Venecia: ciudad de fortuna[1]
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista
La historia de Venecia es absolutamente fascinante,
especialmente para quienes creemos que la libertad de comercio es el fundamento
de la prosperidad del mundo y de toda la civilización occidental. Se dice que
su fundación se remonta al año 421, cuando grupos de ciudadanos romanos
buscaron refugio en las marismas de la desembocadura del Po, huyendo de los
bárbaros longobardos y hunos, que, en el 476, encabezados por Odoacro, podrían
término al imperio romano de occidente deponiendo al patético Rómulo Augústulo,
su último emperador.
El relato de Roger Crowley comienza en el año 1000,
cuando ya las galeras venecianas se enseñoreaban por todo el Mediterráneo
Oriental comerciando en todos los puertos, guerreando con sus muchos enemigos y
saqueando tesoros a la menor oportunidad. Los restos de San Marcos, cuyo León
Simbólico marcaría la temida enseña veneciana, habían sido robados de
Alejandría, por dos intrépidos mercaderes, en 828.
Ya Venecia era rica y poderosa cuando, en agosto 1198,
el Papa Inocencio III convocó a la cristiandad a la Cuarta Cruzada con el
propósito de reconquistar a Jerusalén que en 1187 había caído en poder de los
infieles liderados por Saladino. Como emisarios del Papa, grandes señores de Europa
llegaron a Venecia a suplicar su participación en esta empresa, que culminaría
con el saqueo de Constantinopla, después del cual la Serenísima República sería
aún más rica y más poderosa, con sus naves llegando a los lugares más extremos
del Mar Negro, conectándose así con la Ruta de la Seda que les permitía a sus
comerciantes traficar con el remoto Imperio Chino.
Con un territorio continental minúsculo, sin tierras
para el pastoreo o la agricultura, sin minas o yacimientos de productos minerales
explotables, los venecianos, desde los inicios, se vieron obligados a
comerciar, transformando progresivamente su ciudad en el único lugar del mundo
de entonces organizado para comprar y vender. No podemos ni sabemos vivir de otra
manera que comerciando, se lee en carta dirigida al Papa en 1343, pidiendo su
autorización para establecer relaciones comerciales con los musulmanes.
Durante siglos, en Venecia se compraba y se vendía de
todo y en sus comercios del Rialto y en sus depósitos había de todo en
abundancia. Pero había dos productos típicamente venecianos: sus extraordinarios
barcos y el codiciado Ducado, fundamento y expresión de su poderío. Hasta la aparición de Portugal en el escenario internacional, con Enrique el Navegante,
probablemente solo los genoveses, sus eternos rivales, competían con los venecianos
en la industria naval; mientras que sus ducados de oro o plata, los dólares de
la época, eran recibidos en lugares tan remotos como la India, sin dudas sobre su peso y
ley.
La toma de Constantinopla por los otomanos en 1453, que
llevó a la pérdida de bastiones comerciales en el Mar Negro y de varias islas
del Egeo, afectó duramente el poderío veneciano. Pero fueron los viajes de
Colón y, especialmente, de Vasco de Gama los que socavarían de forma persistente
y duradera las bases del comercio veneciano. Un comerciante de la época,
comentando las noticias procedentes de Portugal que daban cuenta del regreso de
Vasco de Gama de la India, en septiembre de 1499, por la ruta del cabo de Buena
Esperanza, escribió en su diario:
“Debido a estas noticias, la cantidad
de todo tipo de especias descenderá enormemente en Venecia; los compradores
habituales, que comprenderán las noticias, bajarán, pues serán reticentes a comprar
aquí”
La narración de Crowley llega hasta 1500, pero la
historia de La República de Venecia se extenderá por casi trescientos años más durante
los cuales, en lo que fue un largo pero honroso repliegue, los venecianos
lucharán por mantener su independencia política y defender su libertad
comercial. En 1797, Venecia es invadida por
las tropas de Napoleón, poniendo fin a la República, cuyos territorios serán
repartidos entre Francia y Austria en el Tratado de Campo Formio. Desaparece
así el estado que Crowley, a manera de conclusión, describe de la siguiente forma:
“Fue el único estado del mundo
cuyas políticas de gobierno estaban únicamente dirigidas a fines económicos. No
había ninguna fisura entre su clase política y sus comerciantes. Era una
república dirigida por y para emprendedores y su gobierno legislaba a tal
efecto”.
LGVA
Enero de 2020.
[1]Crowley,
Roger. Venecia,
ciudad de fortuna: auge y caída del imperio naval veneciano. Editorial Ático de los libros. Barcelona, 2016.
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