Medellín sin toros y con menos
libertad
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista
Los gobernantes no están para imponer sus gustos y
aversiones a los gobernados, sino para expedir y hacer cumplir normas generales de conducta que permitan a los ciudadanos convivir sin hacerse
daño a pesar de la diversidad ilimitada de sus gustos y aversiones.
Sucesivos alcaldes, hostiles a la tauromaquia, se
empecinaron en acabar, hasta lograrlo, con la celebración de festejos taurinos
en Medellín. Sin respeto alguno por su valor histórico y arquitectónico, uno de
ellos hizo transformar la hermosa Plaza de la Macarena en un horroroso “centro
de espectáculos”, otro le retiró a la feria un modesto apoyo publicitario y uno
más financió la actividad de los furibundos anti-taurinos para que hostigaran a
los aficionados en las vecindades de la Plaza.
Agotada por la
hostilidad, Cormacarena se declaró incapaz de organizar la temporada taurina de
2019 y los empresarios que pretendieron hacerlo en su lugar fueron rechazados por
la administración municipal. En 2020, ningún empresario quiso arriesgarse a
organizar la feria y Medellín se ha quedado sin toros, probablemente de forma
definitiva.
En Medellín, como en todas partes, los taurinos son
una minoría. Lo han sido desde siempre, pero durante muchos años pudieron
disfrutar de su afición sin molestar a nadie ni ser molestados por nadie. No viene al caso repetir los argumentos en
defensa de la fiesta brava, magistralmente expuestos por Fernando Savater en su
Tauroética. La cuestión es de libertades y derechos.
Los toros de casta, las haciendas donde pastan, las
plazas de toros, los corrales, los caballos, los capotes, las banderillas, las
botas, en fin, todos los aperos de la fiesta y; sobre todo, habilidades de los
toreros, de los empresarios y de todas las gentes que trabajan en la fiesta
brava son la propiedad legítima de un grupo de personas. También son legítimos los
ingresos que los aficionados gastan libremente en comprar las boletas para asistir
a las corridas y en toda la parafernalia de la fiesta brava. Este es el punto
fundamental. Lo que está en juego es el derecho a disponer libremente de
las propiedades legítimamente adquiridas.
Seguramente, la mayoría aprueba la desaparición de las
corridas de toros en Medellín o le resulta completamente indiferente. No hay
nada de sorprendente en ello pues, como decía Ortega y Gasset, la gente no
suele ponerse de acuerdo si no es en cosas un poco bellacas o un poco tontas.
Esa mayoría tampoco se percatará, no inmediatamente al menos, de que esa decisión
empobrece nuestra democracia y reduce nuestra libertad.
LGVA
Enero de 2020.
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