De
la espléndida realidad de Sogamoso a la silenciosa frustración de Cañafisto
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista,
Universidad EAFIT
En compañía de amigos y
familiares, visité en Semana Santa la espléndida Central Hidroeléctrica de
Sogamoso. Nos atendió su director, el ingeniero Juan Esteban Florez, dueño de
un soberbio conocimiento en la amplia variedad de temas a su cargo y de una
exquisita y natural cortesía. Hay muchas
cosas de qué maravillarse en Hidrosogamoso: la imponente presa, casi al borde
de la carretera; el hermoso embalse, propicio al desarrollo de actividades
turísticas y recreativas, en fin, la majestuosa casa de máquinas que aloja en
su interior de apabullante pulcritud los equipos de generación de última
tecnología y los repuestos requeridos para atender cualquier contingencia.
Hidrosogamoso entró en
operación comercial en diciembre de 2014, pero parece que hubiera estado allí
desde siempre, tan profundamente integrada está a su entorno natural y social.
Los impactos ambientales de las hidroeléctricas se producen fundamentalmente
durante la fase de construcción. Prácticamente ya no hay huellas de materiales
de excavación, de cobertura vegetal arrancada o de residuos de elementos de
construcción. Los campesinos desplazados de las tierras anegadas están ya
instalados en sus nuevos predios y sus nuevas viviendas, considerablemente
mejores que las abandonadas. La carretera Barranca-Bucaramanga tiene ahora
mejores especificaciones y un par de imponentes túneles construidos por ISAGEN
como parte de las obras complementarias de la Central. Centenas de personas de
la región tienen ahora empleos dignos, de calidad, bien remunerados. Los
municipios del área de influencia y la Corporación ambiental se benefician ingresos
equivalentes al 6% del valor de la energía generada por los 820 MW de potencia
de Hidrosogamoso, construida siguiendo el Protocolo Sostenibilidad de la
Asociación Internacional de Hidroeléctricas, que supera los estándares del País
y el cual ha sido adoptado voluntariamente por ISAGEN.
Por eso sorprende que la Agencia
Nacional de Licencias Ambientales, en enero de 2017, haya negado en segunda
instancia la licencia ambiental para el proyecto de Cañafisto, argumentando la
pérdida de terrenos de bosque tropical seco, a pesar de que ISAGEN se comprometía
a reforestar tantas o más hectáreas con las mismas especies arbóreas. El bosque
tropical seco del Cañón del Cauca está desapareciendo desde hace muchas
décadas, antes de la llegada de EPM, con Hidroituango, y de ISAGEN, con
Cañafisto. Contrariamente a lo que creen los técnicos de la ANLA, la mayor
esperanza de preservar ese bosque está en los programas de reforestación a los
que se comprometen las empresas en sus planes de manejo ambiental que hacen
parte de la licencia.
Desde hace años cunde en
Santander la alarma por la desaparición de la Ceiba Barrigona, especie endémica
de este departamento. Pues bien, el plan de manejo ambiental de Hidrosogamoso
contempla un vasto programa de reforestación con Ceiba Barrigona que
seguramente permitirá que las generaciones futuras puedan disfrutar de este majestuoso
árbol. Debo aquí mencionar el noble y
desinteresado trabajo de mi amigo el empresario Juan Diego Restrepo y su
familia, quienes desde hace varios años están comprometidos, por medio de la
fundación que lleva el nombre de su finado hijo, Federico Restrepo Carvajal, en
plantar esta noble especie en lo que han querido llamar El Valle de los Barrigones,
en las alturas del Cañón del Chicamocha.
Actualmente la inversión en mitigación,
compensación y recuperación de los impactos ambientales y sociales de los
proyectos hidroeléctricos alcanza el 20% de la inversión. Esos montos de
inversión y el mero paso del tiempo hacen que al cabo de unos pocos años los
impactos negativos desaparezcan y prevalezcan los beneficios. Una vez en
operación, los proyectos hidroeléctricos son amigables ambiental y socialmente.
De esto pueden dar testimonio las gentes de Santander, que hoy están orgullosas
de su Hidrosogamoso, y los habitantes de las regiones donde están instaladas
las hidroeléctricas que abastecen normalmente el 70% de la demanda del País.
Se equivocan los técnicos de
la ANLA si creen que al impedir la construcción de Cañafisto se garantiza la
preservación del bosque tropical seco del Cañón del Cauca y de las especies que
lo habitan. De lo que sí hay certeza es
que esa decisión producirá una serie de impactos ambientales negativos en otros
sitios, otros tiempos y sobre otras personas. Colombia necesita la energía que
ya no producirá Cañafisto. Si en ese mismo sitio se desarrolla, como lo ha
sugerido en gerente de ISAGEN, Ingeniero Fernando Rico, un proyecto de presa
más baja de unos 270 MW, el País habrá perdido irremediablemente 666 MW de su
potencial hidroeléctrico. Si la ANLA niega la licencia del Cañafisto Pequeño,
se perderán los 936 MW del proyecto original. De alguna forma habrá que
reemplazar esa generación y cualesquiera sean las alternativas, no estarán
libres de impactos. La decisión sobre Cañafisto está sustentada en una
evaluación miope espacial y temporalmente, concentrada en una porción limitada
del territorio, una pequeña fracción de la población y un horizonte de unos
pocos años.
Con esta decisión el
ambiente gana poco o nada, el País
pierde mucho y se fortalecen los ambientalistas radicales, como los de “Ríos
Vivos”, que hostigaron sin tregua el desarrollo de Amoyá, El Quimbo y Sogamoso y
que actualmente la emprenden contra Hidroituango. Sorprendentemente, la
creciente hostilidad contra la hidroelectricidad ha provocado escasa o nula
reacción en los medios, la dirigencia política y empresarial y la opinión
pública en general, como si creyeran que la electricidad de que disfrutan en
sus hogares y negocios cae del cielo. Tal vez por eso, ni siquiera en
Antioquia, se han escuchado voces contra la decisión de la ANLA, convirtiendo a
Cañafisto en una frustración silenciosa.
LGVA
Abril de 2017.
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