones donde operaban.
En cualquier caso, el más superficial examen de la historia de las economías más exitosas y de las más fallidas sugiere la existencia de una estrecha correlación entre la calidad del gobierno y el desarrollo económico. Definitivamente el gobierno importa y no es improbable que el fracaso de la mayoría de los países del mundo en sus esfuerzos por lograr un crecimiento sostenido se explique por su incapacidad para darse un buen gobierno.
Pero darse un buen gobierno puede ser algo tan difícil que a lo mejor lo sorprendente no es la extensión del atraso económico sino el hecho de que un puñado de naciones haya conseguido encausarse por la senda del crecimiento y la prosperidad. Hace años, Arthur Lewis, un lúcido economista del desarrollo inmerecidamente olvidado, señaló ocho formas de actuar con las que el gobierno podía garantizar el estancamiento y el atraso. Veamos:
1. La incapacidad para mantener la paz y el orden dentro de las fronteras, es el primer ingrediente de la receta para impedir el crecimiento. Las 23 guerras civiles y las nueve constituciones de nuestro siglo XIX probablemente expliquen que Colombia hubiera estado al margen de la revolución industrial hasta bien entrado el siglo XX.
2. La rapacidad y la corrupción de los gobernantes es la segunda en el palmarés. Aquí basta con recordar la perentoria afirmación de Stuart Mill: “Peor que cualquier violencia, como obstáculo a la acumulación, es la acción de un gobierno rapaz y corrupto”.
3. Los gobiernos entorpecen el crecimiento cuando, en lugar del interés general, su acción está orientada a favorecer el interés castas, gremios y grupos particulares de presión; obstaculizando de esta forma la movilidad económica y social.
4. Obstaculizar el libre comercio dentro y fuera de las fronteras viene en cuarto lugar. Esta es una actuación en la que repetidamente caen los gobiernos y no puede explicarse más que por la acción de los intereses creados, no como fruto de la ignorancia, puesto que los beneficios del libre comercio son evidentes para cualquier inteligencia que examine la cuestión con una dosis mínima de objetividad. Aunque los planteamientos de algunos economistas y dirigentes políticos colombianos sobre el TLC con los Estados Unidos lanzan una sombra de duda sobre esa última afirmación.
5. La incapacidad de garantizar una oferta adecuada de bienes y servicios públicos. Ya nadie discute que existen una amplia gama de bienes y servicios cuya provisión debe ser garantizada de alguna forma por el gobierno. A menudo el fracaso en este ámbito se explica más que por la insuficiencia de recursos por la orientación de la acción pública hacia campos que no le corresponden al gobierno en detrimento de aquellos que si son de su competencia.
6. La sobre regulación de la actividad económica es una tentación en la que frecuentemente caen los gobiernos de toda laya. Los políticos, probablemente en razón de su oficio, tienden a desconfiar de los mercados y sienten la necesidad de proteger a productores y consumidores, los unos de los otros y de sus supuestos excesos. Se dice que Colbert prescribía el tamaño de las telas y el peso del pan, amén de los precios a los que debían transarse. Esto parece exótico pero no es algo que esté definitivamente en el pasado. No es infrecuente que algún ministro hable de control de precios para reducir la inflación.
7. Gastar demasiado y agobiar a la población con impuestos excesivos. La revolución francesa se inició con la divisa: “un governement bon marché” – un gobierno barato. Después vinieron otras cosas – Robespierre y todo lo demás – pero en principio la aspiración del pueblo francés no parecía injusta o excesiva. La revuelta tributaria de California en los años ochenta no desencadenó ninguna revolución pero, al menos durante algunos años, puso en la agenda pública la austeridad en el gasto y la responsabilidad fiscal.
8. La incapacidad para mantener el valor de la moneda es quizás el rasgo más característico de los gobiernos mediocres. La moneda fiduciaria moderna es una creación de los estados y la expansión de su cantidad es una atribución de los gobiernos, a pesar de la independencia de la banca central. Greenspan, el más célebre de los banqueros centrales, ha destacado lo difícil que es controlar la inflación de la moneda fiduciaria.
Habiendo tantas maneras de gobernar mal lo que parece sorprendente es que algunas veces se gobierne bien. El desarrollo económico – se ha dicho - sólo es cuestión de tiempo y algún día todos los países llegarán a ser ricos y prósperos. Pero no hay que alarmarse: contamos con la acción de los gobiernos para hacer que ese día esté lejano.
LGVA
Noviembre de 2011.
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