Las
pechugas, los cuartos traseros y las astucias del mercado:
A
propósito de la entrada en vigencia del TLC
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Docente –
Consultor. Universidad
EAFIT- Fundación ECSIM
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Durante las
negociaciones del TLC con Estados Unidos, que se extendieron por casi tres
años, decenas de representantes de todos los gremios de la actividad económica
acompañaron al equipo negociador del gobierno nacional a todos los países donde
se realizaron las rondas de discusión del acuerdo. Formaban lo que se llamaba
“el cuarto de al lado” y su misión consistía en obtener para sus afiliados las
condiciones de desgravación arancelaria más favorables; es decir, mantener el
más alto arancel durante el mayor tiempo posible. Todos los gremios de la producción estaban
allí. No había representantes de los consumidores.
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En defensa de sus intereses, cada gremio desplegaba su propia casuística. La de los avicultores era bastante insólita. En Estados Unidos – alegaban- los “cuartos traseros” del pollo, es decir, los muslos y contra-muslos, carecen de demanda. Para los productores de ese país esas partes son desecho; obtienen su ganancia de la venta de las “supremas”, apetecidas por el exigente consumidor norteamericano. Con el TLC podrían vender en Colombia esos “cuartos traseros” a precios muy bajos, casi regalados, lo que se constituía en una gran amenaza para la industria avícola nacional. Los negociadores fueron sensibles a ese argumento. Los avicultores obtuvieron para los “cuartos traseros” un plazo de desgravación de 16 años; aceptaron la desgravación inmediata de las “supremas” una vez entrara en vigencia el tratado. Estaban exultantes.
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Para explicar la
formación de los precios, en economía estática se asume que las preferencias
del consumidor, al igual que la tecnología, están dadas. La endogenización de
la innovación y las preferencias en sus modelos es una asignatura todavía pendiente
de la teoría dinámica del crecimiento. Anticipar los cambios en esas preferencias
o, mejor aún, inducir su transformación
mediante la innovación es lo que hace la diferencia entre los empresarios schumpeterianos
y los productores ordinarios apegados a la rutina del flujo circular. Los
cambios en las preferencias obedecen a
circunstancias diversas y complejas. A veces inusitadas.
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Y de pronto vino la crisis. En 2008 estalló la burbuja inmobiliaria, se derrumbaron las bolsas y los portafolios se desvalorizaron. Los empobrecidos consumidores norteamericanos redujeron su demanda de muchas cosas, dejaron de consumir algunas y empezaron a demandar otras nuevas. En particular, sin consideración alguna por lo pactado en el TLC, empezaron a consumir los baratos “cuartos traseros” en sustitución de las costosas “supremas”. La ecuación financiera de los pollos se modificó sustancialmente. Ahora lo que amenaza a los productores colombianos no son los “cuartos traseros” sino las “supremas” que pueden entrar al país con cero arancel. La historia de los avicultores ilustra de forma elocuente lo que son las astucias del mercado que, con su dinamismo, burla constantemente todos los intentos de sujetarlo.
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Es evidente que la
desgravación tiene que afectar negativamente el interés de aquellos productores
cuya viabilidad depende de la protección ofrecida por el arancel. Seguramente
muchas empresas ineficientes quebrarán y muchos trabajadores perderán sus
empleos. No puede ser de otra forma para que se produzca el traslado de
recursos hacia los usos más productivos. También es posible que se produzca un
aumento brusco y significativo de las importaciones. En las condiciones actuales
de la economía esto puede ser positivo pues contrarrestaría en alguna medida la
tendencia a la revaluación de la tasa de cambio. La política monetaria debe
estar orientada a impedir que eso no se traduzca en un endeudamiento excesivo
de las familias, las empresas y el gobierno como ocurrió en México en 1994.
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Lo que sin duda no ocurrirá es esa predicción apocalíptica del inefable senador Jorge Robledo según la cual con el TLC los Estados Unidos nos van a inundar de importaciones que acabarán con el empleo y la agricultura y la industria nacionales[1]. No valdría la pena referirse a ese predicamento si no fuera por el hecho de que es frecuentemente repetido por muchos periodistas y comentaristas económicos atolondrados. En el comercio internacional como en el nacional los bienes y servicios se compran con bienes y servicios. La única forma de que Estados Unidos o cualquier otro país nos inunden con importaciones es que se dejen inundar con nuestras exportaciones. Los países que padecen crisis cambiaria y de endeudamiento son responsables de su propia suerte pues esas crisis son el resultado de políticas fiscales y monetarias laxas y no de la libertad comercial. Oponerse a la libre importación de bienes y servicios equivale a ordenar el cierre de las tiendas y comercios para evitar que quienes no saben manejar sus tarjetas de crédito gasten demasiado.
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En general los países que tienen un mayor grado de articulación comercial muestran mayores niveles de producción por habitante. En las etapas iniciales de la apertura comercial crecen a tasas mayores que las de las economías más cerradas. Para países pequeños el comercio internacional es definitivo en su nivel de desarrollo. Lo fue así en tiempos pasados y lo es en la actualidad. El esplendor de Venecia y Florencia durante el renacimiento es inconcebible sin su papel preponderante en el comercio internacional. Singapur, Hong Kong, Holanda, Suiza, entre otros países, difícilmente habrían alcanzado su desarrollo basados en su mercado interior. Países con mercados internos grandes como Estados Unidos, Rusia, México o Brasil pueden tener una menor apertura comercial.
Algunos comentaristas
tontarrones se llenan la boca proclamando a cuatro vientos que los tratados de
libre comercio no son la panacea para el desarrollo. Otros sacan la lista
interminable de nuestras deficiencias en infraestructura para concluir que “no
estamos preparados”. El ministro de agricultura señala que “se cometieron
ingenuidades negociando los capítulos agrícolas”[2] haciendo eco de las quejas de los presidente
de la SAC - el sector del campo fue el gran damnificado[3]- y FEDEGAN –el TLC no es moral ni
políticamente defensable[4]. Para
los economistas lo único que importa es la eficiencia y el bienestar del
consumidor. El comercio libre – lo sabemos desde Adam Smith – aumenta una y
otro. Todo lo demás son tonterías o declaraciones interesadas que no buscan más
que impedir que el consumidor colombiano coma pechugas y muslos de pollo
baratos.
LGVA
Mayo de 2011.
Mayo de 2011.