Guía
elemental para votar “ilustradamente” en las elecciones presidenciales
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista,
Docente Universidad EAFIT
I
Vivimos
en la época del marketing político. El objetivo es vender un candidato de la
misma forma en que se vende la crema dental o el desodorante. Aunque se recurra
a expedientes que parecen tontos – como el de un candidato que se quiere hacer
pasar por el zorro o el de aquel que quiere hacernos creer que adora tanto la
arepa y como el bollo limpio - la publicidad y el mercadeo político suministran
cierta información. También la suministran las respuestas triviales que dan los
candidatos a las preguntas igualmente triviales que les formulan los
periodistas. Los antecedentes de los candidatos son por supuesto muy
importantes al igual que los antecedentes – o los prontuarios – de aquellos que
los rodean. También importan esos catálogos de promesas que llaman programas y
sabe Dios qué más.
Votar
ilustradamente es extremadamente costoso. De hecho, cuando son tantos los
votantes y el voto ilustrado cuenta lo mismo que el comprado o el emitido por
cualquier imbécil, informarse adecuadamente para “votar a conciencia” es un
acto completamente irracional habida cuenta de su extremadamente baja relación
beneficio-costo. Sin embargo, sorprendentemente son muchos los irracionales que
actúan de esta forma. Para ellos es esta guía que tiene el propósito de
permitirles procesar de forma ordenada el cúmulo de información que se divulga
en las campañas y también la que se omite o se oculta pero que de alguna forma
se conoce.
II
Esta
guía no consiste en una comparación de las promesas bien intencionadas que
hacen los candidatos. Todos están de acuerdo y todos los votantes con ellos en
que queremos una sociedad próspera, pacífica, equitativa, tolerante, educada, empleada,
innovadora, solidaria, deportiva, aseada y, cómo no, ambientalmente sostenible,
cualquier cosa que ello signifique. Admitimos también que todos los candidatos
y candidatas son seres sencillos, amables, simpáticos y que aman a sus hijos y
a todos sus familiares.
Lo
que se propone esta guía es tratar de establecer la capacidad del candidato – y
la tropa que lo acompaña, esto no hay que olvidarlo jamás- para hacer un buen
gobierno o mejor aún su capacidad de no hacer un gobierno extremadamente malo.
Los
atributos de un buen gobierno son difíciles de establecer y su definición puede
dar lugar a discusiones interminables. Es más fácil señalar los rasgos de un
mal gobierno o mejor aún las formas de actuar con las que el gobierno puede
garantizar el estancamiento y el atraso económico. Hace años Arthur Lewis
identificó 8 formas de ese actuar nefasto de los gobiernos:
1. La
incapacidad para mantener la paz y el orden dentro de las fronteras y
garantizar la vida y la propiedad de las personas es el primer ingrediente de
la contribución del gobierno al estancamiento económico y el atraso. Las 23
guerras civiles y las nueve constituciones de nuestro siglo XIX probablemente
expliquen por qué Colombia estuvo al margen de la revolución industrial hasta
bien entrado el siglo XX.
2. La
rapacidad y la corrupción es el segundo rasgo de los gobiernos malos. Aquí
basta con recordar la perentoria afirmación de Stuart Mill: “Peor que cualquier
violencia, como obstáculo a la acumulación, es la acción de un gobierno rapaz y
corrupto”.
3. Los
gobiernos entorpecen el crecimiento cuando, en lugar del interés general, su
acción está orientada a favorecer el interés de castas, gremios y grupos particulares
de presión; obstaculizando de esta forma la movilidad económica y social.
4. Obstaculizar
el libre comercio dentro y fuera de las fronteras viene en cuarto lugar. Esta
es una actuación en la que repetidamente caen los gobiernos y no puede
explicarse más que por la acción de los intereses creados, no como fruto de la
ignorancia, puesto que los beneficios del libre comercio son evidentes para
cualquier inteligencia que examine la cuestión con una dosis mínima de objetividad.
5. La
incapacidad de garantizar una oferta adecuada de bienes y servicios públicos. Ya
nadie discute que existen una amplia gama de bienes y servicios cuya provisión
debe ser garantizada de alguna forma por el gobierno. A menudo el fracaso en
este ámbito se explica más que por la insuficiencia de recursos por la
orientación de la acción pública hacia campos que no le corresponden al
gobierno en detrimento de aquellos que si son de su competencia.
6. La
sobre regulación de la actividad económica es una tentación en la que
frecuentemente caen los gobiernos de toda laya. Los políticos, probablemente en
razón de su oficio, tienden a desconfiar de los mercados y sienten la necesidad
de proteger a productores y consumidores, los unos de los otros y de sus
supuestos excesos. Se dice que Colbert prescribía el tamaño de las telas y el
peso del pan, amén de los precios a los que debían transarse. Esto parece
exótico pero no es algo que esté definitivamente en el pasado. No es
infrecuente que algún ministro hable de control de precios para reducir la
inflación.
7. Gastar
demasiado y agobiar a la población con impuestos excesivos. La revolución
francesa se inició con la divisa: “un governement bon marché” – un gobierno
barato. Después vinieron otras cosas –
Robespierre, al guillotina y todo lo demás – pero en principio la aspiración del pueblo
francés no parecía injusta o excesiva. La revuelta tributaria de California en
los años ochenta no desencadenó ninguna revolución pero, al menos durante
algunos años, puso en la agenda pública la austeridad en el gasto y la
responsabilidad fiscal.
8. La
incapacidad para mantener el valor de la moneda es quizás el rasgo más
característico de los gobiernos mediocres. La moneda fiduciaria moderna es una
creación de los estados y la expansión de su cantidad es una atribución de los
gobiernos, a pesar de la supuesta independencia de la banca central. Greenspan,
el más célebre de los banqueros centrales, ha destacado lo difícil que es
controlar la inflación de la moneda fiduciaria.
III
Establecidos
los rasgos de los malos gobiernos, el ejercicio consiste en asignar a cada
candidato un puntaje en la escala de 1 a 10. Un puntaje de 10 significa que se
espera que el candidato de ganar las elecciones presidirá un gobierno que
tendrá en el mayor grado posible ese rasgo indeseable. El puntaje máximo
alcanzable es 80. El candidato que más se acerque a esta cifra es el peor.
Llenar
la tabla no resulta difícil, aunque exige algo de información y un poco de
reflexión. Pero si esto resulta aun extremadamente penoso puede dejarse de
lado, no tiene mayor importancia. Quizás el sorteo es un mejor mecanismo de
decisión si se quiere estar con el ganador. Toda mi vida he tratado de votar
ilustradamente y casi siempre resulto votando por algún perdedor.
LGVA
Abril
de 2014.
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